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El poder, nuestro cuerpo y el de los otros

14.05.04

La reproducción cultural del status quo presenta una serie de intervenciones de carácter psicosomático que operan sobre la mente y el cuerpo y que son destinadas a mantener la subordinación de la población a las estructuras del capital.

Es un error pensar que el antagonismo se expresa unicamente entre las fuerzas represivas y la capacidad popular de resistirlas hasta sobrepasarlas, o como la dialéctica entre la propiedad y la no-propiedad (tesis y antítesis, cuya síntesis es el carácter mercantil que adquiere la fuerza de trabajo y la plusvalía correspondiente a su realización, de donde viene la regularidad de la ley del valor), forma mecánica o dogmática de entender los procesos sociales apenas por la evolución o revolución de las fuerzas productivas, donde el ser humano es capaz de intervenir solamente a condición de someterse a esas regularidades descubiertas, y así quien las “descubre” tiene la capacidad de manejar los hilos y matar a todos los que pueda en nombre de las regularidades llamadas pomposamente de “científicas”, ya que pueden probarse con argumentos y recursos lógicos en el terreno de la estricta racionalidad, sin importar para nada la sensibilidad, la espiritualidad, el afecto, la poesía, la ternura, la cosmovisión, el baile, la canción, el abrazo o la magia, aberraciones que deben ser amputadas del ser o utilizadas vilmente como instrumentos de propaganda para el sometimiento social a las “regularidades” sembradas por el determinismo decimonónico.

La voluntad o disposición emancipatoria es un fenómeno subjetivo que no deviene como simple relación de causa efecto de la producción de la plusvalía, ni de la comprensión que tengamos de ello, por más conciencia que hagamos unos y otros sobre el asunto, sino que se trata también, y básicamente, de la ruptura de los mecanismos de control instalados y moldeados en cada uno de nosotros y que son destinados a reducir la participación de los otros factores de nuestro cuerpo y de nuestra mente, los no racionales, digamos no concientes, en la determinación de nuestras decisiones y comportamientos. Así hoy no son las ganas de hacer algo lo que nos va a hacer decidir si lo hacemos o no, sino su oportunidad, su ajuste a las condiciones y a las otras personas, forma instrumental de operar la razón (y con ella dirigir el comportamiento) acorde a reglas que aspiran a conseguir resultados, o sea, el corazón del pensamiento weberiano, ya que Max Weber estudió la mecánica positivista del marxismo -la corriente que interpeta la obra de Marx como receta de cocina- y descubrió su falla mecanicista en la concepción teleológica, que aspira a un fin, fin al que se llega por vía de organizar primero en la mente la ruta que será emprendida, como guión de una obra, la guía para la acción, el nuevo dios inamovible, omnipresente y todopoderoso. Esta idea del dios razón que comprende el pasado, descifra el presente y diseña el futuro (el destino), o sea que hace el mundo, no es patrimonio del recetario marxista pretexto de las corrientes que se subordinan a mantener el status quo, el mismo estado, las mismas estructuras, con el argumento de que el objetivo es otro, como que la voluntad finalística pudiese remodelar la psiquis y la conciencia, sino que viene desde mucho antes hasta Tomás Moro, que astutamente baja el cielo a la tierra y lo llama Utopía, un sueño al que aspirar pero que no se asume para nada por sus autores. Luego Tomas Hobbes, su tocayo y compatriota, arma su muñeco del Leviatán diseñando la forma de la articulación de las personas en la sociedad basadas en la comprensión y aceptación de su papel de sometimiento racional a la cesión de “parte” de su libertad y soberanía a la autoridad. Después Descartes y Spinoza cierran el ciclo desarrollando la lógica como el método del uso de la razón instrumental, o sea, que sirve para algo y en tanto instrumento está al servicio de. Así el capital se asegura que las cabezas planifiquen y se den vueltas en la nueva estructura, sin importarles mucho si la ponen patas para arriba o cabeza abajo, mientras sea la misma no modifica mucho, así tanto da que sea dirigida por burgueses o por obreros. Kant resulta algo extremista y ya habla de que la razón contiene el saber aún antes de conocer lo que sucede por fuera de uno. Poco le faltó para ir directo al cielo rodeado de ángeles, pues más divina que esa visión no existe fuera de la biblia y demás libros sagrados, y en ella se basan Weber y últimamente Habermas para intentar demostrar que la razón es predominante, asustados por el avance de las teorías irracionalistas, en lo que coinciden con el marxismo-receta que perseguía por las calles y encarcelaba a los que escribían y pintaban fuera de los cánones “realistas”, esto es, panfletarios. Podemos entender la subversión que significaba para los racionalistas la consigna de la imaginación al poder de Mayo del 68, consigna que ha sido una de más lúcidas síntesis de la batalla del ser conciente y al mismo tiempo sensible contra el predominio de la racionalidad del tipo chip de computador. Machacar con el objetivo final, concientizar, ha sido siempre la tarea de las iglesias y de los marxistas mecanicistas.

