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Bolivia: Síntomas y figuraciones de la decadencia política

Raúl Prada Alcoreza :: 24.09.21

Mientras el pueblo acepte la continuidad de las formas de gobierno mafiosas, de “izquierda” o de derecha”, no hay salida del círculo vicioso de poder. Solo cuando el pueblo liberé su potencia social podrá salir del círculo vicioso del poder, dando lugar a transiciones consensuadas y autogobiernos.

Síntomas y figuraciones
de la decadencia política

Raúl Prada Alcoreza

 

 

Monstruos de la soberbia, mordiéndose la cola.

No conocen el mundo ni sus alrededores.

Se miran al espejo y ven sus sueños delirantes.

Murciélagos que huyen despavoridamente,

cuando invaden su cueva los intrusos solares.

 

Caudillos déspotas alucinados, caracoles ocultos en sus conchas lunares.

Convulsionados en sus pasiones viles.

Se imaginan patriarcas únicos, envueltos en disfraces sacerdotales.

 

No pueden ver el mundo espontáneo y vital,

autónomo y desenvuelto, proliferante y cromático,

donde no cuentan ellos ni como sombra triste

de palacios crepusculares derrumbados.

 

Aguijoneados por pretensiones enfermizas,

se contorsionan heridos cuando no se hallan

en el centro del espectáculo estridente

del apabullante bullicio de los medios estériles.

Hacen escándalo para llamar la atención.

Buitres carroñeros montados en cadáveres.

 

Se apoyan en traficantes de tierras,

sin escrúpulos, ni horizontes,

destructores de bosques, pirómanos del exterminio, jinetes del Apocalipsis.

Aliados a clandestinos señores de la violencia

feminicida.

Amigos de otros patriarcas megalómanos.

 

Caídos en desgracia, después de la implosión,

derrumbada la edificación fálica de su dominio provisional,

buscan recuperar el perdido paraíso artificial.

Desesperados arañan el aire rompiéndose las uñas.

 

Fantoches desplumados, deambulan su desnudez avejentada

por las calles desiertas de las ciudades de la pandemia aletargada.

Solo los medios, enredados en el laberinto de la trivialidad adormecida,

les otorgan vacua cobertura sin sentido.

 

Sebastiano Mónada: Caudillo desalado

 

 

*

  

Pretensiones de lo grotesco político

 

Lo grotesco es como un barroco no logrado, quedado inconcluso, deforme; un abigarramiento, pero descuajaringado, sin lograr armarse mínimamente, ni tampoco configurarse, aunque sea en forma de bosquejo. Se puede decir, usando la crítica de la razón estética de Emmanuel Kant, que lo grotesco es todo lo contrario de lo bello; no es exactamente lo feo, sino que es más parecido a lo inconcluso y rudimentario, todavía inútil. Se parece a lo desgarbado, a lo sinsentido, al absurdo. Se ha venido usando este término, que es como un boceto de configuración de lo absurdo, como presencia impresentable que interrumpe la armonía y la coherencia de los fenómenos dados. Es más, lo grotesco no es ni siquiera lo inconcluso, puesto que es algo imposible de concluir, de lograrse, es, mas bien, algo que es preferible desecharse, debido a su inacabamiento, por su extremo absurdo y lamentable sinsentido. Quizás también por su inutilidad, pero está ahí, es una molestia persistente, como el ruido o lo estridente, es  un estorbo constante, hasta el agobio y el cansancio, es un atentado a la vista, pues nubla y enceguece. Afecta notoriamente en el contexto de la convivencia y en los espacios de la coexistencia, hasta hacerlos irremediablemente insoportables e irresistibles.

 

Lo grotesco  aparece repentinamente en el ambiente, lo satura, lo contamina y lo depreda, puede aparecer como colgado en la atmósfera, contaminando el aire o, en su caso; aparece como fijada al suelo, depredándolo; también aparece ensuciando el agua. Es basura, que se acumula y afecta con su pestilencia el ambiente; por eso, quizás lo grotesco parezca incomprensible, sin embargo, es posible su explicación; lo grotesco es como catarsis que emerge desde adentro,  expulsando lo desechable, exteriorizando lo inservible. Visto de otro modo, desde una perspectiva subjetiva, emerge desde dentro mostrando el dolor acumulado,  las frustraciones amontonadas. Emergen visibles los síntomas de la enfermedad, de una manera perturbadora. Físicamente como la pus que sale a superficie del cuerpo, quiebra la piel; psíquicamente como delirio, psicosis, síndrome. Entonces hay que buscar la aparición de lo grotesco en el substrato de las profundas contradicciones, no resueltas, desgarradoras, que en su desenvolvimiento atormentan, en su despliegue contagian, contaminan, depredan y hasta destruyen, interrumpiendo el funcionamiento del cuerpo y del sujeto, descomponiendo el entorno, el ambiente de los territorios y los paisajes.

