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La rebelión de los comunes: praxis, autonomía y reproducción comunitaria en la experiencia de Cherán K’eri en México

Edgars Martínez Navarrete :: 17.01.22

En el artículo se propone entender la autonomía indígena, a través del análisis de la experiencia de Cherán (Michoacán, México), como una praxis antagónica de reapropiación sobre los bienes comunes dirigida a sustentar los flujos de reproducción comunitaria de la vida en disputa, abierta o constreñida, con los mecanismos de subsunción del capital. Nos enfocaremos en algunos rasgos generales del levantamiento de Cherán durante el año 2011 y en los niveles de apropiación territorial que se impulsó sobre la base de una estrategia de seguridad comunitaria exitosa. Por último profundizaremos en torno a lo que concebimos como un proceso de autonomía indígena.

La rebelión de los comunes: praxis, autonomía y reproducción comunitaria en la experiencia de Cherán K’eri
Edgars Martínez Navarrete1

Resumen
En el siguiente artículo se propone entender la autonomía indígena, a través del análisis de la experiencia de Cherán (Michoacán, 
México), como una praxis antagónica de reapropiación sobre los 
bienes comunes dirigida a sustentar los flujos de reproducción 
comunitaria de la vida en disputa, abierta o constreñida, con los 
mecanismos de subsunción del capital. Para desarrollar tal planteamiento en nuestro caso de interés y entender cómo se anidaron 
las motivaciones de su rebelión en el contexto de violencia previo 
a 2011, explicitaremos, en primer lugar, algunos datos y elementos 
analíticos generales en torno a las formas de expoliación y despojo articuladas por la imbricación entre el crimen organizado y 
la agroindustria aguacatera en la Meseta Purépecha. Luego, nos 
enfocaremos en algunos rasgos generales del levantamiento de 
1
 Antropólogo chileno. Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología 
Social ciesas-CDMX. Integrante del Grupo de Trabajo de Clacso “Marxismos y resistencias del sur global” y del medio de prensa Mapuche Aukin. Agradezco a Daniela Rico 
Straffon por su lectura y comentarios al borrador de este artículo. 
Correo electrónico: edgarsmartinezn@gmail.com
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Cherán durante el año 2011 y en los niveles de apropiación territorial que se impulsó sobre la base de una estrategia de seguridad 
comunitaria exitosa. Por último, para cerrar los planteamientos 
iniciales, profundizaremos en una breve discusión teórico-política sobre nuestra apuesta de lectura en torno a lo que concebimos 
como un proceso de autonomía indígena.
El “oro verde” michoacano. Apropiación capitalista y crimen organizado en la Meseta Purépecha
A casi una década del levantamiento de Cherán, ocurrido durante abril del año 2011 en pleno corazón de la Meseta Purépecha, 
hemos sido testigos de la prolífera producción académica, periodística y artística que da cuenta de esta experiencia organizativa.2
 Además de la evidente constatación política que sitúa a este 
proceso autonómico como uno de los más representativos de México y América Latina, se ha abordado su origen, sus avances y 
contradicciones, desde diferentes corrientes y apuestas teóricas. Si 
bien podemos observar diferencias sustanciales en estos análisis, 
en torno a los cuales hemos tomado postura en otro trabajo (Martínez, 2017), existen ciertos consensos sobre las causas concretas 
que motivaron el levantamiento de abril y su posterior desarrollo hasta el reconocimiento formal que logra este municipio3
 en 
noviembre de 2011 con base en sus usos y costumbres (Aragón, 
2013). 
Al igual que la totalidad de las comunidades campesindias en 
México y el resto de América Latina (Bartra, 2008; Soto y Martínez, 2020), Cherán ha vivido fuertes disputas por sus bienes de 
vida. Como localidad emplazada en la Meseta Purépecha, sus 
2
 A nuestro parecer, resaltan los trabajos de Velázquez (2013); Santillán (2014); Leco, Lemus y Keyser (2018) y Jerónimo (2017), entre otros. 
3 Cherán es una comunidad indígena que cuenta con 20 826 hectáreas de territorio comunal (de las cuales 12 730 corresponden a recursos boscosos). A la vez, Cherán es un 
municipio (cuyo nombre completo es San Francisco Cherán) con una población total de 
18 141 habitantes (inegi, 2010), de los cuales 14 245 habitan uno de los cuatro barrios que 
integran su plan urbano, 2 947 personas viven en la tenencia de Tananco (deslindada del 
proceso autonómico hace algunos años) y unas 512 personas en una pequeña localidad 
llamada Casimiro Leco, también parte del municipio.
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principales afluentes económicos han sido tradicionalmente los 
productos maderables obtenidos del bosque y sus derivados que, 
si bien en términos de importancia desbordan el uso mercantil, 
han permitido la subsistencia material y la vitalización simbólica 
de gran parte de la población. Debido a esta centralidad, el bosque 
de Cherán ha estado bajo amenaza en distintos momentos históricos. 
Con las múltiples determinaciones jurídico-legales de finales 
del siglo xix y la consolidación de una nueva normatividad en 
relación a las tierras baldías, se inicia todo un proceso de despojo 
caracterizado por la presencia de capitales nacionales e internacionales abocados a expandir los circuitos del creciente mercado 
capitalista en Michoacán. Para esto, constituyó una necesidad fundamental contar con un ferrocarril que trasladara las mercancías 
regionales y permitiera exportar la madera fuera del estado. Esta 
cuestión ocasionó, tempranamente, la devastación de amplias zonas de bosque y perpetuó un adiestramiento local en el oficio de 
la tala. 
