(Una primera versión de este artículo, ahora levemente ampliado, fue escrita para el medio digital On Cuba. De ahí que tenga algunas líneas que para Chile son obvias)
“Hoy día en Chile la esperanza le ganó al miedo”, dijo en la noche del domingo 19D Gabriel Boric en su primer discurso como Presidente electo, ante una gigantesca multitud de unas 500 mil personas que colmaba la Alameda, desde el escenario montado para la ocasión hasta la Plaza Dignidad, así rebautizada por el pueblo desde la rebelión de Octubre de 2019, a unas 10 cuadras de allí. Atrás quedaba, signado también por el miedo, casi 1 mes de campaña para el balotaje contra el ultraderechista José Antonio Kast, una figura política definida por la reivindicación del pinochetismo, el ultraneoliberalismo, la xenofobia, el patriarcado y la homofobia: el Bolsonaro chileno.
Hijo de un militar nazi, Kast había aglutinado tras su candidatura para segunda vuelta a todas las derechas, desde la más reaccionaria hasta las autodenominadas “moderna”, liberal o “social”, que no trepidaron, habiendo perdido a su candidato en primera vuelta, en caer en sus brazos prácticamente sin condiciones, ante la amenaza “del comunismo” que según él representaba Boric. Kast había hecho campaña, desde siempre, agitando ese espantajo y todos aquellos atavismos reaccionarios, además de agitar la bandera de “la libertad”, nombre que le dan al anarcocapitalismo fundamentalista de mercado que preconizan estas nuevas ultraderechas, en nuestra era de crisis permanente y desquiciada de la acumulación del capital.
Para esta contienda final, como era lógico, trató de transmitir la típica “moderación” y corrimiento al “centro” de los balotajes de las democracias neoliberales occidentales (y en general, de todo su sistema político en cualquier momento de sus rituales cada vez más vacíos, hasta la irrupción ahora de estas novedades).
Pero su inocultable linaje neofascista y el encolumnamiento tras su figura de toda la derecha y los poderes fácticos (gran capital y medios corporativos hegemónicos ante todo), hacían temer 4 años de un Gobierno todavía peor, en continuidad insufrible con este saliente de Sebastián Piñera, saqueador serial y criminal consagrado. Este temor se reforzaba por el apoyo para el balotaje del tránsfuga Franco Parisi y su novísimo Partido de la Gente, un amorfo pastiche de “antipolítica” y softneoliberalismo, quienes habían llegado terceros en la primera vuelta de estas elecciones. En fin, las posibilidades de un triunfo de Kast eran muy reales, habiendo quedado incluso encima de Boric en el primer turno, aunque por un estrecho márgen.
De manera que, si bien el holgado triunfo de Boric por 12 puntos de diferencia provocó un estallido de alegría y una extraordinaria fiesta popular, ha sido también un gran suspiro de alivio y un exorcismo al miedo, que marcó tanto como la esperanza la campaña para el balotaje. Se puede decir que hemos vivido una dialéctica abierta entre ambos sentimientos, y no habría, creo, manera más certera de describir el tono emotivo y afectivo de este mes inolvidable.
La campaña y las tensiones
De hecho, en parte solo así, por el temor a un gobierno ultraneoliberal y neofascista, se explica la enorme movilización que durante la campaña del balotaje desplegaron grandes sectores de lo que hemos denominado provisionalmente por aquí octubrismo, es decir, del sujeto popular complejo y ambivalente que protagoniza la rebelión contra el neoliberalismo abierta en Octubre de 2019, y compone la multiplicidad de su “movimiento de movimientos”.
El despliegue entonces, por barrios y poblaciones (además claro está de los militantes de los partidos de Apruebo Dignidad, la coalición de Boric), del feminismo popular, de tantos colectivos y asambleas reunidos en comandos de campaña autoconvocados (que dejamos las suelas en las calles o las pupilas en la extraordinaria guerrilla memético-comunicativa que se desplegó incesante en las redes sociales, como en los mejores días del “estallido”), de los sindicatos de base y coordinadoras mineras, los movimientos ecologistas, las diversas izquierdas y resistencias radicales, lxs artistas del pueblo, lxs anarcxs y antifas (miles de lxs cuales acudieron a votar por primera vez en su vida habiendo sido históricamente abstencionistas radicales).
