La derecha y la extrema derecha llevan décadas utilizando la defensa de los derechos de las mujeres y de las personas LGTBIQ+ en otras tierras como arma para blanquear invasiones, criminalizar la migración y justificar la islamofobia mientras machacan los derechos de las mujeres en sus propios países. De la misma forma, utilizan el fantasma del terrorismo para agitar la desconfianza y la sospecha sobre las personas refugiadas.
La toma de Kabul por parte de los talibanes el 15 de agosto ha sido aprovechada por diversos sectores para reforzar sus posiciones.
Raramente la realidad se adapta a los titulares. Mucho menos a las consignas y lemas de la propaganda política. La toma de Kabul por parte de los talibanes el 15 de agosto ha sido aprovechada por diversos sectores para reforzar sus posiciones. La derecha y la extrema derecha llevan décadas utilizando la defensa de los derechos de las mujeres y de las personas LGTBIQ+ en otras tierras como arma para blanquear invasiones, criminalizar la migración y justificar la islamofobia mientras machacan los derechos de las mujeres en sus propios países. De la misma forma, utilizan el fantasma del terrorismo para agitar la desconfianza y la sospecha sobre las personas refugiadas. Y los gobiernos europeos no desaprovechan la oportunidad para justificar la que se ha convertido en la principal herramienta para el control de las migraciones: la externalización de las fronteras, en este caso, en los países que rodean Afganistán. De esta forma, los campos de concentración de migrantes y los costes políticos de las violaciones sistemáticas de los derechos humanos las realizan otros países mientras se mantienen intactos los valores de la Unión Europea.
La población afgana no necesita que la derecha occidental la defienda, como bien ha demostrado saliendo a las calles y jugándose literalmente la vida por sus propios derechos. No necesitan ayuda de unas potencias que avalaron la corrupción endémica del Gobierno afgano, un “timo piramidal” que hizo desaparecer casi 100.000 millones de euros, unos fondos que nunca vio la población más necesitada y que fortaleció a las empresas estadounidenses, a los señores de la guerra y, en última instancia, a los talibanes, quienes se han quedado con todo el arsenal militar financiado por Estados Unidos.
Se pueden defender los derechos de las mujeres y las niñas afganas sin demandar que las potencias occidentales ahoguen a la población con sanciones, vuelvan a invadir Afganistán o la bombardeen con misiles tan inteligentes como las bombas de un B52 estadounidense
Se pueden defender los derechos de las mujeres y las niñas afganas sin demandar que las potencias occidentales ahoguen a la población con sanciones, vuelvan a invadir Afganistán o la bombardeen con misiles tan inteligentes como las bombas de un B52 estadounidense que destruyeron el pasado 8 de agosto un instituto y una clínica en la ciudad de Helmand y mataron a veinte civiles. Al fin y al cabo, conviene recordarlo tantas veces como sea necesario, fue Estados Unidos quien regó de dinero a Al-Qaeda, a Osama Bin Laden y a los talibanes, armas contra la Unión Soviética que se volvieron contra Washington cuando la URSS se desintegró. Al igual que entonces, Afganistán sigue siendo una pieza geoestratégica clave, situada entre Rusia, China, India y los países productores de petróleo, tanto del Golfo Pérsico como del Mar Negro. A Occidente no le preocupa tanto las vulneraciones de derechos humanos como que esa pieza clave del tablero mundial ya no responde a sus mandatos. Conviene no olvidar que Arabia Saudí, el principal aliado de Estados Unidos en la zona, se rige también por la Sharia, realiza asesinatos selectivos de opositores y restringe los derechos de las mujeres. Y no solo es un aliado de EE UU, también lo es de España, uno de sus principales suministradores de armas para su guerra contra Yemen.
El blanqueo de la dictadura de Arabia Saudí no justifica, por supuesto, la dictadura ultrarreligiosa que se fragua en estos momentos en Afganistán persiguiendo a los opositores puerta por puerta y reduciendo a las mujeres a un papel de meras esclavas. Pero sí sirve para estar alerta a los intentos de instrumentalizar las demandas de las mujeres afganas por parte de sectores que buscan más argumentos para levantar muros de odio y fake news que favorezcan sus posiciones electorales. Desde Afganistán y el exilio afgano, las personas que luchan por los derechos de las mujeres y la educación de las niñas están convencidas de que los tiempos han cambiado y no permitirán que nadie les robe su futuro.
Publicado originalmente en El Salto