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Perú: Las atrocidades de Sendero Luminoso en el país y entre los Ashaninka y Nomatsiguenga de la selva central

Mariella Villasante Cervello :: 13.09.21

La autora confunde comunismo con política de acceso o de conducción del estado. Entendemos que no todo comunista está por el estado, y el comunismo con el estado no son compatibles. Los partidos políticos con ese nombre son partidarios del capitalismo de estado y sostienen que el nombre de ese sistema estatal sería “socialismo”, que sería la primera fase o la transición al comunismo, lo que nunca ha ocurrido quedándose los partidos comunistas solamente en la consolidación y dedensa del estado, por lo que entonces no son comunistas.

 

Las atrocidades de Sendero Luminoso en el país y entre los Ashaninka y Nomatsiguenga de la selva central

 

Por Mariella Villasante Cervello*

Servindi

El 11 de septiembre de 2021 falleció Abimael Guzmán, el sanguinario dirigente del grupo subversivo Partido Comunista del Perú, Sendero Luminoso, luego de estar recluido durante 39 años por los crímenes contra la humanidad que perpetró su organización criminal. Guzmán nunca se arrepintió de haber organizado el alzamiento sedicioso más nefasto del Perú republicano contra el Estado y contra la sociedad. Nunca pidió perdón a los familiares de las miles de víctimas de su pretendida “revolución comunista-maoísta”. Murió a los 86 años convencido de haber intentado transformar el país en una “república popular comunista” y nunca le importó que miles de peruanos fallecieran en forma cruel. En la ideología comunista la muerte de los “enemigos de la revolución” no importa, es un tema minimizado pues el objetivo mayor es alcanzar el poder para instaurar el “paraíso terrenal” donde “todos son iguales y viven bajo el poder autoritario del partido”. En efecto, el comunismo se inspira del milenarismo cristiano, solo que en vez de soñar con un “paraíso celestial” se imagina que se puede crear un “paraíso terrenal”. El aspecto religioso, con mesías y mártires, y el extremismo fundamentalista del comunismo estuvieron siempre presentes en los discursos alucinados de Guzmán, en su narcisismo descabellado al autoproclamarse “cuarta espada” del comunismo, y en su extravío psicópata al empujar a miles de jóvenes rurales y citadinos a la lucha armada contra el Estado y la sociedad.

Se han escrito muchos textos sobre Guzmán y Sendero Luminoso, pero se han dejado de lado algunos elementos significativos. En primer lugar, Guzmán estuvo en China en la época de la “revolución cultural” (1966-1968), que lo inspiró directamente en la organización de su movimiento subversivo. Esa “revolución” fue organizada por Mao Zedong para recuperar el poder en el partido y oponerse a la capitalización de China; los Guardias Rojos, jóvenes radicalizados, perpetraron violencias extremas contra los “enemigos de la revolución”, incluyendo parientes y amigos. Durante ese periodo funesto murieron entre medio millón y un millón de chinos. A Guzmán le parecía normal creer que algo similar debía ocurrir en el Perú para alcanzar el poder y crear la “nueva sociedad”; por ello hablaba de “provocar ríos de sangre” y “un millón de muertos”. Nunca se enteró que Mao fue expulsado del poder en 1969 y que luego de su muerte, en 1976, Deng Xiaoping asumió las riendas del régimen chino liberalizando la economía y abriendo China al “capitalismo de Estado”. China es un país capitalista, pero conserva la dictadura y la represión de toda oposición bajo la dirección del omnipotente “Partido Comunista Chino”. En segundo lugar, a pesar del tiempo transcurrido, todavía no se ha realizado una crítica formal del comunismo internacional y de sus crímenes en el Perú, por ello la utopía anacrónica y absurda de la “sociedad comunista” por la vía de la violencia extrema es todavía de actualidad en el país en muchos sectores de “izquierda”, incluidos ciertos miembros del gobierno actual nostálgicos del senderismo. En tercer lugar, no se ha reconocido que se sufrió una guerra civil, con todo lo que ello implica en términos de brutalidad y de desaparición de referentes ordinarios de la vida social en un contexto de paz.

Importancia histórica del Informe Final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación y su versión resumida: el Hatun Willakuy o Gran Relato de la guerra interna

En nuestro país, las atrocidades de Sendero Luminoso fueron espantosas y la muerte de Guzmán debe servir para que la sociedad y el Estado tomen por fin conciencia de la importancia de difundir la historia de nuestra guerra interna 21 años después de retorno al estado de paz. Una historia bien documentada en el Informe Final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (2003), y en su versión resumida, el Hatun Willakuy o Gran Relato (2004), pero que es escasamente conocida inclusive por los universitarios.