Desde tal periodo se ha presentado como una necesidad 
irrestricta —e ininterrumpida— de las élites económicas la subsunción regular de territorios, sujetos, bienes comunes y tramas 
culturales a los flujos de valorización mercantil del capital para 
abastecer las necesidades fundamentales de su reproducción en la 
Meseta Purépecha. A nuestro parecer, los múltiples dispositivos 
de usurpación y sometimiento desplegados sobre lo común a lo 
largo del siglo xx y lo que va del xxi para ensanchar los límites 
del régimen de acumulación, se constituyen como formas histórico-coloniales de despojo reactualizadas, contemporáneamente imbricadas en la dinámica de avance mundial del capitalismo 
neoliberal. 
En el caso de nuestra región de interés, tal necesidad fue perpetuada a través del crecimiento desmedido de la agroindustria 
aguacatera durante las últimas dos décadas. La aparición de una 
amplia gama de proyectos de inversión capitalista transnacional, 
entre éstos el negocio del aguacate, experimentó una aceleración 
desmesurada desde 1994 con la entrada en vigencia del Tratado 
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de Libre Comercio de América del Norte (tlcan), el cual cristalizó la dependencia económico-política nacional a los intereses de 
Estados Unidos y Canadá. Diversos sectores de la estructura productiva mexicana que de manera histórica habían funcionado en 
torno a una lógica mayormente estatal, comienzan a maniobrarse 
corporativamente desde el norte con este “acuerdo”. Así, el proceso de neoliberalización y desregulación pública configuró un escenario fértil para el crecimiento exponencial de la agroindustria 
aguacatera privada.
Al comienzo, los impactos ambientales de esta agroindustria 
no fueron evidentes y se concentraban en la utilización de madera 
para la construcción de cajas de empaque (Calderón, 2004), rama 
productiva que no tardó en estar dominada por capitales estadounidenses. No obstante, ya para el año 2006 Michoacán soportaba 
alrededor de 85% de la producción total nacional, y esto, en términos de territorio regional, se traducía en 67 181 hectáreas ocupadas con huertas de este fruto, es decir, la Meseta Purépecha alojaba 
75% de la producción michoacana total (Aguirre 2006, citado en 
Garibay y Bocco, 2012: 35).
Conforme los índices productivos del “oro verde michoacano” 
aumentaban exponencialmente cada temporada, se comenzaron 
a requerir condiciones territoriales excesivamente altas. Ante tal 
realidad, no demoró en concretarse el ingreso del crimen organizado y de diversas estructuras ilegales a las esferas productivas y 
financieras del agronegocio aguacatero, principalmente, a través 
de una reactualización de viejas alianzas que ciertos sectores de 
poder estatal y privado habían sostenido históricamente con grupos dedicados al tráfico de drogas y de otras mercancías ilegales 
en la región (Hincapié, 2015). En términos concretos, tal imbricación funcionó mediante la devastación y la apropiación coercitiva 
de grandes extensiones de territorios comunales sobre los cuales 
se expandió la agroindustria aguacatera. Si bien durante cierto 
tiempo estos mecanismos se materializaron en la generación de 
estrategias “legales” de usurpación como lo muestra, por ejemplo, 
el esparcimiento formal de aserraderos para procesar la madera 
en distintas comunidades de la Meseta Purépecha, al agudizarse la 
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necesidad de recursos, el crimen organizado implementó violentos dispositivos de saqueo y despojo, tanto sobre la diversidad de 
los bienes comunes forestales como en torno a las formas políticas 
y productivas de organización comunal que distintas colectividades mantenían en la zona. 
Es así que, en el caso de Cherán, más allá de un intento temporal de apropiación por parte del crimen organizado, se ejercieron 
acciones destinadas a transformar el sistema de tenencia endémico, desarticulando las relaciones comunales de producción y 
dislocando las tramas de adscripción comunitarias por medio del 
terror. Todo esto, aprovechando el sentido privado del usufructo 
comunal, fenómeno creciente en la región debido a las presiones 
que la expansión del trabajo explotado ejerció sobre las prácticas 
productivas locales. En consecuencia, entre 2007 y 2011 se devastaron alrededor de 9 060 de las 12 730 hectáreas de bosque cheraní 
y se produjeron diversos tipos de violencias y atentados directos 
contra la vida de un centenar de comuneros y comuneras de este 
municipio (Márquez, 2016). En medio de tales condiciones de 
vulnerabilidad proliferó la figura del talamonte como aquel sujeto 
que, al alero del crimen organizado, recorría la Meseta Purépecha 
devastando los bosques de las comunidades y buscando, directa o indirectamente, contribuir a los intereses de la agroindustria 
aguacatera. Ante tal situación, la rebelión autonómica de abril de 
2011 constituyó la única vía posible para revertir los agudos índices de violencia y despojo que sufría la comunidad de Cherán. 
La rebelión de los comunes
Luego de estar sometidos durante casi cinco años al dominio 
del crimen organizado por parte, primero, del cártel “La Familia Michoacana” y, posteriormente, de los “Caballeros Templarios” (Gasparello, 2018), los habitantes de Cherán comenzaron un 
proceso de organización silencioso dirigido principalmente por 
mujeres y jóvenes de la comunidad. Entre sus labores habituales 
fueron compartiendo la palabra y, ante el escenario de violencia 
y hostigamiento criminal, pudieron concretarse algunas reunio-
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nes para decidir cómo enfrentar al narcotráfico. La indignación 
fue constituyendo un anhelo de libertad y dignidad que día a día 
tomaba más fuerza, aunque las sombrías estructuras del crimen 
organizado continuaban atentando contra los cuerpos y recursos 
del municipio. 