Tradicionalmente la subjetividad revolucionaria era patrimonio de la razón, esto es, se trataba de una conclusión lógica derivada del estudio científico de las condiciones del capitalismo, y como tal, había que explicársela a los otros, en el más puro iluminismo o aún colonialismo cultural, donde los desconocedores de la verdad eran descubiertos y evangelizados por los poseedores de la luz. En este terreno circulaban pensadores y líderes sistémicos así como los críticos. Siendo la crítica el embate de una racionalidad contra otra, por lo que fue un error de la Escuela de Frankfurt hablar de la Teoría Crítica como el legado de Marx, que aunque seguidor del historicismo alemán y de la lógica dialéctica hegeliana, presentó en muchos de sus escritos la más feroz batalla contra el predominio de la racionalidad estricta, con el triste epílogo de que Engels y Lenin recogieron únicamente los aspectos racionalistas y mecánicos de su obra, dando cuerpo así a una de las más conocidas interpretaciones de Marx, la que Engels llamó marxismo, cuestión que hacía poner los pelos de puntas al susodicho, que en varias oportunidades dijo que no era “marxista”.

La misma racionalidad científica, esta vez cargada de positivismo, siguió Freud para el estudio de las características y problemas de la psiquis. Su matriz fenomenológica y descriptivista lo mantuvo en la simple observación empírica acompañada del método deductivo donde descarga su base mecanicista. Freud evade caracterizar el entorno social de las personas que analiza reduciendo su estudio al núcleo familiar estricto, ocultando que se trata de gente viviendo en una sociedad artificial, convencional y represiva, donde la familia cumple el rol de prisión y centro de domesticación, y aunque a veces lo reconociese, jamás pretendió imaginar como sería esa misma psiquis desarrollada en condiciones de vida libre, o sea, estudió la psiquis de manera estática, encerrada en un determinado momento histórico-social y así el ser humano y su contexto son de esa manera y no ha sido ni será de otra forma, sin pasado ni futuro. Lo mismo realizó por aquella época el estudioso criminalista Cesare Lombroso, que al analizar las causas del crimen, lo hizo con presos que provenían en gran parte de las luchas obreras que se
extendían por toda Europa en los mediados del siglo XIX. Su positivismo (digamos descriptivismo para mayor precisión), lo llevó a basarse en la observación externa para descubrir las características antropométricas de los conejillos de indias escogidos en las prisiones. Les midió el cráneo, el largo de los huesos, la constitución de la quijada, en fin, el cuerpo, y llegó a la científica conclusión de que los críminales tenían aquella configuración física, que eran bajos, de frente estrecha, de mentón ancho, de brazos largos, etc. Lo que hacía era describir un obrero pobre, mal pagado y en huelga, preso justamente por eso. O sea, ambos estudiaron un ser prisionero, uno preso en la familia y el otro en la cárcel, uno estudió la mente y el otro el cuerpo.

