¿Cómo ha podido la burguesía crear una izquierda capitalista y una izquierda revolucionaria estatista como modo de dominación utilizando a la clase media? El capital ha conseguido realizar su sueño dorado: poner fin a la autonomía limitada de lo político para decidir incluso sobre lo económico, y se hace, en lo esencial, directamente Estado. Es el Estado de la subsunción real y total. Se trata de un nuevo desarrollo de la forma política estatal a imagen y semejanza del capital y en el que sus lógicas y prácticas aspiran a una especie de soberanía absoluta, con alcance global. Bajo éste, todo y todos somos mercancías para ser valorizadas e intercambiadas.
EL VIRUS DEL ESTADO
NOTA: A estas experiencias de no-estado hay que sumar la formación de las comunidades autónomas en varios países por el movimiento de liberación kurdo y las comunidades indígenas y naciones que se están recuperando del exterminio colonial y están levantando cabeza por todos lados.
El virus del Estado
Carlos Rivera Lugo
http://gruporuptura.org/wp-content/uploads/2021/02/libro-momentos-pospandemia.pdf
Resumen
En la presente ponencia el autor realiza una crítica a la forma política estatal en relación a su
incapacidad para encarar la crisis actual del capitalismo mundial, sobre todo profundizada por la
pandemia. La crisis está caracterizada por una contradicción que tiene dos caras: por un lado,
los límites estructurales que confronta el sistema capitalista global a partir de las lógicas
salvajes de acumulación y dominación que le caracterizan en la actualidad; y, por otro lado, la
crisis correlativa de la teoría y la práctica de la revolución. En particular, hace hincapié en el
problema de la fetichización continuada de la forma Estado y su matriz económica-política entre
la izquierda, incluso la marxista, lo que le impide articular una forma política nueva basada en lo
común, como parte de un proyecto revolucionario que supere desde el presente el estado de
cosas actual.
Palabras clave: Contradicción dialéctica, Forma política estatal, Fetichismo, Estado de la
subsunción real y total, Forma comunidad o comunal.
1. LA CONTRADICCIÓN SE HACE VIRAL
Hay quienes hablan en estos días del retorno del Estado ante la crisis provocada
o, si se prefiere, profundizada por la pandemia. Sin embargo, se tiende a olvidar
que precisamente ese Estado, como forma242, ha sido parte del problema que
hemos estado confrontando en estos días, sobre todo debido a su abierta
privatización y corporativización bajo el neoliberalismo. Fue el Estado capitalista
actual que reestructuró la función pública en beneficio del capital privado y en
contra del bienestar general. Es el mismo Estado que siguió reduciendo
sustancialmente las inversiones públicas en los sistemas de salud y en la
investigación científica luego de la epidemia del SARS (un coronavirus agudo
severo acompañado de un síndrome respiratorio) en el 2003. Qué es el COVID-
19 sino una nueva versión del mentado SARS. No obstante, a pesar de todas las
señales y advertencias científicas de que vendrían nuevos y peores coronavirus
que el SARS 1, el Estado capitalista fracasó en organizarse para prevenir y
encarar los retos futuros. Así sucedió en los casos de Gran Bretaña, España e
242 Por forma nos referimos a algo sustantivo que ordena o estructura algo. Sirve para la configuración
histórico-social y empírica de algo. La forma constituye el marco de la materialización de la experiencia, del
despliegue de las contradicciones en el seno del movimiento real de la histórica. Karl Marx se refería a este
fenómeno como “la determinación de la forma”.
116 Grupo Ruptura I Institut Sobiranies
Italia, entre otros. Más pudieron las lógicas salvajes de acumulación y
desposesión del capital, las mismas que sirven de matriz normativa a ese Estado
disfuncional. En sus diversas vertientes, ese Estado ha sido expresión de la
forma política243 bajo la cual se ha instrumentado las lógicas de acumulación y
dominación del capital, aún cuando ello ha representado una precarización
creciente de las condiciones necesarias para garantizar la vida misma.
Por más que se pretenda fetichizar la forma Estado, así como la forma jurídica,
no se puede ocultar el hecho de que la economía política ha sido siempre su
matriz normativa, incluso bajo el socialismo. Se ha pensado erradamente que
esas formas históricas contradictorias pueden reformarse y utilizarse como
instrumentos contra el capital. Sin embargo, diversas experiencias recientes
como, por ejemplo, Bolivia, Ecuador y Grecia, entre otras- tienden a repetir
fracasos pasados. No se puede seguir ignorando el hecho de que nuestras
luchas, sobre todo las de los movimientos sociales y políticos alternativos,
atestiguan nuevas posibilidades para avanzar hacia la constitución de un modo
muy otro de gobernanza y regulación social. Si bien ello no significa la extinción
inmediata del Estado, sí pone sobre el tapete nuevamente la largamente
aspirada posibilidad de una reestructuración democrática real y progresiva de la
política y la normatividad desde la forma comunidad.
Sin embargo, hay que admitir que nada de ello ha de potenciarse
espontáneamente como resultado de la crisis misma o la mera suma de fuerzas
a favor de un cambio. Es por ello que urge, en la presente coyuntura, volver a
cultivar una teoría y práctica política revolucionaria si hemos de salir de la
impotencia colectiva ante los desmanes del capital que parece arroparnos. De
ahí que al hablar de la crisis del capitalismo mundial en esta hora, no hay
manera de evitar hablar de una dimensión de ésta que le resulta bastante
incómoda a la izquierda, incluyendo la marxista. Me refiero a la crisis correlativa
de la práctica y teoría de la revolución. Son las dos caras de la contradicción que
se vive hoy.
