Sabemos que fetiche es un artefacto o muñeco al que se le atribuyen poderes mágicos. Fetichismo es la devoción hacia los objetos materiales, a los que se ha denominado fetiches. El fetichismo es una superstición y práctica animista; donde inciertos artefactos poseen poderes mágicos, que protegen al portador de los malos espíritus. Los amuletos también son considerados fetiches. La palabra fetiche viene del término portugués feitiço, que significa hechizo. El término fue dado a conocer en Europa por el erudito francés Charles Brosses en 1757. Entonces, cuando se habla de fetichismo se alude, en última instancia, al sentido dado en su raíz etimológica, hechizo.
Raúl Prada Alcoreza
Atrapados en su propia densidad condensada,
inmovilizados en su propio retorno a lo mismo.
Ego despechado convertido en sol muerto.
Creen que la historia gira alrededor de ellos,
del nudo gordiano hecho de retazos,
cuerdas quebradas, sogas rotas,
de tanto amarrar ilusiones monárquicas,
trasnochados presidencialismos agónicos,
de espectaculares montajes de repúblicas desaparecidas
o Estados plurinacionales de ferias folklóricas,
en la gravitación banal de fiesta de arlequines,
de la recóndita epopeya de carnaval.
No tienen horizontes que remontar,
han muerto asesinados por angurrienta ambición
de sátrapas modernos y eunucos cibernéticos.
Solo su reducida circunscripción mezquina,
reducto singular de prejuicios ateridos
y sedimentación de complejos vernaculares.
Solo el lamento cobarde del chantaje emocional,
el reclamo desesperado de reconocimiento,
anodino personaje de la simulación política.
El balbuceo de la interpretación fragmentada,
boceto incompleto de narrativa inocente,
sucia corriente de rumores inventantados,
circula por la calles desiertas sin convencer,
sirve para calmar la consciencia desdichada
del opaco hombre frustrado y sin atributos.
Se parapetan en tumbas de trascendentes muertos,
gasto heróico, derroche de coraje, sin honrarlos.
Solo utilizan su memoria para llenar sus vacíos,
para encumbrarse en los hombros de fantasmas.
Se desgarran las vestiduras dramáticamente
para llamar la atención del público atormentado
por medios de comunicación sensacionalistas,
comprados por anuncios y publicidades barrocas.
Se disfrazan de revolucionarios incomprendidos,
con vestimentas anacrónicas y deslucidas.
Se presentan a sórdida comedia con guiónes prestados,
representando el cómico papel del burócrata festín,
última cena de la jerarquía de funcionarios agobiados,
vaciando sin miramiento las arcas del Estado patriarcal.
Los nuevos ricos, en compulsión desbocada, dineraria,
desprecian amargamente los bosques,
los prefieren talados o hechos ceniza,
desprecian cínicamente territorios ancestrales,
los prefieren avasallados, en depredación continua,
desprecian la interpelación candente,
prefieren satisfechos las alabanzas zalameras.
Demostrativos del derroche alucinante
de cúmulos de abalorios fútiles,
compran prestigios truchos,
buscando impresionar a la muchedumbre
inhóspita de sus seguidores.
Tienen aliados en déspotas semejantes,
en similares tiranías crepusculares,
en equivalentes decadencias demoledoras,
en apologistas de la impostura y el derrumbe,
constructores inocuos de las derrotas persistentes.
En perfiles parecidos de la mediocridad deslumbrante.
Son síntomas evidentes del teatro apócrifo
de las envolventes dominaciones aletargadas.
