Recibí el último Boletín Romero de Madrid. El espacio que dedican a la situación de Nicaragua es copia del discurso que repiten en todos los foros los voceros de esta dictadura. Discurso mismo que contra toda evidencia, necesitan creer los llamados, “izquierda internacional'’, quienes se resisten a aceptar que la Revolución Popular Sandinista que triunfó en 1979, terminó por completo en 1990, traicionada por muchos de los dirigentes que la llevaron al poder.
Sé que cada quien es libre de expresar lo que piensa y también lo que sueña, aunque esos sueños no tengan bases reales. La Guerra Fría terminó hace ya más de veinte años. El mundo que nos toca vivir hoy ya no se divide entre izquierda y derecha como un dogma, Norte y Sur. Las ideologías han hecho mucho daño a mucha gente en muchos lugares. No nos ayudan a entender el mundo en el que vivimos. Lo que está en juego en el mundo de hoy es el respeto a los derechos humanos, la justicia, la ética, la libertad, la democracia, que es también el derecho a pensar diferente, a escoger libremente. Lo que está en juego es, como dijeron los zapatistas, “un mundo en el que quepan todos los mundos”.
Para mí ser de izquierda es tener la mente abierta a la realidad, que es siempre cambiante. No necesita de una “vanguardia”, ni de unos dirigentes que expliquen la realidad y cuál camino seguir. Los seres humanos somos seres pensantes, cambiamos, y avanzamos atentos a los signos de los tiempos. Eso significa no anclarnos en un pasado ya inexistente que tuvo muchísimo valor en un tiempo en el que creímos que podíamos “tocar el cielo”.
En Nicaragua, con el derrocamiento del Somocismo, lo creímos. Creímos en la posibilidad de hacer realidad una sociedad nueva con libertad y justicia. Mucha gente buena del mundo entero creímos en esa utopía. Costó sangre y mucha juventud. Hubo una guerra de agresión, que también fue una guerra civil, una guerra entre hermanos. De agresión porque fue impulsada y financiada por la gran potencia de los Estados Unidos, pero también causada por múltiples políticas equivocadas de la misma dirigencia de la revolución, cuyo resultado obligó a rebelarse a un grupo muy grande del campesinado para unirse y levantarse en contra del mismo proyecto, que inicialmente apoyó porque fue pensado para sus justas reivindicaciones. Desgraciadamente, como seres humanos, somos susceptibles a la corrupción, al halago, a sentirnos importantes e indispensables. Así como nuestro cuerpo se corrompe al morir, así de fácil se corrompen los ideales. Nuestra fragilidad nos obliga a estar siempre alertas ante el camino y las decisiones que tomamos. Nos exige ser responsables con el poder que tenemos, por pequeño que éste sea.
En Nicaragua ya no existe ninguna revolución, pero Ortega y algunos dirigentes no aceptaron la voluntad popular que se manifestó por medio de las urnas en las elecciones de 1990 y decidieron acuñar el lema de “gobernar desde abajo”, promoviendo revueltas populares. Nunca perdieron el poder. Lo conservaron aun después de 1990, porque Ortega y los suyos controlaban buena parte de los cuerpos armados, el Ejército y la Policía. Lo sucedido entre 1990 y 2007, cuando Ortega recobró el gobierno, se suele ignorar internacionalmente. Y en esos años pasaron muchas cosas que conocemos y hemos vivido. En 1998 Ortega pactó con el presidente Alemán la repartición de los más altos cargos en el gobierno entre el PLC y el FSLN. Pactó también un cambio constitucional fundamental: se podría llegar a la Presidencia con el 35% de los votos.
Ortega regresó al gobierno por ese cambio en la Constitución. Desde su regreso al gobierno fue controlando todas las instituciones, con prebendas, y contando siempre con los cuerpos armados. En las elecciones municipales de 2008 hizo el primer gran fraude electoral, robándose las principales alcaldías del país. Las pruebas sobran. Desde entonces no ha habido elecciones limpias en el país. Pudo hacer algunos avances sociales por la ayuda petrolera venezolana. Pero también privatizó esa ayuda y enriqueció desmesuradamente a su familia, a los oficiales del Ejército y a los empresarios “sandinistas”. Pactó con el gran capital nicaragüense. El modelo económico que promovió fue siempre totalmente neoliberal, avalado por el FMI. El sistema productivo no cambió. La exportación de madera y de oro con la minería están destruyendo nuestros riquísimos recursos naturales. Y lo más grave e increíble, violó nuestra soberanía nacional hipotecando el país por la suma de cincuenta mil millones de dólares a un empresario chino llamado Wang Jing de la compañía HKND que manejaría el canal interoceánico durante cien años, con el pretexto de que su construcción y manejo proveería de trabajo y grandes ingresos para el país. Este proyecto, gracias a Dios quedó en pura fantasía, porque destruiría el Gran Lago de Nicaragua, la reserva más grande de agua potable en Centro América y da todas las posibilidades al gobierno o a inversionistas extranjeros de expropiar u obligar a vender la tierra de sus alrededores para fines turísticos. Desde el comienzo, los campesinos, dueños de esas tierras ancestrales se organizaron para protestar y fundaron el Movimiento Campesino. Sus principales líderes fueron llevados a las cárceles donde fueron juzgados en juicios amañados culpándolos de crímenes que no cometieron. Fueron liberados después de un año de cárcel. Muchos otros tuvieron que irse al exilio y actualmente dos de ellos están de nuevo secuestrados. Ellos están incluidos entre los últimos veintiséis presos políticos.