2. LA FORMA POLÍTICA ESTATAL
La gobernanza y la regulación social como fenómeno estatista y legista, en su
sentido moderno, constituye un fenómeno históricamente determinado que
alcanza su mayor desarrollo mayormente con la sociedad burguesa, el estado
moderno y el modo de producción y dominación capitalista. Incluso, en el
pasado la forma de la política y la de la regulación social ha sido un fenómeno
243 En cuanto a la forma política estatal, ésta, al igual que la forma jurídica, son formas sociales derivadas y
a su vez estructurantes de las relaciones sociales capitalistas, incluyendo la producción e intercambio de
mercancías, y la realización de otras dos forma sociales capitalistas: el valor y el trabajo.
117 Momentos pospandemia. Nuevos poderes, nuevas resistencias
plural que se instituye a partir de articulaciones complejas y fluidas de poder
desde las cuales como tiende a ocurrir cada vez más en la actualidad se
producen decisiones políticas y normativas cuya validez se debe más a su
eficacia reiterada en lo inmediato que a su prescripción por una autoridad central
omnicomprensiva y todopoderosa.
En el caso de Nuestra América, aquello que conceptualizamos hoy como modo
de producción, o formas sociales de lo político y de lo normativo, antes de la
conquista europea se centraban en la comunidad o comuna no capitalista, en la
-
que tiende a prevalecer una especie de orden basado en unas relaciones de
reciprocidad y una producción centrada en la producción de valores de uso, sin
hablar de la ausencia de la institución de la propiedad privada. En Europa, ante el
gran vacío dejado por la desaparición del orden político y jurídico romano,
adviene en su lugar en el Medioevo una realidad que tiende a expresar la
dispersión y pluralidad política y normativa que surge del seno de la sociedad
misma. Es a partir de la Modernidad capitalista que, utilizando la experiencia
imperial romana como referente, se constituye una forma política estatal que
impone una unidad que consigue invisibilizar la pluralidad societal,
abstrayéndose y autonomizándose de facto y de jure del pueblo. Se afirma la
existencia del Estado como la única forma de comunidad posible, por lo menos
para el capital. Como Derecho se entiende la constitucionalización y
codificación de los usos y costumbres de la burguesía ascendente. Todo ello se
encarnó en el Estado liberal.
Cada época histórica configura una forma específica de lo político, basada en un
modo determinado de producción, intercambio y acumulación, así como de
dominación y subjetivación. Esto incluye las formas asumidas concretamente
por las luchas de clases y grupos, las que giran en torno al despliegue material
de la contradicción que le caracteriza como modo de socialidad históricamente
determinado. La clase, clases o grupos dominantes no pueden abstraerse de
estos hechos fundamentales, los cuales tienen implicaciones ordenadoras en los
múltiples ámbitos de la vida colectiva, incluyendo hasta el ámbito individual de la
consciencia y de la inconsciencia. En ese sentido, hay que entender que el modo
de dominación de la burguesía puede asumir formas diferentes, con
consecuencias significativas en todos los ámbitos de la vida.
En ese sentido, la forma política estatal, al igual que la forma jurídica, no
constituyen instrumentos neutros sino que son unos dispositivos de poder a la
vez derivados y estructurantes de las relaciones sociales y de poder vigentes.
Existen para la reproducción ampliada del orden establecido, lo que no quiere
decir que no esté caracterizado por la contradicción. Por eso, la forma política
estatal, incluyendo el Derecho, constituye un campo de luchas. No existe un
afuera de la contradicción y sus expresiones particulares. El capital es una
relación social conflictual marcada no sólo por la dominación de una clase o
118 Grupo Ruptura I Institut Sobiranies
unos grupos sino que también por la negación de dicha dominación por aquellas
clases o grupos sociales, comunidades, movimientos y pueblos que la sufren.
3. DEL ESTADO LIBERAL Y EL ESTADO DE BIENESTAR
Por ejemplo, el Estado liberal y el Estado social o de bienestar han sido en el
fondo versiones de una misma forma política clasista y vertical que ha servido
para instrumentar y reproducir las lógicas de producción, intercambio,
acumulación y dominación del capital. El capital se ha planteado siempre
subsumir –es decir, colonizar– progresivamente bajo éstos diversos aspectos
de la vida, aunque más recientemente el proceso de subsunción ha dejado de
ser formal o parcial y se ha extendido realmente a la vida toda. Ello incluye la
producción de la subjetividad ideológica necesaria para validar las relaciones
sociales y de poder capitalistas.
La economía política capitalista ha sido siempre la razón del Estado moderno en
todas sus manifestaciones. Se llegó a pensar ilusa e erradamente que podría
reformarse para superar sus orígenes liberales y sus lógicas salvajes de
acumulación y dominación, y servir como instrumento para transitar hacia
nuevas relaciones sociales y de poder transcapitalistas. El llamado Estado
social o de bienestar fue uno de esos intentos reformistas, predicado en la
apuesta por una lógica de conciliación entre las clases y sus intereses. Dentro
de ese marco se abrió espacio para el desarrollo de una lucha de clases que
sería mayormente canalizada y controlada por medio de un Estado de derecho,
incluyendo sus procesos judiciales. Se pretendió juridificar y judicializar las
luchas de clases. Las lógicas salvajes de suma cero, es decir, de exclusión —
para que unos ganen, otros tienen que perder— propias del capital fueron
cediendo a las lógicas de una relativa inclusión y socialización creciente de los
procesos económicos-políticos. Los trabajadores, con sus luchas, ampliaron el
marco de reconocimiento formal de sus derechos, a costa de una reducción en
la tasa de beneficios de los capitalistas, y la imposición de limitaciones, por
medio de regulaciones jurídicas, a sus derechos propietarios y contractuales.
