“Jamás fuimos tan libres como bajo la ocupación alemana”. La célebre afirmación de Sartre se encuentra al comienzo de un artículo de 1944 titulado “La república del silencio”. ¿Cómo se explica esta paradoja, encontrar el máximo de libertad bajo un máximo de dominación?
Sartre podría haber escrito “contra” en lugar de “bajo”: la libertad a la que se refiere no se encuentra en ninguna forma de resignación a la ocupación (exilio interior, contemplación, etc.), sino en la resistencia activa contra ella. La resistencia fue una experiencia de libertad, insiste Sartre, porque articuló el “cada uno” y el “todos” en un vínculo intenso.
El resistente no es un soldado que ejecuta lo que se le ordena, sino alguien que debe pensar, valorar y actuar por sí mismo. “Como el veneno nazi se deslizaba hasta nuestros pensamientos, cada pensamiento justo era una conquista; como una policía todopoderosa procuraba constreñirnos al silencio, cada palabra se volvía preciosa como una declaración de principios; como nos perseguían, cada uno de nuestros ademanes tenía el peso de un compromiso”. En la pelea, cada instante cuenta.
Las palabras y los gestos estaban al mismo tiempo en relación con los demás, el destino personal se engarzaba con el destino colectivo. “Cada uno de los ciudadanos sabía que se debía a todos y que sólo podía contar consigo mismo; cada cual realizaba, en el desamparo más total, su papel histórico”. La figura opuesta es el “colaboracionista”: se somete a los hechos consumados de la ocupación, acepta el corte entre lo personal y lo común.
Cada resistencia –grande o pequeña, espectacular o callada– hace existir lo que Sartre llama “la república de la noche y el silencio”: una república subterránea, en la sombra, por fragmentos, pero ya viva y presente. Sin instituciones, ejército o policía, se sostiene únicamente en gestos de resistencia a la vez singulares y enredados. Es una experiencia de “democracia verdadera”, dice Sartre, basada en la igualdad en el desafío ante la amenaza de muerte. La democracia no como procedimientos, sino como forma de vida.
Otra república distinta, ya a la luz pública, se prepara en la Francia de 1944. El artículo acaba preguntando: “¿No sería deseable que conserve a la luz del sol las austeras virtudes de la República del Silencio y de la Noche?”. Sartre presiente la restauración de la política convencional, representativa, el fin del vínculo sensible entre el cada uno y el todos.
El cada uno, desvinculado de lo común, se reduce a individuo separado, autorreferencial, cerrado sobre sí mismo, dedicado al goce privado, los asuntos privados y la propiedad privada. El todos, desvinculado de la contribución singular de cada uno, se convierte en una simple unidad abstracta de elementos intercambiables (votantes, consumidores, espectadores). La serie, dice Sartre, una “comunidad de equivalencias”.
La república de la noche y el silencio, a pesar de su aparente fragilidad, es “la más fuerte de las repúblicas”. ¿Por qué? El contrato social se trama en el engarce activo entre todos y cada uno, la cooperación social y la transformación personal. La política convencional pone fin a esta experiencia intensa de fraternidad. No hay afecto posible entre los elementos de una serie. La democracia automática no requiere nuestra implicación creadora, solo conformidad y obediencia a los protocolos establecidos. ¡Es una democracia de colaboracionistas!
En ciertos momentos excepcionales, como una catástrofe o una revuelta colectiva, hemos podido vivir experiencias de fraternidad (¡o sororidad!). La vida se tensa, exigiendo a cada uno ir más allá de lo dado, en relación a los demás. Reaparece entonces, por un momento, la experiencia política primordial. Después, las cosas se enfrían y la política convencional vuelve a primer plano, con su reparto entre vida privada y delegación de lo común. El realismo colaboracionista repite de diversos modos: “así son las cosas”. La pregunta final de Sartre -cómo integrar la experiencia nocturna en la vida diurna, lo caliente en lo frío- queda sin respuesta.
En esa desarticulación entre lo personal y lo común, en la democracia puramente procedimental, una nueva ocupación se instala, más sutil que la brutalidad nazi pero no menos totalizante: la colonización de la vida entera por la lógica del beneficio capitalista, desde la gestión de la salud o la educación hasta nuestra vida íntima. Bajo esta nueva ocupación, también hay gestos de resistencia, voces singulares o actos de generosidad; son gestos que esbozan, por jirones, una nueva república de la noche, otra realidad. La luz mediática los ciega. Hay que espabilar los ojos para ver en la noche y el silencio los fogonazos de democracia verdadera.
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Referencias:
La república del silencio (estudios literarios y políticos), Jean-Paul Sartre, Losada, Buenos Aires. La cérémonie de la naissance, Benny Levy, Verdier, 2005. Penser à deux, Gilles Hanus, L’Age d’Homme, 2013.