En fin, de toda esa compleja amalgama de luchas que en realidad hemos tenido una relación muy tensa y crítica con el Frente Amplio (e incluso con el Partido Comunista, el otro socio de AD), y particularmente con la figura de Boric. Para muchísima gente, para una miríada de movimientos, colectivos y comunidades organizadas, la campaña fue más una movilización contra Kast que por Boric. Ese inmenso despliegue no necesitó órdenes de partido ni comunicación central: como en aquellos días de fines de 2019 y principios de 2020, sucedió de modo distribuido y descentralizado.
Sobre la fuerte tensión crítica, apuntemos rápidamente que, siendo el Partido Comunista una indiscutible fuerza política histórica de la izquierda chilena, y habiendo surgido el Frente Amplio del largo ciclo de luchas contraneoliberales abierto a mediados de los 2000 (con la gran estación del 2011-2012, en la cual saltaron a la palestra Boric y otros dirigentes estudiantiles), su desempeño en el sistema político-institucional ha estado lejos de la radicalidad y los “estilos” de muchas de las incesantes luchas y movimientos, y se ha verificado, por parte de estos partidos, una ausencia del duro trabajo de base, del día a día de la resistencia y la creación “por abajo”, tomándolas más como reservorio de votos que otra cosa, en una suerte de extractivismo electoralista.
Para los nuevos movimientos que han protagonizado este largo ciclo de luchas, el PC (junto a su burocratismo) quedó marcado por su participación hasta el final en el decepcionante Gobierno Bachelet 2, que pretendió ser una transición a otra cosa y al final no fue más que una continuidad ya agónica de la inefable “Transición a la Democracia”, o gestión “progresista” del neoliberalismo instalado por la dictadura pinochetista durante los famosos 30 Años, “que no eran 30 pesos”. Por su parte el Frente Amplio (además del muy tibio parlamentarismo actuado durante los ya tremendos 2 años iniciales de Piñera 2, hasta 2019), participó activamente en el “Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución” de noviembre de 2019, componenda entre todos los principales y deslegitimados partidos políticos con representación parlamentaria, constituyéndose en su legitimación “por izquierda”.
Por más que desde el Frente Amplio (y desde los sectores de la ex Concertación que conforman junto a él una cierta hegemonía centroizquierdista en la Convención Constitucional derivada del Acuerdo), se insista una y otra vez en que fue éste el que permitió abrir el proceso constituyente, o más bien encauzar la rebelión por “vías institucionales democráticas” evitando “la violencia”, desde el octubrismo se leyó y se lee como una maniobra que impidió la eventual caída del criminal Gobierno Piñera, que le había declarado la guerra al pueblo en rebelión (“Renuncia Piñera” era una consigna clave de las gigantescas movilizaciones por aquellos días); que contribuyó a obturar la posibilidad de una Asamblea Constituyente más profunda y radical, definida y protagonizada por los pueblos en lucha y no por la “clase política” -más acá de la representación política y a favor de formas vinculantes y participativas de democracia-; y en fin, contribuyó a bloquear el despliegue de un horizonte más profundamente transformador en aquel momento extraordinario
Además, fue uno de los hitos que le permitió sobrevivir al Gobierno Piñera y quedar a cargo de la gestión de la pandemia que sobrevino, gestión que éste usó (con una muy tibia oposición parlamentaria), para volverla contra la rebelión y reforzar la represión y el ataque a las condiciones de vida popular. Si bien la vacunación comparativamente temprana y masiva fue un logro, llegamos a casi 50 mil muertes, decenas de miles evitables y la gran mayoría de la clase obrera y el precariado (muerte pandémica que también ha desperdigado miedo y retraimiento por todo el cuerpo social).
La foto de toda esa clase política anunciando aquella componenda, con la participación estelar de Boric, abrió una honda brecha político-simbólica que no se ha cerrado, pese a la conjunción en esta campaña para el balotaje. De hecho, esa brecha explica en gran medida la pobre performance de Boric en la primera vuelta; y como insinuábamos, la puesta entre paréntesis de esa distancia para el balotaje explica, en una medida no absoluta pero si fundamental, la victoria contra Kast.