 

 

En relación a este concepto del lo grotesco, se ha asociado al fenómeno de lo político adulterado; se habla de lo grotesco político, que tiene las mismas características descritas, respecto al concepto de lo grotesco,  pero, en este caso, dadas en el campo político. En este sentido, lo grotesco político se presenta también como desorden  extremo, hasta insólito, como un montón de pertrechos apagados; lo grotesco político aparece como lo abigarrado, pero de una manera nudosa, imposible de desanudar. Un inacabamiento e inconclusión mezquinos, amontonamiento inútil de cosas y de poses; un absurdo indescifrable, la inutilidad acumulada, amontonada caprichosamente, que estorba y estresa.

 

De la misma manera que en el caso de lo grotesco en general, lo grotesco político contamina el ambiente social; así mismo, como característica propia, irrumpe violentamente en el campo depredándolo, corroyendo las instituciones políticas, ahogando todos los sentidos posibles; apareciendo como imposición desmesurada del sinsentido, de las pretensiones más descabelladas y sin perspectivas, de la ausencia de horizontes,  ofreciendo a cambio  las trivialidades más banales, aunque parezca una redundancia. Lo grotesco político está ahí, molestando, perturbando, desordenando, pero, a la vez, pretendiendo que esta contingencia depravada corresponde a la normalidad y las costumbres. Que su presencia impresentable es precisamente lo mejor que puede haber ocurrido. Este es delirio extremo del sinsentido de lo absurdo, de lo inacabado y lo inacabable, es la ausencia misma de todo posible discurso,  de toda comprensión, que se hace imposible.   Es la pretensión de lo vacuo de la inutilidad extrema, que quiere perdurar, a pesar de todo.

 

 

Por ejemplo, lo grotesco político pretende ser la realización misma de la política y del proyecto de cambio, inherente al pueblo, cuando es, mas bien, la frustración más profunda del pueblo, el fracaso más desastroso, la interrupción de lo que comenzó como proceso de resistencias, transformado en proceso de movilizaciones, buscando el desemboque trastrocador revolucionario. Lo que acontece es, lo contrario, la contrarrevolución nace en el seno mismo de la  incipiente revolución, nace con los primeros estratos oportunistas que se pliegan a lo que parece, a sus ojos, una oportunidad. En principio, no desplazan a la vanguardia, a los activistas que comenzaron con la crítica, con la interpelación y la convocatoria a la movilización. Es después, cuando ocurre esto, poco a poco, mediante una astuta estrategia de mimetización; si no ocurre esto durante el proceso de resistencias y el proceso de movilización, acontece, casi con toda seguridad, cuando se da lugar la toma del poder, cuando los revolucionarios no son necesarios, están demás, son sustituidos por funcionarios leales y zalameros. Los que se hacen cargo de la administración publica son precisamente del estrato de oportunistas, mimetizado, aposentado y consolidado.

 

Lo grotesco político es la muerte de la política. El cadáver político habla y dice: yo soy lo absoluto, el supremo, el esperado; lo que es una manera de decir: yo soy el Estado, yo soy el pueblo. Es un discurso paranoico el del déspota, ciego o tuerto, dependiendo. Es un discurso esquizofrénico el del soberano, que se mueve en escenarios distintos; cambia de disfraces como el camaleón. En todo caso, se trata de un discurso que no es exactamente discurso, propiamente dicho, sino, mas bien, se parece a un balbuceo, a una dilatada inercia, pronunciada mecánicamente, en el recorrido de palabras, deshilvanadas; pero, el balbuceo está ahí, repetido como dilatación aburrida de eco ensordecedor o en la letanía aletargada la recurrencia ociosa. Los medios de comunicación son la caja de resonancia, se escucha la voz reconocible de lo grotesco político, se observa la imagen como logo del vocero político, la mueca sarcástica del protagonista de la comedia. El cadáver político es recurrente y multiplicado alucinantemente en las pantallas, en los periódicos y en las radios.

