En este artículo la autora analiza las movilizaciones indigenistas que luchan contra el genocida ‘marco temporal’ del gobierno Bolsonaro.
Más de seis mil indígenas sentados frente al telón de fondo de Brasilia esperaban la resolución definitiva de la cuestión del marco temporal, la absurda propuesta de definir el año de 1988 como año «uno» de la ocupación indígena. Eso significa que, una vez aprobada esa norma, solo podrían ser bordeadas las tierras que los pueblos originarios estuvieran ocupando ese año específico. En fin, no es necesario ser muy inteligente para saber que Brasil entero es territorio indígena. Ellos ya estaban aquí cuando llegó Cabral y aquí siguen, resistiendo tras más de 500 años de masacres y tentativas de exterminio. Muchas etnias, a lo largo de los siglos, necesitaron moverse en el territorio, justamente para escapar de la muerte, por eso no tiene ningún sentido definir una fecha del siglo XX para establecer derechos.
La verdad, el sentido que parece no existir, existe, y es poderoso: simplemente el deseo de ampliar la frontera del agronegócio y de la minería en un país de vocación exportadora de materias primas. Las tierras indígenas, que suponen el 12% del territorio, interesan por su riqueza, biodiversidad y fertilidad. Por eso, la marabunta productora de “commodities” quiere apropiarse de ellas. Para esa gente los pueblos originarios son un estorbo y es necesario incorporarlos al “mercado de trabajo”, trasladándose a las ciudades, donde tendrían que disputar su espacio vital. Para esa gente poco importan las investigaciones que demuestran que las tierras indígenas son las mejor conservadas del país, así como tampoco les importa saber de su cultura o modo de vida, que no encuentran equivalencia en el modo capitalista de producción. El trabajo y la vida en una comunidad originaria no existen para conseguir beneficios o para la explotación. Forma parte de la cosmovivencia de cada etnia. Es otra forma de vivir y actuar en el mundo.
“Ah, pero tiene indios que venden madera. Tiene indios que plantan en grandes cantidades…” Sí, tiene. Pero es una cuota ínfima que, muchas veces sin salida, acaba incorporándose al modo de producción capitalista. Finalmente, las tentaciones son muchas, así como el hambre y la perversa tutela. Aun así, eso no se aplica a la mayoría. El gobierno Bolsonaro, por ejemplo, es pródigo en dar visibilidad a una determinada comunidad que lucra con la agricultura. Un caso absolutamente aislado. La regla general son comunidades que se organizan conforme a su costumbre ancestral y, aunque integradas en el mundo, consiguen seguir sus tradiciones de cultivo, arte, armonía y modo de organizar la vida. Y es esa mayoría la que resiste en su tierra original o lucha para ver demarcado su territorio. La tesis del marco temporal, si fuese aprobada, podría revertir demarcaciones ya definidas e imposibilitar otras tantas que están en marcha, impidiendo que las etnias puedan luchar por vivir en su espacio tradicional.
La demostración de organización de los pueblos originarios durante los días de lucha en Brasilia ha sido extraordinaria. Un campamento de más de seis mil personas en el inmenso vacío urbano que son las explanadas de la capital, es una imagen que perdurará en nuestra memoria por décadas. Más de 170 etnias, con sus colores, sus cantos, sus bailes, sus ceremonias tradicionales, incansables, imparables. Están en esa batalla desde el primer día de gobierno Bolsonaro, ya que fueron los primeros en ser atacados con la destrucción de la FUNAI y con una serie de ataques contra su forma de vida. Por eso, desde enero de 2019 protagonizaron incontables luchas, entre las que sobresalen las marchas, los campamentos y otros actos públicos.
Ahora, a la espera del resultado del juicio sobre la acción protagonizada por la comunidad Xokleng, de la Tierra Indígena Ibirama- LaKlãnõ (SC), interpuesto por el gobierno de Santa Catarina, las comunidades se organizaron y se desplazaron a la capital para protestar mientras esperan la decisión del Supremo Tribunal Federal. Están ahí desde hace días, desesperando por un juicio que se desarrolla a los pocos. Un día, se emite un voto; otro, meses después. Todo muy bien articulado para cansar y desanimar. Y todo eso en medio de un aluvión de noticias que aluden a un posible golpe de las policías militares contra el STF, cuyos magistrados son acusados por los apoyadores del gobierno de «dictadores, terroristas y petistas». Son días de mucha presión, con los medios de comunicación de masas ignorando el campamento indígena y dando mayor importancia a los anuncios de la cuartelada que, según predica el presidente Bolsonaro, traerá la “libertad” de vuelta.
En lo que concierne al marco temporal, el presidente Bolsonaro se ha pronunciado vehementemente diciendo que si el STF se pronuncia en contra, estaría llevando al país a un “caos inmenso”.
El tablero de la política está en movimiento, muchas veces sin que sepamos realmente lo que está causando el movimiento de las piezas o los acuerdos que se hacen tras bastidores. El STF trasladó para la próxima semana la continuidad del juicio, causando aún más descontento, tanto entre las comunidades, que querían ver el caso resuelto, como para el gobierno, que quiere librarse de la multitud indígena acampada en Brasilia antes del día siete de septiembre, para cuando está propuesto el ataque al STF. Así que una decisión sobre el marco temporal, a las puertas del día de la “independencia”, puede echar más leña al fuego, tanto para un lado como para otro.
En lo que concierne a los pueblos originarios, la lucha continúa, el campamento continúa, la batalla por la vida continúa. Como ellos mismos dicen, los gobiernos pasan, pero ello han sobrevivido a lo largo de los siglos. No será un nuevo aplazamiento lo que les desanime.
Ellos vuelven a cantar, bailar y afilar las flechas.