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Cuidar el bosque, cuidar la vida

Raúl Zibechi :: 14.12.21

Desde hace 16 años el Comité en Defensa del Bosque Nixticuil, una brigada comunitaria situada en la colonia Tigre II, en la periferia de Zapopan (Guadalajara), viene preservando, protegiendo y reforestando un área codiciada por la especulación inmobiliaria. Frente a este capital mafioso, los miembros del Comité oponen la cohesión y firmeza comunitarias, la autogestión que se plasma en rifas, ferias y fiestas para recaudar fondos que les permiten comprar herramientas. Han creado un espacio de mujeres que resulta clave para la continuidad del colectivo, ya que “no es posible la liberación de la tierra sin la liberación de la mujer”, como sostiene una de ellas, destacando la conexión de la lucha contra el patriarcado con la defensa del territorio.

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Cuidar el bosque, cuidar la vida

Raúl Zibechi

 
 

Desde hace 16 años el Comité en Defensa del Bosque Nixticuil, una brigada comunitaria situada en la colonia Tigre II, en la periferia de Zapopan (Guadalajara), viene preservando, protegiendo y reforestando un área codiciada por la especulación inmobiliaria.

Caminar por el bosque supone descubrir el daño y la preservación, anudadas en un mismo territorio, imposibles de separar. Pequeñas zonas negras, calcinadas por incendios o por la quema controlada; enormes encinos que se yerguen orgullosos sobre los arbustos; pequeños árboles recién sembrados y pinos medianos que crecen con exasperante lentitud, por la escasez de agua y un suelo erosionado y rocoso.

Las cifras que aportan sus integrantes muestran la calidad y la intensidad del trabajo que despliegan: más de cien mil árboles plantados en las tres mil hectáreas que protegen, 340 incendios intervenidos de forma totalmente autogestionada, sin el menor apoyo de las instituciones municipales o estatales que, por el contrario, cobijan y protegen al capital inmobiliario, principal responsable de la cadena de incendios.

El principal empeño del colectivo consiste en la prevención, a través de trabajos que realizan durante el invierno mediante la limpieza de hierbas, pastos y arbustos, de forma manual y a través de quemas controladas. Para frenar la erosión, trazan trincheras, un trabajo casi invisible pero básico para la conservación del suelo.

Cuando caminamos por el bosque contemplamos la diversidad de especies: tepanes y hazaches, guayabos y tronadoras, palos dulces y huizaches, compartiendo espacios con los más identificables pinos y encinos. En el vivero que crearon en plena colonia, que es motor de la reforestación, conviven todas estas especies en macetas de plástico, esperando el momento del trasplante.

El gran problema, el enemigo que hace necesaria la defensa del bosque, se llama capital inmobiliario, que viene cercando, con media decena de fraccionamientos, un bosque que la brigada comunitaria se empeña en preservar, enfrentando poderosos intereses que se cobijan en todos los partidos y en las principales instituciones.

“El mapa de los incendios coincide con el de los proyectos inmobiliarios”, dice alguien en la ronda del Comité. Una práctica del capital especulativo que se repite en todos los países del mundo donde el extractivismo urbano es una de las fuentes más voraces y depredadoras de acumulación de capital. El crecimiento de las ciudades satélites de Guadalajara resulta exponencial y abarca desde sectores populares hasta clases altas y gran burguesía, que añoran vivir en “espacios naturales”, sin reparar en la depredación que implica la “buena vida” individualista.

Frente a este capital mafioso, los miembros del Comité oponen la cohesión y firmeza comunitarias, la autogestión que se plasma en rifas, ferias y fiestas para recaudar fondos que les permiten comprar herramientas (desde azadones y rastrillos hasta mochilas de aspersión que tienen un precio de siete mil pesos/250 dólares cada una).

El “ataque” al fuego, así se expresan los miembros de la brigada comunitaria, puede ser directo o indirecto. El primero supone irse sobre las llamas con agua y pantalones viejos mojados para ahogar las tres fuentes del fuego: combustible, aire y calor. Sólo puede emplearse cuando las llamas son pequeñas y el fuego es controlable de ese modo.

El ataque indirecto se emplea en los grandes incendios y consiste en abrir cortafuegos y eliminar las fuentes que lo alimentan, en general pastos secos y ramas. Para ello cuentan con una camioneta que transporta mil litros de agua con mangueras que alcanzan hasta 200 metros pero, como dice uno los brigadistas, “la lógica consiste en no usar agua”. Escasea, es difícil de transportar y también dominan técnicas complementarias.

Con los años se han formado redes de vecinas, casi todas son mujeres, que avisan por wasap apenas observan el humo del incendio, pero también colaboran en el control del fuego. Quienes se implican directamente son, casi en solitario, las personas que integran el Comité. Un trabajo arduo, que puede llevar varias horas y casi siempre provoca deshidratación y extremo cansancio.

Además de prevenir, preservar, restaurar y apagar incendios, los miembros del Comité se empeñan en la recuperación de animales que pueblan las decena de cañadas que atraviesan el bosque, de desalambrar las zonas que el capital pretende expoliar, y animan a los vecinos a vincularse al bosque

Como suele suceder, los trabajos menos visibles son los más intensos. Cada uno de los miles de árboles que trasplantan cada año, son regados durante cinco meses para evitar que se sequen, lo que supone hasta 40 mil litros mensuales que deben sufragar de los fondos colectivos. Elaboran abonos y plaguicidas orgánicos, fertilizantes y hacen compostaje para enriquecer la tierra.

Han creado un espacio de mujeres que resulta clave para la continuidad del colectivo, ya que “no es posible la liberación de la tierra sin la liberación de la mujer”, como sostiene una de ellas, destacando la conexión de la lucha contra el patriarcado con la defensa del territorio.

Todo esto se inició, destaca la ronda de brigadistas, cuando en 2005 un grupo de mujeres de la colonia se movilizó para frenar la tala del bosque, entre otras cosas porque era el espacio donde jugaban sus hijos e hijas. Siempre fueron mayoría en esta lucha, quizá porque son las que están más tiempo en el barrio, tal vez porque los cuidados son intrínsecamente femeninos, aunque a veces participen los varones, como sucede en el Comité en Defensa del Bosque Nixticuil.

Después de la energía que aporta la caminata y de la extensa ronda, surgen algunas certezas. “No imaginamos vivir sin el bosque, por la dependencia física y emocional que establecimos”, dice una voz. “Nos vemos como una extensión del bosque”, suma otra palabra.

Dos jornadas de intercambio comunitario, nos dejan la firme impresión de que es posible, que sí se puede; pero sobre todo que vale la pena dedicar la vida, aún sin equipos de protección del fuego, a restablecer la relación social y el vínculo con la naturaleza destruidos por el capitalismo. Un modo de vivir que no puede resumirse con los gastados vocablos de resistencia y lucha.

 


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