 

Lo grotesco político ocupa el vacío, está ahí colgado en el aire, se le escucha como ruido. Aparece  invadiendo, como estorbo, sin embargo, atrapa como condena, como fatalidad ineludible; parece una enfermedad incurable. Atrapa como atrapa el pantano, donde el que cae se hunde irremediablemente. Atrapa como atrapa el miedo a la muerte; lo grotesco político es la mirada de la muerte, que, sin embargo, te dice ven aquí, soy la sal y la miel de vida. También  dice soy el futuro, soy tu libertad, cuando precisamente  esclaviza, encadena, tortura, para vengarse de quién sabe qué. Entonces, lo grotesco político es todo esto, los múltiples monstruos de la decadencia.  Empero, insólitamente, se ha convertido en persistencia política, que se reproduce electoralmente. En su parto constante es asistido por clientelas, amontonadas compulsivamente, en torno al círculo vicioso del poder, medrando a la sombra del caudillo déspota. Se trata del eterno retorno de lo mismo, de la fatalidad, de la insólita insistencia de la putrefacción de los cuerpos y de la oxidación de las cosas.

 

 

Los personajes del lo grotesco político parecen de carnaval, se disfrazan con lo que encuentran a mano, por eso resulta harto cómica su farsa; por ejemplo, unos se invisten de “revolucionarios”, hasta pretenden serlo, otros, en contraste, pretenden ser honorables liberales. Es el jolgorio de los saltimbanquis, es la fiesta de los comediantes, que, en este caso, llega ser una mueca grotesca de sarcasmo; es más, se resume en la pornografía política. En este carnaval político hay quienes se toman en serio esta festividad de la mediocridad  y del jolgorio de los saltimbanquis, son los medios de comunicación, que hacen de dispositivos de reproducción del poder, en su condición alarmante de decadencia, así también expanden y difunden la mediocridad compartida entre la casta política y estos instrumentos mediáticos del poder.  Esta tramoya compartida ocasiona  la anulación del público, de la opinión pública, del raciocinio, tal como lo había vaticinado Jürgen Habermas, anulando, como consecuencia, la reflexión, en este despliegue mayúsculo de la desinformación. Se adultera o, peor aún, se sustituye la realidad por lo grosero político; la decadencia ha llegado lejos. Esta irradiación de la banalidad y de la desinformación ha modificado los espacios de las prácticas políticas, hasta el punto que se han convertido en prácticas del antipolítica, de la destrucción de la democracia, pulverizándolos completamente. De las cenizas o del polvo acumulado emerge la monstruosidad misma del sinsentido, del absurdo, de la muerte de los horizontes.

 

 

Ante este panorama de lo grotesco político campante, que deriva en la amnesia colectiva, en el olvido irremediable, ya nadie se acuerda que hubo, alguna vez, un tiempo, quizás romántico, donde lo revolucionario equivalía a realizar actos heroicos. La revolución era la irrupción de la potencia social, el entusiasmo colectivo, la creatividad de las multitudes, que convierten la experiencia y la realidad efectiva, en el presente y en los espesores del presente, en materias de elaboración social estética. Se abren horizontes, éstos se convierten en horizontes nómadas; constantemente se desplazan abriéndose a la invención de mundos alternativos y hasta de mundos alterativos. Hubo un tiempo donde la rebelión, la insurrección y la revolución tenían como sustrato al proletariado, quizás antes, a los condenados de la tierra, mucho más antes, a las mujeres, en las ancestrales sociedades patriarcales. Hubo un tiempo donde el substrato de la revolución devenía de la rebelión de los colonizados y de los esclavizados, de las mujeres, dominadas por las fraternidades masculinas, los patriarcados antiguos, de vernácula raigambre. Estructuras patriarcales actualizadas de manera insistente, mediante violencias polimorfas. Todo esto, el substrato magmático y vital,  ha desaparecido o se ha sumergido en las profundidades, ahora, en la temporalidad de la modernidad tardía. Se ha ido más lejos que el propio desmoronamiento que compone Enrique Santos Discépolo  en “Cambalache”, porque ahora la “revolución” o, mas bien, la comedia de la revolución, la comedia grosera de la revolución, se afinca y se sostiene en el substrato pantanoso de las subordinaciones, ocultadas demagógicamente,   al imperio, al orden mundial de las dominaciones, a la economía mundo, dominada por las empresas trasnacionales, los tráficos; se asienta en el substrato  de los tráficos ilícitos, de los tráficos de tierras, en el sustrato pestilente de la producción de narcóticos y de estupefacientes, en el sustrato pavoroso de los traficantes de cuerpos y de órganos, en el sustrato insólito y persistente de los cultivadores de las plantas excedentarias y de su industrialización. En arenas deleznables y tierras pantanosas no se puede construir nada. Sin embargo, es donde construyen las formas de gubernamentalidad neoliberal y neopopulista. Los personajes de lo grotesco político construyen en arenas deleznables y tierras pantanosas; apoyados, en semejante proyecto nihilista barroco, en sus masas elocuentes de clientelas, que les siguen compulsivamente, como eunucos que entregaron sus órganos para mostrar su esterilidad, su renuncia de sí mismos, entregándose a los caprichos del déspota.