Sebastiano Mónada: La pesadez de la mediocridad
Sobre el fetichismo
Sabemos que fetiche es un artefacto o muñeco al que se le atribuyen poderes mágicos. Fetichismo es la devoción hacia los objetos materiales, a los que se ha denominado fetiches. El fetichismo es una superstición y práctica animista; donde inciertos artefactos poseen poderes mágicos, que protegen al portador de los malos espíritus. Los amuletos también son considerados fetiches. La palabra fetiche viene del término portugués feitiço, que significa hechizo. El término fue dado a conocer en Europa por el erudito francés Charles Brosses en 1757. Entonces, cuando se habla de fetichismo se alude, en última instancia, al sentido dado en su raíz etimológica, hechizo. En la modernidad se ha usado el término para referirse a la atracción perversa por objetos o prendas íntimas apreciadas tanto por las portadoras como por los apasionados por estos objetos, que al no tener a la mujer que desean, cargan la libido en las prendas sueltas, sin que la mujer se las ponga, en ausencia de la mujer. También se ha extendido este uso semántico de la palabra al fetichismo de toda clase, cuando se atribuyen a los objetos deseados, si no poderes mágicos, por lo menos poderes sociales, relacionados a símbolos jerárquicos. Karl Marx usó el término de fetichismo de la mercancía para ilustrar sobre la atribución a las cosas del mercado de propiedades económicas propias, sobre todo cuando son consideradas desde la medida del equivalente general, el dinero. Esta cosificación, que considera la economía como si las mercancías establecieran relaciones por sí solas, olvidando que se trata de relaciones sociales y no de relaciones de objetos, es la que explica la “ideología” capitalista. Este es el sentido de fetichismo, cuando se alude a la “ideología” y a este fenómeno de la cosificación.
Llama la atención que un juicio de opinión política hable de fetichismo de los recursos naturales, atribuyendo este fetichismo a los defensores de los recursos naturales. No es pues un uso adecuado del concepto, sino más bien forzado. En todo caso, el fetichismo no podría venir del lado de los defensores de los recursos naturales, pues no considerarían a estos recursos como cosas, sino como parte de la soberanía. El fetichismo es atribuible a las empresas, sean privadas o públicas, sean nacionales o trasnacionales, pues es desde ahí, desde el campo económico, para no usar otros conceptos, como el de modo de producción capitalista, que se convierte a los yacimientos en recursos naturales; es decir, en materias primas, como inicio del proceso de producción. Es en la economía capitalista donde se da el fenómeno de la valorización de los recursos naturales; por lo tanto, no solo convirtiéndolos en objetos, sino calculando su renta. Se daría lugar como un fetichismo de segunda potencia, pues no solo se trata de la cosificación de estos yacimientos, convertidos en recursos naturales, por lo tanto, en materias primas, sino que también se les atribuye un valor valorizable. ¿Por qué entonces forzar los términos, usar de esta manera inadecuada el concepto de fetichismo? ¿Para descalificar a los defensores de los recursos naturales, para calificar a los que cosifican a los recursos naturales, convirtiéndolos en mercancía? Este uso es por cierto polémico y tergiversado.
Si se quiere tratar la “ideología” relacionada a la defensa de los recursos naturales no podría ser desde un supuesto fetichismo de los recursos naturales, inherente a los defensores de estos recursos, aunque estos defensores sufran de otros fetichismos, respecto de otros objetos y de otras maneras. Se puede abordar esta “ideología” desde la perspectiva del mito; mito del Estado-nación, mito de la nación, mito de la soberanía; sin embargo, es difícil hablar desde esta interpretación, que expresa la esperanza de independencia, de soberanía, de desarrollo, de progreso, de modernización, caracterizándola de fetichismo de los recursos naturales, peor si se quiere acercar la figura a la del fetichismo de la mercancía. Esto no es más que retórica política insostenible.
Si bien se puede decir que los nacionalistas revolucionarios el siglo XX consideraban a los yacimientos como recursos naturales y a estos recursos como objetos supremos de la soberanía, la “ideología” nacionalista funciona aquí, en este caso, operando, no en ba1se al fetichismo de los recursos naturales, que sólo es atribuible a la economía capitalista, atribuible, por lo tanto, a los empresarios y economistas, sino en base al fetichismo del Estado. En consecuencia, no se dice que no hay fetichismo en la “ideología” nacionalista, sino que se trata, mas bien, del fetichismo del Estado, no del fetichismo de los recursos naturales, que es atribuible, mas bien, a los empresarios y economistas.