Finalmente, durante la madrugada del 15 de abril de 2011 tal 
aspiración se hizo posible. Las decenas de camionetas que comenzaban a subir cargadas de motosierras y hombres armados con 
el fin de talar el bosque fueron detenidas, quemadas y gran parte 
de sus tripulantes expulsados del territorio. Inmediatamente, el 
pequeño grupo de mujeres que encabezó tal acción se multiplicó 
en cientos de cheraníes cansados de vivir con miedo. La comunidad se atrincheró y limitó de manera drástica el flujo de personas 
que transitaba por sus dominios. Ante las amenazas de retorno 
que emitieron los sicarios del crimen organizado, las entradas de 
Cherán fueron cubiertas por decenas de comuneros y comuneras 
dispuestos a entregar su vida por construir lo que podría ser “un 
futuro distinto para las generaciones venideras”.
4
Si bien durante el primer año del levantamiento existen distintos ciclos y ritmos organizativos (Santillán, 2014), podríamos 
sintetizarlos en tres momentos interdependientes en torno a la 
consolidación de las formas políticas de soberanía autonómica y 
a los mecanismos comunitarios de apropiación sobre los recursos territoriales (Martínez, 2020). Un primer ciclo fue inaugurado 
con el levantamiento de abril y la subsecuente expulsión del municipio tanto de los órganos funcionales del crimen organizado 
como de las estructuras locales cómplices (presidente municipal, 
burócratas y cuerpo policial). Este periodo estuvo marcado, además, por la emergencia de una asamblea general como espacio 
máximo de resolución, la creación de comisiones temporales propias del autositio comunitario y la aparición de cientos de fogatas5
4
 Entrevista a Juan, comunero del barrio primero (18 de noviembre de 2016).
5
 Las fogatas basan su existencia en el desplazamiento público que sufrió la “parangua” o 
fogón que tradicionalmente existe en las casas de las familias p´urhépechas. Como estas 
últimas, que sirven para preparar los alimentos y sostener dinámicas de reflexión, aprendizaje y diálogo familiar, las fogatas encarnaron estas funciones en las calles de Cherán.
La rebelión de los comunes
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que fungieron como instancias destinadas tanto a la seguridad, 
como a compartir la vida cotidiana y la reflexión colectiva. 
Un segundo ciclo se apertura sobre la consolidación de estas 
dinámicas y en torno a ciertas decisiones comunales emanadas 
durante las primeras semanas del levantamiento. Podríamos decir, 
sin caer en reduccionismos, que en este momento surgen comisiones más estables y con objetivos definidos a largo plazo. También, 
se reúne un grupo de comuneros que posteriormente dará vida a 
la Ronda Comunitaria y al Equipo de Guardabosques (estructuras 
de seguridad vigentes hasta la actualidad), los cuales comienzan 
a despejar gran parte del territorio comunal de la presencia talamontera. A su vez, en este espacio de tiempo las fogatas toman 
mayor peso en el campo de poder cheraní. 
Por último, reconocemos un tercer ciclo caracterizado por la 
maduración política tanto de los órganos de soberanía comunitaria como de las resoluciones tomadas en periodos previos que, a la 
par de asegurar un avance en el proceso concreto de reapropiación 
territorial, permitieron un doble movimiento sustancial: por un 
lado, se consigue la regularización, la institucionalización y la legitimación ampliada de instancias como las fogatas y los múltiples 
niveles asamblearios (barriales-generales) y, por otro, se avanza 
en la determinación colectiva de emprender una lucha jurídica 
para lograr el reconocimiento legal de sus formas autónomas de 
organización comunitaria.6
De esta forma, es posible observar que en cada uno de estos 
momentos se fueron fraguando diversas iniciativas embrionarias 
que a fines de 2011 constituirían formalmente la “Estructura de 
Gobierno Comunal” encabezada por los y las K’eris.7
 Esta estruc6
 Esta lucha estuvo acompañada por el Colectivo Emancipaciones. www.colectivoemancipaciones.org
7 En p´urhépecha K´eri significa “mayor” y hace alusión a aquellas personas que, por su 
experiencia y conocimiento, tienen la capacidad y el respaldo comunitario para coordinar 
ciertos procesos. De la misma forma, junto con este órgano se crearon nueve consejos 
operativos encargados de ejecutar un plan de trabajo discutido en las diversas instancias 
de soberanía comunitaria. Éstos son: el Consejo de Bienes Comunales, responsable de la 
gestión de los recursos comunitarios; el Consejo de Administración Local; el Consejo de 
los Asuntos Civiles; el Consejo de Procuración, Vigilancia y Mediación de Justicia; el Consejo de Programas Sociales, Económicos y Culturales; el Consejo Coordinador de Barrios; 
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tura, además de basarse en los usos y costumbres de Cherán, incorpora toda una lógica de democracia directa que antagoniza, 
no sin pocas tensiones, con las maneras representativas y verticalistas anidadas por décadas de tradición partidista en las tramas 
del poder local. Básicamente, a nivel general, la totalidad de esta 
estructura debe regenerarse cada tres años de “mandato”. No existe la reelección a excepción de ciertos órganos que cumplen una 
actividad específica como la Ronda Comunitaria y otros puestos 
operativos. Cada cargo se elige y nombra en asamblea barrial y 
debe ser propuesto por su fogata de origen con base a ciertos requisitos formales e informales que se discuten, también, en estas 
instancias. Esta compleja dinámica que Cherán asumió desde el 
levantamiento de 2011 ha permitido, en su generalidad, el sostenimiento del proceso autonómico sin petrificar los flujos de soberanía comunal. De esta forma, por ejemplo, si bien los K’eris (que 
son tres por cada uno de los cuatro barrios de Cherán) cumplen 
un rol de coordinación y gozan de cierto prestigio, sus acciones están sujetas a la determinación que tanto sus fogatas, como asambleas barriales y otras instancias comunales resuelvan.
