El relato de Flavia Largo, lideresa indígena de Cauca, Colombia, muestra cómo las mujeres acompañan la liberación de la Madre Tierra y con su fuerza se han convertido en guardianas de sus territorios. Su experiencia de vida la ha llevado a luchar para que los jóvenes, niños y niñas no sean reclutados por grupos armados ilegales.

Las mujeres indígenas del pueblo Nasa, en el suroccidente de Colombia, guían y acompañan el proceso comunitario que llaman la liberación de Uma Kiwe (Madre Tierra en lengua nasa yuwe). Para ellas, es la lucha que busca sanar sus territorios de todo lo que lo enferma y esclaviza, como los monocultivos de caña de azúcar, los cultivos de uso ilícito como la marihuana y la coca, y las diferentes acciones de los grupos armados, tanto legales como ilegales.

Una de esas mujeres es Flavia Largo, de 35 años, quien desde su labor como Kiwe Thegna (guardia indígena) en el Resguardo Nasa de La Cilia La Calera, localizado en el municipio de Miranda, departamento del Cauca, vigila que se cumpla el mandato de las comunidades de proteger, conservar y liberar los espacios de vida para la armonía y equilibrio de la Madre Tierra.

«Kwe’sx Uma Kiwe wêth wêth ûsja’dame’ kwe’sxpa wêth wêth fxî’zeya ewumedkha’w (Mientras nuestra Madre Tierra no sea libre para la vida, tampoco somos libres sus hijos)”, dice la declaración que en el 2005 realizaron el pueblo Nasa y los 22 resguardos indígenas ubicados en el norte del Cauca. En esa declaración optaron por recuperar tierras de fincas y haciendas, que de acuerdo con los relatos de sus ancestros, se les despojó desde la colonización.

Otro de los mandatos de la comunidad, de acuerdo con Flavia, es rechazar el accionar de los grupos armados legales e ilegales de sus territorios, como lo hicieron con la antigua guerrilla de las FARC, Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.

La liberación de Uma Kiwe continúa en 2021. Según Flavia, su territorio actualmente vive “desarmonías” debido a los nuevos grupos armados que se disputan el control de las rutas del narcotráfico, como también lo ha denunciado públicamente la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca, ACIN, y lo ha advertido la Defensoría del Pueblo con alertas tempranas, entre ellas la 007 de 2021, donde informó sobre los enfrentamientos entre la fuerza pública y una “facción disidente de la Columna Móvil Dagoberto Ramos, de las antiguas FARC”, en resguardos indígenas en Caloto y zonas del norte del Cauca.

Además, las comunidades siguen reclamando las tierras ancestrales. “Nuestra labor consiste en ser Kiwe Thegnas. Tanto mujeres, como hombres, niños y niñas cuidamos el territorio y lo liberamos de todas esas desarmonías que lo enferman”, dice Flavia.

En el resguardo Nasa de La Cilia La Calera hay 110 Kiwe Thegnas, y de esos, 55 son mujeres. En los 22 territorios indígenas son 2.600, de los cuales 1.240 son mujeres, entre niñas, jóvenes y mayoras, de acuerdo con datos de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca, ACIN.

Proceso de liberación de la Madre Tierra
Flavia explica que los Nasa tienen muchas maneras de liberar la tierra. Una es dejar “descansar” las áreas donde nacen los ríos y quebradas, es decir, no talar, ni cultivar, “ahí debemos sembrar más árboles y cuidar el agua”.

Otra forma es defender el territorio desde espacios políticos y operativos. De acuerdo con el relato de Flavia, los guardias indígenas realizan trabajos de “control territorial”, según explica, es el control que hacen en las carreteras y caminos del resguardo para evitar la presencia de grupos armados ilegales.

“Es un proceso que estamos llevando muy fuertemente en todo el tema de los grupos armados y que como mujeres hemos dicho no más, porque son nuestros hijos a los que se están llevando a la guerra, son nuestros hijos a los que están matando”.