 

 

 

 

El eterno retorno de la comedia

 

La farsa ha sustituido a la tragedia, la comedia ha sustituido a la realidad efectiva. La casta política, con toda su composición variopinta, con todas sus comparsas de ferias electorales, mediáticas, dirigenciales y mañosas, hace gala de falta de imaginación al repetir al cansancio lo mismo, la reiterada cantaleta de los arlequines del poder. Su folclórica cultura de la banalidad los expone en la palestra teatral del gobierno clientelar en acción, de los aparatos desvencijados ideológicos, empujados, a duras penas, por intelectuales mercenarios, que se esmeran por decir sandeces y publicar vacuidades. En ceremonias forzadas donde falta el público, está la clientela, o sobran los aplausos deportivos de los que se ponen la camiseta del equipo.

 

La arritmia de la decadencia política, intelectual y moral hace jolgorio estridente en bochornosos bailes de saltimbanquis. Donde lo ridículo se aposenta en el espectáculo sin gusto de las dominaciones patriarcales del entorno palaciego, de la burguesía rentista y el conglomerado burgués del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente. El cadáver político del caudillo déspota y en decadencia, caído en desgracia, es revivido artificialmente por alimentación intravenosa, por asistencia mediática y siguiendo el guion, harto conocido, del último jacobino, que conspira a la sombra de opacas instituciones, controladas por el lado oscuro del poder.

 

Dirigencias corruptas se esmeran en perpetrar avasallamientos y tráficos de tierras, desgañitándose en declaraciones embadurnadas de improperios, en su ataque montado contra el mounstruo de mil cabezas del “imperialismo” ausente. El imperialismo ha muerto en la guerra del Vietnam, lo que ha emergido de sus cenizas es el ave fénix del imperio. La coalición concurrente de potencias capitalistas en competencia, del liberalismo trasnochado en la abstracción de la ley, que no se cumple, y del “socialismo de mercado” adaptado a las necesidades desmesuradas de la nomenclatura de la jerarquía megalómana del partido.

 

Voceros alucinados denuncian complots por todos lados, inventan la realidad en pleno delirio político, evidenciando a toda luz la pomposa mediocridad de sus obras, de sus forzadas texturas  e incipientes urdimbres de una narrativa descuajeringada. Evidenciando la desmesura aplastante del cementerio de los elefantes blancos. Empero, no se inmutan ni se sonrojan ante semejante escenario de la banalidad descollante. No son conscientes de la envolvente decadencia que los arrastra al abismo.

 

 

Arritmias de la decadencia política

 

Suspendidos como hojas secas, empujadas por la brisa otoñal, bamboleando sin ritmo, bajo el dominio del capricho desbordado y las circunstancias dispersas en forma de caos, responden atareados e improvisando. Nadando como aprendices con la cabeza fuera del agua, un tanto asustados, respirando al apuro.

 

La casta política gobernante, corrompida hasta el tuétano y trasladando los mamotretos disponibles de los artefactos anacrónicos del poder, abogando por el espantoso sistema de extorsión de la administración de “justicia”, tiene el tupé de decir que reformará la oxidada máquina de administración de extorsión y de aplicación dilatada de torturas proliferantes, de encierros masivos y duraderos injustificables, que denomina eufemísticamente “retardación de justicia”.