En abril del 2018 hubo una rebelión ciudadana, liderada inicialmente por jóvenes inconformes, y seguida después por la mayoría de la población, cansada de los fraudes, del control social, de la falta de transparencia, del sectarismo, de la corrupción. Nunca se esperaron ese alzamiento popular. La respuesta fue una represión brutal en la que el gobierno empleó armas de guerra.
La represión provocó más de trescientos muertos, cerca de cien mil exiliados, miles de heridos, muchos lisiados de por vida y cientos de encarcelados. Muchos murieron por falta de atención médica. Los médicos que se atrevieron a desobedecer, fueron despedidos de los hospitales públicos. Ortega y Murillo se impusieron por la fuerza de las armas, con el discurso de que hacían esto defendiendo la “revolución”.
Pero en abril de 2018 se les cayeron las máscaras. Desde entonces vivimos en una dictadura sin escrúpulos y sin límites, que sigue empleando discursos del pasado como si fueran verdades en el presente. El pueblo que se rebeló en abril de 2018 lo ha pagado muy caro. Resiste. Y hoy tiene temor de hablar, y no puede manifestarse públicamente sin arriesgarse a ir a la cárcel.
El 7 de noviembre de este año toca ir a elecciones generales, de presidente y de diputados. Ortega tiene pánico a competir limpiamente y está preparando unas elecciones a su medida. Le dio terror la candidatura de la periodista Cristiana Chamorro, hija de doña Violeta Barrios, quien lo derrotó a él en las urnas en febrero de 1990. Para impedir su candidatura acusó de “lavado de dinero” a la Fundación que dirigía Cristiana para fomentar un periodismo profesional. No le bastó y el 2 de junio allanó su casa, dejándola en arresto domiciliario. A partir de entonces, y a lo largo del mes de junio, desató una “cacería” de otros precandidatos presidenciales y de dirigentes opositores, hasta encarcelar a veintiséis de ellos, secuestrándolos y manteniéndolos sin ningún contacto familiar o legal. En la cárcel, y después de juicios amañados, había ya más de otros 130 presos políticos.
Las casas de los secuestrados en junio fueron allanadas, robándoles todo lo que se les ocurrió o les interesó sustraer. Esta oleada represiva ha llevado a decenas de periodistas y a centenares de personas de todas las clases sociales a huir del país. Ha generalizado el temor, la desesperanza y el sentimiento de que Nicaragua con Ortega y Murillo es un país sin futuro.
Entre las personas secuestradas están una de mis hijas, la menor, Ana Margarita Vijil y una de mis nietas, Tamara Dávila. Son dos mujeres comprometidas con su país, valientes y fieles a sus ideales de justicia social y libertad. A esa lucha han dedicado ambas, gran parte de sus vidas. Son mujeres jóvenes conscientes de la responsabilidad de poner la excelente educación que recibieron al servicio de Nicaragua y de sus gentes. Conscientes que Dios nos dio la palabra para denunciar, la inteligencia para pensar y decidir, la libertad para escoger y el corazón para amar la justicia y buscar el bien de la sociedad en que vivimos. Ellas escogieron luchar de forma cívica y pacífica, denunciando lo que no era justo. Dieron la cara, no se escondieron, aun sabiendo que podía sucederles lo que les ha sucedido.
Desde que fueron secuestradas en sus casas de habitación con lujo de violencia el doce y trece de junio respectivamente, no nos han permitido verlas ni sus familiares, ni sus abogadas. No estamos seguras de cómo están de salud. No están vacunadas contra el Covid porque todavía en Nicaragua no hay vacunación para esas edades. No sabemos qué comen. No nos permiten llevarles más que agua en cada tiempo y alguna que otra vez un frasco de suero hidratante o una botellita de Ensure, productos de higiene personal y alguna mascarilla. Están aisladas. El lugar en donde dicen tenerlas es un centro de “investigación” que todos y todas tememos. A quienes somos familia de estos últimos secuestrados nos tratan con desprecio cuando llegamos. Nos hablan con voz de mando militar. No todos los familiares de los secuestrados se atreven a protestar. Tienen miedo de que tomen represalias contra su familiar. Algunos tienen que hacer un gran esfuerzo para llegar hasta ese lugar conocido como El Chipote. No hay transporte público que llegue hasta ahí y muchos no pueden faltar a sus trabajos.
La injusticia que vivimos me ha llenado de una fuerza interna que borra el temor a las represalias que puedan tomar contra mí. Y protesto. No puedo ni debo callar ante las injusticias. Soy dueña de mí misma y soy libre. No me someteré ante ningún tirano. Me someto solamente a los dictados de Dios que me habla en mi conciencia. Pero no oculto que muchas veces me quiebro y me cuesta mucho dormir y comer. Con frecuencia siento en mi persona lo que expresó herido de muerte en sus últimas palabras Alvarito Conrado, el niño mártir de la insurrección de abril: “Me duele respirar”.
La revolución de Nicaragua, ese proyecto que despertó el interés de tanta gente en todo el mundo, un proyecto por el que mi familia y yo lo dimos todo, ya no existe. Se evaporó por la ambición del poder, por la codicia del dinero y ahora está manchado con sangre de inocentes.
Hoy, cada día, cada hora, en mi mente hablan, me inspiran y me dan fuerzas las palabras de un poema de Mario Benedetti que dice:
No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se esconda y se calle el viento,
aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños.