Autonomía tharú: cuando los siervos se rebelan en las llanuras de Nepal
x Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar - [10.05.04 - 12:43]
3 de mayo de 2004. Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar
Transcrito de La Haine
Desde su inicio en Nepal hace ocho años, la guerra popular ha sacudido los cimientos del país y despertado la misma alma del pueblo.
En las llanuras occidentales del país, desde hace milenios los migrantes adinerados de las regiones montañosas del norte han despojado de tierras a la comunidad étnica tharu y convertido su población en siervos. Las más de las veces, estos poderosos terratenientes, llamados zamindares, son integrantes de las castas altas, principalmente bahmánicos y kshetríes, que tienen acceso al poder político. Los zamindares ocupan puestos de poder en la burocracia, las fuerzas armadas y el comercio. Es más, controlan a los medios informativos. O sea, representan el sector más importante de las clases dominantes nepalesas.
Tras desterrar a los tharúes, los zamindares los sometieron y los convirtieron en jornaleros bajo contrato (a cambio de alimento, techo y ropa) en las mismas tierras que antes poseían. Es un sistema de esclavitud con otro nombre: el sistema kamaiya.
Los tharúes son un pueblo autóctono que habitan las llanuras occidentales. Conforman una minoría importante de la población, una minoría nacional (cerca de 1.2 millones) que una vez eran campesinos autosuficientes. Hace unos años, la revista National Geographic retrató con fotos a este pueblo como seres exóticos con costumbres y tradiciones extrañas. Desde hace muchos años, la Sociedad Contra la Esclavitud, con sede en Inglaterra, ha venido buscando denunciar al sistema kamaiya en Nepal ante un público más amplio. En 1997, el diario londinense Times publicó una denuncia sobre la situación de los tharúes bajo este sistema.
Con su llegada a las llanuras del Terai, la guerra popular ha inspirado a las masas populares, sobre todo los desterrados y pisoteados, quienes se levantaron para recuperar sus tierras ancestrales. El programa del Partido Comunista de Nepal (Maoísta) llama a tomar y repartir las tierras, llamado que encontró terreno fértil en los oprimidos de las llanuras suroccidentales del país. Las palabras y las acciones del Partido generaron mucho entusiasmo revolucionario entre estos oprimidos, quienes con gusto se unieron a los cuadros maoístas y a los combatientes del Ejército Popular de Liberación. Al inicio de la guerra popular, el partido explicó su programa, con las consignas “tierra para quienes la trabajan” y “tierra para los sin tierra”. Por primera vez, las mujeres como los hombres tenían derecho a poseer tierras. El programa del PCN (M), una parte integral de la revolución de nueva democracia que dirige como primera etapa de una revolución que abrirá paso al socialismo, se plasmó en los hechos mediante la guerra popular, en tanto futuro libre de opresión y esclavitud para las masas del Terai.
En 2002, el parlamento bajo el rey declaró la liberación de los tharúes del sistema kamaiya, aunque éstos ya estaban retomando sus tierras y muchos terratenientes estaban en plena desbandada, ante los mayores avances maoístas en la región.
Fue muy obvio que la declaración del parlamento era más que una maniobra política; era una vil conspiración de las potencias imperialistas, el gobierno y ciertas organizaciones no gubernamentales con financiamiento extranjero para alejar a los tharúes de la revolución maoísta. La declaración de “liberación” del parlamento sonaba falsa.
Para engañar a los kamaiyas, el gobierno emprendió el reparto de pequeñísimas parcelas de tierra a un pequeño grupo de familias. Pero, en las zonas bajo su control, el viejo gobierno repartió unas cuantas tierras a algunos miembros selectos de la comunidad tharú y conservó las demás tierras como “zanahoria para el burro”. Así, busca fomentar la ilusión de que distribuiría estas tierras a otras personas. Hasta hoy, no ha repartido más tierras, pues nunca fue su intención. Y, no es posible repartirlas bajo el actual sistema reaccionario. Por eso, muchos kamaiyas “liberados” están volviendo a venderse bajo contrato a sus antiguos terratenientes. Por ejemplo, The New York Times (6 febrero 2004) dio a conocer que Phool Kesari, una antigua esclava tharú a cuyo esposo se lo llevó el Ejército Real de Nepal por ser supuesto simpatizante maoísta, contempla volver a trabajar para su antiguo zamindar. Pholl Kesari piensa que nunca va a volver a ver vivo a su marido. Hoy, en las zonas bajo el control del ERN, son comunes tales casos.