Hasta el día de hoy las tesis de Freud y de Lombroso gozan de gran popularidad entre las clases dominantes y sus científicos e intelectuales. Los estudios del cuerpo y la psiquis entendidos en el contexto de lo social real, y no ficticio, son escasos, ya que las diferentes visiones críticas o no críticas de lo social continúan compartiendo la necesidad de mantener las estructuras actuales priorizando por el desarrollo de los argumentos lógicos que aspiran apenas a modificar su sentido. Y eso no es raro debido a que siguen siendo una elite intelectual que convive en los espacios del poder. Algunos estudiosos como Fromm, Marcuse y Reich avanzan algunas reflexiones y en la década del sesenta hay un salto cualitativo en los teóricos del movimiento hippie en estados Unidos donde descuellan analistas de la mente, de la epistemología, en fin, creando una verdadera convulsión aplastada posteriormente por la ausencia de un movimiento social que legitimara en su práctica y continuidad esas osadas reflexiones. Lo mismo sucede tras la revolución de Mayo que desde París se extiende por Europa, donde las reflexiones y textos relativos al papel del cuerpo y su articulación con los mecanismos de la mente circulan profusamente en la corriente libertaria que incorpora cientos de miles de jóvenes a la lucha y al desarrollo de las ideas correspondientes. También había sido notable la contribución del surrealismo y en especial del dadaísmo, ideas perseguidas terriblemente en la ex Unión Soviética, que se caracterizó por el más férreo mecanicismo para interpretar los fenómenos de la mente y el cuerpo, negándose aún con más fuerza al psicoanálisis freudiano y la exploración del subconsciente, esto por motivos obvios, pues había que mantener a la gente en el plano de superficie de la estricta lógica donde circulan los discursos del poder. Los cubanos fueron más visionarios y abrieron las puertas de las facultades de psicología al psicoanálisis, especialmente apoyándose en el nivel alcanzado por la escuela psicoanalítica argentina, muy interesante en sus estudios psíquicos de fondo, pero aún de corto alcance en la verificación de la interrelación mente-cuerpo y las mutuas influencias entre las personas por fuera del marco de las instituciones establecidas, aunque hay algunos profesionales que exploran miradas nuevas y posiblemente en plazos breves tendremos resultados importantes, fundamentalmente debido a que en ese país existe una fuerte experiencia de búsqueda de acción comunitaria local, contexto donde los estudios del cuerpo y la mente pueden alcanzar enormes avances demostrando que los esquemas psíquicos asumidos por la aplastante mayoría de los profesionales se dan vuelta en el círculo vicioso de las prisiones estructurales, como el perro que se persigue la cola, contribuyendo así, voluntaria o involuntariamente, a la mantención de las cosas como están.

Ha sido un error garrafal detenerse en la caracterización de la contradicción entre burguesía y proletariado, como que las personas y sus relaciones interpersonales locales y generales conservasen exactamente la misma disposición material, espacial e individual socio-psicológica. Es triste ver mensajeros del dios tal o cual repitiendo los mismos discursos, análisis y diagnósticos de 150 años atrás, reconociendo y enfatizando en la esclerosis de lo social, dado que se mantiene la estructura de la propiedad capitalista, como algo cristalizado, sin tener en consideración las enormes modificaciones que se han presentado en los últimos años y que han transferido el terreno del antagonismo a planos más concretos aún, como la acción del poder sobre los cuerpos y las mentes en dimensiones inimaginables años atrás. Es impresionante como ha avanzado el control de la población en una extraña mezcla de personalización hacia la individualización que nos separa y una despersonalización que nos aliena, y de tal manera que lo asumimos como cultura e incide grandemente en el imaginario social. No es de extrañar que el Pentágono tenga una cantidad abismante de psicólogos y expertos en comportamiento humano, así como las más variadas secciones ministeriales de los estados en general.