Ahora bien, si se quiere utilizar la frase el fetichismo de los recursos naturales, todo el mundo puede hacerlo, está en su libertad; pero, si se le quiere dar un carácter de enunciado, es indispensable reconceptualizar esto del fetichismo, que es la metáfora animista convertida en concepto económico-político. Decir por ejemplo, el fetichismo, en este caso, no se entiende como Marx usa el concepto, es decir, como cosificación, sino como magia, atribuyéndole poderes sobrenaturales al artefacto. Con esto volveríamos al sentido inicial del término fetiche, muy próximo a su raíz etimológica de hechizo. Entonces la frase, convertida en enunciado, adquiere un sentido antropológico, si no es religioso, que no es la intención, pues se quiere usar como metáfora, en un juicio que pretende ser crítica. Por lo tanto, en este caso, los defensores de los recursos naturales serían definidos como fetichistas al esperar de estos recursos la magia de la transformación. Salir de la condición de dependencia para lograr la independencia, salir de la condición de subordinación para realizarse soberanamente, salir del atraso logrando el desarrollo. De esta manera, se comprende lo que se quiere decir; de lo contrario, la frase usada, en la provisionalidad de la diatriba, no hace otra cosa que generar malos entendidos. Sin embargo, cuando se lo logra, cuando se logra reconceptualizar de esta manera, antropológica, el sentido economicista prácticamente desaparece, cuando precisamente eso es lo que se quería hacer; hacer pasar la condición de cosificación del modo de producción capitalista a la forma populista de gubernamentalidad, que es más bien, si se quiere, un modelo político y no tanto un modelo económico.
La forma de gubernamentalidad clientelar, que caracteriza al populismo, de todas maneras aparece como dispositivo político en la expansión interna del capitalismo dependiente, en el contexto de la geopolítica del sistema-mundo capitalista. Sin embargo, esto no convierte al populismo en un aparato económico, siendo, mas bien, una de las formas del Estado rentista.
El debate es necesario en estos temas cruciales en las historias efectivas de las formaciones históricas singulares, de los países particulares. El debate, no la diatriba. El debate confronta concepciones y también a las concepciones con la realidad efectiva, ayuda entonces a esclarecer, así como a revisar las concepciones o desecharlas. La diatriba, en cambio, tiene otro objetivo, su polémica apunta a la descalificación; es parte de la lucha “ideológica” y política.
ANTECEDENTES
El modelo populista
Vamos a interpretar la coyuntura económica del país a partir de la Memoria de 2010 del Ministerio de Economía y Finanzas Públicas, una memoria que básicamente hace una evaluación macro-económica y monetarista, que a pesar de las restricciones descriptivas y reducidas a indicadores generales, nos permite la excusa para hacer un recorrido al perfil y la estructura de la formación económico y social boliviana. Además de evaluar los propios alcances del discurso economicista y del discurso populista.
El Ministerio de Economía y Finanzas Públicas en su Memoria Anual de 2010 dice que se estima un crecimiento del 4.1%, y que además la política económica se ha encaminado a garantizar la estabilidad macro económica, a continuar con la política social de apoyo a la población vulnerable, además del fomento al sector productivo. La memoria dice que el desempeño de la economía se ha debido al dinamismo del transporte, las comunicaciones, los hidrocarburos, los servicios financieros y la industria manufacturera, además del continuo trabajo de la construcción y servicios básicos. Aunque el crecimiento minero fue negativo, asociado a conflictos sociales, particularmente el de Potosí. Por otra parte, el sector agropecuario tuvo un leve decrecimiento debido a efectos climáticos. Los indicadores externos mostraron saldos positivos, los depósitos y créditos del sistema financiero alcanzaron nuevos niveles récord, la bolivianización de la economía se aceleró. La solidez del sistema financiero también se evidenció. Los créditos del Banco de Desarrollo Productivo (BDP) y la creación del Fondo Propyme Unión continuaron promoviendo el acceso al financiamiento y fomentando la actividad productiva, especialmente de los pequeños y medianos productores. Se dice también que se registró un superávit en las cuentas públicas; esto debido a mayores ingresos, principalmente tributarios e hidrocarburíferos, así como al control del gasto corriente. El nivel de recaudación superó el nivel del año pasado, esto asociado al desempeño económico y a la eficiencia tributaria. Por el lado del gasto fiscal, el incremento de recursos necesarios para las actividades de mayoreo de las empresas públicas estratégicas determinó un incremento de las partidas de bienes y servicios que incidió mayoritariamente en el crecimiento del gasto corriente. El año de evaluación de la memoria la inversión pública superó los 1500 millones de dólares, asignándose mayores recursos a la infraestructura, a proyectos sociales y al sector productivo. No se ve con preocupación la deuda interna y la duda externa; la primera llega al 23% y la segunda el 15% del PIB.