El artículo pasa por alto el hecho de que el proceso de la guerra popular cobra fuerza y rompe cadenas, diciendo que “los maoístas hicieron poco o nada para liberar a los tharúes del trabajo bajo contrato; las organizaciones internacionales y nacionales lograron presionar al gobierno”. No obstante, concede que en la aldea de Bardya, “los jóvenes tharúes hablan con alegría de que los terratenientes tienen que huir ante la furia de los maoístas”. Bal Krishna Chaudhary, un estudiante tharú de 18 años de una familia de antiguos jornaleros bajo contrato y a cuya hermana mayor, Sita, partidaria de los maoístas, se la llevó el ERN hace dos años, dijo con orgullo: “Ahora, todos los zamindares nos tienen miedo”. Los maoístas, agregó, “hablan por el pueblo, hablan por los tharúes”.
Si bien The New York Times dice que la insurgencia “provocó caos” y “perjudicó muchísimo” al país, admite que la guerra popular “operó cambios en la correlación del poder entre los terratenientes y los sin tierra los cuales no ha logrado hacer la democracia pluripartidista desde 1990”.
Hace muy poco, el gobierno real anunció un nuevo plan “para erradicar la pobreza” mediante el reparto de tierras. El plan limitará la cantidad de tierras que un terrateniente puede poseer y propone pagar por las tierras que adquiera a los zamindares, las cuales supuestamente repartirá entre los campesinos sin tierra. Los campesinos tendrán que reembolsar al gobierno por plazos.
Es muy probable que el proceso lleve a una enorme concentración de la tenencia de las tierras y dé grandes oportunidades para que los inversionistas y bancos extranjeros, y Banco Mundial adquieran las tierras. Por tanto, los campesinos pobres y hasta los campesinos medios (ni hablar de los kamaiyas de la comunidad tharú) perderían sus tierras y caerían en el destierro y mayor pobreza, de modo que tengan que venderse bajo contrato. Los revolucionarios aplican una política muy distinta: vienen confiscando las tierras y repartiéndolas a los pobres sin tierra.
La rebelión de los tharúes sacudió de a de veras al viejo orden. El coronel Dipak Gurung, vocero del ERN, dijo que los tharúes son “personas muy mansas; por lo común no oponen resistencia” y que “por naturaleza, por su cultura, son sumisas”. Pero en el contexto de la guerra popular, estas personas “mansas” y “sumisas” han empuñado las armas para deshacerse del yugo de la opresión y por primera vez tomar el futuro en manos propias.
En la misma semana que salió el artículo del New York Times, se operaron cambios nuevos y sorprendentes en la misma región: en medio de una efusión de alegría de la población, se declaró la Región Autónoma Nacional Tharú. Decenas de miles de ex kamaiyas celebraron abiertamente su recién ganada liberación y nuevo poder. Tal acontecimiento fue posible únicamente bajo un nuevo poder, en las bases de apoyo rojas de la región controladas por las fuerzas maoístas.
Los medios informativos occidentales en su conjunto no dijeron nada sobre este histórico suceso.
La lucha por la autonomía regional y nacional es un elemento fundamental del programa del PCN (M) para resolver el complejo problema de la opresión nacional y las disparidades regionales. La prensa occidental no informó acerca de éste ni otros sucesos históricos similares en otras partes del país, como la declaración de la Región Autónoma Nacional Magar y de la Región Autónoma Beri-Karnali, pues no son dignos de salir en los diarios y la televisión en el mundo de los imperialistas y la reacción. ¡El silencio de los medios informativos occidentales acerca de lo que tiene tanta importancia para los pueblos largamente despreciados y olvidados, que manifiestan con tanta contundencia estos sucesos, es verdaderamente asombroso, sino no ensordecedor!