Los ritmos de la reapropiación: articulación de las 
relaciones comunales de producción, etnicidad y 
seguridad comunitaria
Tal como hemos sostenido en otros trabajos (Martínez, 2017, 
2020), tras el levantamiento de 2011 y los subsecuentes ciclos organizativos que derivaron en la Estructura de Gobierno Comunal, 
podemos observar que la materialización de la praxis autonómica 
cheraní abarca distintos ámbitos de reapropiación material, política y cultural los cuales, sustentados en las decisiones de sus espacios de soberanía comunitaria, han limitado la subsunción del 
capitalismo sobre los bienes de vida del municipio. Tal dinámica, 
además, ha puesto sobre la mesa e incitado una discusión comuniel Consejo de la Mujer y el Consejo de los Jóvenes. Asimismo, se decidió la consolidación 
de la Ronda Comunitaria y del Equipo de Guardabosques, encargados de la protección y 
regulación de las actividades realizadas en torno a los bienes comunes tanto en el plano 
urbano como en el territorio boscoso.
La rebelión de los comunes
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taria crítica en torno al sentido mismo de la propiedad social, sus 
formas “ambiguas” de tenencia y las lógicas operantes detrás de 
la devastación a la que fue sometida durante las últimas décadas.8
En lo concreto, esta praxis autonómica de apropiación se expresa en un proceso de rearticulación del sentido comunal de las 
relaciones de producción y en una resignificación del entramado 
étnico de adscripción cheraní que fijó subjetivamente una disposición colectiva de proteger y producir lo común, en común. 
Es decir, en el impulso de iniciativas de gestión autodeterminada sobre los bienes de vida que tuvieran como finalidad, además 
de generar opciones de subsistencia a los habitantes de Cherán, 
la negación de una realidad social caracterizada por la nocividad 
criminal, la cual, tal como hemos visto, enquista su origen en los 
distintos ciclos de despojo que ha sufrido la comunidad a lo largo 
de su historia. 
Para vehiculizar sus objetivos autonómicos Cherán necesitaba, 
en primer lugar, avanzar en la reapropiación general del territorio 
ocupado por los órganos y las lógicas necróticas del crimen organizado, ante lo cual se crean estructuras operativas que asumieron 
esta labor. En segundo lugar, se requería la activación de unidades productivas que oxigenaran las instancias comunes de trabajo 
vivo, las prácticas de reforestación y, a la vez, abastecieran las necesidades urgentes de autoconsumo local por medio de diversos 
valores de uso (Martínez, 2017, 2020).
Con más de 80% del bosque comunal devastado por la acción 
conjunta del crimen organizado y grupos de talamontes, tras el 
levantamiento se consideró urgente articular un plan de “reconstitución territorial” que involucrara, por un lado, acciones frontales dirigidas a combatir las operaciones que estas colectividades 
ilegales aún ejecutaban en zonas del territorio cheraní y, por otro, 
articular iniciativas que apuntaran a gestionar los recursos dispo8 Véase la propiedad comunal, y en específico los bienes comunes, como una relación social 
no exenta de disputas y formas de apropiación intra y extracomunitarias. Entenderla como 
un bien intrínsecamente comunal, además de que anularía estérilmente los elementos sociales y dinámicos que la componen, significaría caer en un romanticismo que nos llevaría 
a puertos analíticos bastante idílicos como, por ejemplo, a establecer que las comunidades 
indígenas son “esencialmente” antagónicas a las formas económicas y políticas del capital.
Formas de autogobierno comunitario
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nibles del municipio. De esta forma, a semanas de la rebelión de 
abril, se organizó el Proyecto de Reforestación Integral (Piref), el 
cual operó como un órgano de coordinación en torno a las iniciativas de reapropiación comunitaria y autogestión local. Esta instancia fue integrada por alrededor de 40 comuneros y comuneras 
provenientes equitativamente de los cuatro barrios del pueblo. En 
un comienzo, a través de éste se impulsaron las primeras brigadas 
de reforestación y algunos rudimentarios —aunque efectivos— 
equipos de protección comunitaria (o “rondines”); a la vez, se incentivó la reactivación de las asambleas de resineros y ganaderos, 
entre muchas otras actividades dirigidas a revitalizar la vida material e inmaterial de Cherán.
Debido a la importancia que tuvo el Piref en esta etapa inicial, 
fue asumiendo una gran cantidad de responsabilidades mandatadas por la asamblea general. De alguna manera, más allá de cierta 
inestabilidad con la que operaba, éste funcionó como el primer 
órgano encargado de reordenar el uso de los bienes comunes durante este periodo, cuestión que le permitió contar con una inaudita legitimidad en Cherán. No obstante, así como avanzaron las 
distintas instancias del proyecto comunal, se comenzaron a requerir estructuras de coordinación cada vez más estables, motivo por 
el cual durante el año 2012 se decidió disolver el Piref, para que 
el naciente Consejo de Bienes Comunales (cbc) asumiera tanto 
sus tareas como los nuevos desafíos que enfrentaba la comunidad. 