Como se puede ver estamos ante un análisis típicamente monetarista, no muy distinto a los análisis que se hacen en otras partes y en los gobiernos anteriores. La diferencia radica en el papel del Estado, que ciertamente creció y tiene una mayor participación que en los periodos de implementación del proyecto neoliberal. Lo que se muestra con mayor notoriedad son los logros en el equilibrio macroeconómico, que en comparación con los periodos neoliberales, se logró con mayor eficacia. ¿Pero, esto qué nos dice? ¿Mayor consecuencia respecto a las políticas monetaristas? ¿Esa es una buena señal cuando se trata de transformar el modelo económico extractivista e incursionar en un modelo productivo que salga del paradigma primario exportador? ¿No se debería proyectar la política económica a una agresiva campaña de inversiones en los sectores productivos, prioritariamente en los que tienen que ver con la soberanía alimentaria, además de encaminarse seriamente a la industrialización de las materias primas? ¿Importa el equilibrio? ¿No es necesario y hasta urgente un desequilibrio dinámico destinado a una estrategia de inversión en la producción? Estas son las preguntas a las que hay que responder. No convence el seguir una política tan conservadora cuando se trata de transformar la estructura económica extractivista, comercial, informal y soyera. Sólo sirve de propaganda, incluyendo los modestos alcances de la política social.
La memoria estima que son como unos tres millones de personas las que se beneficiaron con las trasferencias condicionadas, cerca del 30% de la población boliviana. Por ese camino se ponderan los logros de la alfabetización, el programa Bolivia Cambia, Evo Cumple; también Tarifa Dignidad y Vivienda solidaria, aunque con menos incidencia y más problemas en su cumplimiento. Son ciertamente de impacto inmediato la política de los bonos; empero, no dejan de ser medidas de corto plazo; no llegan a resolver los problemas estructurales, pues las condiciones que determinan estos problemas se mantienen y no desaparecen con estas medidas. Lo que llama la atención es que ya en la segunda gestión de gobierno no se cuente con políticas a mediano y largo plazo, no se cuente con estrategias transformadoras y se siga optando por medidas coyunturales que terminan convirtiéndose en intrascendentes, pues no modifican la estructura de exclusiones y desigualdades.
Se dice que la pobreza moderada bajó del 56% al 50% y que la pobreza extrema lo hizo casi del 30% al 26%. No dejan de ser modestas estas variaciones en un gobierno popular y en proceso de cambio. No hay una política radical de erradicación de la pobreza; todo se parece a los objetivos del milenio, que es una herencia de gobiernos anteriores en acuerdos con la Cooperación Internacional. Lo mismo podemos decir de la reducción del desempleo que habría disminuido de un 7% a menos de un 6 %. No se habla del subempleo ni del desempleo encubierto. La verdad es que no se ha resuelto el gran problema de las fuentes de trabajo, estables y con pleno reconocimiento de los derechos sociales de los trabajadores. El Ministerio de Economía y Finanzas no salió del discurso de propaganda, cuando lo que le compete al gobierno es un agudo análisis de la situación y enfrentar los problemas de manera abierta y crítica.
Lo que se ha notado es un incremento en la construcción con la participación compuesta de crédito bancario privado y empresas constructoras privadas. ¿A qué se debe este auge de la construcción, sobre todo de edificios de vivienda y de oficinas? ¿Gran disponibilidad de dinero de los bancos, que se dice que supera los cuatro mil millones de dólares? ¿Especulación financiera y de la construcción? ¿A qué se debe esta sobreoferta de viviendas caras en las ciudades del eje central? ¿Por ahí va la solución a los problemas de la transformación económica, de la exclusión y la desigualdad? La verdad es que este auge contrasta con el pobre rendimiento de los programas de vivienda social, programas además llenos de obstáculos y con múltiples denuncias de corrupción. La iniciativa privada de sobreoferta para las clases medias altas contrasta con los exiguos alcances de la iniciativa pública en los programas de vivienda social. No vamos a preguntarnos por qué no se nacionalizó la banca, que forma parte del sistema financiero internacional, puesto que esto no está al alcance de un gobierno populista que no ha cumplido con la nacionalización de los hidrocarburos. Vamos a preguntarnos por qué no se ha condicionado a la banca a orientar el crédito a la producción y el crédito a los estratos necesitados. ¿Qué clase de compromisos tiene el gobierno con la banca para que no cuente con una política financiera clara y de transformación?