 

Los personajes circunstanciales del gobierno de turno son parte de la maquinaria barroca del poder, del anacronismo perdurable de los aparatos chirriantes de las dominaciones, de la corrosión institucional proverbial, en tiempos de la decadencia. Son parte de la corrupción galopante, sostenida en las ferias ininterrumpidas del jolgorio de los saltimbanquis y en la festividad permanente de los comediantes. Como parte de su repertorio de comedias ofrecen reformas de la administración de justicia y nombrar jueces.

 

Protagonistas apocalípticos de la decadencia asumen con vocación sus papeles de exterminio y destrucción múltiple, institucional, societal, estatal, territorial y planetaria. Rodeados por entornos serviles de clientelas y propagados por el eco insulso de los medios de comunicación, oficiales, oficiosos y empresariales, marchan en caravanas bochornosas al abismo, queriendo arrastrar al pueblo y a la sociedad al precipicio.

 

 

La guerra declarada de los cárteles y la mafias contra el pueblo y la sociedad

 

 

Cuando el lado oscuro del poder atraviesa y controla el lado institucional del poder, el visible, los Cárteles, las mafias, los mercenarios y los estratos cómplices, despliegan una guerra sin cuartel por el control territorial. Es cuando este conglomerado del lado oscuro del poder y del lado oscuro de la economía ha declarado la guerra a la sociedad y al pueblo. Es el momento a la convocatoria a la movilización generalizada. El pueblo y la sociedad están obligados a la defensa territorial, social y por la vida.

 

La muerte de horizontes, en tierra arrasada por los dispositivos de terror y los aparatos ideológicos, es muerte del porvenir. La responsabilidad de las sociedades y los pueblos es evitar la muerte del porvenir. El futuro no puede quedar en manos de perfiles grotescos, sin perspectiva ni horizontes, circunscritos a la cultura de la banalidad más vulgar, que consideran que todo se reduce al dinero. Que el prestigio se compra con dinero, que la felicidad se compra con dinero, que el fin es conseguir mucho dinero a como de lugar. Para conseguir el dinero cualquier negocio es válido; los tráficos ilícitos, la producción y consumo de narcóticos y estupefacientes, de drogas, son considerados negocios como cualquier otro dados en el comercio institucionalizado. Por este camino el crimen y el asesinato, el genocidio, el etnocidio, el feminicidio y el ecocidio, son también considerados parte del negocio. Este es el mundo de las subjetividades más atrozmente desoladas, más desdichadas y  frustradas, más desgarbadamente mediocres. Para compensar estos vacíos atormentados descargan violencias descomunales en sus entornos, en las localidades, territorialidades y regiones que controlan.

 

Cuando controlan gobiernos, de cualquier tinte que sea, no interesa si se reclaman de “izquierda” o si son señalados de “derecha”, peor aún, si controlan Estados, sea han convertido en el Superestado que controla, domina y administra tanto al gobierno, así como al Estado y la sociedad. Esta situación no solamente es catastrófica sino es la realización misma del copamiento de los espacios institucionales por parte de las estructuras mafiosas.

 

 

 

Imágenes de la casta política

 

Atroces personajes del teatro político de la crueldad. Se creen el núcleo del centro mismo del relato apologético de los caudillos déspotas y de los líderes mediáticos. Después de su tiempo, comprado con dinero de la arcas y lapso forzado por ceremonias estridentes, del ritual grotesco de las alabanzas y zalamerías de eunucos mediocres, nadie se acordará de ellos, salvo en las crónicas rojas y en los reportajes de lo insólito o en las notas anecdóticas de lo increíble de las persistencias de la banalización.

 

Pero, en un presente sin gracia, despintado y deshilachado, pueden hacer sonar la banda de música de la feria del folclore político. Salen en las noticias, sus imágenes son padecidas diariamente en los periódicos y pantallas, a pesar que dicen sandeces, que los medios repiten como eco ensordecedor.

 

Consideran seriamente que hay que agradecerles por lo que hacen, por su “sacrificio” por la patria y el pueblo. Cuando son criticados e interpelados sienten que es un agravio imperdonable a la inmaculada concepción.

