Quien tiene gata sabe que sus días de celo son épicos, y sus coitos, como sus pleitos, remiten a la tragedia griega y a las óperas cuando la soprano agoniza. En sus años de Londres, Guillermo Cabrera Infante hizo famoso a Offenbach, nieto del gato del beatle George Harrison, aunque sus observaciones en O no me parecen a la altura de su conocido ingenio. Doris Lessing los considera seriamente en sus novelas y les dedicó un libro autobiográfico, Particulary Cats, extrañamente traducido en Lumen como Gatos ilustres. El checo Buhomil Hrabal explora a fondo la ternura, la culpa y diversas redenciones en su multitudinario Mi gato Autìcko. Y así podríamos seguirnos: el ominoso gato negro de Poe, la gata inglesa de Balzac, el gato dialéctico de Cortázar, los más de 50 de Hemingway en La Habana, los omnipresentes de Carlos Monsiváis. E. T. A. Hoffman exploró las opiniones de uno, mientras Hipólito Taine, en un libro que ilustró Doré, dijo que, tras estudiar mucho a los filósofos y los gatos, encontró que la sabiduría de los segundos es infinitamente superior
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Irresistibles para los poetas, alabados por Baudelaire, Neruda, Szymborzka, Borges, Verlaine, Pavese, Gonzalo Rojas, Yeats, Dickinson, Plath, Keats, William Carlos Williams y un etcétera escalofriante en muchas lenguas. Ocasionalmente asociados a la locura, es leyenda urbana que la artista Nahui Ollin en su larga decadencia paseaba por las calles de la Ciudad de México seguida de un enjambre de gatos.
Los hay meteorólogos, entomólogos, ornitólogos, esotéricos, cazafantasmas y con botas. Hay, en fin, gatos para todo. Aunque puede gustarles la mariguana, prefieren su propio enervante, Nepeta cataria, llamado menta o albahaca de gato, comercialmente conocida como catnip: con ella se pachequean y en ocasiones alucinan ratones inexistentes.
Debo admitir que en mis otras vidas con gatos nunca tuve uno negro, como ahora. Y como diría mi compadre, son otro pedo. Se entiende que mucha gente les tenga miedo, se asocien con la mala suerte, el demonio y las historias de espantos. Erizan el lomo en curva y sus pelos parados parece que van a salir disparados, como hacen los puercoespines. Uno no distingue si el miedo es suyo o nuestro.
Son, a la vez, ellos mismos y su sombra. Debajo de un mueble o entre la vegetación desaparecen del todo, salvo los ojos. Los de Ziggy son amarillos, de cristal pulido. Maúlla y conversa, cuando quiere responde preguntas. Cuando quiere, pide. Si le parece adecuado, opina en su idioma. La mayor parte del tiempo duerme, como es común en su especie.
Los gatos corren aventuras que uno ni enterado. Ziggy tiene sus ratos exhibicionistas y alardea sus poderes en el borde de la ventana en este tercer piso o el pretil de la azotea, un piso más arriba. Realiza imposibles maniobras en reversa. Escala con habilidad selvática libreros, roperos, mesas y anaqueles. Adora el fregadero cuando tiene sed o uno lava los platos. Pega saltos espantosamente arriesgados y el otro día se cayó a la calle por segunda vez, y, a diferencia de la primera, que fue sólo un susto, ahora acabó en el hospital veterinario.
Supervisa la compra del mercado, siempre mordisquea las tortillas y los tlacoyos. De las hojas, prefiere arúgula, espinaca y quelites. Come, cuando hay, el trigo de gatos que venden en las tiendas naturistas. La verdadera base de su dieta son desechos animales procesados que yo no comería ni loco (a no ser en condiciones de Mad Max). Vigila cuando uno se baña, no vayas a ahogarte. Supervisa que jales bien el excusado. Inspector autodesignado, está pendiente de lo que ocurre al otro lado de la puerta; su olfato y sus antenas no perdonan ningún cuerpo extraño.
A diferencia del perro y la vaca, pone la mierda en su lugar, como uno, y no la anda dejando por ahí regada. Reverencia la lluvia de este lado de la ventana. No la comprende. Asoma a los rayos del sol pero prefiere la sombra de los aleros.
Un atávico tremor asesino le abre el hocico para cantar en scat a la vista de un pájaro en el balcón. Persigue lo que se mueva. Ziggy tiene una pelotita que es un globo terráqueo con océanos y continentes. Otras de su colección son tipo soccer o amarillas caritas smile y de Bob Esponja. Colecciona corchos de vino en rincones que sólo su instinto conoce, pero su posesión más preciada es una bola de calcetines atada a una larga agujeta negra, que la acompaña cuando duerme.