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La revuelta eclipsa todo lo que sea que el mundo tiene para ofrecernos

Idris Robinson :: 20.07.21

Robinson invitaba a una discusión que todavía hoy permanece abierta; a saber, ¿qué supone el desenlace de una guerra civil que deja atrás los viejos paradigmas políticos de la autoridad, así como las mediaciones entre estado y sociedad civil? Obviamente que en este intersticio aparecía la pregunta por la destitución y las nuevas formas de éxodo en preparación para una posible vida ética.

“La revuelta eclipsa todo lo que sea que el mundo tiene para ofrecernos” 

Idris Robinson,

Lobo Suelto

Entrevista Gerardo Muñoz

IDRIS ROBINSON es un joven pensador afroamericano cuya reflexión se inmiscuye en la noche de los sucesos de un país atravesado por una guerra civil en múltiples frentes. La aparición de su texto “How it might should be done” en julio de 2020 puso muchas cosas en claro para pensar las líneas en tensión suscitadas por el asesinato de George Floyd, la intensificación represiva del trumpismo, las formas capilares de protestas en los territorios, la expansión de los “hinterlands” (una tierra de nadie entre las ciudades y el mundo rural) y la nueva hegemonía técnica-espacial de las grandes metrópolis. En aquel texto, dotado de una fuerza poética y pasión analítica, Robinson invitaba a una discusión que todavía hoy permanece abierta; a saber, ¿qué supone el desenlace de una guerra civil que deja atrás los viejos paradigmas políticos de la autoridad, así como las mediaciones entre estado y sociedad civil? Obviamente que en este intersticio aparecía la pregunta por la destitución y las nuevas formas de éxodo en preparación para una posible vida ética. Desde entonces, hemos seguido pensando con los textos de Robinson al interior del oscuro momento del interregnum norteamericano. Robinson es filósofo de profesión en la Universidad de Nuevo México donde realiza una tesis doctoral sobre la lógica morfológica de Wittgenstein, pero también ha sido una de las figuras más sobresalientes del movimiento social tras el asesinato de George Floyd. En los últimos dos años ha venido colaborando con las plataformas Ill Will y Red May Seattle. A título personal, debo decir que a finales del pasado año algunos de nosotros comenzamos a dialogar con Robinson en el marco de una conferencia sobre los undercommons y la potencia destituyente sobre la relación entre guerra civil, el horizonte de la destitución, y la posibilidad de una transfiguración de la política contemporánea. Y fue a la luz de estos intercambios que surgió la idea de ordenar un poco algunos temas que ahora aparecen en formato de conversación para la Revista Disenso. En modo alguno se trata de un diálogo acabado, sino de una conversación inconclusa donde las posibilidades del pensamiento y la intempestividad del presente se dan cita en una época fuera de sí misma.

Gerardo Muñoz: Idris, gracias por este diálogo sobre el actual momento norteamericano. Supongo que un punto de partida pertinente debe ser la guerra civil en curso. Este es un problema que te ha venido interesando desde hace algún tiempo. Ciertamente, esta guerra civil no es necesariamente entre dos bandos de familia, como a veces se suele recordar en la tradición política. En nuestros días, esta guerra civil se está produciendo también a escala de la legalidad (una ‘superlegalidad’) como la he llamado recientemente, pero que tiene todos los ingredientes de la forma estasiológica: movilización total, fragmentación, reconfiguración y despliegue del aparato policial (cuerpos armados, cibernética, pedagogía) y el creciente declive del principio de autoridad moderna. También pareciera que vemos ante nuestros ojos el agotamiento del poder constituyente y de la “sociedad civil” que en la tradición fueron los dos polos para la renovación del “We The People”. En otras palabras, estamos ahora en un momento que pudiéramos llamar destituyente. ¿Cuáles son las posibilidades que se abren, si, efectivamente, podemos caracterizar el momento como atravesado por una energía de la destitución?

