El patriarcado tiene quién lo proteja, por la ley y por la fuerza.
Marta Dillon, 2021
Hace algunos años venimos pensando la relación entre el Derecho, la Justicia y las penas de muerte (muertes de pena) que no vemos (Levstein). Sostenidxs por las apuestas textuales de la deconstrucción derrideana y la con/moción que nos provocan las violencias que recaen sobre nuestros cuerpos, empezamos a pensar ciertas paradojas del sentido que se cristaliza para ensayar salidas transitorias, negociaciones o transacciones de lo que el filósofo argelino-francés Jacques Derrida llama un mal menor o una violencia menor. Buscar el movimiento que disloque la oposición entre Derecho/Justicia para observar los roces conceptuales que, al tocarse, se anulan a sí mismos.
Observemos cómo las palabras derecho y justicia se utilizan una y otra sin diferenciarlas. Este uso sinonímico produce movimientos violentos de irresponsabilidad. Si consideramos la movilidad de los conceptos y llevamos al tope el elemento silenciado (en este caso, enceguecido), podríamos dar cuenta de la sacudida necesaria para desmantelar el sentido común. Necesitamos hacer hablar/hacer ver a la justicia, en busca de la construcción de lenguajes otros, para repensar lo que debería ser justo en el ejercicio del derecho. Si la Justicia es la experiencia de lo imposible, si es incalculable, infinita y nunca se hace presente
¿Qué pasa con el Derecho? Si éste, por el contrario, representa la rectitud de una dirección, si es calculable, finito y presentable ¿Por qué pedimos Justicia?
Entre estos opuestos habría una salida, un movimiento, que nos permitiría ensayar una negociación. Necesitamos construir pequeñas lenguas menos abstractas de eso que llamamos justicia, de eso que le pedimos a la Justicia. Porque hasta el momento esa lengua mayor que cristaliza el sentido, no hace justicia por nosotrxs. Si es que hay una posibilidad de negociar, es a través de la política como posibilidad transformadora de la vida (Levstein, Dahbar). Este artículo busca hacer foco en algunos escenarios, para dar advertir lo singular de un acontecimiento y el desenvolvimiento del derecho en la justicia patriarcal.
Escena uno. La Justicia es ciega.
Hay tantos sentidos de justicia como prácticas de injusticia. Pero ¿sobre quiénes recae lo injusto? ¿sobre qué cuerpos? ¿qué identidades? ¿qué representa la justicia? ¿qué nos dice la venda sobre los ojos de Iustitia?
Parece que la justicia es un valor determinado por la sociedad, un bien común, una convención -como el lenguaje. En las tragedias griegas Diké es la personificación de la justicia en el mundo humano, aparece como protectora de la sabia administración de la justicia. La diosa “vigilaba” (podía ver) los actos de los hombres y velar por el mantenimiento de lo justo.
¿Qué implica vigilar? El diccionario de la Real Academia Española define “vigilar” como “observar algo o a alguien atenta y cuidadosamente”. Y acá viene el problema: a partir del siglo XV la representación simbólica de la justicia es transformada, cubren sus ojos con un tejido, lo que cambia la convención: la justicia (Diké/Iustitia) no debía ver para ser equitativa, para ser objetiva, para evitar todo tipo de influencias. Pero ¿a quiénes no ve?
Entre el texto y el tejido, el lenguaje y la venda, hay bordes que se pliegan: pareciera que desmantelar una convención es un problema cuando se trata ampliar derechos, incluir otros sentidos posibles (pensemos en el lenguaje inclusivo). Sin embargo, que la diosa pliegue el borde del tejido que cubre sus ojos -y haga trampa- para mirar a veces, anula su supuesta imparcialidad. Porque con evidencias, la justicia no es imparcial ni objetiva. Es necesario buscar y buscar hasta encontrar el tajo en la venda y el lenguaje, el pliegue del textil y del texto para reconocer el peligro de la venda. La ceguera es un arma que va de lo simbólico a lo discursivo, que atraviesa y lastima a los cuerpos, haciéndose presente en prácticas de justicia para algunos y en prácticas de injusticia para nosotrxs.
