El mundo al que nos asomamos desde la crisis del 2020 es uno de pensamiento cada vez más débil que extravía la atención de los problemas más urgentes de la humanidad
La estupidez siempre insiste.
Albert Camus, La peste
La estupidez no es exclusiva al ser humano. Ya los griegos reconocían que dos de sus daimones estaban dotados de esta característica tan peculiar que invade el mundo como una plaga: la de vivir con ideas equivocadas, obstinadas y autoengañosas así como la incapacidad para pensar y tomar decisiones por cuenta propia y orientar la vida en virtud de ello. Por una parte está Epimeteo, cuyo nombre significa pensar con posterioridad, a quien le fue confiado entregar a cada ser viviente una característica y, al llegar al final, al ser humano, se percató de no haberle reservado ninguna. Tal omisión habla del escaso seso de Epimeteo. Si no hubiera sido por su hermano, el formidable Prometeo, cuyo nombre quiere decir pensar con antelación, y quien dotó al hombre de artes y oficios, además de entregarle el fuego robado a sus hermanos, la humanidad hubiera quedado en un estado vegetativo. Por otra parte, Aristófanes, en su comedia Los caballeros pone al gran Demóstenes a responder a un morcillero que recibió del oráculo la profecía de llegar a ser gobernante. El orador indica al sencillo hombre que debe invocar a Coalemo, el dios de la estupidez:
Eso [de ser gobernante] es tarea facilísima. Haz cabalmente lo que haces. Revuelve todos los asuntos, hazlos morcilla y congráciate siempre con el pueblo endulzándole con frasecillas de cocinero. Las demás condiciones del liderazgo las reúnes: lenguaje indecente, ruin linaje, eres discutidor. Tienes todo lo necesario para la política. Los oráculos coinciden también con el pitico. Así que corónate y haz una libación a la Estupidez (Koalemus). Y ¡a defenderte de ese tipo!
En la mitología escandinava también hay un lugar reservado para un mentecato llamado Hoenir. En el capítulo cuarto de la saga de los Ynglings se narra la guerra entre las estirpes divinas, los Aesir y los Vanir. Este Hoenir, junto con otro dios, Mimir, ambos pertenecientes a los Aesir, fue remitido a los Vanir como parte del intercambio realizado en el pacto para finalizar la guerra.
“La gente de Asaland envió un hombre llamado Hoenir, que pensaron sería adecuado como jefe, ya que era fuerte y de buen aspecto; y con él enviaron un hombre de gran sabiduría llamado Mimir. Por su parte la gente de Vanaland enviaron al hombre más sabio de la comunidad, llamado Kvase. Cuando Hoenir llegó a Vanaheim, inmediatamente fue convertido en jefe y Mimir acudía a él con buenos consejos en todas las ocasiones. Pero cuando Hoenir se encontraba solo en el Thing o en otras reuniones, si Mime no se encontraba cerca de él, y se le planteaba cualquier dificultad, solo respondía de una forma: “Ahora dejen que otros den su consejo”; entonces la gente de Vanaland sospechó que la gente de Asaland les habían engañado en el intercambio de hombres.”
Así que incluso los dioses deben lidiar con esta condición, como dice el poeta Schiller en su drama La doncella de Orleans, al afirmar que la estupidez es aquella mano que traba todas las demás manos que buscan la redención y la elevación. Pero aquí lo que se busca es dar un vistazo no a la sandez divina sino a la humana. El hada Puck, en Sueño de una noche de verano, de Shakespeare, al dirigirse a su rey, no puede dejar de anotar: “¡Ay, señor, qué estúpidos son estos mortales!”.
No es accidental la aparente correlación que parece haber entre lideres y estupidez, pero de allí no se puede inferir que todo líder carezca de inteligencia, aunque se sabe de las consecuencias que trae que un líder sea parte de quienes ostentan la estupidez. El filósofo italiano Carlo M. Cipola (1)desde la devastadora posición que permite la sátira, manifiesta que hay una presencia, indeterminada, que representa con el símbolo E (épsilon) de estupidez en cualquier grupo. La Primera Ley Fundamental de la estupidez, según Cipola, dice:
Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo.
Para sustentar dicha ley fundamental anota Cipol: “Por muy alta que sea la estimación cuantitativa que uno haga de la estupidez humana, siempre quedan estúpidos, de un modo repetido y recurrente, debido a que: 1. Personas que uno ha considerado racionales e inteligentes en el pasado se revelan después, de repente, inequívoca e irremediablemente estúpidas. 2. Día tras día, con una monotonía incesante, vemos cómo entorpecen y obstaculizan nuestra actividad individuos obstinadamente estúpidos, que aparecen de improviso e inesperadamente en los lugares y en los momentos menos oportunos.
Ahora bien, ¿es posible definir la estupidez? Los mejores filósofos y escritores se han abstenido de caer en esa tentación. Flaubert decía, en una carta a su amigo Boulhet: “La bêtise consiste a vouloir conclure” (la estupidez consiste en querer concluir); en el mismo sentido Robert Musil, autor de la monumental novela El hombre sin atributos, dice en su ensayo Sobre la estupidez: “..prefiero confesar inmediatamente la debilidad en que me encuentro con respecto a ella: no sé lo que es. No he descubierto ninguna teoría de la estupidez con cuya ayuda se pretendiera salvar al mundo…” (2).