Idris Robinson: Creo que estás en lo correcto al caracterizar los eventos recientes en los Estados Unidos como propios de una guerra civil. En efecto, Dimitris Chatzivasileiadis elocuentemente ha sintetizado la situación actual de esta manera: “Luego de siglos de esclavitud, la conciencia de una guerra civil está emergiendo en todas partes. Esto estaba silenciado mientras los tiranos del poder podían erradicarla de la memoria…pero el momento ha llegado para tomar las calles, y por extensión, todas las memorias y toda la historia de la lucha de clases, que ahora regresa como un volcán”. Es por esta razón que aprecio tu intervención teórica en Cuarto Poder, puesto que me gustaría insistir en la necesidad de pensar la guerra civil más allá del rechazo intelectual ante el que se enfrenta. Como sabemos, la clasicista Nicole Loraux ha demostrado convincentemente que el significado del término stasis – que denota no solo la guerra civil, sino que también un conflicto de facciones, familiar o de sedición – también puede aplicarse a la experiencia norteamericana de la misma manera en que surgió al interior de las sociedades del mundo antiguo. En otras palabras, la guerra civil sigue siendo un elemento constitutivo de la unidad política en los Estados Unidos, y es justamente esto lo que constantemente se busca reprimir de la conciencia histórica norteamericana. Incluso, me atrevería a decir que la guerra civil y la cuestión de la raza comparten el mismo estatuto de la razón política: ambas constituyen el núcleo irreducible y traumático que la nación debe evitar para su propia existencia.

Y, sin embargo, yo diría que hay una mediación vital entre la guerra civil y la potencia destituyente, aunque confieso que no estoy preparado para señalar el verdadero potencial que nos suscita este problema. Por ahora lo que sí puedo decir sigue algunas de las hipótesis de Giorgio Agamben sobre esta cuestión. Así, para mi la guerra civil es el juego de fuerzas que mutuamente presuponen una politización de campo privado y una despolitización de la esfera pública; y, de esta manera, es que se despeja una zona de indeterminación entre el oikos y la polis, entre lo domestico y la vida civil. En el marco norteamericano, queda muy claro que comenzamos a ver cómo la abolición de la “blanquitud” implica una fractura familiar, puesto que la causa de la liberación negra le corresponde el agotamiento del linaje de la blanquitud (“whiteness”). De esta misma forma, la plantación puede entenderse como un hogar donde ciertas formas de violencia libidinal se desplegaron para sustentar la compulsión del trabajo. Sin embargo, en nuestros días es obvio ver como buena parte de estas relaciones permanecen en pie en muchos estados.

De manera que podemos definir la potencia destituyente como la escisión de la red familiar de la constitución histórica y blanca del estado americano. Dicho esto, me gustaría señalar cómo algunos de los “lectores” de Agamben han intentado limar la centralidad de la guerra civil cuando ésta ha comenzado a tocar a nuestras puertas. En mi opinión, esta postura de denegación está íntimamente relacionada con una postura que Mario Tronti tematizó en su ensayo Hacia una crítica de la democracia política y que también aparece en su conocida entrevista sobre la potencia destituyente. Dice Tronti: «Después de todo, la democracia es siempre ‘democracia en América’; los Estados Unidos siempre han exportado la democracia con la guerra…de hecho, es después de la edad de las guerras civiles europeas y mundiales que la democracia realmente triunfó. Y la democracia fue finalmente decisiva para la victoria de Occidente en su última guerra, la Guerra Fría. Contrario a lo que a menudo escuchamos en los círculos progresistas, yo me resisto a creer que en la fase actual estemos experimentando la centralidad de una guerra. Me parece que este énfasis actual en la guerra de la paz es totalmente desproporcionado. Todas las guerras se están llevando a cabo en las fronteras del Imperio – en las grietas que se abren, podríamos decir – pero el Imperio vive internamente a través de su nueva paz, aunque no sé si durará otros cien años. Esta es la condición de una paz interna y de una guerra externa que hace que la democracia no solamente prevalezca, sino que también celebre su triunfo altisonante.” Pero ahora que la Pax Americana ha concluido y que el orden planetario neoliberal colapsa, los críticos más virulentos intentan inmiscuirse en sus madrigueras con el fin de preservar su comodidad desde sus butacas en el corazón del imperio. Al contrario, yo insisto en que la línea correcta es la que asume que su caos es nuestra paz, y que su confusión es nuestra cordura.