En la memoria se llama la atención sobre las políticas encaminadas a superar el modelo primario exportador; se menciona el apoyo a 16000 pequeños productores a través de EMAPA, contribuyendo a la producción de trigo, arroz, soya y maíz. Estos apoyos no dejan de ser importantes a partir del BDP y del Fondo Propyme Unión, pues tienen incidencia en los rubros que pueden armar las condiciones para la seguridad y soberanía alimentaria, empero los alcances de estas iniciativas son todavía modestas; 184 millones de dólares por parte del BDP y 4,2 millones de dólares por parte del Fondo. ¿Por qué no se tiene una política agresiva en este terreno?
Volviendo a las reflexiones sobre el ornitorrinco debemos preguntarnos: ¿A qué figura se parece el perfil de la formación económica y social boliviana? Estamos ante un perfil económico cuya base densa y fundamental radica en el extractivismo de hidrocarburos y minerales, con cierto peso de la producción agrícola y agroindustrial destinada al mercado interno; esta última también con acceso reciente al mercado externo. La construcción y la manufactura tiene su importancia, sobre todo la primera, que no ha dejado de tener incidencia, incluso en tiempos difíciles de la crisis; la segunda sobre todo en lo que tiene que ver con la producción alimentaria, sin descartar la industria textil con todos sus altibajos. En la memoria se dice que la producción de gas creció en el orden del 16,7 %, en tanto que la producción de petróleo en el orden de un 2,3 %. La construcción tuvo un crecimiento promedio desde el 2006 al 2010 del orden del 10%. Ahora bien hay que diferenciar los montos comprometidos tanto en hidrocarburos como en la construcción; la participación del petróleo crudo y gas natural en el PIB es el doble de la participación de la construcción. Lo mismo ocurre con los minerales metálicos y no metálicos, cuya participación es el doble que la participación de la construcción. Bajo esta misma comparación, la participación en el PIB de la industria manufacturera es el quíntuple que la participación de la construcción. La participación en el PIB de la agricultura, silvicultura, caza y pesca es el cuádruple que la participación de la construcción. En comparación la participación del comercio es dos veces y medio que la participación de la construcción y la del transporte; almacenamiento y comunicaciones es el triple y medio que la participación de la construcción. Comprendiendo este cuadro, ¿qué quiere decir esto? Si nos basamos en el esquema que divide la economía en tres sectores, primario, secundario y terciario, siendo el primario el extractivista, el secundario el de la industria y el terciario el de los servicios y el comercio, podemos decir que si bien el ingreso del país depende básicamente de las exportaciones hidrocarburíferas y minerales, se nota el peso creciente de los servicios y el comercio en el gasto, en el empleo, en el uso del excedente. Lo que se llama industria no deja de ser un espacio intermedio bastante exiguo, sin identidad propia, altamente vulnerable, dependiendo de los vaivenes del mercado interno, a pesar de su reciente incursión en el mercado externo.
Desde el punto de vista de la estructura social, no hay propiamente una burguesía industrial, como ocurre, por ejemplo, en Brasil; lo que puede observarse es una burguesía banquera y comercial, fuertemente articulada a un núcleo de formación agroindustrial, ligada a los latifundios del oriente del país. El papel del Estado ha cobrado peso desde la nacionalización de los hidrocarburos, incursionando en la formación de empresas estatales, que, sin embargo, no han terminado de consolidarse, salvo quizás EMAPA. De acuerdo a informes del mismo gobierno, se dice que el Estado tiene una participación del 32 % en la economía del país.
Ahora bien, desde el punto de vista de la formación de capital, no parece formar un capital estatal el ingreso por concepto de exportaciones de hidrocarburos y minerales, pues no hay acumulación de capital, es decir, valorización dineraria, inversión en el sentido de la acumulación capitalista. Más parece ser una masa importante de disponibilidad dineraria, de ingreso, tragada por el Tesoro General de la Nación, por el presupuesto, con fines de gasto y de distribución. Lo que quiere decir que las grandes empresas estatales no son manejadas en términos de la formación de capital sino como dispositivos de captación de recursos dinerarios; el excedente no se convierte en plusvalía. Sin embargo, la formación de capital se produce en la burguesía bancaría, comercial y agroindustrial.