 

No se conciben fuera del gobierno y del Estado, al margen de los noticiosos, tampoco fuera de reuniones apócrifas de reconocimiento, aunque no se sepa por qué y de qué haya que agradecerles, en vez de exigirles disculpas a la sociedad y al pueblo. Empero se sienten consagrados desde su nacimiento, que es tomado como síntoma de predestinación.

 

Cuando se hace el recuento de sus trayectorias de vida, parecen más jinete del Apocalipsis que lo que pretenden ser, “revolucionarios” o profetas, aunque no hayan hecho ninguna revolución y sean, mas bien, “revolucionarios” de pacotilla; tampoco hayan comprendido algo de su ingrato paso por la política.

 

Haciendo el diagnóstico, hay que considerarlos también como víctimas, aunque hayan dejado múltiples víctimas en el camino y su espantosa huella ecológica. Son víctimas de su compulsivo oscuro objeto del deseo, el poder. Están enfermos del mal de la decadencia. No lo saben, tampoco su entorno palaciego y la masa elocuente de llunk’us, cada vez más mermada y oportunista. En realidad, su entorno palaciego y de dirigentes caducos, puestos a dedo, además de la masa elocuente de llunk’us, viven a la sombra del Caudillo, a su costa. Lo van desarropando, lo van trozando y consumiendo a pedazos dramáticos, hasta que queda solo su sombra triste y solitaria.

 

Convertidos en sombra quieren volver a la vida. Lo que ya es imposible, solo les queda moverse como zombis. Buscan en la política ficción renacer como el ave fénix, pagan reportajes y películas, buscando recuperar la “gloria” desvanecida. Pero, la sombra es sombra, el sol ha disecado sus cuerpos y los ha fijado como oscuro perfil fluido y sin espesor.

 

 

La intelectualidad mercenaria

 

Se presentan como críticos y hasta “revolucionarios”, pero su “crítica” sólo sirve para defender a caudillos déspotas, formas de gubernamentalidad clientelar, Estados policiales y decadencias políticas. Son herederos de la ceguera y complicidad silenciosa de los intelectuales de izquierda, que en el periodo de la pantomima del “gran timonel”, a sabiendas de de lo que ocurría en la mal llamada Unión Soviética, la instauración del régimen totalitario y burocrático, montado en el modo de producción asiático, que, en definitiva es la versión de la escasez del modo de producción capitalista, cerraron los ojos en “defensa de la patria socialista”. Que de socialista solo tenia el nombre. Los errores nunca se corrigieron, se convirtieron en crímenes de lesa humanidad, masacrando a las vanguardias de la revolución y a millones de campesinos.

 

Ahora, la intelectualidad mercenaria sirve para montar una narrativa insostenible sobre los “gobiernos progresistas”, que de progresistas solo tienen el nombre. Son, más bien, agentes encubiertos de las empresas trasnacionales extractivistas y de los Cárteles, que han declarado la guerra a las sociedades y los pueblos, por el control territorial, nacional, regional y mundial de los tráficos ilícitos. Esta intelectualidad decadente, “revolucionarios” de pacotilla, no son los operadores de una ideología anacrónica, lo que ocurrió en el siglo XX, sino de un guion de mal gusto para consumo mediático y pleitesía de patriarcas otoñales. Se invisten de defensores de una revolución que no se dio, que nació muerta, atrapada en la placenta de la decadencia institucional y de la corrupción galopante. Pretenden que se los tome en serio cuando  son arlequines grises en los juegos de poder. Donde la burguesía rentista administra sus reinos nacionales, mantenidos con demagogia y promesas que no se cumplen. Esta burocracia gubernamental hace de dispositivo de poder del conglomerado burgués, depredador y destructor de ecosistemas. Es instrumento nacional de despliegue dominante de la hiperburguesía de la energía fósil, embarcada en la destrucción planetaria, optando por el goce inmediato de las superganancias sin perspectiva.

 

Los intelectuales mercenarios sirven para eso, para la verborrea mediática, para la humareda, que esconde las fechorías y crímenes constitucionales de los gobiernos clientelares y corruptos. Dispositivos políticos también de tráficos de tierra, despojamiento de territorios de las naciones y pueblos indígenas, entregados a la vorágine de la ampliación de la frontera agrícola. Estos intelectuales mercenarios, al igual que sus patrones que los contrataron, los “gobiernos progresistas”, han caído en la degradación ética, moral e intelectual más grotesca.