Dicho proceso de socialización alcanzó incluso a adscribirle en su momento una
función social a la institución de la propiedad privada en atención al bienestar
general de la sociedad. Hasta la institución burguesa del contrato fue
modificada mediante el reconocimiento a la desigualdad objetiva entre el
capitalista y el trabajador, lo que dio pie al desarrollo del derecho del trabajo,
incluyendo el derecho a organizarse y a negociar colectivamente su contrato de
empleo con el patrono, y hasta el derecho a la huelga. El marco de los derechos
se amplió más aún con la lucha de otros grupos subalternos por su igualdad.
Así sucedió, por ejemplo, en Estados Unidos con la lucha de los negros, de los
119 Momentos pospandemia. Nuevos poderes, nuevas resistencias
latinoamericanos y de las mujeres, entre otros. Ante ello se hablaba de la
autonomía relativa de lo político frente a la economía. Sin embargo, todo ello
tuvo también como resultado la cooptación de la clase obrera y la continuidad
del sistema capitalista.
Lamentablemente, ya para la década de los setentas del siglo pasado, el Estado
social o de bienestar se detuvo en su avance en la medida en que no estuvo
dispuesto a seguir profundizando su desarrollo más allá del capitalismo. Ante
ello, la clase capitalista se sintió nuevamente en condiciones de reimponer su
poder salvaje e interés exclusivo, sin conciliación alguna con el resto de la
sociedad. Entre otras cosas, reorganizó las fuerzas productivas para depender
menos en el trabajo y más en la tecnología, introdujo la deuda como nueva
fuente para sostener la demanda y posibilitar una involución real y significativa
en las condiciones del trabajo, incluyendo las compensaciones salariales. En lo
que sería una expresión del dominio en esta nueva fase del capital improductivo
(financiero) sobre el capital productivo, la deuda también se introdujo como
fuente adicional de recursos financieros para el Estado luego de la pérdida de
ingresos como resultado de una reestructuración regresiva del régimen
tributario a favor de los más ricos. Se redujo la intervención del Estado en la
economía mientras no fuese para facilitar la imposición de un nuevo régimen de
disciplina laboral y desposesión social y jurídica, la operación de las instituciones
públicas bajo las lógicas contables de la empresa privada, lo que de facto llevaría
a la privatización de sus servicios y funciones públicas, y la desregulación social
del mercado. La economía política neoliberal se convirtió en la nueva razón de
Estado: la privatización y concentración cada vez mayor de la riqueza y la
“socialización” de los riesgos y las pérdidas a costa de la amplia mayoría. Los
derechos adquiridos a partir de las luchas anteriores, pasaron a ser
desconocidos o devaluados en su alcance.
Probó ser cierta la advertencia del economista socialista polaco Michal Kalecki
contra la ilusión keyenesiana sobre la posibilidad de reformar el capitalismo.
Kalecki postuló, en sentido contrario, que el sistema capitalista no es un régimen
“armonioso” sino que un sistema “antagónico” cuyo fin es garantizar una tasa de
ganancias cada vez más robusta a los capitalistas, aún a costa de una mayor
miseria y desigualdad social. Por ello, el capitalismo no logra garantizar el
crecimiento prolongado, lo que le tiene dando tumbos de crisis en crisis. En ese
sentido, la crisis le es consustancial al sistema capitalista, así como la
desigualdad social. Por eso, Kalecki presagia que las reformas que desde el
Estado se promuevan, serán eventualmente rechazadas por la clase capitalista
por entender que con éstas pierden el control disciplinario necesario sobre la
clase trabajadora.
120 Grupo Ruptura I Institut Sobiranies
4. EL ESTADO DE LA SUBSUNCIÓN REAL Y TOTAL
Por otra parte, más allá del fin de la ilusión reformista en la conciliación entre
clases, el capitalismo entendió que ese control disciplinario requería poner fin a
otra ilusión reformista: la democracia como un campo cada vez más ampliado
de decisión y participación política y económica. A comienzos de la década de
los setentas, la notoria Comisión Trilateral, fundada y presidida por uno de los
voceros más influyentes del capital financiero, David Rockefeller, le planteó al
capital estadounidense, europeo y japonés, que la democracia o lo que
calificaron como el “exceso” de ésta, era una de las principales causas de la
crisis –sobre todo de su modelo de producción de plusvalía y acumulación– que
afectó a los países capitalistas desarrollados durante los años sesentas y
setentas. Alegaba la Trilateral que contrario a las ilusiones reformistas, los
pueblos no tienen la capacidad para gobernarse a sí mismos y hacer
determinaciones sobre el futuro político y económico del mundo. En su lugar,
propuso que los representantes del capital, sus técnicos y especialistas, no
sujetos a controles democráticos, así como los ministerios de finanzas, los
bancos centrales e instituciones financieras internacionales como el Fondo
Monetario Internacional, entre otras, debían hacerse cargo de la gobernanza de
nuestras sociedades más allá de los gobiernos. Para la Trilateral, los gobiernos
están maniatados por las contingencias de los procesos políticos, sobre todo los
electorales, de ahí los problemas de gobernabilidad confrontados.
Aparte de la diferenciación entre la gobernabilidad y la gobernanza,
posteriormente se ha hablado de la existencia de una nuevo constitucionalismo
societal que trasciende ya las posibilidades regulatorias del constitucionalismo
liberal estadocéntrico. Su matriz está en el capital y toda la normativa producida
por los operadores de la economía global. Según éste, los procesos
contemporáneos de producción y ordenación normativa han desbordado las
posibilidades del Estado. En su lugar, se alega que se ha instituido un nuevo
marco transnacional con sujetos corporativos globales.