Junto con esta transición se formalizó —en conjunto con el Consejo de Honor y Justicia— la creación de la Ronda Comunitaria y 
de los Guardabosques, dos equipos especializados de comuneros 
y comuneras que tendrían como compromiso la protección de los 
recursos comunales y de la gente que comenzaba nuevamente a 
realizar diversas actividades económicas en los cerros. 
Éstas fueron las medidas y las acciones fundamentales que, en 
un comienzo, integraron la estrategia de seguridad comunitaria y 
sobre las cuales se formó una base para consolidar el proceso de 
apropiación de los bienes de vida y la constitución de estructuras 
dirigidas a reproducir y sostener un sentido comunal al interior de 
la experiencia cheraní. Evidentemente, tales iniciativas han sido 
La rebelión de los comunes
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exitosas en la medida que son expresión de una determinación 
mayor, donde sirven como vínculo dialéctico entre las instancias 
de resolución comunitaria, la praxis general de reapropiación autonómica y el despliegue de relaciones comunales de producción 
que permiten espacios de construcción soberanos. 
De esta manera, actualmente en Cherán se han restringido 
prácticamente todas las operaciones de los distintos grupos de 
talamontes gracias al perfeccionamiento de esta estrategia de seguridad comunitaria encarnada en la labor de los guardabosques 
que vigilan el territorio y regulan las diversas actividades ejercidas 
sobre éste. Para resaltar los aspectos profundos que motivan su 
actuación, es importante señalar que, si bien en un comienzo esta 
labor no contaba con ningún tipo de remuneración, con el paso 
del tiempo las asambleas decidieron brindar un pequeño apoyo 
económico que sirviera como compensación por los riesgos9
 a los 
que estaban expuestos y que, al mismo tiempo, evitara la deserción de ciertos integrantes durante los primeros años del movimiento (Guillén, 2016).
No obstante, más allá de estos aspectos formales —que bajo 
ningún motivo carecen de importancia—, consideramos que la 
práctica del guardabosque se dota de sentido cuando es abrazada 
por la resignificación contemporánea de una serie de elementos 
socioculturales e identitarios de larga data que son movilizados en 
el caminar de este municipio por la autodeterminación. Así, entendemos que la figura del guardabosque puede concebirse como 
una forma identitaria productiva (Martínez, 2017) determinada 
por un proceso de subjetivación (Modonesi, 2010) comunita9
 Días después del primer aniversario del movimiento, un equipo de reforestación sufrió 
una emboscada. En una declaración del Concejo Mayor se encuentra la descripción de 
tal suceso: “El miércoles 18 de abril, 20 comuneros de la comunidad se dirigieron al 
bosque, al lugar denominado El Puerto, para realizar trabajos preventivos de limpia en 
esta época de sequía, prevención de incendios y de la protección del área reforestada con 
represas de restauración. A las 10:30 de la mañana los trabajadores escucharon dos motosierras laderas abajo talando árboles, dando aviso a la Ronda. A ese lugar acudieron los 
elementos de la Ronda para verificar el derribe de árboles, mientras que, en el momento 
inmediato, de la parte de arriba los trabajadores fueron atacados a balazos por criminales 
del Rancho Casimiro Leco y Tanaco, asesinando a Santiago Ceja Alonzo y David Campos 
Macías dejando heridos a Salvador Olivares Sixtos y Santiago Charicata Servín” (Comunicado del Concejo Mayor citado en Guillén, 2016: 117).
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rio-general en tanto se adscribe a un legado histórico de protección del bosque que, a su vez, ha sido cobijado en la memoria del 
conflicto local por los bienes de vida y ha pasado de generación en 
generación hasta su vitalización autonómica actual. Esta etnicidad 
“protectora del bosque”, que cobra valor tras el levantamiento de 
2011, se encuentra inmersa en la praxis de apropiación comunal 
que logró negar con cierto éxito algunas lógicas de subsunción 
capitalista, pero que también consiguió subvertir medianamente 
las diferentes consecuencias derivadas de la fragmentación comunal de la propiedad, del creciente sentido privado del usufructo 
colectivo de los recursos y de la dislocación identitaria que dejó el 
desarrollo del capitalismo en Cherán y en la región purhépecha. 
Por último, es importante recalcar que el equipo de guardabosques no constituye una “estructura burocrática” más del proyecto comunitario, como podrían ser los órganos de vigilancia 
que le precedieron antes del levantamiento. Más bien, los diversos 
espacios de democracia directa son determinantes para su funcionamiento y de éstos se desprenden, como decíamos, las regulaciones que habitan la lógica de protección colectiva sobre los 
bienes comunes. En resumen, a diferencia de la función técnica 
y “especializada” que caracteriza a otros aparatos convencionales 
de seguridad, los guardabosques vehiculizan la estrecha relación 
existente entre las tramas de poder comunitario y el bosque, impidiendo, por un lado, la realización de un conjunto de formas 
irracionales de apropiación y aprovechamiento sobre los recursos 
del territorio y, por el otro, lubricando el desarrollo de una serie de 
actividades que posibilitan la reproducción material e inmaterial 
de la comunidad.