La violencia que no ves
Otra escena de la venda aparece acá ¿qué proponen LasTesis al incluir el tejido sobre los ojos de lxs participantes? ¿qué paralelismos podemos leer? La performance participativa de protesta (“Un violador en tu camino”) del colectivo chileno, propone ocupar el espacio público. Un grupo de personas con los ojos vendados denuncia: el patriarcado es un juez que nos juzga por nacer. De frente, otro grupo de personas se ubica para observar la representación.
¿Qué se pone en juego? ¿Quiénes/qué ven/no ven? Lxs performers denuncian la violencia que no ves: violencia en los juzgados, que se traduce en impunidad para los asesinos. La violencia es “no ver”. Lxs observadores de la performance quedan interpeladxs inevitablemente cuando el grupo de los ojos vendados lxs habla directamente, levantan el dedo índice señalando: el violador eres tú. Un tú colectivo. Un tú que está en frente. Un tú, que con los ojos descubiertos “no ve”: El violador eres tú/ son los pacos(la policía)/ los jueces/ el Estado/ el presidente. Parten de una acción en la que se exponen los cuerpos e intentan representar la violencia, ahora que sí nos ven.
¿Qué pone en juego ese ver/no ver? LasTesis, probablemente, se cubren los ojos para denunciar la represión al pueblo chileno en las protestas del 2019. Pero, además, el simbolismo de la venda funciona para interpelar, denunciar y enfrentar al sistema patriarcal como modelo estructural. Se pone en evidencia que cualquier identidad alternativa al modelo varón-blanco-cisheterosexual, no son/somos sujetxs de derecho.
El Estado opresor es un macho violador.
En los discursos del debate por la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) se puso en juego el lugar que ocupamos para los representantes del Estado ¿a qué ciudadanos representan? Debatiendo la ampliación de un derecho nos infantilizaron, culpabilizaron y buscaron estrategias para violentarnos de todas las formas posibles, afirmando que nuestro cuerpo no vale y nuestra vida no importa; solo importa que cumplamos el rol que nos asignan desde el mandato patriarcal: gestar, cuidar y criar. Reproducir sus normas de generación en generación; acatar sus leyes, aunque sean injustas; y aceptar la violencia estructural, aun sabiendo que continuar con la reproducción es condenarnos a muerte.
Que la Justicia no nos vea, no hace más que demostrar que si hay un movimiento -un intervalo- entre Derecho/Justicia, es la política como posibilidad transformadora de la vida. El problema de la política es su base patriarcal. ¿Qué podemos esperar de esto? ¿cómo negociar violencias menores en este contexto?
Después de seis siglos parece que debemos sacarle la venda a Iustitia para que, de una vez por todas, nos vea. Porque el resultado de esto se traduce en que la culpa no es del femicida, la culpa no es del Estado, la culpa no es de los jueces: la culpa es de Iustitia.
Esa justicia es ciega para nosotrxs, por eso necesitamos que se saque la venda, que nos vigile y observe atenta y cuidadosamente.
Escena dos. La Justicia es sorda.
Hasta la primera semana de marzo del 2021, el Observatorio Ahora que Sí nos Ven registró 55 femicidios. El Observatorio Lucía Pérez registró 62. La Casa del Encuentro contó 50 femicidios, 1 transfemicidio. Este conteo probablemente sea más amplio, pero no hay registros oficiales. Seguimos pidiendo que se consignen los casos como femicidios, transfemicidios, lesbocidios y crímenes de odio, cuando corresponde. La única certeza que tenemos es que hay más muertes que días en la Argentina.
La justicia no es solamente es ciega, también es sorda.
Úrsula Bahillo, 18 años (el nombre de Úrsula es singular, pero no es un caso aislado). Miles de denuncias por violencia quedan archivadas en los cajones de las comisarías, las fiscalías y los juzgados. Ante cada femicidio (destacamos que esto no ocurre con otros crímenes) un conjunto de la sociedad se posiciona cuestionando ¿por qué no denuncian? ¿por qué siguen en contextos de violencia? ¿por qué no hicieron o dejaron de hacer lo que yo hubiera hecho en su lugar?