El reverso
El miedo estaba presente también por la otra cara de la medalla, dado que no de otra cosa se nutrió la campaña de Kast y la derecha, así como no de otra cosa se nutre el neoliberalismo día a día extrayendo del mismo la sustancia de su gobernanza sobre la vida social. Los tópicos de la campaña de Kast (que son los mismos de esta hidra de mil cabezas en todas las latitudes), el miedo al “comunismo” (en tanto nombre que le dan no ya a toda economía política del bien común colectivo, sino a cualquier política económica mínimamente redistributiva); a la inmigración, que encima es provocada desde países hermanos por el propio neoliberalismo imperial-oligárquico, con sus guerras sociales y sus guerras híbridas; el miedo a “la violencia” de las luchas populares y del pueblo mapuche que igualan en su discurso, con la etiqueta de “terrorismo”, a la violencia delictual y narco (ese tremendo flagelo que azota sobre todo a los barrios populares, explicado él mismo por la desigualdad y la degradación que provoca el sistema); el miedo a la “pérdida de valores” y del “lugar de la familia” agitado contra el feminismo y las disidencias sexo-genéricas.
La suma de todos esos miedos que son el núcleo del discurso político de estos neofascismos neoliberales, descansa sobre y se nutre de la angustia existencial congénita que produce la cotidianidad de nuestro mundo neoliberal.
Precarización infinita de las condiciones de producción y reproducción de la vida (trabajo, derechos, horizontes, familias, afectos); lucha de todos contra todos en la competencia “meritocrática” entre individuxs atomizadxs; patriarcado machista y resquebrajamiento de sus condiciones de posibilidad: por las luchas feministas y disidentes, cierto, pero también por la precariedad estructural del homo neoliberalis. Allí encontramos la razón fundamental, también, del sólido 44% que obtuvo Kast, que pende cual sombra ominosa sobre la esperanza reabierta.
Números
De todas maneras, los números son notables. No sólo por lo subrayado en estas horas transcurridas desde las elecciones: que Boric es el presidente más votado (y el más joven) de la historia, que obtuvo una diferencia de 12 puntos, suficiente como para arrancar su Gobierno con una alta legitimidad, que ganó pese a la maniobra de boicot al transporte público por parte de la derecha y las empresas del rubro, sabiendo que todo aumento de la participación electoral, sobre todo de los sectores populares, más dependientes del transporte público, nos favorecería.
“Son unos diablos, era la carta que tenían bajo la manga”, nos decían las mujeres y hombres del pueblo el domingo electoral a quienes hacíamos de “uber ciudadano”, autoconvocados masivamente a romper el boicot trasladando votantes.
Los datos son notables también porque ilustran la hipótesis que esgrimíamos desde los movimientos, sobre que no era tanto la moderación y el “corrimiento al centro” lo que podía garantizar fundamentalmente un triunfo contra Kast, sino sobre todo la movilización popular octubrista a votar. Esto porque, de todas formas, la gran mayoría de los votantes ex Concertacionistas moderados ya habían votado en primera vuelta, y tratándose de Kast, esa votación se trasladaría casi completamente a Boric, y porque entonces era del abstencionismo popular de donde se podía conseguir la mayor cantidad de votos nuevos para ganar.
Recuérdese aquí que Boric obtuvo pobres resultados en primera vuelta (el 25% del 47% del padrón que efectivamente votó, o sea, no más de un 12% real del padrón). También habían sido pobres los resultados en las parlamentarias de Apruebo Dignidad, menos del 10% del padrón real. En ese mapa, podiamos asumir que grandes masas populares forman parte de alguna manera del octubrismo o simpatizan con la rebelión abierta en Octubre. Algo difícil de demostrar en números, pero palpable en la gigantesca masividad con protagonismo popular de las movilizaciones de aquellos días a lo largo y ancho del país, ciudades y barrios, o en las enormes celebraciones del primer y segundo aniversario del “estallido” en Plaza Dignidad y otras plazas del país.
Y teniendo a la vista también que en primera vuelta el abstencionismo había sido altísimo en las comunas (municipios) populares -o sea, “el pueblo no había votado a Boric”-; que en el Plebiscito Constitucional de octubre del 2020 mientras más populares las comunas más rotundo había sido el triunfo del Apruebo al proceso constituyente; y que en las elecciones de constituyentes de mayo de 2021, la presencia de listas de convencionales octubristas (si bien en desigualdad de condiciones con los partidos deslegitimados), había generado una inteligente votación popular por ellas.