GM: Has tocado muchos elementos atendibles y en particular me interesa la manera en que estás pensando la cuestión de la stasis como un proceso de incisión y fragmentación (del lazo familiar, de la idealia de la blanquitud, pero también de la matriz de lo Social), y obviamente que al decir esto implícitamente aludes al viejo problema de la violencia. O tal vez pudiéramos hablar de una nueva “cultura de la violencia”. Desde luego, durante la época revolucionaria moderna (digamos del jacobinismo a la guerra de guerrillas de los 60s-70s) la violencia fue entendía como un mecanismo de descarada sacrificial del sujeto político, algo que desde mi punto de vista explicaría sus límites e insuficiencia. En otras palabras, la violencia revolucionaria moderna habría quedado atrapada en la entelequia sacrificial de la liturgia cristiana. Ahora bien, en nuestro presente ya no podemos hablar de una “vanguardia política”, de modo que en este punto puede acontecer una nueva forma de violencia por fuera de la concreción de la subjetividad, ese reducto del Humanismo. En tu texto “How it might should be done?” atiendes a esta cuestión de manera original y llegas a hablar de la táctica de la zorra. La zorra siempre sabe generar estrategias, porque sabe cuando retirarse y cuando avanzar. Esto me pareció curioso, y no es menor que lo pienses desde la forma de la fábula. ¿Pudieras decir un poco más sobre cómo estás pensando esta dimensión otra de la violencia?

IR: Como es bien sabido, la figura de la zorra es una referencia directa a Maquiavelo para quien hay dos tipos de bestias – el león y la zorra – en todo príncipe que desee adquirir la virtud y la Fortuna en el campo de la política. Por otro lado, el león puede sobreponer al lobo, y, sin embargo, también puede caer en la trampa de cazador. La zorra, al contrario, es lo suficientemente astuta para evitar la trampa y jamás terminaría como una presa del lobo. Desde la perspectiva de la política revolucionaria ambas figuras son necesarias: el león representa la fuerza bruta, la violencia y el desborde de las masas; mientras que la zorra representa la subversión y la capacidad de subvertir el poder sin que acometa un asalto frontal. En mi texto yo concebí la trampa como la tergiversación que se hizo sobre la rebelión de George Floyd como una especie de “no-acontecimiento” pacífico. Recientemente, hemos visto algunas comparaciones en algunos círculos progresistas entre la rebelión por George Floyd y lo ocurrido en el Capitolio el 6 de enero. En realidad, esto confirma la dimensión discursiva a la que aludía antes. En efecto, yo argumentaría que el engaño de la mentalidad liberal sobre la violencia y la raza ha llegado a niveles análogos al de la fantasía derechista de Q-Anon. Dicho esto, para mi todo lo que está asociado con interseccionalidad, identidad, o la política de privilegios es más o menos la misma trampa que impide cualquier posibilidad real de cambio. Puesto que todas estas trabas se han normalizado, yo creo que sólo la astucia disimulada de la zorra puede abrir otras rutas.

GM: Queda claro que hoy lo importante es afirmar lo que llamaríamos la dimensión del “acontecimiento” por encima de las formas y de las subjetividades. Y me parece que es a lo que aludes en tu lectura sobre los distintos instintos de animal en la política. Tal vez sólo la zorra puede sorprender un acontecimiento en el mundo. En esta línea, me gustaría plantear una pregunta que no creo que haya sido lo suficientemente explorada: ¿te parece que podemos pensar la irrupción de la revuelta por fuera de su forma estrictamente “política” (la insurrección, el tumulto, la ocupación de un espacio autonomía), y, por lo tanto, como un movimiento para atacar el aburrimiento y la inmovilidad? Un compañero de ruta habla de la “fiesta” como una revuelta de la vida cotidiana, más cercana a la amistad que a una movilización de una actividad política directa. El poder hoy busca articular la provocación y el cansancio sobre los cuerpos. ¿No te parece que la destitución es también una intuición vital, casi psíquica, contra el aburrimiento de toda sujeción de la vida?

