Black Lives Matter (‘las vidas negras importan’) no es solo un eslogan para los Estados Unidos, sino que desafía a Europa a cuestionar su propia historia y transformar su presente.
Doctor por la Queen Mary University de Londres. Redactor de Viewpoint Magazine.
El Salto
En junio de 2020 hubo manifestaciones multitudinarias del movimiento Black Lives Matter en diferentes capitales europeas. Como era de esperar, los políticos y los expertos se preguntaban por qué las protestas contra la brutalidad y los asesinatos a manos de policías en Estados Unidos atraían tanto a las masas en Berlín y en Viena, en Londres y en Copenhague. ¿Por qué hay tanta gente en Europa interesada por lo que les ocurra a las personas negras al otro lado del Atlántico?
De cierta forma esta pregunta refleja la queja de los medios de comunicación durante los primeros días de las protestas estadounidenses, según la cual dichas revueltas y protestas fueron instigadas por “agitadores externos”. No obstante, las protestas se extendieron tan rápidamente por todo el país que hablar de un componente “externo” en EE. UU. dejó de resultar creíble. En Europa ocurre lo contrario: no se trata de agitadores venidos de otra parte, sino que la agitación responde a lo que ocurre en otro lugar.
Martin Luther King Jr. rechazó tajantemente la idea de que solo la población de un lugar podía luchar por la justicia de forma legítima en sus ciudades en su carta desde la cárcel de Birmingham de 1963:
“soy consciente de las interrelaciones existentes entre todas las comunidades y Estados. No puedo quedarme de brazos cruzados en Atlanta y despreocuparme por lo que sucede en Birmingham porque la injusticia cometida en cualquier lugar constituye una amenaza a la justicia en todas partes. Estamos inmersos en una red ineludible de reciprocidad, abocados a un mismo destino. Cualquier cosa que afecte a una persona de manera directa, afecta indirectamente a todos. Nunca más podremos permitirnos vivir con la idea tan miope y provinciana de los ’agitadores externos’.”
Al igual que la puntualización de King sobre la injusticia y la antigua consigna de la Primera Guerra Mundial de la que se hace eco (“un ataque contra uno es un ataque contra todos”), la afirmación las vidas negras importan no conoce fronteras. Su solidaridad y lucha no pueden limitarse a un área geográfica: ni Mineápolis, ni Ferguson, ni Baltimore, ni los Estados Unidos de América.
Durante los últimos años han tenido lugar numerosas protestas en países europeos, lideradas por personas negras y marrones, como los disturbios de las banlieues en Francia en el 2005, las revueltas de Inglaterra en 2011 y las protestas de Suecia en 2016. Entre 2013 y 2014 surgieron grupos de Black Lives Matter en muchas ciudades europeas y mucho antes de todo esto hubo campañas que exigían justicia para las personas negras y marrones asesinadas por la policía, contra las políticas fronterizas, de extranjería y comercio de la Unión Europea y los países europeos, así como contra la explotación y discriminación de los trabajadores inmigrantes.
El asesinato y el menoscabo de las vidas negras y marrones es el legado e historia viva de siglos de colonialismo, esclavitud e imperialismo, es decir, de la historia común de lo que se conoce como “Occidente” o “el Norte Global”. En la primera mitad del siglo XX, el sociólogo estadounidense de raza negra W. E B. Du Bois, habló de una línea de color global que manifestaba y servía para justificar el expolio de las colonias, e igualmente dividía a los trabajadores de los diferentes países de la misma forma que la línea de color local funcionaba para impedir la solidaridad de clase dentro de las naciones.
Para Martin Luther King Jr. la justicia siempre fue una cuestión de estrategia y no simplemente una cuestión moral, y la única respuesta era la solidaridad entre las personas afectadas directa e indirectamente, unidas en solidaridad. Para Du Bois, la línea de color era “el problema de los problemas”, la piedra que se interponía en el camino de la solidaridad entre los pueblos colonizados y los trabajadores de todo el mundo.
Para Martin Luther King Jr. la justicia siempre fue una cuestión de estrategia y no simplemente una cuestión moral, y la única respuesta era la solidaridad entre las personas afectadas directa e indirectamente, unidas en solidaridad.
En la época de Du Bois, la línea del color se racionalizó de manera que “una teoría de la inferioridad de las personas más oscuras” se expresó como “un desprecio por sus derechos y aspiraciones”, que en conjunto “se había convertido en un tema universal de los mayores centros de la cultura moderna”. En la actualidad, aunque pocos sigan creyendo en la ciencia racial explícita, nuestras instituciones siguen imbuidas de ese desprecio. Las políticas de fronteras y del orden, los medios de comunicación y los sistemas educativos siguen actuando como si las vidas negras y marrones importaran menos, poco o más bien nada.