Es así que ya bajo el nuevo orden neoliberal, el capital consigue realizar su sueño
dorado: poner fin a la autonomía limitada de lo político para decidir incluso
sobre lo económico, y se hace, en lo esencial, directamente Estado. Es el Estado
de la subsunción real y total. Se trata de un nuevo desarrollo de la forma política
estatal a imagen y semejanza del capital y en el que sus lógicas y prácticas
aspiran a una especie de soberanía absoluta, con alcance global. Bajo éste, todo
y todos somos mercancías para ser valorizadas e intercambiadas. En el proceso
de subsunción real se trasforma el modo mismo de producción, así como el
modo de dominación. El capital lo incorpora todo, sin mucha intermediación.
Conoce lo que pensamos, leemos, nos gusta y consumimos, con quién nos relacionamos, con la ayuda de los medios sociales como Facebook, Twitter e
Instagram, entre otros. Cada medio al que accedemos por el Internet, accede
también a nosotros. Controla nuestras búsquedas y censura aquello que siente
que le amenaza.
La sociedad toda se convierte en un taller ampliado de producción e intercambio
social. En adelante no existe un afuera del capital. Ello lleva también a que el
capital se haga Estado, resignificando y corporativizando la gobernanza y la
soberanía a partir de sí mismo, más allá del modelo liberal de gobernabilidad y la
apariencia formal de separación entre lo económico y lo político. De paso,
compra el control sobre los procesos electorales por medio de su financiamiento
de campañas y un intenso cabildeo legislativo.
Asimismo, el capitalismo ha concentrado en la constitución de un sujeto para
quien ya de manera abierta no está garantizado la “oportunidad igual” para el
progreso y la movilidad social por medio del trabajo. Por ello, la obediencia a las
lógicas actuales del capital necesita descansar en una colonización mucho
mayor de las mentes y los cuerpos, acompañado de una precarización cuasi-
absoluta de la existencia, para que aún así se consienta o se someta a esta
nueva lógica salvaje de exclusión. La idea es que el sujeto no vea posibilidad
alguna de salir de su condición y se resigne a ello.
¡Se acabó la historia y la posibilidad del sujeto de ser protagonista de ella! Es el
tiempo ahistórico, mitificado y repetitivo en el que el único sujeto verdadero es el
capital. El capital es lo único real, es decir, el límite infranqueable contra lo que
choca toda voluntad humana. Así las cosas, el Estado de la subsunción real y
total ha impuesto una forclusión del sujeto244, es decir, de su capacidad para
significar o resignificar sus circunstancias. Bajo éste, el Estado de derecho ha
sido supeditado a un Estado de hecho caracterizado por la eficacia de un
conjunto de actos y hechos de poder, como nuevo marco fluido e indeterminado
de legitimidad. Las lógicas y leyes capitalistas se nos presentan como si
habitaran en un mundo de la no-contradicción. Sin embargo, hay que advertir
que, independientemente de sus afanes totalitarios, ni el proceso social de
subsunción ni el de forclusión, como tampoco el constitutivo del hecho de
fuerza, están fuera de la contradicción y, por ende, de las luchas de clases.
244 Según Lacan, la forclusión del sujeto se refiere a la psicosis como resultado de la confrontación con lo
imposible y la incapacidad del sujeto para significarse a sí mismo y sus circunstancias ante la
desintegración que experimenta de lo real. Véase el escrito “De una cuestión preliminar a todo tratamiento
posible de la psicosis”, en Jacques Lacan, Escritos 2, Siglo XXI, Buenos Aires, 2002, pp. 509-527. El
concepto tiene un origen jurídico en referencia a la prescripción de un derecho no ejercido dentro de los
términos legales establecidos. Si bien ambas acepciones están presentes en mi uso del concepto, no se
reducen a éstas. En mi caso le asigno también un sentido económico-político y normativo.
122 Grupo Ruptura I Institut Sobiranies
5. EL ESTADO SOCIALISTA
Por otro lado, el Estado socialista —por lo menos el modelo soviético y euro-
oriental— nunca pasó de ser un instrumento para el mando burocrático sobre un
modo alternativo de acumulación al experimentado históricamente bajo el
capitalismo liberal. Constituyó la forma política asumida para una transición
contradictoria del capitalismo al socialismo. La transición del socialismo al
comunismo fue relegado, incluyendo la extinción gradual de esa forma Estado
como resultado de la comunización progresiva de lo político, como
originalmente concebido por Marx. El socialismo se erigió de facto en estación
final de un proceso histórico al que se supeditó todo. En ese sentido, sus
lógicas fueron contradictorias e igualmente salvajes, con la aplicación
controvertible de la forma valor y de la forma jurídica burguesas, y bajo una
dictadura alegadamente del proletariado, aunque en realidad en manos de una
burocracia partidaria, sin una transformación real en las formas de la división
social del trabajo y de la gobernanza. Todo ello sembraba desde sus inicios la
semilla de la regresión contrarrevolucionaria de vuelta al capitalismo, como
finalmente aconteció.
La propuesta comunista original proveía para que la forma burguesa del Estado
fuese sustituida progresivamente por una nueva estructura económico-política
de poder de los soviets, es decir, de las asambleas de obreros y campesinos,
inspirada en la experiencia histórica de la Comuna de Paris de 1871. Marx,
incluso, había insistido que, en el caso de Rusia, tal vez la forma comuna podría
constituir una matriz alternativa de desarrollo a la sociedad-mercado capitalista.
