Los cambios climáticos y la crisis ecológica y ambiental son las manifestaciones más perceptibles de una nueva época geológica que la comunidad científica internacional ha denominado Antropoceno. Una de las cuestiones centrales radica en comprender si es un “Antropos”, la especie, la responsable del contexto de devastación que estamos experimentando en la actualidad o si es un sistema económico, una forma de entender y explotar la naturaleza y la vida desplegada por el capitalismo industrial.En los ámbitos urbanos hay una desconexión entre la producción y el consumo de alimentos. Se desconoce el origen de lo que consumimos y el impacto negativo de las producciones intensivas – agricultura y ganadería – en la naturaleza y en la sociedad.
«Los cambios climáticos y la crisis ecológica y ambiental son las manifestaciones más perceptibles de una nueva época geológica que la comunidad científica internacional ha denominado Antropoceno. Acuñado por el premio nobel de química Paul Crutzen y el biólogo Eugene Stoermer, el concepto da cuenta de que los seres humanos se han convertido en una fuerza de transformación a escala geológica y planetaria. Una fuerza de transformación que ha afectado a la naturaleza en tal magnitud, que ha impactado de manera irreversible en los equilibrios del planeta».
Estamos atravesando una época de profundas transformaciones, momentos turbulentos y de mucha incertidumbre. Las imágenes de futuros distópicos, colapsos y fines de mundo se tornan cada día más visibles y cercanas para la humanidad. Es una época de importantes desafíos para los seres humanos y así lo empiezan a reflejar los medios de comunicación masivos, la ciencia ficción, los contenidos audiovisuales que retratan cada vez con mayor frecuencia la aceleración de los cambios socio-ambientales y la huella desenfrenada de los seres humanos en el planeta. Los cambios climáticos y la crisis ecológica y ambiental son las manifestaciones más perceptibles de una nueva época geológica que la comunidad científica internacional ha denominado Antropoceno. Acuñado por el premio nobel de química Paul Crutzen y el biólogo Eugene Stoermer, el concepto da cuenta de que los seres humanos se han convertido en una fuerza de transformación a escala geológica y planetaria. Una fuerza de transformación que ha afectado a la naturaleza en tal magnitud, que ha impactado de manera irreversible en los equilibrios del planeta.
En los círculos científicos internacionales se debaten los posibles orígenes, las causas y consecuencias del Antropoceno. Las discusiones son múltiples y abarcan a todo el espectro de las ciencias de la tierra y las ciencias sociales y humanas que también se han sumado a los acalorados debates. Una de las cuestiones centrales radica en comprender si es un “Antropos”, la especie, la responsable del contexto de devastación que estamos experimentando en la actualidad o si es un sistema económico, una forma de entender y explotar la naturaleza y la vida desplegada por el capitalismo industrial. En la búsqueda de rigor terminológico y analítico varios autores han propuesto llamar a esta época el Capitaloceno, entre otras alterativas conceptuales. Más allá de estas importantes discusiones que se llevan a cabo dentro de los ámbitos académicos, a lo largo de los últimos años el concepto ha transcendido las esferas estrictamente científicas y ha permeado de manera contundente a la opinión pública. El Antropoceno no solo nos invita a reflexionar sobre el vínculo de los seres humanos con la naturaleza, sino que instala la pregunta sobre como co-habitamos con otras especies en el planeta.
Uno de los desafíos más relevantes en torno a conceptos globalizantes como el Antropoceno y el cambio climático es que son globales en escala y locales en impacto. El abismo entre fenómenos de escala global y nuestra comprensión de los mismos ha llevado a una gran parte de la humanidad, especialmente a los sectores políticos, a un desconocimiento y a una negación de los hechos científicos. Por lo tanto, la divulgación de estos temas requiere encontrar puntos de contacto que inviten a la reflexión sobre nuestras prácticas y representaciones cotidianas y su vínculo con el ecosistema terrestre. Reflexiones que reconecten a los diferentes sectores sociales con las cuestiones más esenciales de nuestra existencia, como por ejemplo el alimento, especialmente en ámbitos urbanos.