También acompañan con mingas o trabajo colectivo a las familias “liberadoras de la tierra”. Son aquellas que han “recuperado” las fincas y haciendas que, de acuerdo con las autoridades tradicionales indígenas, invadió la agroindustria de la caña para sus monocultivos. Las fincas están ubicadas en los resguardos de Corinto y López Adentro (municipio de Corinto) y Huellas (municipio de Caloto).

Para el gobierno nacional esta última manera de recuperar la tierra es ocuparla ilegalmente, por lo que se han presentado desalojos y enfrentamientos entre las comunidades indígenas y la Policía, así lo aclara Oveimar Tenorio, coordinador de los Kiwe Tegnas de la ACIN.

“La tierra no es nuestra, nosotros somos parte de ella y por eso hemos planteado hacer el proceso de liberación de la Madre Tierra, que no solamente es ir a tumbar la caña y enfrentar al ESMAD (Escuadrón Móvil Antidisturbios) sino un proceso político, cultural y social”, resalta Oveimar.

Entre 2005 y 2019 han muerto 14 “comuneros” (indígenas) en la lucha de la liberación de la Madre Tierra y en movilizaciones sociales, de acuerdo con datos entregados por el programa Tejido Defensa de la Vida y los Derechos Humanos de la ACIN.

Para las mujeres Nasa liberar a la Madre Tierra también es volver a la raíz y apropiarse de su identidad cultural. Por ello, recuperan saberes como el idioma materno, el nasa yuwe, la música, el tejido y la huerta o tul, para de esta forma avanzar hacia el sueño de autonomía llamado Wët Wët Fxincenxi (Buen Vivir).

En el fortalecimiento de estas costumbres ellas cumplen un rol muy importante debido a que se consideran tejedoras y transmisoras de los conocimientos y costumbres tradicionales.

Sobre el rol de la mujer guardia, quien también empuña el bastón de chonta, el cual representa la autoridad en el territorio, Oveimar destaca a Flavia por su liderazgo. “La compañera Flavia ha sido una de las impulsoras de este espacio acompañando los procesos en los puntos de liberación y también orientando desde la comunidad y la familia, llevando esa voz de conciencia y liderazgo”, dice.

El desarraigo y el retorno 
La lucha de las mujeres por sanar a la Madre Tierra pasa también por cuidar a sus familias e hijos y sanar sus cuerpos y sus mentes. El pueblo indígena Nasa ha sido botín de guerra, ha sufrido desplazamientos, reclutamientos y humillaciones, estas últimas consideradas “desarmonías” y daños contra el territorio.

Flavia narra su experiencia de vida, pues desde muy pequeña le ha tocado enfrentarse a las realidades del conflicto armado que por más de 50 años ha padecido Colombia.

Sus palabras hacen mención a sus orígenes. Primero comenta que su ombligo está sembrado en las cálidas tierras de su resguardo en Miranda. En la cultura del pueblo Nasa, el ombligo de los niños y niñas se siembra al nacer en su territorio como una forma de que no se vayan de él y siempre caminen conectados con Uma Kiwe. Luego habla de su familia, la cual estaba conformada por su papá, su mamá, cuatro hermanas y dos hermanos.

Sus recuerdos de infancia son tristes. Flavia narra que en 1997 la situación económica de su hogar era bastante compleja y a pesar de su edad, 11 años, era consciente de eso, por ello, decidió marcharse en busca de un trabajo que le permitiera apoyar económicamente a su familia.

“Yo veía que mi papá y mi mamá se alcanzaban de dinero, entonces lo único que hice fue salirme de estudiar e irme a trabajar. Me salí de la casa a los 11 años, a esa edad empecé a trabajar; primero en una casa hogar cuidando a una mayora, después de ahí me fui a una casa de familia en donde me tocaba hacer cosas de empleada doméstica. Lo poquito que ganaba era con lo que yo ayudaba”, recuerda Flavia.

Duró un año (entre 1997 y 1998) por fuera de su familia y de su territorio y al volver se encontró con una situación inesperada.

“Al año que volví me di cuenta de que mi hermano no estaba, siempre pregunté por él y nunca me respondían. Después me enteré de que se había ido para el grupo armado (la guerrilla de las FARC) viendo la necesidad que mis hermanas pasaban por todo eso de que a veces había para una y para otra no”.