Hagamos una breve reseña de los mecanismos estructurales que inciden en la formación de la psiquis y en particular de la personalidad, todo ellos indisolublemente unido al cuerpo. Pero, entonces, ¿qué es la psiquis? Puede decirse, en términos simples, que se trata de nuestros sentimientos, sensaciones, motivaciones, reacciones, etc, que dirigen nuestros actos o caracterizan nuestras actitudes, que muchas veces los hacemos sin pensar, o sea que en oportunidades no responden a una decisión de nuestra voluntad. Esa psiquis, a veces llamada mundo interior, quiere decir que no se ve, se va modelando en primer lugar con la influencia directa del cuerpo de la madre que envuelve el feto, que va a transmitir al embrión en desarrollo una serie de experiencias sensoriales que serán registradas por su cuerpo, ya que su mente aún no está presente, pues el nivel de crecimiento del cerebro sólo llega a su capacidad de actuar, aunque inicialmente, cuando comienza a respirar y deja de recibir el oxígeno y el alimento por el cordón umbilical. Ya hemos trabajado en textos anteriores sobre el ejemplo de los niños que quedan aislados de otras personas, como el caso del que hicieron la historia de Tarzán, donde no se produce desarrollo mental ninguno, quedando allí una psiquis muy primaria cuya reacción ante la civilización llevó a este niño a la muerte. Recordamos que el niño fue capturado y llevado contra su voluntad a Inglaterra, lo que puede compararse con la reticencia de comunidades del Amazonas que aún se esconden cuando ven a los blancos o incluso a gente de otras comunidades.

La madre que porta el feto tiene una intensa vida y sensaciones, reacciona frente a mil cosas, sufre, se alegra, llora, se emociona, se asusta, en fin, y todo ello se transmite al cuerpo que lleva en su interior. Podemos imaginar que si pasa sufriendo los 9 meses, el efecto en el niño cuando nazca será desastroso. Ello ocurre frecuentemente en situaciones en que el hombre maltrata a la mujer, lo que es común, o sale con otras durante el embarazo dejándola permanentemente irritada o la misma está acostumbrada a un tipo de vida donde debe asumir comportamientos que no haría en otro lugar, lo que va a crear tipos de tensiones muy fuertes, como ha sido comprobado por el detector de mentiras, que ante el simple hecho de decir otra cosa que no es cierta, se producen modificaciones y convulsiones psicosomáticas que registra el aparato. Sería interesante conocer estudios de la personalidad de individuos que han recibido esas influencias de una manera o de otra. En todo caso hay que tener en consideración que ese hombre y esa mujer han pasado por lo mismo y han sido modelados en su conducta por otras influencias, y así sucesivamente, por eso hablamos de reproducción conductual, que tampoco es lineal y exacta, sino que presenta diversas modificaciones en cada generación de la misma sangre, aunque no es raro encontrar la astilla de tal palo.

Cuando hablamos de soma, nos referimos al cuerpo, y cuando decimos psicosomático estamos remitiéndonos a la interacción entre cuerpo y psiquis, elementos inseparables de constante mutua influencia. A veces cuando sufrimos, se activan glándulas que harán salir las lágrimas. Otras veces, cuando sentimos miedo, se soltará la adrenalina. Otras situaciones harán circular las hormonas, otras nos pondrán en tensión muscular, otras nos subirán la sangre a la cabeza, etc, de manera que nuestro sistema psicosomático no escapa a las relaciones con las otras personas, con las cuales compartimos -o no- afectos, odios, temores, alegrías, etc. De esa manera las formas de relacionamiento inciden de manera decisiva en la estructuración de nuestra psiquis y, por lo tanto, en nuestra estructura interna de reacciones, gustos, motivaciones, etc.