Efectivamente, la participación electoral aumentó notablemente tanto en total (de 47,3 a 55,6), como particularmente en las comunas populares, en las cuales triunfó ampliamente Boric en casi todas las regiones, y en muchas por cifras espectaculares, de 65 a 35 % y hasta de 70 a 30% o más. Según un estudio que circula, la suma de los votos plenamente nuevos que recibió Boric seria cerca de 800 mil, y tomando en cuenta que la diferencia de votos entre él y Kast fue de 971 mil votos, casi alcanzan para explicarla. Además, ya se habían producido trasvasijes de votos octubristas a Boric antes de este balotaje, y se calcula que habría recibido unos 720 mil de los casi 900 mil votos de Parisi en primera vuelta, entre los cuales se puede hipotetizar que muchos son contrarios al abuso neoliberal y por tanto simpatizantes ambivalentes de la revuelta (pue si no, hubieran votado a Kast).
Ese mismo estudio muestra que habría sido fundamental el apoyo masivo del voto femenino a Boric, pero precisamente, el despliegue en las campañas autoconvocadas de ese motor fundamental de la rebelión contra el neoliberalismo que es el feminismo popular, fue extraordinario y se palpaba en la calle el día de la votación; sin desmerecer el importante papel de figuras femeninas de la campaña de Apruebo Dignidad como su Jefa Izkia Siches, nominada en pleno balotaje en una audaz movida, o las diputadas comunistas (y ex líderes estudiantiles como Boric) Camila Vallejo y Karol Cariola, entre otras. Incluso en este plano, no sólo con respecto al voto femenino, el llamado a votar por Boric o la participación en las campañas autoconvocadas de distintas figuras autónomas con respecto a Apruebo Dignidad, como Natividad Llanquileo y otrxs convencionales constituyentes, Rodrigo Mundaca, Jorge Sharp, Fabiola Campillay, Gustavo Gatica o Victor Chanfreu, han tenido seguramente un gran poder movilizador.
Es indudable que los números muestran también un apoyo del votante “moderado”, incluido el ex concertacionista. Ya en primera vuelta se habló mucho de esto, pretendiéndose derivar de los porcentajes la clásica tesis de que la sociedad es moderada, “que quiere cambios pero en orden y sin violencia”, que aquello impone “grandes acuerdos” y que los cambios profundos no se pueden lograr sin la creación de “grandes mayorías”.
De partida, se “olvida” permanentemente (era impresionante como toda la analítica mediática, incluida la “progresista” confluía en esto) que todos los porcentajes de primera vuelta había que dividirlos por más de 2, dado el 53% de abstención. Así, por ejemplo, el terrible 28% de Kast se convierte en un 13 (y su 44% del balotaje en un 22). Luego, la emergencia del voto popular asegurando la victoria, como hemos visto, pone en fuerte tensión tal tesis.
Pero sobre todo, hay que pensar por un lado en qué reservas guarda la de todas maneras alta abstención del balotaje: probablemente hubo una abstención de centroderecha, probablemente haya también un fondo indiscernible de anomia en ella. Sin embargo, cuanto rechazo antisistema no queda aún allí.
Por otro lado, no hay que olvidar el hiato insalvable entre la lógica “representativa” de la democracia (neo)liberal y la lucha popular, la auto-organización de las multitudes y el horizonte de democracia participativa y radical que otean. Es cierto que hay que construir “grandes mayorías”, el tema es cuáles, cómo y para qué. Por lo pronto, el voto octubrista es más un mandato que un cheque en blanco. Y como la práctica es el criterio de la verdad, habría que ver qué sucede si hubiera más adelante una plataforma electoral octubrista.
Las tensiones de la esperanza
Así, la movilización octubrista ha sido crucial en el triunfo obtenido. Y retomando la tensión entre miedo y esperanza, es claro que su principal sostén es el gran despliegue popular descrito. Se habla mucho de que ahora, con Apruebo Dignidad en el Gobierno, se podrá respaldar y fortalecer el proceso constituyente y la redacción de una Nueva Constitución, que a su vez, en una virtuosa dinámica de retroalimentación positiva, genere condiciones más propicias para materializar las transformaciones por las que tanto se ha luchado. Sin embargo, esto es solo parcialmente cierto y va plagado de tensiones y contradicciones. Ya el proceso constituyente había quedado limado en su alcance transformador por el Acuerdo (cuestión que habíamos analizado en un texto anterior).