Sin embargo, ese rumbo fue casi inmediatamente abandonado ante el fuerte
asedio y la desestabilización económica que confrontó la joven revolución
bolchevique. La estructura política que le sucedió fue la propia de una fortaleza
asediada que debió luchar por años por su supervivencia. La estructura
económica fue una combinación de estatización jurídica —a diferencia de
socialización y comunización— de los medios de producción e intercambio, bajo
un modelo disciplinario de acumulación originaria. Estatización de los medios
de producción no es lo mismo que su socialización y menos aún de su
comunización desde una nueva esfera de lo común más allá de lo público y lo
privado. La lógica de la guerra de clases que se le impuso desde afuera,
particularmente por Europa Occidental y Estados Unidos, resultó en un marco
altamente restrictivo para el proyecto revolucionario soviético, sobre todo para la
libertad, lo que contribuyó también a su eventual desplome.
Incluso, aún en lo económico se quedó al final sin gasolina al no haber podido
encarar, por medio de la planificación estatal, los múltiples retos que le
planteaba la economía política, tanto la interna como la global, incluyendo los
123 Momentos pospandemia. Nuevos poderes, nuevas resistencias
levantados por las nuevas tecnologías y los cambios que éstas introducían en el
proceso social de valorización y en la configuración de la forma del trabajo. Las
formas de las relaciones sociales, así como del Estado y del Derecho, sobre todo
la forma de la propiedad, se convirtieron en trabas para el salto cualitativo que se
requería en el desarrollo de las fuerzas productivas. La reestructuración política
necesaria se emprendió muy tarde y de manera caótica, ante la fragmentación
del Partido Comunista gobernante y la incapacidad resultante de éste para dirigir
constructivamente ese proceso como sucedió, en cambio, en China.
Asimismo, este reduccionismo economicista le llevó a no preocuparse también
por el desarrollo del nuevo sujeto comunista necesario, contribuyó a la
privatización y mercantilización progresiva de la subjetividad de sus ciudadanos.
Se pretendió ignorar que las leyes económicas capitalistas constituyen una
subjetividad concreta: la capitalista. Se olvidó que la revolución que aspira a dar
el salto histórico hacia una nueva sociedad comunista, no puede conformarse
con la mera producción y redistribución de riqueza, menos aún con una mera
gestión diferenciada del capital. Se trata de potenciar, al mismo tiempo, la
producción de riqueza y la libertad constitutiva de lo nuevo. La verdadera
palanca transformativa está, además, en la producción de esa nueva
subjetividad necesaria para potenciar y construir la nueva sociedad. Sólo así se
puede a cuadrar el círculo, es decir, cuadrar la libertad autodeterminada con la
gobernabilidad realmente democrática, como planteaba Rousseau. En ese
sentido, la revolución es total y permanente, o deja de ser una revolución.
El comunismo no se puede reducir a un ideal sino que es el movimiento real que
niega y supera el estado actual de cosas. Se trata de un despliegue sin fin de
una dialéctica de negación de la situación falsa y la afirmación de lo nuevo con
lo que se propone superarla, aunque consciente de que la contradicción está
asimismo presente tanto en la negación como en la afirmación. La negación
pura no supera positivamente por sí misma aquello que niega, sino que sigue
dependiendo de ello. Reitero que no hay un afuera de la contradicción, como
ilusamente propuso el estalinismo en su momento. Bajo éste, la llamada
síntesis dialéctica no pasó de ser apariencia, un imaginario totalizante en que el
tiempo histórico real quedó en suspenso. Hay que superar la contradicción para
impedir su repetición, aún a sabiendas de que lo nuevo que se afirma contiene
su propia contradicción que debe, en su momento, también ser negada y, a su
vez, superada. La superación tampoco es absoluta ni atemporal. Aún lo nuevo
sigue cargando con presencias obstinadas de lo viejo.
124 Grupo Ruptura I Institut Sobiranies
6. REVOLUCIÓN Y CONTRARREVOLUCIÓN
Así pues, ¿qué es lo que nos enseña repetidamente la historia? La revolución
carga siempre con la posibilidad en potentia de su contrario: la
contrarrevolución, y ésta se enreda en su propia contradicción cu*yo despliegue
material nos plantea, a su vez, el retorno eventual de la revolución como
necesidad imperiosa. Lo revolucionario se da dentro de un proceso en que se
potencia una contradicción con aquellos que prefieren seguir anidando en el
pasado. Todo impulso revolucionario está en ese sentido acompañado por la
contra-tendencia reactiva de la contrarrevolución. Hay que encarar esta
cuestión estratégica con firmeza, sin falsas ilusiones conciliadoras de que la
clase capitalista y sus achichincles aceptarán de buena manera la voluntad
mayoritaria de los de abajo en contra de sus intereses. En ello le va la vida
misma a la posibilidad de seguir transitando hacia el comunismo.
Como ya he señalado, la sociedad de clases es un orden civil de batalla. Por
ende, es para una guerra que hay que prepararse, aún si lo que se desea es la
paz. Si el tránsito de lo viejo a lo nuevo es mayormente pacífico o violento, no es
algo que se puede establecer a priori, no importa nuestros deseos. Dependerá
de las condiciones concretas que asuman las luchas entre clases y grupos,
sobre todo el balance de fuerzas entre unas y otras, incluyendo el grado de
movilización que les caracterice en las calles, los centros de trabajo y en las
comunidades. Lo que sí está claro es que hay que organizarse para garantizar
los avances de lo nuevo, incluso mediante el uso de la fuerza, y neutralizar las
fuerzas contrarrevolucionarias.