Las estatuas a los asesinos en masa de personas negras —como la del traficante de esclavos Colston, que se lanzó entre gritos de alegría a las aguas del puerto de Bristol del que zarparon sus barcos, o la del supremo genocida rey Leopoldo II en Amberes, a la que los manifestantes prendieron fuego antes de que las autoridades la retirasen— demuestran que la Europa oficial no ha cuestionado su legado de supremacía blanca. Alemania es una excepción parcial. Fue destruida y avergonzada por su intento de colonizar Europa y sus monumentos nazis se derribaron hace ya mucho tiempo (resulta curioso que la gente recuerde esa historia a pesar de la ausencia de monumentos), pero las escuelas alemanas siguen sin enseñar a los niños los crímenes coloniales en Namibia y África Oriental, sin mencionar su neocolonialismo actual.
Ya es hora de reconsiderar la historia de Europa y el asalto a los monumentos europeos de los asesinos de masas ha dado el pistoletazo de salida a este proceso. Sin embargo, el mayor desafío y el más acuciante del movimiento actual abarca el presente y el futuro.
UNA RED INELUDIBLE DE RECIPROCIDAD
Aún menos reconocido que los crímenes del colonialismo es el proceso competitivo por el cual las grandes empresas y Estados europeos y de ascendencia europea se apoderaron de la tierra y extrajeron sus riquezas. Este proceso constituye la piedra angular de su riqueza actual, así como el origen de los desastres ecológicos y climáticos en los que nos vemos inmersos hoy en día. A través de este proceso de acumulación transformaron la relación de los seres humanos con la tierra en todo el mundo, destruyendo las maneras de vivir indígenas.
Este hecho de considerar la tierra como propiedad privada, como un almacén pasivo de recursos y un depósito de residuos es lo que nos ha llevado rumbo a la destrucción ecológica y climática aceleradas. Y así sigue siendo en la actualidad.
La degradación del medio ambiente, los residuos y la contaminación se trasladan a “zonas de sacrificio” locales y mundiales, donde residen las poblaciones negras e indígenas. Los refugiados climáticos son abandonados a su suerte en el mar o se les obliga a volver a las manos de los señores de la guerra. Europa sigue consumiendo y derrochando de manera incompatible con la contención de la emergencia climática. Todo esto sugiere que muchos creen de manera implícita que la población europea y las personas descendientes de europeos (es decir, las personas blancas) merecen unos entornos más seguros y limpios, una mayor seguridad y unos niveles de consumo más altos, incluso insostenibles, que los demás.
La historia sería muy diferente si las instituciones europeas asumieran el valor de las vidas negras y marrones como algo indiscutible. La primera ficha en caer sería el control de las fronteras europeas, diseñado actualmente para dejar que miles de personas se ahoguen en el Mediterráneo o sufran en campamentos financiados por la UE en el África septentrional o en Turquía. Las políticas de exteriores y de comercio de la UE cambiarían radicalmente, abandonando su apoyo a las industrias extractivas, a los derechos de propiedad intelectual que bloquean el acceso de los países pobres a tecnologías y medicamentos esenciales, así como a la intervención de los países de la UE en guerras y ocupaciones en África y Oriente Próximo.
Los medios de comunicación europeos tratarían a las víctimas del terror de Oriente Próximo con la misma compasión con la que tratan a las víctimas blancas. Y el hecho de que el calentamiento global perjudique principalmente a la población pobre de los países ecuatoriales ya no sería una excusa para retrasar la acción climática, sino una razón para actuar pronta y drásticamente.
En resumen, el menosprecio de las vidas negras, marrones e inmigrantes sigue siendo un problema que bloquea la solución de otros problemas. Nos impide reconocer que, en palabras del Martin Luther King, “estamos inmersos en una red ineludible de reciprocidad, abocados a un mismo destino”. Rechazar enérgicamente esta línea de color es una condición para abordar el calentamiento global, el colapso ecológico, las guerras imperialistas, la pobreza, la desigualdad y la estructura global de competición capitalista que es el principal impulsor de todas ellas.
Black Lives Matter no es un eslogan únicamente estadounidense ni un simple hecho. Es una verdad universal y generativa de la que emanan grandes implicaciones. Nos corresponde a todos nosotros explorar estas implicaciones desde nuestra posición: cómplices o subyugados por la línea de color, afectados directa o indirectamente por su violencia y su corrosión de la solidaridad.