Es cierto que la impresionante inteligencia popular en las elecciones constituyentes de mayo 2021 había reabierto el juego, abriendo una brecha en esas constricciones. Sin embargo, de allá para acá, 6 meses después, esas condiciones venían variando negativamente (todo ha sido vertiginoso y cambiante desde Octubre de 2019). Anotemos: las instancias de articulación que habían logrado lxs constituyentes más vinculados a la rebelión se han debilitado; los mecanismos de participación popular vinculante en el proceso constituyente que se habían logrado imponer al Acuerdo (que no los contemplaba) no se han podido desplegar plenamente (si bien se han logrado algunos hitos), y menos en los territorios populares, donde el desconocimiento del proceso constituyente es grande.
Además, los altísimos 2/3 de quorum que el Acuerdo le estableció a la Convención Constitucional (CC) para la aprobación de las normas constitucionales fueron ratificados, y esperan como barrera a las Iniciativas Populares Constitucionales que afanosamente hemos logrado redactar; casi se ha perdido la posibilidad que parecíamos haber logrado de aprobar estas Iniciativas Populares (al menos algunas de ellas), si la CC las rechazaba con sus 2/3, en un Plebiscito Dirimente intermedio donde se manifestara la voluntad popular.
Por último, los tiempos de la Convención son tremendamente acotados si de fomentar el conocimiento y la participación ciudadana se trata (otra gracia del Acuerdo). En cuanto a estas constricciones, la hegemonía que ha sabido construir en la CC el Frente Amplio junto a la ex Concertación e independientes afines ha sido clave.
Nuevos posibles
A pesar de todo ello, es posible qué, así como se reabrió el juego en mayo, se pueda reabrir ahora, gracias a esta virtuosa conjunción ante el peligro ultraderechista entre despliegue octubrista, campaña de Apruebo Dignidad y triunfo de Boric. Por eso decimos que ese despliegue es el motor fundamental de la esperanza, la cualifica como esperanza activa, y es el antídoto más efectivo al miedo que se ha vivido. También la pandemia, reforzada por su gestión neoliberal, generó profunda angustia y miedo, con su secuela de enfermedad, muerte, aislamiento forzoso y una extendida segunda pandemia de patologías psico-mentales derivadas. Es conmovedor que en un contexto tan extremo hayamos podido lograr este triunfo. La “segunda pandemia” golpea con espacial saña a lxs adolescentes y jóvenes, protagonistas fundamentales de la rebelión. Su masiva reaparición en las campañas y en las celebraciones del triunfo el domingo es otro fortísimo estímulo, y en este sentido está claro que toda política por venir debe ser también una terapéutica.
Boric y sus equipos han dado rápidamente muestras, en el discurso de celebración del domingo y en las declaraciones posteriores que van emitiendo, de estar abiertos a la interpelación popular, a un diálogo y un trabajo conjunto con el “movimiento de movimientos” octubrista, e incluso el Presidente electo reconoció con nobleza en su discurso la contribución fundamental de las campañas autoconvocadas al triunfo. Desde los movimientos, de cualquier manera, se habla ya de nociones como “colaboración táctica y autonomía estratégica”, queriendo significar que todo está por verse, en una dialéctica abierta donde el fulcro está en el abajo en movimiento como sostén y motor de la radicalidad.
Acechanzas
Sin dudas, hay constricciones inevitables y no todas las transformaciones soñadas y necesarias se podrían dar de la noche a la mañana. A la vez, estamos hablando de la recuperación de derechos sociales básicos conculcados por el neoliberalismo, de la pobreza y la miseria (incrementadas dramáticamente por la crisis pandémica), de la extrema e insoportable precariedad de la producción y reproducción de la vida popular, de la dignificación de la vida de la clase obrera y las clases medias, también precarizadas a su nivel. Boric lo reconoció en su discurso: “las causas profundas del estallido siguen ahí presentes, lo sabemos”.