Las disputas sobre la producción, distribución y el consumo de alimentos, y los modelos de desarrollo, posibles y deseables, pueden ser ejes transversales sobre el cual abordar nuestra entrada al Antropoceno e involucrar a la sociedad más en profundidad en estos debates. En los ámbitos urbanos hay una desconexión entre la producción y el consumo de alimentos. Se desconoce el origen de lo que consumimos y el impacto negativo de las producciones intensivas – agricultura y ganadería – en la naturaleza y en la sociedad. Con la promesa de finalizar con el hambre en el mundo, las cadenas globales de producción y circulación de commoditties – productos genéricos sin valor agregado – avanzan sobre la naturaleza. Los impactos son múltiples, desde los cambios en el uso del suelo, la deforestación, la expulsión de habitantes de zonas rurales, la ruptura del tejido social, entre otros efectos, más que naturales y sociales.
Frente a este escenario hay alternativas de transición, aunque pequeñas en escala, nos permiten avizorar y disputar otros futuros, especialmente en países como Argentina con marcada historia de exportación de alimentos y actualmente de commoditties. Una de las alternativas de transición es la agroecología que promueve la soberanía alimentaria y la producción de alimentos sustentables, tanto en términos sociales como ambientales. La agroecología incrementa la biodiversidad, la capacidad de resiliencia de los agroecosistemas y puede colaborar con la mitigación al cambio climático. En términos sociales, puede reconstituir los lazos comunitarios, revalorizar los conocimientos locales, promover el arraigo en el campo y fortalecer el vínculo campo-ciudad.
Las reflexiones sobre el alimento y los modelos de desarrollo en disputa, ponen en el centro de la escena la pregunta sobre qué huella dejamos en el presente, qué huella queremos dejar en el futuro y el desafío de pensar la interdependencia, esto es, reconociéndonos como una especie más en el planeta. En este sentido, los debates sobre el Antropoceno representan una oportunidad para profundizar la divulgación y concientización sobre las dimensiones socio-ambientales de esta nueva época geológica y anclarlo en la vida cotidiana de las personas. Así se podrán construir estrategias de acción colectivas para cambiar de paradigma y re-imaginar futuros distintos que nos permitan atravesar lo más rápido posible el Antropoceno.
Llega la noche y una de las preguntas más comunes en la mayoría de las familias es ¿Qué vamos a comer hoy? La improvisación y las posibilidades económicas dan lugar a variadas situaciones culinarias y los platos más diversos. Sin embargo, no es tan frecuente detenernos a pensar ¿De dónde vienen los alimentos que consumimos? Muchas veces creemos en las publicidades que representan hermosas imágenes de vacas pastando en enormes campos verdes infinitos, gallinas libres de jaulas y chanchos dando vueltas por granjas familiares. Si en el pasado fue así, en la actualidad estas imágenes lejos están de representar fielmente la realidad. De hecho, casi el 70% de la carne que consumimos en los ámbitos urbanos proviene de corrales de engorde o feedlots donde los animales se encuentran en condiciones totalmente deplorables. Lo mismo sucede con las frutas y las verduras que consumimos diariamente, las cuales contienen altos niveles de agroquímicos. Estos paisajes homogéneos, de monoculturas y pérdida de diversidad alimentaria son los símbolos de este modelo productivo denominado agronegocio. Ahora bien, ¿Cómo impactan estos sistemas productivos en nuestra vida cotidiana? ¿Es posible encontrar puntos de contacto entre un simple plato de carne y el Antropoceno?