Los pulmones productivos la autonomía y la racionalidad 
comunal 
Un segundo ámbito, constituido sobre el éxito de la estrategia de 
seguridad comunitaria y la adscripción ampliada de proteger los 
bienes de vida, lo observamos en el despliegue de distintas unidades productivas destinadas a abastecer las necesidades locales, 
como fue, entre otras iniciativas, la consolidación del vivero co-
La rebelión de los comunes
421
munal durante el año 2012.10 La radical reorganización que impulsó Cherán durante el primer año del levantamiento, la cual 
implicó un deslinde temporal de las estructuras convencionales 
del Estado mexicano, tuvo como consecuencia que las instancias 
federales no le otorgaran los recursos financieros correspondientes como municipio por alrededor de ocho meses. Sumado a esto, 
la abolición de las “opciones de trabajo” y los circuitos remunerados de economía ilegal que dependían del crimen organizado 
y, a la vez, la implementación de un conjunto contrainsurgente 
de medidas estatales dirigidas a asfixiar el proceso, produjeron un 
complicado escenario que obligó a la búsqueda urgente de alternativas económicas.
En este contexto, el vivero de Cherán se posicionó como una 
instancia central para el sostenimiento económico-político del 
proyecto autonómico, abriendo numerosas fuentes laborales,11
produciendo los elementos materiales necesarios para impulsar 
otras actividades en el territorio y sintetizando el carácter comunal del proceso mediante la reproducción de una racionalidad 
característica. Así, además de producir casi la totalidad de las 
plantas requeridas por los planes de reforestación, apoyó con diversos insumos las instancias festivas y rituales de la comunidad, 
vitalizando así los entramados simbólicos p’urhépechas. También 
tuvo una labor pedagógica e ideológica al permitir que las escuelas 
realizaran visitas para que los estudiantes aprendieran a sembrar y 
a cuidar las especies arbóreas endémicas. 
El paulatino crecimiento de esta empresa comunal y, por tanto, 
de la producción total de plantas, semillas y fertilizantes orgánicos 
(véase tabla 1), se correspondía con la concreción de prácticas y 
vínculos solidarios tanto al interior del municipio como con otras 
10 Además del vivero, luego del levantamiento se organizaron otras dos empresas comunales: una bloquera, en la que se procesan los recursos pétreos de la comunidad, y un 
aserradero. Las tres son integradas y reguladas por comuneros y comuneras pertenecientes 
a los cuatro barrios de Cherán.
11 Para el año 2013 se abrieron cerca de una centena de cupos permanentes y temporales de 
trabajo que eran regulados por las asambleas barriales. En estas instancias se decidía quién 
necesitaba prioritariamente el trabajo y, en conjunto con la asamblea del cbc, se discutían 
los conflictos y las modalidades operativas del vivero. Como información relevante, también se generaron cupos laborales para personas con capacidades diferentes.
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localidades de la Meseta Purépecha. Según información brindada por el Consejo de Bienes Comunales, 60% del total de plantas 
eran ocupadas en 2016 para el canje que otras comunidades de la 
región realizaban mediante acuerdos forestales establecidos entre 
sus respectivos viveros. A su vez, el restante 40% de la producción 
se inyectaba en múltiples circuitos de valor de uso a partir de los 
cuales eran cubiertas distintas necesidades comunitarias de corto 
y largo plazos.
Tabla 1. Producción anual del Vivero Comunal en cantidad de plantas. Elaboración propia con datos del Consejo de Bienes Comunales 
activo en 2016
Producción anual “Vivero comunal San Francisco”
Año Cantidad de plantas
2012 100 000 unidades
2013 400 000 unidades
2014 750 000 unidades
2015 950 000 unidades
El sostenimiento de estos avances materiales que han sido sustantivos en la autonomía de Cherán no se expresa necesariamente 
en índices cuantitativos, sino en la adopción de una subjetivación 
antagonista determinada a mantener una posibilidad de vida digna para sus habitantes. Esta racionalidad comunal,12 que deriva de 
la disposición consciente de reapropiación social sobre la natura12 Es importante plantear que nos referimos a la racionalidad comunal del trabajo en relación con el análisis que hace Bartra (2006) sobre lo que él llama la “unidad socioeconómica 
campesina”. No obstante, es prudente observar que nuestra utilización recae en ampliar su 
reflexión en términos de comunidad y no precisamente en términos del núcleo campesino 
familiar. Así, él entiende que existen en un proceso de subsunción complejo singularidades 
racionales de una forma campesina de asegurar la vida material en disputa con la subordinación total del capital. Pese a esto, tal potencialidad la relega a la unidad familiar y llega a 
desconocer su funcionalidad comunal al ser, esta última, una colectividad endeble frente 
al capital; “en el modo de producción capitalista lo primero que se distorsiona y somete a 
la lógica del sistema es la comunidad, mientras que la célula de reproducción campesina se 
repliega al reducto familiar” (Bartra, 2006: 282). 
La rebelión de los comunes
423
leza (Leff, 2004) movilizada en el vivero a partir de 2011, comparte, no obstante, una íntima historia con las consecuencias de los 
múltiples hostigamientos y transformaciones que el capitalismo 
ejerció sobre los bienes de vida cheraníes, dinámicas que lograron enquistarse en formas consideradas localmente como “necesarias”, basadas, por lo general, en la sobreexplotación del trabajo 
y en el aprovechamiento desmedido de los recursos territoriales. 