 

 

 

Decadencia en su propia diseminación

 

Ante el encuentro de la encrucijada no se quedan a meditar, buscando una salida, sino que se despeñan al precipicio. Tampoco saben que la encrucijada es de las rutas simétricas, aparentemente opuestas, que conducen al eterno retorno de lo mismo, el círculo vicioso del poder.

 

Son personajes sin instinto de sobrevivencia, se sienten impunes, seguros, incluso, hasta eternos, aunque esto sea imposible. Por eso la rutina de lo mismo, sus discursos aburridos, sus pretensiones de verdad, ajadas, disecadas, vácuas, que mantienen en vitrina y las sacan a relucir en sus presentaciones políticas, en ferias carnavalescas y en exposición teatrales de libros sin contenido. Son los arlequines de una comedia deslucida, cuya trama reproduce un esquematismo elemental, fiel/infiel, amigo/enemigo, bien/mal. Sacerdotes sin sotana, religión devenida ideología, ceremonia de sacrificio devenida política.

 

Intelectuales mercenarios, al ponerse al servicio del poder, acaban con el talento que parecían tener. Repiten lo mismo, la misma letanía de la legitimación imposible del poder. Son como eunucos que castraron su órgano primordial, cuya función es pensar, interpretar los datos sensibles. Quedan mudos de conceptos, las palabras se vuelven telarañas abandonadas, sin su minuciosa araña que teje. Triste recuerdo de lo que un día tuvo vida. Son solo dispositivos parlanchines de la dominación de turno.

 

Decadencia en su propia diseminación. La enfermedad compulsiva del poder, el goce banal de la inmediata embriaguez de la ilusión del poder, la búsqueda de lo imposible, satisfacer el oscuro objeto del deseo, el poder. Seducidos por los cantos de sirenas del poder navegan exaltados a su propia muerte.

 

 

 

El terrorismo de Estado en acción

 

Las mafias gobernantes, los traficantes de los recursos naturales y de tierras, la burguesía rentista y el conglomerado burgués del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente, asociado y subalterno de la híper-burguesía de la energía fósil, que domina el mundo, que tienen en su composición la combinación perversa del lado visible de la economía y el lado oscuro de la economía, ha actuado, moviendo los dispositivos del terrorismo de Estado, raptando al dirigente de ADEPCOCA, cuya vida peligra.

 

De la misma manera que AMLO protege y encubre a los dispositivos del terrorismo de Estado, los cuáles raptaron a dos dirigentes del Ejército Zapatista de Liberación, en México; así mismo, el gobierno mafioso de Daniel Ortega ha convertido en práctica cotidiana la violencia sistemática de la represión terrorista institucionalizada; de la misma manera que el gobierno de Nicolás Maduro forma parte del conglomerado de los Cárteles y dispositivos del terror, ejerciendo su dominación perversa contra el pueblo venezolano; el gobierno clientelar y corrupto de Luis Arce Catacora ha asumido lo que es ya una geopolítica del lado oscuro del poder, que controla el lado institucional del poder, el terrorismo de Estado y de las bandas armadas de la economía política de la cocaína.

 

El pueblo está obligado a defenderse, a la autodefensa, a la movilización generalizada, en defensa de la la Constitución, vulnerada y desmantelada sistemáticamente por las gestiones de gobierno del Caudillo déspota, por el “gobierno de transición” y por el actual gobierno neopopulista reforzado y retornado. El pueblo tiene la responsabilidad de defender la vida, la Madre Tierra, los ecosistemas, los bienes comunes, los recursos naturales, los derechos democráticos y de los seres orgánicos, contra la marcha macabra de la muerte del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente.

 

 

 

Encubrimiento del continuo saqueo de Bolivia

 

No solo cortinas de humo, sino campañas teatrales de la invención del enemigo, despliegues policiales, políticos y mediáticos, para encubrir el continuo saqueo de Bolivia. Se mueven los aparatos institucionales del Estado, los aparatos judiciales y los aparatos políticos ideológicos, fuera de los aparatos represivos, para ponerse a disposición del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente, al servicio de las trasnacionales y de la hiperburguesía de la energía fósil, que domina el mundo.