IR: En la historia moderna de la revuelta encontramos ambas figuras: la sacrificial y la carnavalesca. Por ejemplo, Saint Just y Nechayev son claros ejemplos de la primera. Mientras que la secuencia revolucionaria del 68, con su énfasis en el partido y la fiesta, terminó favoreciendo a la segunda. Sin embargo, yo encuentro que ambas son deficientes, puesto que permanecen atrapadas en una dialéctica que finalmente termina en el estado. Yo creo que el mayor defecto lo encontramos en el análisis que Walter Benjamin lleva a cabo del derecho positivo en su “Crítica de la violencia”. Por un lado, el sacrificio pasa por alto lo individual para justificar un fin; por el otro, el carnaval afirma los medios para afirmar un goce personal. Esta entremezcla propia de un marco jurídico de medios y fines solo puede llevarnos a buscar una nueva configuración capaz de conectar la falta, el deseo, y la agencia. La mejor sugerencia que yo he visto sobre el tema ha sido la que ofrece Rodrigo Karmy desde la figura del mártir en su interpretación del Spartakus: simbología de la revuelta de Furio Jesi. Gracias a su experiencia de primera mano en el mayo francés, Jesi deparó en algo todo aquel que ha sido arrastrado por la fiebre de la revuelta puede dar fe: los insurgentes sumergidos en la rebelión entran en una relación otra con el tiempo.

En términos más genéricos, Jesi concluye diciéndonos que toda revuelta siempre provoca una suspensión del tiempo histórico, en la cual ninguno de los actores involucrados está en condiciones de prever sus consecuencias. De esto se deriva que la revuelta necesariamente involucre una disrupción de toda justificación para “unir” los medios con los fines, ya que se vuelve íntegramente imposible que el insurgente calcule los pases de la acción entre una cosa y la otra. El paradigma del mártir está dotado de una inmersión con la revuelta en la que cada individuo es incapaz de administrar las ramificaciones de sus actos en el acontecimiento. En otras palabras, la naturaleza de la revuelta es siempre excesiva; y, por lo tanto, ya no posee molestias físicas, psicológicas, financieras propias del status quo. Como sugiere Karmy, el mártir apuesta por un excedente de vida por fuera de una determinación subjetiva u objetiva. Una vez que hemos entendido esto, se vuelve claro porqué es fundamental identificar al mártir con el ascetismo, o con la renuncia o bien con el sacrificio. Como escribe Karmy en su Intifada (2020): «El arrojo de la revuelta, el «jugarse la propia persona» hacia la incalculable intensidad de la insurrección, implica «tender el nexo», abrir una intersección entre el mito y la propaganda política, entre la eternidad de un tiempo inmóvil y la contingencia de la historia.”

Por esta misma razón es que me gustaría enfatizar que en la tradición religiosa el martirologio se entiende como un regalo. Para nuestro propósito, podemos pensarlo como la rendición de algo menor porque tiene lugar algo muchísimo mayor: esto es, el juicio de que la humanidad y la experiencia vivida de la revuelta eclipsa lo que sea que el mundo tiene para ofrecer. Del otro lado, el mártir busca habitar esta suspensión temporal, congelando el destello de la rebelión y arranando algo así como una inmortalidad laica. La muerte de Rosa Luxemburgo, por ejemplo, fue una elección de permanecer para siempre en la verdad de la revuelta evitando caer en la falsedad cobarde de la democracia social. De un modo similar, Michael Reinoehl recogió las posibilidades abiertas por George Floyd para escapar la demencia que el poder político en Estado Unidos proyecta continuamente a sus ciudadanos.