El inminente proceso histórico de subsunción capitalista, caracterizado por la dependencia mercantil del bosque ante el mercado 
nacional e internacional y el subsecuente arrinconamiento de las 
actividades de autoconsumo desde comienzos del siglo xx, obligó a muchos habitantes del municipio a trabajar en condiciones 
precarias para compañías extranjeras y aserraderos privados que, 
luego de tener una corta vida pública durante el cardenismo, en el 
periodo neoliberal mexicano pasaron nuevamente a ser controlados de manera privada —y muchas veces ilegal— por el crimen 
organizado y la industria aguacatera. En medio de estos ciclos se 
fue “normalizando” la actividad talamontera como una opción laboral que, aunque precaria y riesgosa, permitía mantenerse en la 
comunidad y no engrosar los seductores flujos migratorios característicos de la población cheraní desde mediados del siglo pasado. 
Con la proliferación de aserraderos privados y clandestinos 
bajo los intereses de la agroindustria aguacatera durante el periodo neoliberal en la Meseta Purépecha, la racionalidad del trabajo 
explotado hegemonizó el campo comunitario objetivando las relaciones sujeto-naturaleza en torno al valor de cambio con una 
intensidad sin precedentes. La incorporación de tecnología/maquinaria estadounidense —desvalorizando la fuerza de trabajo—, 
la irregularidad del “salario”, el aumento en el precio de las mercancías necesarias para la reproducción de los sujetos/talamontes y la ampliación desproporcionada de la jornada de trabajo se 
imbricaron sobre las violencias patronales y coloniales sufridas 
por la condición étnica de los p’urhépechas y consolidaron una 
disposición corporal y social enajenada por la lógica del capital en 
torno a los recursos boscosos. 
No obstante, las subjetivaciones del capital siempre se produ-
Formas de autogobierno comunitario
424
cen frente o sobre otras que las lubrican, asocian o resisten. De 
esta forma, tal enajenación racional hegemónica debía madurar 
en medio de una constante reactualización del legado en defensa del bosque cheraní y de otras formas de apropiación comunal 
que lograron subsistir. Entonces, más allá de establecer dos tipos 
dicotómicos de racionalidades —la comunal13 y la explotada— es 
prudente observar que ambas se constituyen como formas coexistentes y fluidas del hacer y pensar a lo largo de la historia de Cherán. Sin embargo, esta necesaria y conflictiva coexistencia sufrió 
una ruptura tras el levantamiento de 2011, al fijarse una multiplicidad de espacios de disputa antagónica como el vivero, los cuales 
tomaron sentido, a su vez, por el proceso general de rearticulación 
de las relaciones comunales de producción. 
A través de la experiencia (Thompson, 1981) que comuneros 
y comuneras han vivido en instancias como el vivero, dedicados a 
trabajar y elaborar productos útiles para hacer frente a las necesidades comunitarias (Dussel, 2014), se va consolidando una racionalidad comunal que no es sólo una lógica cognitiva-económica 
aislada, sino que responde a un proceso autonómico multidimensional que la propicia (López y Rivas, 2008) y que es discutido 
constantemente en las instancias de soberanía local.
Autonomía, praxis y reproducción comunitaria de la vida. 
Elementos para una lectura conclusiva
De manera singular, Cherán K´eri ha motivado importantes discusiones sobre cómo volver a entender teórica y políticamente los 
procesos de autonomía indígena. Con sus avances y contradicciones, que son propias de cualquier experiencia comunal, ha permitido oxigenar y ensombrecer las nostálgicas formas analíticas que 
por décadas concibieron las autonomías indígenas, por un lado, 
como proyectos locales de esencialismo comunitario incapaces e 
13 Según nuestra consideración (Martínez, 2020), la racionalidad comunal se observa en 
dinámicas que son posibles colectivamente con mayor fuerza luego del levantamiento de 
abril. El despliegue de trabajo vivo y concreto (faenas comunales), la consolidación de circuitos basados en valores de uso y el desarrollo sustantivo de múltiples instancias de la 
producción comunal para cubrir las necesidades locales —sin la finalidad del intercambio 
mercantil— son algunas de sus manifestaciones y formas de reproducción.
La rebelión de los comunes
425
indiferentes a las posibilidades de disputar el poder más allá de sus 
límites territoriales, o bien, como regímenes que aspiraban a constituirse de forma “gradual” en estadios ideales de organización. 
A nuestro parecer, el camino emprendido por Cherán se desmarca de tales posturas y se enraíza en la habilidad con que este 
municipio ha sabido navegar y construir dialécticamente en dos 
campos de la realidad política: por un lado, en los entramados del 
reconocimiento legal que ha conseguido, mediante una sinuosa 
lucha jurídica que hizo frente al monoculturalismo característico de las estructuras estatales y, por otro, en aquellas dinámicas 
internas que vitalizan y dan sentido al proyecto autonómico. De 
esta manera, si bien Cherán jamás ha dejado de mirarse dentro de 
una transformación mayor —la del Estado—, tampoco ha confinado su autonomía a una especie de dependencia gubernamental 
que le imponga lógicas de funcionamiento sobre sus decisiones 
comunales. El dinamismo de este proceso y su originalidad, como 
vimos en apartados previos, nos permite entender las diferentes 
tramas de la autonomía indígena y nos insta a reflexionar sobre 
aquellas características que, en un plano económico-político, nutren las instancias centrales de su propuesta.