También relata que el amor por su familia, a sus 12 años, la llevó a salir a buscar a su hermano.

“Fue una decisión muy dura, porque no fue decir que a mí me gusta y entonces me voy, yo creo que mi objetivo fue buscar a mi hermano, entonces no lo pensé dos veces. De ahí en adelante empecé a andar en todo ese tema de los grupos armados. Es una mala experiencia. Allá duré ocho años, que fueron perdidos, pero en los que aprendí a ser mujer, supe valorarme y eso es lo que ahora comprendo. Yo era una mujer diferente. A mi hermano lo encontré a los tres años, él allá era enfermero. Me quedé en ese grupo ocho años, luego pedí la salida y tuve la fortuna de que me la dieran. Mi hermano, sin embargo, siguió y murió en un campo minado”.

Esta situación marcó por completo la vida de Flavia, permitiéndole ver un camino, el de volver al territorio para contribuir a cambiar la realidad que la alejó de su tierra.

A los 20 años regresó a su resguardo, al mismo lugar donde tiene sembrado su ombligo, como dice ella, para “volver a echar raíces”. Sin embargo, allí encontró muchos obstáculos, el primero, su familia.

“Empezando es algo complejo porque tú eres una completa extraña en tu casa, te ven diferente, te hacen a un lado; eso lo viví y desde ahí aprendí que muchas veces nosotros decimos que la familia lo es todo, pero puede haber situaciones en donde no es así, que es la misma familia la que te da la espalda. Hace unos 15 años salí de allá (grupo armado) y no ha sido fácil poder recuperar a mi familia y que tengan esa confianza en mí. No he tenido el espacio de sentarme y explicarles todo”, dice con la voz entrecortada y con la mirada puesta sobre sus inquietas manos.

Ya en su tierra, Flavia decidió participar en distintas actividades dentro de su comunidad. Logró ser capitana del equipo de fútbol, presidenta de deporte de la vereda y finalmente, Kiwe Thegna. En este último rol es donde encuentra su verdadera misión, la de “liberar la tierra” y en especial proteger a los niños y niñas del reclutamiento forzado.

“Cuando regresé al territorio, lo hice con otra mentalidad, otra visión para esos niños. Siempre decía que no quisiera ver a un sobrino o a un hijo mío en ese espacio porque lo viví y estar allá es muy duro”, dice mientras se toca su largo cabello negro.

Las comunidades debieron aprender a mirar a Flavia desde su experiencia como luchadora y cuidadora de la Madre Tierra y no desde su pasado. “La compañera, como toda persona dentro del proceso y en la sociedad, ha sido víctima del conflicto armado y de las condiciones sociales que hoy vivimos en el territorio. Hizo parte de las antiguas FARC, pero después de un ejercicio de análisis, ella se reintegra a la comunidad y empieza a hacer un trabajo más político a través del acompañamiento a las comunidades de Miranda”, dice Oveimar Tenorio.

Hay muchas personas que la juzgan y hacen señalamientos contra su liderazgo, sin embargo, eso no la detiene en este caminar que defiende la vida y el territorio.

“Cuando yo inicié en la guardia me sentía muy discriminada (…) y cuando me siento a hablarle a la comunidad les digo que aquí no importa quién es quién, porque en la guardia nosotros vivimos un tema bastante complejo, por ejemplo: una ha sido (en el caso mío) guerrillera, otro ha sido soldado, pero aquí estamos, porque de alguna u otra manera hemos tratado de venir a cambiar ese escenario del que hicimos parte y que no queremos que los demás vivan, queremos ver que esto realmente cambie”.

A raíz de tantos señalamientos dentro de su resguardo, Flavia o Fabi, como le dicen de cariño, se llegó a cuestionar frente al proceso que estaba liderando. “En ese entonces yo decía ¿será que este no es mi camino?, ¿será que estoy mal?, ¿será que yo no puedo enseñar a los muchachos a mirar más allá y tratar de que ellos no cojan ese espacio?”.

Esas eran las preguntas que constantemente pasaban por la cabeza de Flavia, removiendo con dolor el recuerdo de su infancia, pero reafirmando el sueño de libertad por el que había iniciado una nueva vida.