 

En efecto, este documento del Estado peruano nunca fue divulgado a nivel nacional porque a los gobiernos que se han sucedido desde que el dictador Alberto Fujimori huyera del país (en noviembre de 2000), y a la mayoría de lamentables congresistas nunca les ha importado dar a conocer los hechos de la guerra interna. Nunca quisieron que se sepan los horrores perpetrados por las Fuerzas Armadas y por Sendero Luminoso porque, repitiendo el absurdo discurso fujimorista, “era mejor olvidar el pasado y no reabrir heridas de la época del terrorismo”. Claro, había que ocultar los crímenes de las fuerzas del orden, era mejor hablar solo de “terrorismo” y no de conflicto armado interno, o de guerra interna; términos consagrados en el derecho humanitario internacional para designar las violencias políticas (porque lo que está en juego es el poder estatal) al interior de un país; y que en ciencias sociales se llama simplemente guerra civil. Hablar de “terrorismo” reduce la guerra a un alzamiento de “terroristas”, cuando en realidad las fuerzas del orden también perpetraron acciones de terror contra las poblaciones civiles. Las huestes senderistas perpetraron 215 masacres y los militares cometieron 122 masacres (Informe Final, Tomo VI). Por ello es urgente reconocer que sufrimos una guerra interna. El paso del estado de paz al estado de guerra explica las masacres, las mutilaciones, las ejecuciones, las violaciones y las torturas entre peruanos que se habían convertido en “enemigos”.

Hablar [solo] de “terrorismo” reduce la guerra a un alzamiento de “terroristas”, cuando en realidad las fuerzas del orden también perpetraron acciones de terror contra las poblaciones civiles.

La muerte del criminal Guzmán, culpable de crímenes de lesa humanidad, debe permitirnos conocer y aceptar nuestro pasado reciente, cuyas secuelas están bien presentes en nuestro presente de desorden institucional, político, económico y social. Tendremos el deber moral y ciudadano acceder a los datos reunidos por la CVR durante más de dos años de investigación organizada por nuestros mejores especialistas. Podremos comprender por fin que sufrimos una guerra interna entre peruanos donde se enfrentaron los subversivos de Sendero Luminoso que pretendían transformar nuestra sociedad en un “paraíso comunista-maoísta” contra las fuerzas del orden que, para enfrentarlos, atacaron a poblados andinos y amazónicos en forma indiscriminada, inmoral e ilegal. Los militares se apoyaron también en las milicias civiles, las rondas campesinas y nativas, y a menudo perpetraron ataques en forma conjunta. Las rondas fueron indispensables para lograr vencer militarmente a los senderistas, pero en un contexto de guerra cometieron también acciones de violencia inútil (como decía Primo Levi), destinadas a producir solamente dolor, contra los “enemigos” subversivos y contra enemigos personales o colectivos.

Sabemos que la guerra interna golpeó de manera brutal Ayacucho, donde surgió el movimiento senderista bajo la dirección de Guzmán y de sus secuaces, la CVR estima que 40% de los muertos y desaparecidos (estimados a por lo menos 70,000 peruanos) se encuentran en este departamento. Los otros departamentos que sufrieron duramente de la violencia fueron Huancavelica, Apurímac, Junín, Huánuco y San Martín. Además, 75% de las víctimas tenía una lengua materna originaria, sobre todo quechua y en segundo lugar ashaninka. La guerra tuvo dos fases de enfrentamientos significativos, la primera tuvo lugar entre 1983 y 1984 y la segunda fase entre 1989 y 1992.

La primera fase corresponde a la entrada de las Fuerzas Armadas en Ayacucho, en diciembre de 1982, y la segunda fase corresponde a una reactivación de los ataques senderistas que se acompañó de un cambio en la estrategia militar; a partir de 1989 los militares debían “proteger” a las poblaciones y “ganarlas a la causa del Estado” para vencer a los subversivos senderistas (Villasante, en preparación). Cuando la guerra empezó a bajar de intensidad en Ayacucho y en la sierra sur, entre 1985 y 1988 según las zonas, aumentó considerablemente en la selva central, donde se habían ido a refugiar las hordas senderistas.

La guerra interna en la selva central: 1982-2000

He retomado mis investigaciones sobre los Ashaninka y los Nomatsiguenga de la provincia de Satipo en 2008, y he presentado los resultados en mi libro: La violencia política en la selva central del Peru. Los campos totalitarios senderistas y las secuelas de la guerra interna entre los Ashaninka y Nomatsiguenga. Estudio de antropología de la violencia, publicado en noviembre de 2019. Enseguida expongo algunos elementos significativos de este trabajo.

