¿Cómo construir una fuerza que no sea una organización? Ahí también, después de un siglo de debate sobre el tema «espontaneidad u organización», la pregunta tuvo que estar muy mal planteada para que nunca hayamos encontrado una respuesta válida. Este falso problema reside en una ceguera, en una incapacidad para percibir las formas de organización que encubren de manera subyacente todo aquello que llamamos «espontáneo». Toda vida, a fortiori toda vida común, segrega por sí misma maneras de ser, de hablar, de producir, de amarse, de luchar, y por tanto costumbres, hábitos, un lenguaje; formas. Ocurre que hemos aprendido a no ver formas en lo que vive. Una forma, para nosotros, es una estatua, una estructura o un esqueleto, en ningún caso un ser que se mueve, que come, que danza, canta y se amotina.
Las verdaderas formas son inmanentes a la vida y no se captan sino en movimiento. Un camarada egipcio nos explicaba: «Nunca El Cairo había estado tan vivo como durante la primera plaza Tahrir. Al no funcionar nada, cada uno cuidaba de lo que tenía alrededor. La gente se encargaba de la basura, barrían ellos mismos las calles y a veces hasta las repintaban, dibujaban frescos en los muros, se preocupaban los unos de los otros. Hasta la circulación se había convertido milagrosamente en algo fluido desde que no había agentes de circulación. De lo que nos hemos dado cuenta de golpe es que habíamos sido expropiados de los gestos más simples, aquellos que hacen que la ciudad sea nuestra y que nosotros le pertenezcamos. La gente llegaba a la plaza Tahrir y espontáneamente se preguntaba en qué podía ayudar, iba a la cocina, transportaba en camilla a los heridos, preparaba pancartas, escudos, tirachinas, discutía, inventaba canciones. Nos dimos cuenta de que de hecho la organización estatal era la desorganización máxima, porque se basaba en la negación de la facultad humana de organizarse. En la plaza Tahrir nadie daba órdenes. Evidentemente, si a alguien se le hubiera metido en la cabeza organizar todo eso inmediatamente se habría convertido en un caos».
Esto nos hace recordar la famosa carta de Courbet durante la Comuna: «París es un verdadero paraíso: nada de policía, nada de tonterías, nada de exigencias de ningún tipo, nada de disputas. París marcha por sí solo, como sobre ruedas, haría falta poder quedarse así para siempre. En una palabra, es un verdadero deleite». Desde las colectivizaciones de Aragón en 1936 hasta las ocupaciones de plazas de los últimos años, los testimonios del mismo deleite son una constante en la Historia: la guerra de todos contra todos no es lo que llega cuando ya no está ahí el estado, es lo que organiza sabiamente el estado mientras existe.
Sin embargo, reconocer las formas que engendra espontáneamente la vida no significa en ningún caso que podamos contentarnos con la simple espontaneidad para mantener y hacer crecer esas formas, para operar las metamorfosis necesarias. Al contrario, se requieren una atención y una disciplina constantes. No la atención reactiva, cibernética, instantánea, común a los activistas y a la vanguardia del management, que no mira más que por la red, la fluidez, el feed-back y la horizontalidad, que gestiona todo sin comprender nada, desde fuera. Tampoco la disciplina exterior, encubiertamente militar, de las viejas organizaciones surgidas del movimiento obrero, que se han convertido casi por todas partes en apéndices del estado. La atención y la disciplina de las que hablamos se aplican a la potencia, a su estado y a su incremento. Están atentas a los signos de aquello que la disminuye, vislumbran aquello que la hace crecer. No con- funden nunca lo que apunta a un dejarse-ser y lo que apunta a un dejarse-ir, esa verdadera plaga de las comunas. Velan por que no se mezcle todo bajo el pretexto de compartirlo todo. No son algo exclusivo de algunos solamente, sino algo que concierne a todos. Son, a la vez, la condición y el objeto del verdadero compartir, y la prueba de su agudeza. Son nuestro baluarte contra la tiranía de lo informal. Son la textura misma de nuestro partido. En cuarenta años de contrarrevolución neoliberal es este vínculo entre disciplina y alegría lo que ha sido olvidado en primer lugar. Lo volvemos a descubrir en el presente: la verdadera disciplina no tiene por objeto los signos exteriores de la organización, sino el desarrollo interior de la potencia.