GM: Es realmente conmovedor cuando hablas de la revuelta como una fuerza que puede eclipsar el mundo, algo que eleva a los cielos estrellados una imagen que jamás podrá ser apropiable o gobernada. Esa mirada extraviada en el cielo es la única que puede devolvernos algo transformador para habitar otra tierra. Sin embargo, mirando hacia abajo, vemos desplegarse una nueva metamorfosis del poder. Ya sea en el octubre chileno, en los Chalecos Amarillos, o en los acontecimientos rutinarios en capitales latinoamericanas, vemos que la metrópoli hoy ha emergido como una topología para la reproducción del mundo de la vida. En los Estados Unidos, como sabemos, aparece lo que Phil Neel ha llamado el “hinterland”, una tierra de nadie que, en virtud de su condición anómica, fragmenta la separación entre la metrópoli y su afuera. Te quería entonces preguntar por esto: dada la hegemonía de la metrópoli en la organización espacial norteamericana (Nueva York, San Francisco, Chicago, Silicon Valley), ¿estarías dispuesto a conceder que la metrópoli es hoy el centro desde el cual se intensifica la destitución?

IR: Habría mucho que decir sobre esta pregunta, de manera que solo podré recoger algunos puntos. Primero, creo que es importante que apuntes a la cuestión de los “hinterlands”, tal y como también lo has hecho en tu comentario sobre el nuevo libro Jason E. Smith y las revueltas del pasado verano. Yo también recordaría el importante texto “Fire on Main Street: Small Cities in the George Floyd Uprising” de Shemon, Arturo, and Atticus, pues nos aporta un análisis muy lúcido sobre este fenómeno. En lo que a mi me concierna, ciertamente he visto desde hace algún tiempo lo que pudiéramos llamar la “banlieueificación” de las ciudades norteamericanas. Luego de muchas décadas de proceses violentos de gentrificación, he sido testigo de repetidos desplazamientos de algunos de mis amigos y familiares. Lo que es realmente importante aquí es que la proletarización de la periferia ha dejado una huella en un ciclo de revueltas a lo largo de la década. Yo noté que algo cambió radicalmente durante la revuelta de Kimani Gray cuando la línea del metro de Manhattan a Flatbush en Brooklyn colapsó generando un cierto nivel de autonomía. Desde luego, también tenemos el levantamiento de Fergesun del 2015.

Es importante recalcar el papel de las ciudades pequeñas en las revueltas del verano pasado. Por otro lado, hay que decir que las ciudades norteamericanas han sufrido casi unánimemente una concentración de capital muy aguda, específicamente en las finanzas, en los seguros, y en los bienes raíces. Como consecuencia de este proceso, estas ciudades se han transformado en un completo páramo cultural. Esto tiene una dimensión antropológica importante, puesto que el vagabundo de la ciudad que internalizó los hábitos, conductas, y gustos de la vieja sociedad burguesa ahora ha devenido en una encarnación de completo vaciamiento. Esto evoca en la imaginación del status quo, ciertas fantasías de los proletarios rodeando, asediando y saqueando el centro de la ciudad. Y algo de esto vimos el verano pasado; aunque, con suerte, el levantamiento de George Floyd fue tan sólo un trailer de un próximo largometraje.

GM: Finalmente, permíteme terminar con una pregunta sobre la secuencia que se abre tras BLM y la insurrección por el asesinato de George Floyd: ¿es posible pensar en otras lógicas discontinuas de esta energía? Rodrigo Karmy, a quien ya hemos mencionado, ha hablado de una ritmicidad de la revuelta, que es una forma atendible para pensar el porvenir (mas no el futuro) de la duración del acontecimiento; esto es, pensarlo por fuera de una unificación del movimiento (lógica hegemónica), o una segunda fase de tipo “institucional” que traduce la entonación de los ritmos en un proceso de administración y redistribución social. En mi opinión, se trata de la pregunta de cómo liberar los fragmentos del conflicto a partir de lo que llamo una apertura posthegemónica. En cualquier caso, ¿cómo estás pensando este problema de cara a una fase venidera?

IR: Después del ascenso de Trump a la presidencia en el 2016 yo he dejado de hacer pronósticos. Todas las garantías que Estados Unidos había tenido anteriormente ahora se volvían objeto de burla, como lo dijeron Dave Chappelle y Chris Rock en ese notorio episodio de Saturday Night Live. Sin embargo, esta volatilidad impredecible es índice de cuán profundas son las grietas de la crisis en curso. Todo lo que puedo decir es que con tantos tumultos bajos el cielo, la situación es, desde luego, excelente…


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