En esta descripción se puede ver que ni el Estado ni la burguesía industrial están realmente interesados ni en una primera ni en una segunda revolución industrial. El Estado está atrapado en la captación de recursos dinerarios, destinados al presupuesto, también a la acumulación de reservas, que ya llegan a más de los doce mil millones de dólares[1]; empero, se encuentra como rezagado a desarrollar una política de revolución industrial. La burguesía financiera, comercial y agro-industrial tampoco está interesada en una inversión de magnitud hacia una revolución industrial. La banca se encuentra conforme con la generación de ganancias debido a la captación del ahorro, la intermediación financiera y la especulación financiera; la burguesía agroindustrial está interesada en la ampliación de la frontera agrícola, transfiriendo los costos de su crecimiento y enriquecimiento a la naturaleza; la burguesía comercial prefiere seguir creciendo aprovechando su papel intermediario en la circulación de mercancía. Los pequeños núcleos industriales estatales y privados están muy lejos de articular e integrar un proyecto de revolución industrial.
Cuando se habla de revolución industrial, se lo hace más desde un imaginario estatal, que orienta la política económica, de la inversión económica, más en la apertura a la construcción de una logística, de una infraestructura económica, ligada fuertemente a la construcción de carreteras. Se han recuperado fundiciones, cono la de Vinto, que no abastece en absoluto para atender a la producción minera, que sigue exportando en la condición de minerales y materia prima. El complejo de Karachipampa no termina de comenzar a funcionar como se debe; tampoco hay otros proyectos de fundición de minerales, salvo el incierto proyecto siderúrgico del Mutún, que no termina de instalarse y de funcionar. Por lo tanto, no podemos hablar de una industria pesada y de unas industrias livianas articuladas. Estamos ante fragmentos dispersos, islas, que no lograr formar una plataforma industrial. La industrialización sigue siendo un sueño, un imaginario, que no se toma en serio; pero, sirve para el discurso de propaganda.
En este sentido, no se puede hablar de desarrollo, en el sentido de la interpretación que hacían los nacionalistas del siglo pasado, cuyo eje era la sustitución de importaciones. Aunque haya crecimiento económico, variaciones positivas del producto interno bruto, acumulación de reservas, no hay desarrollo, no hay acumulación de capital. Lo que hay es expansión del modelo extractivista, mayor dependencia de las exportaciones de materias primas, mayor control del Estado en la captación de los recursos monetarios, participación en el control administrativo de las empresas públicas, hidrocarburíferas y mineras; pero, no formación de un capitalismo de Estado, aunque este proyecto haya estado en ciernes en los proyectos políticos. El capitalismo de Estado es un proyecto no una realidad.
No hay desarrollo, en el sentido mencionado, lo que hay es crecimiento, un crecimiento que permite la formación de una burguesía financiera, comercial y agroindustrial, un crecimiento donde el Estado juega un papel importante como administrador y captador de recursos monetarios, un Estado que no llega a ser empresario. Este crecimiento se basa en la super-explotación de los trabajadores, la mayoría de los cuales está reducido a su condición informal o de proletariado nómada, que no se encuentra sindicalizado, tampoco goza de derechos y de seguro. Se han formado miles de micro-empresas sobre la base de la explotación familiar y explotación semi-esclava, parecidas a las condiciones salvajes del capitalismo. En este panorama se distribuyen de manera dispersa algunas industrias textiles y de alimentos que no llegan a articular una plataforma industrial. El crecimiento del núcleo agro-industrial se basa en la expansión de la frontera agrícola; por lo tanto, en la transferencia de los costos a la naturaleza.
Lo que sí se puede constatar es la presencia gravitante de empresas trasnacionales en la minería, así como en los hidrocarburos, aunque estas últimas aparezcan supuestamente nacionalizadas y como empresas de servicios. Por lo tanto, un peso condicionante en el campo económico son estas empresas trasnacionales.