Es decir, adentrarse en los terrenos de la estupidez es “adentrarse en territorios desconocidos sin la coraza que brindan las defunciones y las teorías” (3). Por eso es más fácil describirla que definirla, así sea este un camino sinuoso y tortuoso. Basta con observarla, como decía el juez norteamericano Potter Stewart –refiriéndose a la pornografía–, para identificar la estupidez de inmediato.
Sin embargo, para aquellos que insisten en acotarla de manera precisa, el mismo Cipol, concede, en la Tercera Ley Fundamental (la ley de oro), que:
Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio.
Cipol pasa a explicar algo que escapa toda lógica y es por qué personas estúpidas pueden llegar a ocupar posiciones de poder o autoridad. Básicamente esto es posible gracias en que en todo grupo de electores hay, según la primera ley, una fracción E de votantes estúpidos.
Ahora bien, interesa aquí ejemplificar de qué manera la sociedad que tenemos al frente, en especial aquella que despunta a partir de la crisis del 2020, se puede considerar, no solo estúpida sino como intentaremos precisar, una sociedad de la razón estúpida. Para ello bastaría enumerar una serie de comportamientos observados en los últimos tiempos, desde los aparentemente más banales hasta los más peligrosos, y que denotan diferentes grados de falta de sesera.
a) Desinfectar las llantas de un automóvil al ingreso de un estacionamiento.
b) Desinfectar las suelas de los zapatos antes de entrar a un recinto.
c) Desinfectar las bolsas del mercado al llegar a casa.
d) Montarse a un avión con traje antifluido, mascarilla y careta.
e) Obligar a un familiar que viene de la calle a dejar toda su ropa a la entrada.
f) Dejar por fuera de la casa a la pareja que llega de la calle tras una larga jornada por no tener certeza de qué lugares ha frecuentado.
g) Autoaislarse, como un ermitaño, en la propia vivienda o en un lugar remoto, durante meses o años enteros.
h) Obligar a los demás a respirar su propio (y tóxico) dióxido de carbono con el uso de los mascarillas.
i) Tratar de frenar la expansión de un virus, en una sociedad globalizada, mediante el cierre de fronteras.
j) Creer que a una sociedad se le puede confinar al asilamiento prolongado sin prever que esto resulta en un estallido social.
k) Intentar regresar a la antigua normalidad repitiendo todos los vicios del pasado, en los temas médicos, educativos, sociales, políticos.
l) Confiar a los epidemiólogos las políticas públicas de cómo gestionar una pandemia.
m) Creer que las vacunas, en fase experimental, brindan la protección necesaria.
n) Mostrar a los ciudadanos insistentemente en la televisión, por parte de un presidente, cómo lavarse las manos.
o) Atribuir a teorías conspirativas las causas y gestión de la pandemia.
p) Intentar imponer el distanciamiento como norma social.
q) Imponer el cierre forzoso de establecimientos de reunión social, incluidos bares, restaurantes, cines, teatros, estadios, templos.
r) Pretender que es posible exigir un pasaporte de salud para entrar a un lugar público.
s) Intentar convertir en obligatoria una vacuna.
t) Asumir que la responsabilidad por la salud de los ciudadanos es exclusiva de un gobernante y en esa línea atribuirse la imposición de normas restrictivas.
u) Prohibir a los familiares de pacientes hospitalizados acompañarlos en los momentos más críticos y de tener ningún contacto con ellos, incluso en sus momentos finales y hasta, en caso de fallecimiento, de acompañarlos en los procesos rituales de duelo.
v) Dejar a los ancianos solos y aislados.
w) Acatar ciegamente todas las medidas impuestas por más absurdas que sean.
x) Desestimular todas las muestras de afecto entre personas, abrazos, besos y caricias.
y) Creer que las obligaciones están por encima de los derechos y que suspender estos últimos es justificable.
z) Permitir que el miedo sea quien gobierne las decisiones personales, familiares, sociales, nacionales, globales.
aa) Empoderar a los llamados influencers para que impongan patrones de conducta.
bb) Abdicar el derecho a la intimidad, el secreto, la vida privada y la discreción.
cc) Persistir en la alimentación artificial, ultraprocesada, vacía de nutrientes.
dd) Renunciar a pensar apoyándose en dispositivos y aplicaciones que toman las decisiones con base en algoritmos.
ee) Persistir en desconocer que los verdaderos problemas de la humanidad hoy son la desigualdad, la misera, la explotación, el cambio climático, los desplazados.
ff) …
La lista no para allí. La estupidez está presente, como nunca, con nosotros, desde las acciones más sutiles e imperceptibles hasta en las abdicaciones y prohibiciones más ignominiosas. Tampoco es para sorprenderse. La estupidez siempre ha existido, como por ejemplo, cuando los troyanos aceptan de los aqueos el regalo de un enorme caballo de madera, cuando el rey Lear divide su reino entre sus tres hijas, cuando los papas romanos se niegan a escuchar los reclamos de Martín Lutero, cuando las potencias europeas se lanzan a la insensatez de una guerra mundial en 1914, cuando los Estados Unidos se embarcaron en las guerras de Vietnam y Afganistán.