Veamos ahora al niño o niña, que es incorporado contra su voluntad en el núcleo familiar, y digo contra su voluntad porque nadie se lo pregunta, y la sociedad es obligada a aceptar que ese núcleo sea el propietario de esa criatura, es su destino caer preso en esa estructura represiva creada en esta fase de la historia de la humanidad, que no existía en el pasado ni existirá en el futuro. Esa estructura, por muy bondadosos que sean el hombre y la mujer que lo han procreado, funciona como tal, esto es, una autoridad a la que se le debe subordinación, lo que acarrea tremendas influencias modeladoras de la personalidad, por muchos que sean los pretextos utilizados para justificar esa ignominia y que se basa ideológicamente en que uno enseña y el otro aprende, la vieja teoría de la pedagogía que niega que en la vida todos deben aprender y enseñar en una acción única, que es el propio vivir. También se basa en el falso concepto del respeto ciego al adulto que entroniza la subordinación como práctica aceptada y aceptable, así como la autoridad en la misma medida, donde el subordinado posteriormente será también autoridad, la reproducción de los roles y la continuidad sistémica.

Otro elemento determinante de la construcción de la personalidad dentro de la familia, o sea, del conjunto de elementos que caracterizan las motivaciones y reacciones de una persona, es la jerarquización, donde el mando de la autoridad se delega por capas, pasando por la madre cuando no está el patriarca y siguiendo por los hermanos mayores o tíos, abuelos y demás parientes consanguíneos, siendo los artificiales, yernos, nueras y demases, absolutamente secundarios, lo que demuestra el carácter predominante de la consanguinidad asegurada por la figura del pater a la que se suma en un escalón inferior y subordinado la de la mater.

Siguiendo el análisis de la estructura familiar y su nefasta influencia en los niños, luego observamos un sistema normativo impuesto por esa autoridad, reglas a seguir, prohibiciones, tareas, etc. que serán diversas según el capricho, cultura, personalidad o necesidades del jefe, el patriarca, que la sociedad reconoce como amo y señor poseedor de la dominica potestas (potestad de dominio o señorío). También está la disciplina, o sea, la observación estricta del sistema de reglas y de las órdenes dictadas por la autoridad. Si se falla en ello, sea voluntaria o involuntariamente, viene un sistema de sanciones, que van desde castigos, privaciones, golpes, hasta la expulsión o la muerte. También existen los límites, esto es, el marco de la familia, de la casa, etc, hasta donde llegan las atribuciones, deberes y derechos de cada miembro del aparato hogareño, del cual todos los niños y niñas tienen la tendencia automática de huir, lo que no es más que el grito libertario de la esencia perdida de la comunidad horizontal en la que vivían nuestros ancestros y a la que vamos cuando consigamos zafarnos de estas malditas estructuras.

Sin leer a Freud, podemos hacernos una idea de la maltratada psiquis de esos niños y niñas sometidos a tan intensos procesos que lesionan su personalidad con la idea incorrecta de que los están educando, cuando en realidad están siendo amaestrados para adaptarlos como ovejas torpes a la vida de esta sociedad, o para luchar para llegar a ser una mini-autoridad. Se entiende que las religiones, como ideologías del patriarcado defiendan tanto al padre y a la madre llamándonos a “honrarlos”, como figuras divinas. Los curas no se cansan de repetirnos que dios es como un padre para nosotros, el padre celestial, en fin. Y María es como nuestra madre, la que nunca se metió con nadie, la absolutamente sometida que recibió el soplo divino del pater en la forma de espíritu santo.

Es allí que Freud analiza el comportamiento y las influencias de esos factores en la psiquis de las personas, encontrando, obviamente, verdaderos tarros de basura llenos de desviaciones, conflictos, traumas, complejos y de cuanto hay. Hasta los más conspicuos próceres del sistema han sido descubiertos en sus debilidades, unos frecuentando prostíbulos de menores, otros asesinando viejitas por la calle, otros degollando mujeres, otros con cuerpos enterrados en el patio, otros vistiéndose de mujer para que su esposa los agarre a latigazos, en fin, la lista es enorme y los psicólogos y psiquiatras tienen una holgada vida asegurada por delante. Las escuelas de psicología enseñan que hay un porcentaje grande de autistas que nacen con esa falla, escondiendo que la psiquis se defiende a sí misma y que la mayoría de las irregularidades son mecanismos defensivos para garantizar cierta estabilidad y sistemas de compensaciones internas que la propia psiquis va desarrollando, como la muerte del niño Tarzán, cuya psiquis no consiguió resistir el golpe de la inadaptación y lo llevó a la muerte como única alternativa de escape ante lo desconocido que le amenazaba, como gente que se arroja al vacío desde pisos altos para escapar de las llamas de un incendio.