Hay muchos aspectos socio-culturales que se ponen en juego en las prácticas y representaciones alimentarias. Desde las cuestiones más íntimas como el amor, el cuidado, el bienestar, hasta las colectivas como la socialización y el compartir. Incluso el alimento refleja la dimensión política del acto de comer. Cada vez es más común escuchar que la elección de los alimentos constituye un hecho político y que se encuentra en el núcleo de la disputa sobre los modelos de desarrollo posibles y deseables de sociedad en el presente y particularmente en la configuración del futuro. Bajo el paradigma del progreso científico tecnológico y la modernización, los sistemas productivos industrializados han avanzado sobre la naturaleza y la sociedad. La industria cárnica intensificada y la producción de commodities a gran escala se han convertido en los símbolos de este modelo dominante que fusiona cadenas globales de producción, circulación y consumo imprimiendo sus marcas en los cuerpos y en los territorios.
Desde hace más de un año el anuncio de un posible acuerdo entre Argentina y China ha movilizado a gran parte de la sociedad civil. El gobierno tiene proyectado la instalación de 25 mega granjas porcinas para la exportación de 900.000 toneladas de carne al gigante asiático. Con la promesa de dinamizar el desarrollo económico y productivo de diversas regiones del país, el acuerdo surge en un momento de crisis socio-económica donde las inversiones extranjeras parecieran ser la solución a los problemas de pobreza y desempleo. Sin embargo, la implementación de actividades extractivas no toma en consideración todos los impactos negativos generados por este tipo de proyectos, tanto en términos sociales, ambientales y sanitarios. De hecho, la propuesta de China de tercerizar la producción de carne de cerdo en Argentina surge después del brote de Peste Porcina Africana (PPA) que azotó al país en 2018 y que llevó al sacrificio de millones de cerdos con la consecuente baja del stock productivo. Parece claro que trasladar una actividad económica intensiva con altos riesgos socio-ambientales a nuestros territorios lejos de representar una oportunidad es un sacrificio.
La escasez de información oficial sobre las condiciones y características del acuerdo deja entrever la falta de transparencia e incluso el reconocimiento del malestar que causa entre la sociedad civil la ausencia de participación ciudadana. Desde que comenzó a circular la poca información sobre el acuerdo, las movilizaciones sociales para mostrar su desacuerdo no se hicieron esperar. Las expresiones de rechazo han sido múltiples y diversas. Los ámbitos de la ciencia, el arte, los movimientos socio-ambientales y la sociedad civil aunaron esfuerzos para manifestarse en contra. Una de las expresiones más significativas se llevó a cabo en el mes de septiembre último a través de una “Audiencia Pública Autoconvocada” donde más de 200 expositores manifestaron sus opiniones sobre el acuerdo. La audiencia destacó la falta de acceso a información oficial, la necesidad de crear instancias de diálogo con el gobierno y de participación pública.
Cada vez más, las consecuencias del avance desenfrenado de este sistema económico sobre la naturaleza comienzan a hacerse perceptibles. Estamos atravesando una pandemia de presumible origen zoonótico vinculada a la explotación de la vida silvestre, la destrucción de hábitats y ecosistemas que obligan a determinadas especies a migrar y entrar más en contacto con los seres humanos. De hecho, se ha propuesto que el Covid-19 junto con la crisis climática y ecológica serían las nuevas “enfermedades del Antropoceno”. Es una época de crisis, pero también de oportunidades para repensar este sistema a la luz de las transformaciones que ha generado la pandemia en nuestras vidas y generar instancias reflexivas sobre nuestro habitar en el mundo. Entonces, ¿podemos seguir profundizando estos modelos de desarrollo que nos están llevando a un colapso civilizatorio o es el momento de visibilizar otras alternativas social y ambientalmente sustentables?
Construir estrategias para enfrentar el Antropoceno requiere de la acción colectiva para transformar los vínculos de los seres humanos con la naturaleza y entre nosotros mismos. Suturar la Tierra es un proyecto que busca promover la reflexión en clave artística y científica sobre el impacto de las actividades humanas en el planeta. El proyecto articula arte, ciencia, educación y territorio en pos de difundir los problemas socio-ambientales de esta nueva época geológica y cultural. Mediante acciones artístico-educativas y materiales audiovisuales, se busca promover la reflexión sobre el vínculo sociedad-naturaleza desde una perspectiva crítica, transformadora y latinoamericana. Aquí la generación de alianzas entre los ámbitos artísticos, educativos, científicos y de la sociedad civil se vuelven imprescindibles para abordar la complejidad de los desafíos presentes.