Lo desconcertante, con las conductas descritas arriba, no es que existan sino que se dejen pasar como si fueran normales o hasta deseables. Ignorarlas, desviando la mirada, o aceptarlas, en lugar de retarlas o refutarlas, es renunciar a pensar críticamente bajo la justificación de que obedecen a una lógica.
Cómo explicar lo anterior. Cipol da la respuesta en la Cuarta Ley Fundamental:
Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error.
De nuevo, todos estos comportamientos surgen de “un universo de racionalidad, ciencia, técnica y organización, como menciona Martínez Mellado (4) bajo la apariencia de orden y racionalidad [pero que en realidad conllevan] una enorme carga de estupidez, crueldad, maldad, mezquindad, locura, miseria y brutalidad”. Y lo que parece más desconcertante, es que este universo de la racionalidad excluye el reconocimiento a la emocionalidad del ser humano, a su aspecto desiderativo, a su ser gregario, afectivo, y eminentemente social. El intento de liquidar este aspecto, que es evidencia de una evolución superior del cerebro humano, es una muestra más de los alcances de la estupidez. Como dice Deleuze, “la estupidez es la bestialidad propiamente humana”. Por su parte, Giovanni Papini, afirmaba que para terminar de raíz con la estupidez es necesario cada cierto tiempo formularse la pregunta: “¿Soy un imbécil?”.
No es posible entonces insistir en el postulado cartesiano de que todo ser humano es racional por el solo hecho de pensar. El pensamiento deja de ser algo dado y pasa a ser, según Heidegger, un esfuerzo consciente y deliberado. “El hombre puede pensar en cuanto tiene la posibilidad de hacerlo, mas tal posibilidad no es una garantía de que seamos capaces de realizarla” (5). Es decir, solo se piensa a la fuerza, venciendo la inercia que nos caracteriza. Siguiendo a Martínez Mellado, el pensamiento continuará siendo estúpido mientras nada lo fuerce a pensar críticamente, quedando entonces configurada la estupidez como la ausencia de pensamiento, su impotencia más profunda (6).
Araujo Frías, de la Universidad Nacional de Arequipa, manifiesta, ya en el 2014 (7), que la manera como está siendo gestionada nuestra sociedad parece obedecer a lo que denomina “razón estúpida”. Por ello entiende una desvinculación de la razón y los sentimientos; una forma de pensar que desconoce al ser humano como senti-pensante y que es capaz de vincular razón y emoción, pensamiento y sentimiento. Casi que de manera premonitoria anuncia lo que hoy la humanidad vive desde el 2020, cuando la sociedad se olvida de las características más elevadas y nobles de la condición humana, cuando va en contravía de la afectividad, de la sensibilidad, del decoro como persona. Algo se ha perdido. Una razón estúpida es, en esta misma línea, la que se escuda bajo la capa de la racionalidad, la ciencia y la tecnología para avasallar al individuo en su esencia humana, que comprende su dignidad, sus emociones, sus libertades y su capacidad para autodeterminarse. La sociedad a la que nos asomamos desde el inicio de la crisis del 2020 es una de pensamiento cada vez más débil y que desvía la atención de los problemas más urgentes de la humanidad.
Eduardo Galeano, en El libro de los abrazos, cuenta la siguiente historia:
Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta contó. Dijo que había contemplado desde arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. –El mundo es eso –reveló– un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende (8).
Pero basta un buen idiota para que con un baldado de agua estúpida apague millones de fueguitos.
Solo queda flotando la duda de Papini. “¿Y si soy un imbécil? … ¿Y si estuviese equivocado? ¿Si fuese uno de aquellos necios que toman las sugerencias por inspiraciones, los deseos por hechos?…Sé que soy un imbécil, advierto que soy un idiota, y esto me diferencia de los idiotas absolutos y satisfechos (9).
1. Cipola, Carlo m. Las leyes fundamentales de la estupidez, en Allegro ma non troppo, Lectulandia, ps.33-64
2. Musil, Robert, Sobre la estupidez, Lectulandoia, p. 9
3. De Warren| , Nicolas, The maturity of stupidity: a philosophical attempt on Flaubert and others.
4. Martinez Mellado, Asunción, Filosofía y estupidez (nota sobre Deleuze)
5. Heidegger, Martin ¿Qué es pensar? P. 9
6. Martinez Mellado
7. Araujo Frías, Jaime, La filosofía como crítica de la estupidez. Revista Fogón de Descartes, Segundo Número, año 2014, ps. 35-48.
8. Galeano, Eduardo Libro de los abrazos, Lectulandia, p.7
9. Citado en https://theconversation.com/que-es-la-estupidez-142471
* Escritor, integrante del Consejo de redacción de Le Monde diplomatique, edición Colombia.
Publicado originalmente en Le Monde diplomatique
Tomado de Desde Abajo