Ese niño traumatizado, que debe guardar su sufrimiento en lo más profundo de sí mismo, no percibe que crece con esa garra que destroza su interior y le motiva con ciertos impulsos que a veces no comprende que están allí y que explican la estructura profunda de su personalidad y comportamientos. Cuando tiene edad de asimilar por vía racional más sistematizada, es enviado a la escuela, donde se homogenizan los comportamientos de las personalidades diversas a través de reglas generales de adaptación a la sociedad convencional. Hay que sentarse de manera ordenada, uno en línea recta con los otros, mirando la espalda de los demás y sin conversar con el del lado, todos los ojos puestos en la elevada figura substitutiva de la autoridad del hogar, el profesor, la profesora, los iluminados que atravesarán las mentes y las sensibilidades de esos niños con toda la porquería cultural producida por esta sociedad y los adecuarán al funcionamiento racional donde entran y salen las ideas en la mente que serán aceptadas solamente por vías lógicas. Allí aprenden que la jerarquía se extiende hacia el infinito, pues están dando prueba constante de ello los inspectores, fiscales, directores y aún más arriba, hasta llegar al ministro de educación, el presidente, los comandantes de las fuerzas armadas y arriba en la punta, sentado en el trono, el gran pater familias, omnipresente y todopoderoso, la figura que castiga y también perdona, por lo que agachando la cerviz podemos estar en paz con nosotros mismos y los demás, además del derecho de sentarnos como imbéciles al pié del trono celestial.

Ya hemos escrito algo en otros textos sobre los intensos procesos psicosomáticos que sufren esos niños y niñas aprendiendo a encerrar su libertad de manera conciente y aceptable, amarrando sus sensaciones a los dictados de la razón, en la forma de policías de sí mismos, aprendiendo a controlar y disciplinar su cuerpo. Las órdenes son constantes, que no se mueva, que calle la boca, que se siente derecho, que no mire al lado, que hasta cuando, etc. por lo que no hay mayor liberación que soltar un pun en medio de la clase, donde el cuerpo se libera y deja escapar el aire comprimido que gozan todos sin excepción, quizás sólo la del culpable, que puede ponerse rojo de vergüenza o matarse de la risa, según sea su carácter. El profesor piensa que si lo permite, la algarabía será sistemática y ha perdido el principio de autoridad, el rol que le encajan en la universidad, la escuela normal o la reunión con la directora donde esta jefa, o jefe, prepara a sus secuaces que asegurarán la tranquilidad del poder y el orden social en la escuela. De allí que lo más común es que aproveche la circunstancia para enseñar sobre el respeto y la disciplina apelando a las peores penas del infierno, aunque lo haga de forma suave y bondadosa como curas viejos, que son los más hipócritas. La rebeldía es constante y siempre se verifica la pugna entre los díscolos y las intentonas autoritarias de los profesores que a veces no pueden con ello y recurren como el pater a la violencia física. Hay “métodos” para todos los gustos. Lo sintomático es cuando se abren las puertas y comienza el recreo: Se agolpan en las puertas y salen corriendo y saltando haciendo una y mil cosas diversas como vías de escape y compensación, todo ello en dosis programadas astutamente por el poder, para luego regresar a continuar la tortura de adaptación y domesticación del salvaje. El resultado: maravillosas ovejas pastando en las verdes praderas, con una que otra oveja negra, es claro, los irreductibles, los imprescindibles.