El tiempo histórico no se detiene y menos el despliegue por oleadas ascendentes
y descendentes de su dialéctica material: constituye una trinchera sin fin. Esa es
la gran lección del Siglo XX. Aspiró a realizar la potentia que encerraba el Siglo
XIX, y a pesar de lo nuevo que consiguió potenciar, sobre todo sus luchas por
poner fin a la explotación y opresión de un ser humano por otro, su movimiento
real contradictorio le obligó a aceptar que no constituía el final de la historia de
las luchas de clases y pueblos, sino que testimonio de que lo real, para nuestra
humanidad demasiado humana, es la permanencia de esas luchas. “¿Qué es el
ser?”, le preguntó en agosto de 1880 John Swinton, un periodista
estadounidense, a Karl Marx, a lo que éste respondió: “¡Lucha!” Sartre dijo algo
parecido cuando afirmó que el ser es un proyecto en permanente devenir.
Los sesentas y los setentas representaron un periodo caracterizado por un
impulso revolucionario de histórica importancia a escala mundial, sin negar sus
contradicciones y derrotas parciales, sobre todo en la América Latina. El
movimiento comunista a nivel mundial avanzaba por medio de frentes unidos,
trabándose una alianza estratégica con los países del llamado Tercer Mundo y
125 Momentos pospandemia. Nuevos poderes, nuevas resistencias
los movimientos de liberación nacional para adelantar la causa de un nuevo
orden económico y político mundial. Parecía haberse roto en dos para siempre
la historia de la Modernidad capitalista. Estados Unidos fue derrotado en
Vietnam, luego de haber sido derrotada su invasión a Cuba. Las consecuencias
internas del conflicto vietnamita, junto con la explosión de las luchas por los
derechos civiles de los negros y las luchas de los estudiantes universitarios
contra la estructura prevaleciente de poder, produjo unas ondas
desestabilizadoras del orden establecido. Con la crisis del movimiento
comunista internacional en la década de los ochentas, el Tercer Mundo pierde su
gran aliado y termina sucumbiendo también al avasallador avance global de las
fuerzas neoliberales, encabezadas por Washington y Londres. Así las cosas,
tanto el Estado socialista como el Estado social o de bienestar, fueron
oportunidades históricas perdidas de las que se valió la clase capitalista para
imponer, a sangre y a fuego, la contrarrevolución neoliberal para recuperar las
cuotas de poder perdidas durante el Siglo XX, el gran siglo de la contradicción
entre el capital y el trabajo, el imperialismo y las luchas de liberación nacional.
La crisis del movimiento comunista internacional estuvo marcada por la ilusión
que levantó el triunfo de la Unidad Popular en Chile en 1970 y la puesta en
marcha allí de lo que se entendió constituía un nuevo modelo de transición fuera
del capitalismo por una vía pacífica y legal, contrario a las experiencias previas
de, por ejemplo, Rusia, China y Cuba. No se logró aprender la gran lección que
dejaba el golpe de estado militar que puso fin a la experiencia chilena. Chile se
había convertido en todo lo contrario: el gran primer ensayo mundial de
implantación del nuevo orden neoliberal, incluyendo la suspensión de la
democracia liberal. Aún con el fracaso del experimento chileno, la izquierda
comunista y socialista europea siguió profundizando su compromiso con ese
modelo ideal de transición, sin entender que su destrucción constituyó tan sólo
el primer paso dado por el capital a escala mundial para reestructurar el
capitalismo retomando, en gran medida, el modelo salvaje de producción,
acumulación y dominación que existía para finales del Siglo XIX y principios del
Siglo XX. De paso buscaba detener las posibilidades de nuevas victorias
populares, por ejemplo, en Francia e Italia, donde la izquierda unida demostraba
estar a las puertas de una victoria electoral y su conversión en gobierno. Aún
así, emerge el fenómeno del eurocomunismo y su proyecto conciliador con la
forma liberal de democracia. Y aunque, por ejemplo, François Mitterrand
asciende a la presidencia francesa en 1981 al frente de una alianza socialista-
comunista, no pasó mucho tiempo para que terminase cediendo a los
imperativos de la economía política neoliberal que se iba imponiendo con fuerza
por toda Europa. “Tomaron el Estado” para luego ser tomado por éste. En el
caso de España, fue mayormente el Partido Socialista Obrero Español (PSOE)
quien, luego de abandonar programáticamente el marxismo y bajo el liderato de
Felipe González, se hace cargo del gobierno en 1982 y se convierte en el
126 Grupo Ruptura I Institut Sobiranies
principal instrumento para la normalización del neoliberalismo como la razón de
Estado en el periodo de transición del franquismo a la democracia
representativa.
En términos generales, no sólo la socialdemocracia sino que el comunismo
europeo terminó plegándose al nuevo orden neoliberal. En el caso de Italia, el
principal Partido Comunista europeo, el fundado por Bordiga y Gramsci, terminó
por disolverse en 1991 después del colapso de la Unión Soviética. En su lugar
surge el Partido Democrático de la Izquierda, de carácter socialdemócrata. El
resultado fue una vulgar ejecución de la “guerra de posiciones” gramsciana. El
PDI ha quedado finalmente atrapado en las redes del capital, buscando
representar una mera diferencia reformista –bastante tímida por cierto– en el
agenciamiento de su economía política y gobernanza. Su fracaso le abrió paso a
soluciones populistas, incluso de derecha.
Ya para finales del pasado siglo, la contrarrevolución neoliberal había arropado
incluso a la otrora Unión Soviética y la Europa Oriental y, hasta cierto punto, a la
China Popular, aunque en este último caso el Partido Comunista Chino resistió la
subsunción real y total bajo los dictados del capital e impuso su dirección
política y económica, incluyendo la planificación estatal, sobre el mercado.