El caso de Úrsula es singular porque la mediatización resultante de las movilizaciones en Rojas (Pcia. de Buenos Aires) y la posterior represión policial a sus familiares y amigxs, anula todas las preguntas del sentido común de quienes no entienden/no ven (o no quieren) el funcionamiento de la violencia sobre nuestros cuerpos e identidades. Úrsula hizo todo eso que el común sentido demanda. Úrsula denunció, testificó, pudo escapar provisoriamente. Úrsula intentó evadir su condena a muerte. A Úrsula la asesinaron de quince puñaladas. ¿Es un caso aislado? ¿es distinto a otros casos? ¿cuántas denuncias escondidas en los cajones habrá?
Úrsula siguió todos los pasos de la burocracia en los mostradores de la comisaría. La misma comisaría que disparó para reprimir la protesta una vez cumplida la amenaza de muerte. Úrsula, en un intervalo del tiempo, pudo escapar de Martínez. Úrsula intentó una salida transitoria a la violencia; sin embargo, el mostrador de la comisaría defendió al femicida: Martínez la buscó, la encontró y la asesinó, tal como había prometido. Una adolescente de 18 años puso en evidencia la falla estructural del sistema judicial y la repugnante complicidad de las fuerzas policiales. Martínez es parte de ese mostrador. Los mismos que se encargan de tomar las denuncias protegen a los femicidas. La justicia es ciega y sorda, pero solo para nosotrxs: La voz de Úrsula en los audios […] es otra estridencia que insiste. […] ella llora y dice […] que la va a matar. Tres meses después, está muerta. Entonces, El patriarcado tiene quien lo proteja. La ley y la fuerza están de su lado (Dillon, 2021)
Si es que hay algo así como un intervalo, una posibilidad de negociar un mal menor, es a través de la política como posibilidad transformadora de la vida. Pero la política es patriarcal, por eso se interrumpe la transformación y no hay negociación posible. Si es que hay algo así como un intervalo, un movimiento que disloque la oposición Derecho/Justicia, es una política transfeminista y antipunitivista que deconstruya el paradigma falogocéntrico, para poder construir(nos) sujetxs de derecho. Una política transfeminista que haga de nuestras vidas, vidas más vivibles, como dice Butler. Una política que nos permita la fuga y nos evite las penas de muerte.
Escena tres: La Justicia es muda.
Si hay algo así como un intervalo entre Derecho/Justicia, a veces es el silencio. Cualquier recurso que nos permite negociaciones o salidas transitorias hacia violencias menores, ante la ceguera y la sordera judicial, es válido. Ponemos en foco una escena de ficción -Crímenes de Familia, Schindel (2020)- que evidencia el vínculo entre el par Derecho/Justicia como trama central.
En esta escena, ¿qué formas toma la (in)justicia patriarcal en la experiencia del derecho? Si el Derecho es presentable y la Justicia es la experiencia de lo imposible ¿cuáles son los bordes de la paradoja? ¿qué hay entre Derecho y Justicia?
El acontecimiento que funda la trama de la ficción (aclaramos que está basada en hechos reales, en un caso que podría ilustrar el funcionamiento del sistema judicial argentino en el marco de violencias de género, la falencia absoluta de la Educación Sexual Integral, la vulnerabilidad de ciertos grupos y el poder de otros) es el nacimiento de un niñx gestado en contra de la voluntad de la persona, tras una agresión sexual. La muerte de esx niñx es la condena que enfrenta la protagonista -Gladys (Yanina Ávila)-, que además tiene otro niño (de 3 años) que en principio se desconoce su historia, pero a medida que avanza la ficción (alerta de spoiler) se reconoce que también fue gestado como resultado de una agresión sexual.
En Crímenes de Familia, Gladys parece ser la única que sabe que la Justicia es la experiencia de lo imposible y reconoce que el derecho, en su caso, no será una posibilidad de la justicia. Este tampoco es un caso aislado. Por eso pensamos que si hay un intervalo entre Derecho/Justicia, que nos permita una salida transitoria hacia violencias menores es la política como gesto transformador de la vida. Pero si la política, el derecho y la justicia responden a lógicas patriarcales ¿qué nos queda?