En la fase final de la guerra, entre 1995 y 2000, los pobladores de la selva central retornaron a sus comunidades. Todos ellos han debido ser reconocidos como víctimas de la guerra, y ser atendidos en sus necesidades básicas con una ayuda nacional masiva. Pero el Estado peruano continuó a abandonar y a desamparar esas regiones lejanas del Perú profundo. Por ello, en colaboración con los narcotraficantes, los subversivos que quedaron en el Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM), pudieron continuar sus acciones contra el Estado y la sociedad desde 2000, hasta la actualidad.

Teniendo en cuenta las fuentes disponibles, sobre todo el Informe Final de la cvr y también mis datos a nivel nacional sobre las masacres en el país (Villasante 2018, Anexo 1), he podido determinar que en la selva central se han registrado un total de 48 casos de violencia de varios tipos, incluyendo las masacres. No obstante, hay que precisar que solamente 21 casos están bien documentados, y 27 casos tienen poca información. Los hechos de violencia extrema conciernen los siguientes crímenes:

Entre estos hechos de violencia extrema en la selva central, he incluido el cautiverio y la esclavitud que han sufrido cerca de 6,000 nativos Ashaninka, Yine y Matsigenka en las haciendas de los ríos Urubamba y Ucayali, entre 1986-1994. Por razones desconocidas, la existencia de esta situación de cautiverio ilegal e inmoral, donde los nativos estaban sometidos a trabajos forzados y a un control constante de sus vidas personales y familiares por hacendados explotadores, no ha sido evocada en el Informe Final de la CVR. Sin embargo, en adelante debemos incluir estos hechos en el análisis de la violencia política y social del país. Los asesinatos selectivos y los reclutamientos forzados empezaron en 1987, se extendieron hasta 1999, han concernido a los colonos andinos y a los nativos ashaninka y nomatsiguenga, sin distinción de sexo o de edad.

 

Como observamos en el Cuadro n° 2, el PCP-SL fue responsable de 21 hechos de extrema violencia (44%), es decir de asesinatos y de masacres. Los militares y los ronderos fueron responsables de 25% de los casos de violencia. Hay que recordar que en la selva central los militares y los policías actuaron con el apoyo de los ronderos de manera sistemática pues no conocían el terreno para realizar sus operaciones antisubversivas de manera autónoma. De otro lado, el periodo más fuerte de violencia corresponde a los años 1989-1991 (28 casos), que descendieron durante los dos últimos años de violencias extremas (20 casos). Tomando en cuenta el corpus de 48 hechos de violencia extrema, se puede considerar que hubo 876 muertos y desaparecidos en la selva central. La gran mayoría de las víctimas (85%) residía en la provincia de Satipo, y el periodo más cruento fue el de los años 1989-1991, durante el cual fallecieron 527 personas, más de la mitad del total. Sin embargo, la cifra global de 876 muertos no incluye los miles de personas fallecidas en los campos senderistas, estimadas a más de 6,000, ni las decenas de muertos durante el periodo de violencia en la región de Oxapampa, donde los ronderos Ashaninka agredieron a los colonos andinos de Puerto Bermúdez y de Ciudad Constitución. Por ello, podemos estimar que, en la selva central, hubo más de 7,000 Ashaninka y Nomatsiguenga muertos durante la guerra interna.

Reflexiones finales

 

Referencias citadas

- Goldhagen Daniel, 2009, Worst than War. Genocide, Eliminationism, and the Ongoing Assault on Humanity, New York: PublicAffairs.

- Hatun Willakuy [Gran Relato], Versión abreviada del Informe Final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, 2004 y 2008, Lima: Navarrete.

- Informe Final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, 2003, 9 Tomos y 6 Anexos. (www.cverdad.org.pe)

- Villasante Mariella, en preparación [2022], La violencia política en el Perú. Sendero Luminoso contra el Estado y la sociedad, 1980-2000, traducción al castellano del libro publicado en Francia en 2016, Violence politique au Pérou, París: L’Harmattan.

- Villasante Mariella, 2019, La violencia política en la selva central del Peru. Los campos totalitarios senderistas y las secuelas de la guerra interna entre los Ashaninka y Nomatsiguenga. Estudio de antropología de la violencia, Prefacio de Salomón Lerner, COMISEDH, Unión europea y Pan para el Mundo, Lima: Tarea Gráfica.

- Villasante Mariella, 2018, Chronique de la guerre interne au Pérou, 1980-2000, Paris: L’Harmattan.

 


*Mariella Villasante Cervello es doctora en Antropología e investigadora asociada al Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la Pontificia Universidad Católica del Perú (IDEHPUCP).

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