Sobre la guerra de información y la concentración monopólica de los grandes medios es necesario detenernos a debatir
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«La información es a la vez nuestro producto básico y el factor más desestabilizador de nuestro tiempo», escribe el teniente coronel retirado Ralph Peters, en un artículo titulado Constant Conflict, publicado en 1997 en la revisa militar Parameters (https://bit.ly/3h6nUID), portavoz de la política del Pentágono.
Nunca pensé que la información fuera capaz de modelar sociedades, sectores y clases, quizá por una deformación iluminista que me llevó a confiar en la autonomía de criterio de los seres humanos. Nada más alejado de la realidad, como nos enseña el panorama de sumisión de una parte de la humanidad al poder de los poderosos.
Peters razona como la minoría privilegiada que se siente ganadora. Para las masas del mundo, devastadas por información que no pueden manejar o interpretar con eficacia, la vida es desagradable, brutal y en cortocircuito. Sostiene que el ritmo del cambio es capaz de abrumar, o sea de paralizar la capacidad de pensar.
Menciona que una de las bifurcaciones definitorias del futuro será el conflicto entre los maestros de la información y las víctimas de la información. Escribe poco después de que Estados Unidos liberará la Internet, que rápidamente se convirtió en medio hegemónico para las comunicaciones con un volumen de información imposible de digerir.
La imagen triunfa sobre el texto en la sique de masas, afirma Peters, explicando la potencia de la cultura popular estadunidense. “Si la religión es el opio de los pueblos, el video es su crack”, sentencia parafraseando a Carlos Marx.
El militar comprende las razones profundas del éxito de la cultura yanqui, sin concesiones a la ética, ni al buen gusto. Las películas más despreciadas por la élite intelectual, las que presentan violencia extrema y sexo para los vencedores, son nuestra arma cultural más popular, comprada o pirateada en casi todas partes.
Ese poder estriba en que narrativas visuales, como las que practica Chuck Norris, no requieren del diálogo para su comprensión, ya que se asientan en impulsos básicos, como motor de una cultura a la que define como vulgar y a la vez maravillosa.
La guerra de la información es parte central de la guerra perpetua de la superpotencia para sobrevivir en medio del desorden. Es evidente que aquí no hay ética sino poder y violencia, sin más, para la sobrevivencia del más fuerte sin la menor concesión a cualquier tipo de humanismo. Sólo los necios pelearán limpio, sentencia el militar.
Creo que es necesario comprender para actuar acertadamente. Sin juzgar, sobre todo porque cierta intelectualidad abusa de conceptos como fascismo o democracia, que obturan la comprensión al abusar de adjetivos. El mundo está siendo modelado por la violencia bruta, que no irracional, de los de arriba, y ante ello sólo nos valen la organización y la acción colectiva.
Sobre la guerra de información y la concentración monopólica de los grandes medios es necesario detenernos a debatir. Se han tomado varios caminos. La izquierda y el progresismo en el gobierno han intentado regular los monopolios de la información, con escaso éxito. La Unión Europea viene perdiendo su intento de regular mínimamente a megaempresas como Google y Amazon. Es casi imposible, dado el enorme poder que ostentan.
La segunda opción es fortalecer la comunicación comunitaria, alternativa o popular. Existe una enorme variedad de medios de este tipo, en todos los países del mundo. En algunos, como en Argentina, han conseguido una audiencia importante, que puede alcanzar 15 por ciento de la población, lo que no es nada menor.
Sin embargo, aún estamos lejos de emitir mensajes potentes como hace la industria audiovisual estadunidense, capaces de atrapar corazones y mentes de las poblaciones. Uno de los casos más exitosos es la serie colombiana Matarife (https://bit.ly/38NpeM3), que denuncia la alianza entre el ex presidente Álvaro Uribe y los narcoparamilitares que lo llevaron al gobierno.
Daniel Mendoza Leal, autor de la serie, la define como subversión creativa, desde su exilio en España por amenazas de la ultraderecha (https://bit.ly/3hdk0xG). Su objetivo es llegar a los jóvenes de los sectores populares, que no tienen acceso a plataformas como Netflix y Amazon, por eso la serie se difunde en las redes sociales.
La tercera es que no podremos crear imaginarios potentes si no formamos parte de realidades en resistencia. Matarife se retroalimenta con la lucha social: mostró la brutalidad de las mafias estatales, siendo un factor importante en la protesta en curso porque alumbró zonas de la política casi inaccesibles.
Finalmente, decir que la mente piensa con ideas, no con información, como destaca Fritjof Capra con base en los trabajos de Theodore Roszak. En la información no hay ideas: Las ideas son patrones integradores que no derivan de la información, sino de la experiencia (*).
Tenemos mucho trabajo por delante.
Nota:
(*) Fritjof Capra, La trama de la vida, Anagrama, 1998, p. 88.