Igualmente, también están ahí la tendencia a la “moderación”, las alusiones a una indefinida gradualidad, los coqueteos con conspicuas figuras de los 30 años. Y como en toda Nuestra América cada vez que un proceso popular se despliega y una coalición o partido que adversa al neoliberalismo (sea más o menos radical y más o menos fiel a los movimientos de base que abren trocha), llega al gobierno, estarán ahí la guerra que vendrá de parte de la derecha, del gran capital y sus dispositivos de poder, el asedio de la alianza imperial-oligárquica.
Por lo pronto, hay ya una intensa fuga de capitales, preanunciando el asedio de la economía política del gran capital, y cuestiones tan centrales como la eliminación del sistema privatizado de pensiones jubilatorias de las AFP, para poder entregar pensiones dignas (una reivindicación fundamental de la sociedad refrendada por Boric en su discurso), chocarán con el hecho de que las AFP constituyen pilares del modelo y un mercado de capitales baratos para las corporaciones. La batalla será muy dura y cada flaqueo será un derecho no conquistado.
En Chile hay experiencia de sobra en cuanto a la capacidad de cooptación del sistema sobre las coaliciones “progresistas”, y de estas sobre los movimientos populares. Esa es la historia de los 30 años de “Transición”. Asimismo, podemos ver desde aquí, con renovada luz, las experiencias de sucesos tan disímiles como la reabsorción de una rebelión popular contra el neoliberalismo tan formidable como la abierta en diciembre del 2001 en Argentina, ante su relativa incapacidad de auto-constitución política; la frustración de energías tan intensas como las invertidas por los movimientos sociales en la campaña para el primer gobierno de Obama; o la impotencia de la coalición PSOE-Unidas Podemos en España (tan similar a la que parece irse conformando aquí) ante las imposiciones del neoliberalismo europeo. Pero también tenemos a la vista experiencias como las de Bolivia, donde pese a todas las tensiones y contradicciones entre movimientos y gobiernos, ambos han encontrado maneras de resistir incluso un golpe de Estado y no perder la deriva transformadora.
De manera que hay cierta convicción sobre que será necesaria una máxima flexibilidad, paciencia, capacidad de escucha mutua y diálogo, más política y menos ideología, para mantener abierta la posibilidad de una dinámica virtuosa entre “movimiento de movimientos” y gobierno, en la medida que éste muestre voluntad de persistir en los cambios profundos (con todas las dificultades del caso). Y a la vez, de no abandonar la senda de la creación de contrapoderes (o como se dice acá, poderes populares de base) y de la auto-constitución política del octubrismo, probablemente también en el plano político-electoral.
Todo esto se pondrá rápidamente a prueba, de seguro, en cuestiones como la necesidad de aquella conjunción entre movimientos, proceso constituyente y gobierno para generar las mejores condiciones posibles para un piso de transformaciones impostergables, o la resistencia (ojalá) común a la reacción por venir, que muy probablemente llegará en breve, habida cuenta de la posición favorable de la derecha en el Parlamento, de los formidables dispositivos de poder materiales y simbólicos a disposición de los poderes fácticos del capital, y del ojo de Sauron imperial que todo lo ve.
Con respecto a esto último, también habrá que ver la decantación fina y concreta de la política exterior del nuevo Gobierno, pero sin dudas se descolgará un integrante más del infame Grupo de Lima, y habrá una más favorable disposición chilena a la integración soberana con América Latina y con las corrientes anti neoliberales que surquen la política internacional. Será otro frente en el que acompañar lo positivo y empujar por ampliarlo.
Empuje, virtud que una y otra vez ha mostrado la lucha popular desde la gran rebelión contra el neoliberalismo abierta en Octubre. Voluntad de persistencia para no cerrarse, de prolongarse “por abajo” y “por arriba”, pese a los fortísimos peligros y obstáculos que enfrenta. Capacidad de pensar y sentir. Son el corazón de un “principio esperanza”, de un laboratorio político activo, que, pese a todo y hasta aquí, no ceja frente al miedo, buscando en el horizonte una economía política del bien común, una transición social ecofeminista, una plurinacionalidad anticolonial y una práctica de la democracia absoluta.
Diego Ortolani Delfino: biólogo, investigador y activista junto a movimientos sociales chilenos, participa del movimiento de asambleas territoriales.