Detrás de cada avance de la derecha, incluso de una derecha muchas veces
fascista, anida el fracaso de una revolución o el desaprovechamiento de una
posibilidad revolucionaria. Walter Benjamin tenía razón antes y la sigue teniendo
ahora. Nuevamente, nos vemos forzados a confrontar la tragedia de la
izquierda, sobre todo la marxista, incapaz de articular un nuevo proyecto de
sociedad que rompa con las formas sociales capitalistas, incluso a escala
global. La más reciente desventura fue en el 2015 en Grecia con motivo de la
escandalosa capitulación de Syriza ante el capital financiero europeo, dándole de
paso la espalda a una mayoría del pueblo que había votado por la ruptura.
7. MÁS ALLÁ DEL ESTADO
Tanto el Estado, como también el Derecho, enfrentan en la actualidad una crisis
de legitimación en la medida en que se han incapacitado para proveer
soluciones concretas a los problemas que nos aquejan, precisamente por
representar unas formas sociales de dominación que sólo persiguen la
subsunción de la sociedad toda a las necesidades del capital,
independientemente del costo social que ello tenga para la inmensa mayoría. Su
obsolescencia, como forma histórica de lo político y la normatividad, está
determinada por su creciente divorcio de la vida misma. En el proceso ha
perdido su capacidad para encubrir la verdadera naturaleza de la sociedad
127 Momentos pospandemia. Nuevos poderes, nuevas resistencias
capitalista actual como orden de batalla. De ahí que sólo con el reconocimiento
de este hecho y la desfetichización tanto del Estado y el Derecho, es que se
puede empezar a articular respuestas a la presente crisis que no sean
cosméticas sino que vayan a la raíz.
¿Cómo despertar nuevamente la posibilidad de la revolución hoy? No existen
unas condiciones objetivas lógicamente preestablecidas. Las revoluciones
nunca han sido consecuencias lógicas de coyunturas desestabilizadoras de lo
existente. Son momentos que rompen con las lógicas y reglas de lo existente,
sobre todo con su pretensión de ser consideradas naturales y eternas. Son
apuestas políticas, de vida o muerte, en torno a coyunturas que interrumpen el
continuum de la historia. Lo que hasta ayer parecía imposible, se presenta ahora
como deseable y posible, y lo que requiere para su realización es de la voluntad y
organización política para ello. Las condiciones objetivas están dadas, lo que
nos ha faltado, una y otra vez, son la articulación de las condiciones subjetivas.
Ya lo aprendieron los bolcheviques, la mayor parte de los cuales fueron
sorprendidos por la oportunidad que se presentó para tomar el poder y, aún así,
decidieron finalmente tomarlo por asalto ante las miradas pasivas de las demás
fuerzas. ¿Y qué me dicen de los casos de China, Cuba y, más recientemente,
Venezuela? Hay que hacer también especial mención del levantamiento armado
zapatista de 1994 en México y su influyente presencia militar y política que aún
perdura en Chiapas y más allá.
En el caso de la revolución bolivariana, ésta fue el fruto de la primera insurgencia
civil contra el nuevo orden neoliberal en 1989, conocida como el Caracazo. Diez
años más tarde, se produce una refundación constitucional representativa de un
nuevo bloque de fuerzas que se definía a favor de la construcción de un
socialismo bolivariano. En el caso de la rebelión zapatista, ésta se produce en el
momento en que se inaugura el NAFTA (Acuerdo de Libre Comercio de América
del Norte), que se esperaba fuese el primer peldaño para la constitución del
ALCA (Acuerdo de Libre Comercio de las Américas) por medio del cual Estados
Unidos se proponía la colonización económica de Nuestra América. El
zapatismo representó otro golpe inesperado al neoliberalismo.
Tanto unos como otros son momentos expresivos de la revolución viva, no
conforme a ideas a priori acerca de ésta sino que como resultado del
movimiento real que niega y busca superar el estado actual de las cosas.
Ambas se han planteado confrontar a su modo al Estado como una comunidad
ilusoria. La verdadera comunidad anida en otra parte, sentenciaron. El Estado
resulta ser una estructura vertical de mando clasista y racista de la sociedad
caracterizada por la fetichización también de la subalternidad detrás de la cual
apenas se ocultan unas lógicas de subordinación. Ante ello, hay que profundizar
128 Grupo Ruptura I Institut Sobiranies
radicalmente la contradicción entre el Estado y la comunidad, en busca de
transformar, desde abajo, el modo de gobernanza y regulación social.
Poco antes de morir, el líder bolivariano venezolano Hugo Chávez Frías insistió
en que la revolución no tiene futuro por medio del Estado heredado. Por ello
debía transitarse cuanto antes desde esa forma, ya obsoleta, hacia una nueva
estructuración comunal del poder y de la gobernanza. De no hacerse, se sería
responsable de otra pérdida de oportunidad como el vivido con el derrumbe de la
URSS. Culminó su sabia admonición proclamando: “¡Comuna o nada!”.
Inicialmente, ese proceso de comunización de la gobernanza fue instrumentado
por medio de la institución de las Misiones, instancias de poder dual a las cuales
se fue trasladando funciones y servicios que hasta ese momento administraban
los Ministerios, componentes de un Estado en extremo burocrático, clientelista y
corrupto. No bastaba con cambiar a sus directivos y algunas de sus políticas,
sino que había que reinventar la gobernanza desde el poder constituyente
mismo, el verdadero soberano: el pueblo. Complementariamente, se fue
potenciando la organización comunitaria, lo que finalmente fue recogido en
legislación aprobada a los efectos de reestructurar el poder estatal por medio de
su comunización, es decir, la constitución de una red de comunas por todo el
país como focos activos y permanentes de democracia participativa y directa, e
incluso de defensa de la revolución bolivariana frente a sus enemigos internos y
externos.
