La relación trabajo-capital, según Marx, está marcada por las variaciones en la composición orgánica de capital, según la cual: a mayor desarrollo del capital constante (medios de producción) mayor constricción del capital variable (fuerza de trabajo). En la medida en que el permanente y acelerado desarrollo tecnológico es algo inherente al capitalismo, la variación de la composición orgánica de capital siempre potencia al capital constante frente al debilitamiento del capital variable, lo que conduce a la sistemática y cada vez más ensanchada crisis de desempleo estructural.
La pandemia evidenció y profundizó el debilitamiento extremo del capital variable con el aumento exponencial del desempleo y la incorporación más agresiva de la nueva tecnología digital, de la inteligencia artificial y la robótica al proceso productivo. Se proyecta que esta tendencia no va a variar, lo que significa que cada vez más trabajadores se quedaran sin trabajo. Una masa creciente de seres humanos que quedan por fuera del proceso productivo y sin el salario con el que puedan reproducir su vida. Ante esta realidad, entre muchos otros graves problemas que experimenta el capitalismo, los centros de poder como la ONU, el Foro Económico Mundial y el Foro de Davos hacen dos propuestas de reingeniería social, que se encuentra en la Agenda 20-30 y en el llamado “Gran Reinicio”. El objetivo 8 de desarrollo sostenible apuesta por “trabajo decente y crecimiento económico”. El trabajo decente o el que más se acerca a esa denominación es el trabajo formal, que contempla el ejercicio de todos los derechos laborados conquistados en las luchas de los y las trabajadoras. Esos mismos derechos que son destrozados sistemáticamente por la propia dinámica del capital, en su búsqueda permanente de aumentar su tasa de ganancia. Justamente, es el trabajo formal el que colapsa por la crisis del desempleo y subempleo estructural debido a la constricción del capital variable. En el contexto de esta realidad cabe preguntarse: ¿qué están entendiendo por trabajo decente los organismos de poder internacional? y ¿qué se proponen hacer para conseguirlo?
Respondo a la segunda pregunta, dicen: “…es necesario fortalecer los sistemas de la educación y formación técnica y profesional para equiparar a los jóvenes y adultos con las habilidades necesarias relativas al trabajo, el empleo decente y espíritu empresarial.”. Se puede entender esto con aquella otra idea de que el trabajador tiene que reinventarse para poder responder a los desafíos de la transformación digital, que exige transformar al trabajador tradicional que vende su fuerza de trabajo en un empresario que convierte su fuerza de trabajo en capital, para emprender su propia empresa. Esta es una vieja idea del neoliberalismo que se reactualiza con fuerza en esta época de transformaciones digitales y ampliación acelerada del desempleo estructural.
Debo decir que, como todo concepto, el concepto “emprendedor” abstrae su contenido concreto igualando en su significante a Bill Gates con la señora que vende caramelos en cualquier esquina, al final los dos son emprendedores si abstraemos los contenidos concretos de su emprendimiento. Lo propio pasa con la categoría económica de propietario privado, desde la visión de la economía política burguesa no importa si el uno es propietario privado de una gigante tecnológica y el otro es propietario privado de su fuerza de trabajo, lo importante es que los dos son propietarios privados. Ahora bien, hay una variación importante en pasar de ser propietario privado de la fuerza de trabajo que se vende por un salario, con el cual se reproduce la vida, a ser “emprendedor”. Es una interesante salida al problema del desempleo estructural, una respuesta astuta, que quita responsabilidad a los gobiernos y a los capitalistas que expropiaron, privatizaron y se adueñaron de los desarrollos tecnológicos de la digitalización, la inteligencia artificial y la robótica. No hay que saber mucho para entender que el conocimiento incorporado en esas tecnologías es resultado del trabajo social global. Enriquecidos los medios de producción con la nueva tecnología, los trabajadores que la produjeron sobran, la creación al ser privatizada se vuelve contra el creador.
En el contexto de esta nueva transformación tecnológica productiva, el trabajador sin trabajo está obligado a reinventarse como “emprendedor”, caso contrario quedará convertido en peso muerto del capital y condenado a la marginalidad, la expulsión y la muerte simbólica e incluso biológica.
La reinvención del trabajo supone un conjunto de condiciones para su posibilidad, como infraestructuras sólidas tanto en tecnología cuanto en reproducción de la vida cotidiana, para que el trabajador se reinvente como emprendedor exitoso. Obviamente, la gran mayoría de trabajadores sin trabajo, sobre todo en los países del sur global, que prácticamente están excluidos de los desarrollos de la tecnología de punta y de condiciones básicas para reproducir su vida, no cuentan con las condiciones necesarias para reinventarse como emprendedores. No es aceptable, bajo ningún punto de vista, pensar que las condiciones que produjeron a un Mark Zuckerberg son iguales a las que viven los millones de trabajadores uberizados en el mundo que, valga decir, son los emprendedores precarizados y explotados por los emprendedores exitosos. Que las condiciones de posibilidad re-inventiva, que tienen los emprendedores exitosos, como el dueño de Facebook, se extiendan para todos los y las jóvenes sin trabajo en el planeta es, creo, una ilusión con beneficio de inventario.
Lo cierto es que los procesos que abren las transformaciones tecnológicas del proceso productivo, en el marco del capitalismo, tienen como gran perdedor al trabajo asalariado, y la ilusión que todos vamos a ser emprendedores, empresarios, capitalistas, contradice la propia lógica del capital. A no ser que, junto a las transformaciones tecnológicas se opere una transformación socioeconómica que socialice los medios de producción, sin que medie en ello una revolución social. Lo cual resulta aún más difícil de creer, pero nada es imposible. La otra posibilidad es que, frente al crecimiento de masas cada vez más amplias de trabajadores sin trabajo -con los obvios conflictos sociales que esto conlleva como violencia extendida, migraciones masivas, etc.-, se aplique lo que ya se está pensado: la renta básica universal. La pregunta necesaria ante esta posibilidad es: ¿los grandes “dueños” de las nuevas tecnologías productivas están dispuestos a que parte de la renta pase a los trabajadores sin trabajo, esos que produjeron ese valor y que por eso mismo fueron expulsados del proceso productivo como trabajadores asalariados? Otra pregunta es: ¿esta renta estará disponible para todos los trabajadores sin trabajo del planeta o solo para aquellos ciudadanos de los nortes globales? La larga historias de las relaciones internacionales en el capitalismo nos ha enseñado que, el intercambio desigual entre materias primas y bienes con valor agregado ha sido la fuente de extracción y transferencia de la riqueza de los países de la periferia hacia los países del centro. Dinámica que ha descapitalizado a los sures globales en favor de la capitalización de los nortes globales. Sería justo que la renta alcance a todos los trabajadores sin trabajo de los países del sur, porque de ellos ha salido mayoritariamente la materia prima, y el trabajo que implica su extracción, para los desarrollos tecnológicos. Pero la justicia es lo más alejado de la lógica capitalista.
Otra pregunta es: ¿la renta básica dará la posibilidad de que los trabajadores sin trabajo puedan reproducir su vida con dignidad, o será más bien la lógica de los bonos de la pobreza que conocemos tan bien en los países empobrecidos? ¿Es ciertamente la socialización y expansión de la renta o la socialización y expansión planetaria de los bonos de la pobreza?
Hay mucho que pensar y debatir sobre estas transformaciones, desde nuestro lugar propio de enunciación que es el lugar de los y las trabajadoras del sur global, que estamos perdiendo el trabajo y nuestra riqueza social y natural.