Como hemos planteado en otros trabajos (Martínez, 2020), a 
partir del proceso de Cherán podemos concebir la autonomía indígena, en términos amplios, como una praxis multidimensional 
soberana en sus rasgos fundamentales, contradictoria y, en sus 
momentos abiertos de lucha, dirigida hacia la desestabilización 
de las expresiones concretas del régimen dominante que, al igual 
que el crimen organizado, intenta limitarla y subsumirla. Dicha 
praxis, en su generalidad consciente, es enmarcada dentro de un 
proceso de disputa mayor frente a estructuras generadoras de tales lógicas de sometimiento, como son el Estado monocultural, el 
capital o el orden colonial (Mora, 2017), y abraza, a su vez, una 
heterogeneidad de relaciones y prácticas que caracterizan su composición antagónica —en ocasiones desplegada y en otras constreñida—, las cuales son articuladas con el fin de autogestionar los 
diferentes elementos y ritmos de la reproducción comunitaria de 
la vida (Martínez, 2017). 
Formas de autogobierno comunitario
426
Esta reproducción, expresada en la producción y el sostenimiento en el tiempo y el espacio de aquellas condiciones materiales e inmateriales que posibilitan la satisfacción de necesidades 
individuales y colectivas (Hinkelammert, 2005) se caracteriza por 
“la generación y re-generación de vínculos concretos que garantizan y amplían las posibilidades de existencia colectiva en tanto 
producen una trama social siempre susceptible de renovación, de 
auto-regeneración” (Gutiérrez y Salazar, 2015: 21). De esta forma, 
la reproducción comunitaria se impulsa a través de lo que Echeverría (1998), bajo una lectura marxista describió como “una organización particular del conjunto de relaciones interindividuales 
de convivencia”. Así, creemos que en la experiencia de Cherán 
una de las tantas posibilidades emancipatorias de la autonomía 
indígena como praxis de reapropiación se visibiliza en su capacidad de impulsar comunalmente relaciones de producción que, en 
tanto se despliegan en un campo étnico concreto, permiten constituir estructuras específicas que sostienen, generalmente en clave 
antagonista, esta reproducción comunitaria de la vida. 
A toda esa diversidad de vínculos articulados entre comuneros/as para modificar la naturaleza con la finalidad de producir 
un bien y, a la vez, transformarse a sí mismos, los entendemos 
como relaciones de producción (Marx, 1993). El carácter constitutivo de estas relaciones de producción en nuestro contexto, además de sostener la interdependencia dialéctica entre comuneros/
as y territorio, tiene la capacidad de sintetizarse en expresiones 
económico-políticas concretas. De esta forma, en la praxis autonómica cheraní se manifiesta claramente la intención de generar 
proyectos —como las empresas comunales— basados en vínculos 
socioproductivos insubordinados a la subsunción real del capital, 
cuya determinación sea el desdibujamiento de la cosificación en la 
relación sujeto/naturaleza, la abolición comunitaria de la propiedad privada de los medios de existencia, la activación de flujos colectivos de trabajo concreto (García, 2011; Marx, 2001, 2009) y la 
generación de valores de uso que intenten hegemonizar la reproducción de la vida a nivel local por sobre el mercado capitalista.
En esta dinámica de antagonismo, además, se constituyen di-
La rebelión de los comunes
427
versos referentes culturales y políticos que hacen sentido con el 
actuar de sujetos que, compartiendo códigos étnicos mínimos y 
particulares, se identifican entre sí y abrazan tales referentes identitarios para marginar otros. A partir de estos procesos de subjetivación (Modonesi, 2010), sobre los que dimos cuenta en el presente artículo, se fraguan disposiciones conscientes que apuntan 
a organizarse estratégicamente con el fin de coordinar acciones 
colectivas frente a alguna amenaza o, a la vez, en torno a alguna 
aspiración política. Por ello, en el caso de Cherán, la subjetivación 
desplegada en las prácticas de reapropiación territorial se constituye sumergida en un proceso de reorganización del sentido 
comunitario de pertenencia, en el que la imagen del comunero 
prevalece y se revitaliza, por ejemplo, en la figura del guardabosque, como una entidad que niega la irracionalidad del usufructo 
comunal representado en la imagen del talamonte y el crimen organizado.
La reproducción de tales formas de adscripción es fundamental para corporeizar identidades específicas en el ejercicio de aseguramiento de la vida material e inmaterial. Estas variadas formas 
identitarias productivas contienen el sentido de prácticas económicas, políticas y de protección de lo común propiciadas en momentos históricos que le otorgan un sentido particular. En el caso 
de los guardabosques de Cherán, en específico, dichas condiciones pueden observarse claramente en tanto enraízan elementos 
de larga data de resguardo de los bienes comunes, que fueron resignificados luego del levantamiento como nuevas estrategias de 
seguridad subyacentes a necesidades contemporáneas.
El proceso de Cherán ha vitalizado en su andar la esperanza de 
que es posible sostener experiencias autonómicas potencialmente 
capaces de disputar en distintos registros, niveles e intensidades los 
andamiajes del Estado monocultural, del capital y de las diversas 
expresiones del colonialismo reactualizadas en el sistema-mundo 
actual. Mediante la consolidación de una estrategia comunitaria 
de seguridad, la articulación de diferentes espacios políticos de 
decisión colectiva y el despliegue de prácticas y relaciones de reapropiación comunal sobre sus bienes de existencia, la rebelión de 
Formas de autogobierno comunitario
428
los comunes en Cherán ha encarnado la praxis antagonista viva 
de los pueblos que luchan por una realidad distinta y mejor.
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