La protagonista se reconoce como sujeta de no-derecho: sé que mi vida no importa. Este reconocimiento aparece como una posibilidad de negociar un mal menor. Sabe que su vida no importa, sabe que no hay experiencia de justicia ni posibilidad de derecho. Pero sabe también cómo negociar una salida para el niño, encuentra un recurso para interrumpir la paradoja.
Lo imposible de la justicia, en este caso, se corresponde con el silencio de Gladys. Decidir no hablar es hacer justicia. Interrumpir la paradoja da acceso a un gesto político transformador de “una” vida, la del niño (de 3 años). Ya nos sabemos sujetxs de no-derechos, ya sabemos lo que el aparato estatal espera de nosotrxs, ya nos sabemos los discursos antiderechos. El silencio, en este caso, hace temblar los límites de la estructura paradojal derecho/justicia. El silencio, en su espectralidad, produce vacío de sonido, pero no de sentido. Cuando el derecho espera que hable e intenta convencer a Gladys que asuma la responsabilidad por la muerte del niñx, ella calla. Cuando el derecho espera que calle porque ya recae una condenada, ella habla para negociar. Los silencios, en la singularidad de este caso, se relacionan con la responsabilidad: decidir cuándo y para qué hablar o callar. El
silencio aparece y funda un derecho, aloja en su vacío/lleno una diferencia diferida -permite a un niño de 3 años un porvenir de vida más vivible. Gladys es condenada a 18 años de prisión. Ella produce el tajo en la trama y en la venda de Iustitia, el silencio anula la paradoja verdad/mentira, inocente/culpable, contradice al Derecho y se anticipa a la generalidad de la Ley y a la expectativa de la Justicia.
La justicia es un gesto político
Esta lectura es una apuesta por enfocar, hacer que cada caso se vea con nitidez para observar su singularidad, pero, además, para evidenciar que si hay algo que pueda ser generalizable es el dolor, la violencia, la falta de derechos sobre el nosotrxs colectivo -ese nosotrxs que no somos varones blancos cisheterosexuales.
¿Cómo inventar una lengua menor que nos evite las penas de muerte, las muertes de pena? ¿cómo empezar la búsqueda de salidas transitorias y negociaciones de violencias menores?
Estas escenas se sostienen en un rasgo común: su singularidad. Pero en un ejercicio simple, podríamos intercambiar los nombres propios que aparecen en este texto y seguiría funcionando para exponer nuestro esfuerzo por sobrevivir. Mientras se sostengan que nuestras experiencias son aisladas, mientras se generalicen las particularidades, mientras Iustitia permanezca con los ojos vendados, mientras no nos escuche y mientras nuestras voces no resuenen más que en las paredes, no hay formas posibles de negociar males menores, ni interrumpir las violencias, mientras tanto seguiremos condenadxs a penas de muerte.
Y a morir de pena.
Bibliografía
Derrida, J. (1997). Del derecho a la justicia (pp. 11-67) en Fuerza de ley. El fundamento místico de la autoridad. Madrid: Tecnos.
Dillon, M. (2021) https://www.pagina12.com.ar/323409-la-sordera-ante-el-femicidio-de- ursula
LasTesis (2019) https://www.youtube.com/watch?v=aB7r6hdo3W4&ab_channel=ColectivoRegistroCallejer o
Levstein, A (2020) “Las penas de muerte que no vemos”. Revista Heterotopías del Área de Estudios Críticos del Discurso de FFyH. Volumen 3, N°5. Córdoba, diciembre de 2019.
ISSN: 2618-2726
https://revistas.unc.edu.ar/index.php/heterotopias/?fbclid=IwAR2FQk6iXsWYJLVOXQAb XCsSSq3qcjl5vitAqMNtsFM8Ob5uTdq_Npjm3dc
Levstein, Dahbar (2020) “Precariedad y (auto)inmunidad para una discusión sobre la vida”. Discurso y precarización: Avatares recientes del neoliberalismo en Argentina. Martínez, Fabiana (Comp.) – 1a edición. Córdoba: Nodo Ediciones, 2020. Disponible en Repositorio Digital Universitario
Schindel Sebastián. Crímenes de familia. Netflix, 2020.