A diferencia de la experiencia venezolana, los zapatistas –una confluencia entre
el marxismo y la cosmovisión maya– inauguraron una nueva forma de hacer
política que no aspira a la toma del poder constituido bajo la forma Estado sino
que lanza una apuesta por la construcción de un poder “muy otro”, desde abajo.
Según el zapatismo la forma política estatal está estructurada simétricamente
con los intereses del capital. De neutral, no tiene nada. Es una forma fetichizada
y fetichizante que termina por cooptar nuestras luchas. En ese sentido, quién
controle el Estado no hace mucha diferencia, pues en el fondo su matriz
económico-política está en el capital y siempre va a prevalecer en última
instancia. Por eso, hay que superar la perspectiva estadocéntrica que ha sido
fetichizada por la izquierda. Hay que construir un nuevo poder, de carácter
inmanente, desde los movimientos y sus rebeldías, desde las comunidades y sus
haceres. Es mayormente desde las grietas o intersticios del sistema actual que
puede desarrollarse lo nuevo. Según el subcomandante Marcos (hoy
subcomandante Galeano), con el derrumbre del campo socialista no estamos
ante el fracaso de un sistema que busca superar el capitalismo. Mas bien es el
fracaso de una forma política fetichizada por la izquierda. Hay que reinventar la
forma de lo político para que represente unas nuevas relaciones sociales no
capitalistas.
129 Momentos pospandemia. Nuevos poderes, nuevas resistencias
Las dos experiencias antes descritas se inscriben en lo que entiendo son las
señales del fin de la estatalidad como modo hegemónico de gobernanza que
hace ya un tiempo estamos atestiguando. Ello no significa la extinción
inmediata de la forma Estado sino que nos anticipa más bien la largamente
aspirada posibilidad de una reestructuración democrática de la gobernanza bajo
la forma comunidad o comunal, apuntalada en los procesos societales
autónomos y alternativos de normatividad. Toca ahora a la comunidad y a los
movimientos que luchan por lo común hacerse no-Estado, sobre todo al haber
tomado consciencia de que el Estado tiene serias limitaciones estructurales para
representar realmente las soberanías múltiples que anidan en la sociedad
contemporánea. De lo que se trata es de profundizar la contradicción inherente
a la forma Estado, trascender la dicotomía entre Estado y sociedad, Estado y
comunidad, ya de por sí prácticamente desdibujada por el capital en estos
tiempos.
En medio del debilitamiento gradual del Estado como forma hegemónica de
gobernanza, las comunidades y sectores de la sociedad civil han tenido que dar
un paso al frente para llenar el vacío. Una y otra vez vemos como lo común
forcejea por emerger como esfera alternativa ante el colapso de la esfera pública
y la incapacitación de la esfera privada para reorientar sus procesos de
producción y acumulación para beneficio del bien común. En la potenciación de
esta esfera de lo común está hoy la posibilidad de refundar democrática y
soberanamente, desde abajo, nuestro modo actual de socialidad, nuestro modo
de estar en común. En lo común está la fuente material del no-Estado
previamente mencionado.
Sin embargo, más importante aún es entender lo común no como un
adecentamiento del capitalismo y menos de la colonia, sino como un horizonte
anticapitalista y anticolonial. No se trata de creer ingenuamente en la posibilidad
de mejorar el capitalismo mediante nuevas conquistas relativas al trabajo y a la
vida en general: más y mejores empleos, mejores salarios, más poder
adquisitivo, mejores pensiones, fortalecer la seguridad social, y garantizar
servicios públicos de salud y de educación de excelencia. Ya se tránsito por esa
vía reformista y ya hemos comprobado que lo que el capital y su Estado
conceden, lo pueden también arrebatar en cualquier momento. No se trata de
gobernar mejor ni de “humanizar” el capital o de suavizar la explotación de un
ser humano por otro. De lo que se trata es de poner fin a las lógicas capitalistas
que requieren de esa subordinación, desigualdad y alienación de los muchos
para que los menos acumulen una riqueza cada vez mayor, escandalosamente
mayor.
130 Grupo Ruptura I Institut Sobiranies
8. UNA NUEVA OPORTUNIDAD
En estos momentos recuerdo esa sentencia del histórico líder comunista chino
Mao Zedong: “¡Hay caos bajo los cielos; que magnífica situación!”. Detrás de
cada crisis del capitalismo, yace también una nueva oportunidad para el cambio
real.
El creciente nacionalismo de derecha, sobre todo en el caso de Estados Unidos
bajo Trump, ha contribuido a una especie de desglobalización creciente, lo que
ha impactado también la capacidad del capitalismo para afrontar la presente
pandemia. Incluso, la desestabilización política y económica que se vive hoy en
Estados Unidos bajo el gobierno clasista y racista de Trump, ha puesto en
entredicho a la hasta ahora hegemonía unipolar de Estados Unidos.
Por su parte, la Unión Europea dejó solos inicialmente a sus estados miembros
para que solucionaran como pudiesen la crisis pandémica y sólo a última hora
estuvo dispuesta a facilitar unas ayudas económicas a los estados más
afectados. Son países como, por ejemplo, China, Cuba y Venezuela, entre otros,
los que han insistido en la importancia de la colaboración y solidaridad
internacional ante los retos planteados por el coronavirus. Sin embargo, la
política exterior de Washington pretende reducirlos a parias. China se ha erigido
en el gran defensor de la globalización. Todo ello va definiendo una situación de
caos sistémico.
El viejo orden unipolar decae, aunque el nuevo –que se vaticina será multipolar–
aún está en trance de ser.
La crisis no producirá por sí sola la solución y menos aún la transformación
radical que se necesita. La única posibilidad sigue radicando en la lucha.
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