El cuerpo de esos niños, lleno de las sensaciones y traumas de los avatares de la sociedad que le llegan a través del cuerpo de su madre y por las terribles experiencias educativas familiares y escolares, comienza a cambiar fuertemente y a desarrollar las partes y sistemas que le impulsarán al entrecruzamiento de los cuerpos para degustar placeres hasta ahora desconocidos para ellos y que nos han hecho disfrutar millones de años asegurando de paso con ello la reproducción de la especie. Sólo que en esta sociedad traumática, aquel placer se limita a lo posible y necesario ya no determinado por la libertad y el deseo, sino por causas externas que orientan y determinan la aproximación, reaparece allí el sistema normativo y el policiamiento, que a esta altura ya debe cumplir su función al menos con una mínima eficacia, y por supuesto, la ruptura por todas partes, miles de jóvenes escapando a la autoridad para vivir la alegría de cruzar los cuerpos independientemente del sexo.

Pero veamos esto con más detalle:

La necesidad de la reproducción de la cárcel familiar lleva a la dominación a establecer la ideología de que el encuentro de los cuerpos “debe ser” para la reproducción de la especie, surgiendo allí un rol para la mujer, y así el cuerpo es el templo de dios y el cuerpo femenino debe subordinarse al cuerpo masculino. Una cosa es que el contacto y la realización orgásmica del hombre dentro de la vagina de la mujer pueda realizar la unión de un espermatozoide con el óvulo y otra cosa es planificar las relaciones sociales de tal manera que sea el objetivo, con lo que vuelve el predominio de la racionalidad instrumental que no sólo somete los deseos, sino que somete los cuerpos en general, generando las bases para las llamadas desviaciones, que en un terreno de doble moral, una para la sociedad y otra para la intimidad, lleva a aberraciones en busca de placeres o satisfacciones que resultan en violaciones de la voluntad o libertad de otros a partir del uso de sus cuerpos para la satisfacción egoísta e individualista de una necesidad corporal frustrada por las limitaciones impuestas. Distinta es la fuga de ambos de los cánones o normas restrictivas, que tiene un valor más aceptable, aunque también hay que ver si allí no existe únicamente la compensación de traumas y frustraciones que al no ser resueltas por la explosión de placer llevan a seguir buscando en otros el equilibrio inexistente.

Muchas parejas consiguen una especie de equilibrio o ajuste ante la soledad y distancias con relación al resto de las personas, y allí está la astucia del sistema que por esa vía consigue forzar los núcleos cerrados que serán la prisión de los eventuales críos. Se trata de una forma sutil por un lado y abierta por el otro de direccionalizar el placer hacia el encuentro que asegure la continuidad de la especie encerrada en esos círculos viciosos, cuya ruptura va más allá de la comprensión o conciencia de ello y de la problemática de género y requiere un análisis más profundo además de descubrir en la práctica las modalidades de ir rompiendo dicho círculo de reproducción cultural que lleva involuntariamente al ganado social a reiterarlo.

Las relaciones sociales actuales pueden ser interrumpidas en las localidades por la práctica de otras formas de relaciones entre las personas que, además de unirse para resistir y luchar, pueden hacerlo para establecer otras maneras de intercambios entre ellos como un nuevo tejido de cuerpos, miradas y afectos, terreno de una nueva subjetividad emancipatoria llena de sensaciones y reflexiones que partiendo de su realidad y entendiendo el antagonismo contra el poder, desarrollen una dinámica libertaria en todos los planos. Allí el papel de la líbido pasa a ocupar otra posición, donde no le es posible al sistema operar para conducir los deseos y las necesidades hacia terrenos que le son propicios, pues el cuerpo de la madre transmite otras vibraciones al feto, el contexto comunitario comienza a sustituir la preeminencia de la acción del núcleo familiar y de la escuela sobre la psiquis de los niños y niñas, la alegría de estar juntos reemplaza las soledades y frustraciones, allí es posible tocarse y abrazarse para vivir el afecto y en sus momentos podrán entrecruzarse de forma más íntima los cuerpos independientemente de los sexos y roles, contribuyendo así a un mayor respeto y valoración del hacer y del decir del otro.


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