Ese cambio, según Flavia, también se da luego de que dos de sus sobrinos, una niña de 13 años y su hermano de 15, desaparecieron luego de ingresar a un grupo armado ilegal, situación que la llevó a integrarse completamente al proceso de los Kiwe Thegnas.

Flavia es la primera mujer que ha llegado a la coordinación de la guardia indígena en su territorio, un reto bastante grande, también porque ha sentido el machismo que se vive dentro de las mismas comunidades. Al principio de su nombramiento varios hombres estaban en desacuerdo, pero pese a todo el temor decidió aceptar el llamado de la asamblea comunitaria.

“El día que me tocó, solo dije: si ustedes quieren que acompañe este proceso, yo lo hago. Sé que no soy la mujer perfecta para este cargo, pero uno de los errores aprende y aquí en este escenario es donde toca meter el todo por el todo”, dice.

“En el 2019 la vinculan como coordinadora de la guardia indígena del territorio de Cilia La Calera, y ella empieza un ejercicio de participación de los jóvenes y apropiación de las mujeres. Nosotros resaltamos esa labor de convencer a muchas mujeres para ser partícipes de este proceso organizativo”, destaca Oveimar Tenorio.

Actualmente ella acompaña a 60 mujeres Kiwe Thegnas del programa Tejido Mujer de la ACIN, un espacio de formación política y de derechos humanos.

Flavia, madre de dos hijos, (un niño de 13 años y una niña de 5) se ha dedicado a conocer la lucha del pueblo Nasa, y acompaña a mujeres recalcándoles la importancia de mantener la comunicación con sus hijos e hijas y, sobre todo, a no tener miedo de enfrentarse a los grupos armados en defensa de sus hijos, ya que ellas “no parieron a sus hijos para la guerra”.

“Siempre le digo a las muchachas que no les de pena hablar, que así sea para decir su nombre lo hagan, porque desde ahí empieza el proceso, desde ahí es donde uno empieza a mirar cuál es la capacidad de cada quien. Todas las mujeres tenemos una fortaleza muy bonita”, reflexiona con una sonrisa que ilumina su rostro.

Flavia es consciente de que su labor implica riesgos. En junio de 2021 el programa Tejido Defensa de la Vida y los Derechos Humanos de la ACIN emitió un comunicado donde informó a la opinión pública sobre amenazas que han recibido coordinadores de la guardia indígena y autoridades de la zona norte del Cauca, entre ellos Flavia. “A la compañera le tocó desplazarse esa misma noche desde su residencia hasta el casco urbano de Miranda. La compañera Flavia había recibido amenazas en años anteriores y esta misma semana se había visto a personas armadas rondando cerca de su hogar”, alertaba el comunicado.
Pese a todas las intimidaciones, Flavia no tiene miedo y sin descanso, con hambre o frío, continúa recorriendo el territorio cumpliendo su propósito de buscar la libertad de Uma Kiwe.

La lucha de la que se enamoró Flavia tiene su raíz en la tierra, “en los sueños de libertad con la que los y las mayoras abrieron un camino digno que busca que todos y todas volvamos a casa (el territorio) y desde ahí vivamos bonito y sabroso”.

Ella continuará contando su historia las veces que sea necesario, para hacer que cada niño y niña retorne a sus comunidades, su sueño seguirá encaminado a recuperar a cada niño que se ha ido para la guerrilla con un arma y entregarle un bastón, para que con él se levante en la defensa de la vida y el territorio, también para que la tierra se libere de todas las desarmonías y daños.

“La comunidad es la mano derecha para nosotros como Kiwe Thegnas y nos da fuerza para seguir defendiendo nuestro territorio y en colectivo vamos a dar un giro para cambiar todo esto”, finaliza Flavia.

 

Nota. Esta historia hace parte de la serie periodística Caminos por la Pachamama ¡Comunidades andinas en reexistencia!, y se produjo en un ejercicio de cocreación con periodistas y comunicadores indígenas y no indígenas de la Red Tejiendo Historias (Rede Tecendo Histórias), bajo la coordinación editorial del medio independiente Agenda Propia.