 

La forma de gubernamentalidad clientelar y corrupta usa todos los recursos a su alcance para servir adecuadamente como agente encubierto de las empresas trasnacionales extractivistas. Se inventa una desgañitada narrativa de “golpe de Estado” para encubrir su servilismo a la burguesía internacional del extractivismo y la destrucción planetaria. Se sitúa en un mapa imaginario, altamente esquemático y simplón, de un espacio político abstracto y dualista, donde se define como “izquierda” luchando contra el monstruo de mil cabezas de la “derecha”. En la práctica, efectivamente, es un instrumento eficaz del saqueo de Bolivia, más adecuado que los instrumentos políticos usados por la “derecha”. Se presentan como “amigos del pueblo” y lo más irónico, rayando en el sarcasmo, como partidarios de los pueblos indígenas y defensores de la Madre Tierra. De esta manera desarman al pueblo, que se entrega como una cenicienta al príncipe azul, que resulta un bandido sin escrúpulos.

 

Las gestiones de gobierno neopopulista, durante catorce años, la década perdida, y la gestión del “gobierno de transición”, que dura menos de un año, aceptada en negociaciones con la cúpula del MAS y sus organizaciones sociales, han convertido en materia y objeto de poder, de la estrategia geopolítica del saqueo de los recursos naturales, a los territorios indígenas, a las áreas protegidas y parques nacionales, en enemigos del “desarrollo”. Un grupo de intelectuales mercenarios sirven como edulcorantes y voceros elaborados, en la marcha desmesurada contaminadora, depredadora y destructora de los ecosistemas, por parte de las prácticas demoledoras de la forma gubernamental clientelar. Los nuevos conquistadores y colonizadores se invisten de “gobierno progresistas”, en convivencia con una oposición, convertida en enemiga política mediática, cuando es el complemento perverso del saqueo de los recursos naturales. Los nuevos colonizadores tienen sus sacerdocios y religión en estos intelectuales mercenarios.

 

En plena crisis múltiple de la civilización moderna, del sistema mundo capitalista, del Estado y del orden mundial, en plena crisis ecológica, que amenaza la sobrevivencia humana y la vida en el planeta, es urgente la emergencia de la movilización generalizada contra los jinetes del Apocalipsis, que se invisten de progresistas o se sacan la careta y se muestran en cuerpo y alma tal como son, neoliberales a ultranza o sencillamente en cínicos mafiosos políticos.

 

 

 

Hay que salir del círculo vicioso del poder

 

¿Qué son aquellos que aceptaron el papel inexistente de una empresa fantasma, QUIBORAX, que invirtió apenas 800 mil dólares, después estos mismos son los que promocionan la indemnización por 42 millones de dólares de la empresa mafiosa? Obviamente, son otros mafiosos. Resulta que a pesar de esta conducta, tipificada por la Constitución como “traición a la patria”, son exonerados por la administración de “justicia” del denominado Estado Plurinacional de Bolivia. Los jueces, magistrados y fiscales involucrados en esta exquilmación y saqueo de los recursos naturales, son otros mafiosos y traidores a la patria.

 

Resulta que el actual gobierno neopopulista retornado acepta toda esta tramoya, todo este saqueo y traición a la patria. Entonces, el actual gobierno es la síntesis y el dispositivo de las mafias y de las reiteradas traiciones a la patria, como la tercera derrota de la guerra del Pacífico en la Corte Internacional de La Haya.

 

La masa elocuente de llunk’us, que siguen con la insostenible narrativa conspirativa del “golpe de Estado”, es cómplice de estas mafias y de la traición a la patria. Cuando fue una implosión política y fueron las movilizaciones sociales, que datan desde el “gasolinazo” y se extienden hasta los movimientos de defensa de la democracia, alcanzando la intensidad de una insurrección, lo que explica el derrumbe de un régimen clientelar y corrupto. Seguido por un “gobierno de transición”, producto de negociaciones y acuerdo entre el MAS y la “oposición”, para evitar el desenlace insurreccional.

 

Mientras el pueblo acepte la continuidad de las formas de gobierno mafiosas, de “izquierda” o de derecha”, no hay salida del círculo vicioso de poder. Solo cuando el pueblo liberé su potencia social podrá salir del círculo vicioso del poder, dando lugar a transiciones consensuadas y autogobiernos.

 

 


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