Vemos día a día cómo las organizaciones sociales, los movimientos ambientales y las comunidades indígenas están liderando las demandas para articular justicia social, justicia climática y ambiental como un proceso integrado. Estas demandas buscan, entre otras cuestiones, cerrar la brecha entre desarrollo y ambiente, una falsa dicotomía que se manifiesta en la era del Antropoceno, donde las “naturalezas baratas” están terminando. La pregunta no radica en producir o no producir, ya que hay múltiples formas de hacerlo, sino en qué condiciones se realiza. Lo mismo sucede con el consumo de alimentos, no se trata de no comer nada, sino de lograr un consumo consciente, crítico e informado para tomar mejores decisiones no solo personales sino también colectivas. Una ciudadanía informada puede convertirse en un agente de cambio y exigir al Estado políticas públicas que transformen el sistema hacia prácticas productivas que sean social y ambientalmente justas.
Hay muchas alternativas a los modelos de producción y consumo dominantes. Una de ellas es la agroecología que está teniendo cada vez mayor preponderancia en los ámbitos sociales y políticos. El sistema alimentario que llega a más del 60% de la población mundial proviene de la producción de pequeña escala, de actividades productivas descentralizadas y locales. A lo largo de los últimos años ha tomado gran relevancia el trabajo de la Unión de los trabajadores de la Tierra (UTT) como organización que nuclea a familias pequeñas productoras y campesinas que abastecen a la población de alimentos saludables, a precios justos y sin intermediarios. Este colectivo fortalece la organización de pequeños productores y les permite multiplicar las experiencias agroecológicas en los territorios. Concientizar a la población sobre los beneficios socio-económicos, sanitarios y ambientales de estas propuestas se torna fundamental para incrementar su (re)valorización y visibilidad, proponiendo alternativas a los modelos de consumo hegemónicos a través de las grandes cadenas de comercialización como los supermercados. La transición a sistemas alimentarios sostenibles implicará reorganizar nuestros patrones de consumo, modificar las dietas hacia prácticas más saludables y sostenibles, priorizando las frutas y verduras y reemplazando el consumo de carne y azúcar. El sistema agroalimentario actual tiene su eje en las desigualdades sociales que afectan tanto a los productores agroecológicos como a los consumidores. Fortalecer el circuito de producción, circulación y consumo directo a través de la economía popular y el comercio justo puede ser una salida a la crisis social y económica actuales. Por eso la generación de herramientas que nos inviten a reflexionar sobre nuestras prácticas y representaciones cotidianas tiene un valor preponderante para la acción individual y colectiva. Con este espíritu, desde Suturar la tierra creamos el audiovisual “El Antropoceno en mi plato” que articula arte y ciencia para (re)pensar nuestros patrones de consumo y sembrar una semilla de transformación colectiva.
Este contexto de colapso civilizatorio no puede llevarnos a la distopía. Necesitamos nuevas narrativas que nos permitan vislumbrar opciones, que estimulen la imaginación creativa, que resalten la agencia humana y no humana y su capacidad de transformación constante. No es necesario proyectar hacia adelante para encontrar estas alternativas, ya que están en los territorios, en las luchas de los movimientos sociales e indígenas, en las prácticas comunitarias y soberanas, en los conocimientos locales. Por lo tanto, es clave fomentar las instancias participativas, abrir las discusiones a la pluralidad de sectores de la sociedad involucrados, no solo a los expertos, científicos y políticos como la voz autorizada. La inclusión de (otros) saberes y experiencias en los debates públicos puede potenciar la acción política en cuestiones que conciernen y atraviesan a todas las sociedades.
*Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires