Cuando un país borra en un período lo hecho en el anterior, para volver luego a producir nuevos e intempestivos virajes, entra en una situación de “columpio”, de vaivén que lo lleva de políticas desarrollistas a neoliberales, por ejemplo, que no terminan de fraguar una orientación definida. El desarrollismo entró en crisis en la década de 1980, en todo el continente, para dos décadas después retornar de la mano de gobiernos progresistas a una senda similar al desarrollismo, pero ahora sin industria nacional sino a caballo del extractivismo minero y los monocultivos.
El geopolítico brasileño José Luis Fiori analiza, en un reciente artículo, los virajes casi permanentes que se instalaron en su país desde la década de 1980, aguzados desde la destitución de Dilma Rousseff en 2015 (https://bit.ly/2YSrwrt). Asegura que Brasil ingresó en una “década perdida” de estancamiento económico pero, sobre todo, de políticas que no tienen norte y naufragan en las contradicciones.
Cuando un país borra en un período lo hecho en el anterior, para volver luego a producir nuevos e intempestivos virajes, entra en una situación de “columpio”, de vaivén que lo lleva de políticas desarrollistas a neoliberales, por ejemplo, que no terminan de fraguar una orientación definida. El desarrollismo entró en crisis en la década de 1980, en todo el continente, para dos décadas después retornar de la mano de gobiernos progresistas a una senda similar al desarrollismo, pero ahora sin industria nacional sino a caballo del extractivismo minero y los monocultivos.
Después de esta camada de gobiernos, entre 2000 y 2015, se retornó a una suerte de liberalización radical, de la mano de gobiernos como los de Mauricio Macri y Jair Bolsonaro. Sin embargo, la principal característica del período posprogresista es la inestabilidad, la ingobernabilidad y los tumbos o vaivenes que caracterizan el columpiarse como menciona Fiori.
Según Fiori, Argentina es el caso más longevo y paradigmático de este columpio regional: “Después de 1940, Argentina entró en un proceso entrópico de división social y crisis política crónica, ya que no logró unirse en torno a una nueva estrategia de desarrollo, adecuada al contexto geopolítico y económico creado por el fin de la Segunda Guerra Mundial”.
El triunfo de la derecha neoliberal en las elecciones primarias del domingo 12 anticipa una holgada victoria en las legislativas de noviembre, que se plasmará en una suculenta derrota del gobierno. En suma, todo indica que si lo hecho durante una década kirchnerista/progresista (2003-2015) fue deshecho en cuatro años de gobierno de la derecha macrista (2015-2019), ahora volverá a suceder lo mismo pero con intervalos mucho menores.
Brasil entró en ese proceso recién hacia el fin de la dictadura militar, en la década de 1980. En el mencionado artículo, Fiori define este columpiarse como “hacer y deshacer lo mismo docenas de veces, prácticamente sin moverse, o peor aún, moviéndose cada vez más fuera de lugar”. Esta es una de las claves del deterioro de nuestra región, aunque todavía resta ingresar en las causas profundas.
Esa mezcla de estancamiento y retrocesos conduce inevitablemente a la descomposición social y al caos político. Sin embargo, las razones deben encontrarse en un doble empoderamiento: de las clases populares y de la burguesía y las clases medias en las que se sostiene. Ambos sectores han ganado en fortaleza, una vez que el proyecto integrador del desarrollismo por sustitución de importaciones fue quebrado, precisamente, por ese doble tironeo en sentidos contrarios.
La insurrección del 17 de octubre de 1945 en Argentina y la enorme movilización contra la dictadura (por elecciones “Directas Ya”, en 1984) enterraron cualquier proyecto integrador, además, evidentemente, de los virajes imperiales cada vez más agudos y desconcertantes.
Si esta descripción fuera correcta, debemos concluir que estamos en un proceso de declive estratégico inexorable de la región sudamericana y, probablemente, de toda América Latina. O por lo menos de sus principales países.
Además de Argentina y Brasil, Ecuador y Chile ingresaron ya en ese proceso de desorientación. Ecuador por el fallido gobierno de Rafael Correa, incapaz de elegir un sucesor y ahora con un viraje neoliberal radical; Chile porque el levantamiento de octubre de 2019 desbarató el proyecto de la derecha pospinochetista, sin que haya proyectos alternativos viables.
Es posible que Colombia siga pasos similares, en tanto México (creo que el caso más complejo de todos) comenzó a columpiarse luego del ciclo del PRI entre la derecha radical y un progresismo extractivista que no consigue estabilizarse ni presenta nada realmente diferente.
Si tuviera que reducir las razones de esta descomposición social y política en una sola causa (siempre problemático, claro), diría que el modelo extractivo es la causa principal, aunque no excluyente. La cuarta guerra mundial contra los pueblos no puede enfrentarse con los modos tradicionales, ni los electorales ni los que conocen los movimientos sociales.