¿Qué tenemos entonces como figura del perfil económico? La descripción se parece a la mayoría de las economías de las periferias del sistema-mundo capitalista; se trata de espacios de extracción y explotación de recursos naturales, que alimentan la insaciable maquinaria del capitalismo. Se trata de países altamente dependientes y fuertemente condicionados por el mercado internacional. Países que se reducen a la relación incongruente y desarticulada entre un sector primario, dedicado primordialmente a la exportación, y un sector terciario, cuyo servicios y comercio conforman el mercado interior. La industria es incipiente, dispersa y fragmentada, no logra abastecer a la demanda interna y enfrenta la competencia de la importación y el contrabando. Si se forman burguesías, estas son, mas bien, intermediarias, mas bien, vinculadas a la globalización, y no cuentan con un proyecto nacional.
¿Esto significa que hay que retomar el proyecto desarrollista y el proyecto nacional, tanto en su versión de capitalismo de Estado o en su versión de burguesía nacional? De ninguna manera; no tanto porque estos proyectos son tardíos, sino porque enfrentan límites en la lógica de la acumulación ampliada de capital; sólo pueden disputar los términos de intercambio; no se proyectan a cambiar las estructuras de la dominación mundial del sistema capitalista. Por otra parte, una industrialización al estilo de las potencias emergentes, como Brasil, la India, Sud África y sobre todo China, solo puede darse bajo costos muy altos ecológicos y de explotación salvaje de la población trabajadora. Además, que en el contexto de la globalización y la crisis del capitalismo, lo que hacen estas potencias emergentes es ampliar los plazos de la crisis del capitalismo, modificando las estructuras de mediación de las formas de dominación y la participación en la acumulación ampliada de capital. La tarea de los proyectos emancipatorios en las periferias del sistema mundo capitalista es, mas bien, contribuir a la abolición del capitalismo aperturando un horizonte civilizatorio alternativo.
Sobre arenas deleznables y suelos insostenibles no se puede construir
Sobre arenas deleznables y suelos insostenibles no se puede construir. Tampoco es una buena base la demagogia, mucho menos la especulación, convertida en espectáculo mediático. Si se lo hace, se está expuesto al inmediato peligro del derrumbe. Donde parece ocurrir esto es en el campo político; campo donde se edifican proyectos sin cimientos, en lenguaje apropiado, sin las condiciones de posibilidad histórico-políticas-culturales. Sobre todo, en la modernidad tardía las corrientes políticas confían en la base o plataforma que les brindan los medios de comunicación de masa; prefieren entonces usar la compulsiva propaganda y publicidad, dejando de lado la consistencia de las bases materiales de su construcción política. Por eso, a pesar de los primeros efectos impresionantes del espectáculo político que asombra a las multitudes, después, el fabuloso montaje político, comienza a develar sus inconsistencias, seguidamente mostrando sus incongruencias, para terminar de derrumbarse la aparente y deslumbrante apoteosis del régimen como castillo de naipes.
Los periodos de la modernidad tardía han hecho gala de la simulación, a diferencia de lo que ocurrió hasta mediados del siglo XX, donde la simulación se compensaba con el desenvolvimiento material de la tragedia y también del drama. Las formas Estado y las formas de gubernamentalidad de aquel entonces, a pesar de sus fanatismos y ultimísimos políticos e ideológicos, buscaban asegurar sus proyectos con la incidencia en las condiciones de posibilidad históricas. En cambio, a fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI la forma Estado y las formas de gubernamentalidad apuestan más a la apariencia y a la simulación, a las estrategias del montaje y el espectáculo. Esto no quiere que decir que ha desaparecido toda materialidad política e institucional del Estado; cualquier proyecto político e ideológico, sobre todo cuando se implementa tiene, de todas maneras, una materialidad ineludible; lo que pasa es que el imaginario político moderno se inclina más por las demostraciones teatrales que por las consistencias institucionales.
Hay dos ejemplos contrapuestos, que hacen, sin embargo, lo mismo, desplegar la simulación más que la verídica acción. Por una parte, está el proyecto neoliberal, por otra parte, se encuentra el proyecto neopopulista. Ambos proyectos, ciertamente diferentes, optaron, más bien por la especulación; el neoliberalismo difiriendo la crisis de sobreproducción del sistema-mundo capitalista, mediante el diferimiento de las burbujas financieras; el neopopulismo difiriendo la crisis de legitimación mediante la convocatoria del mito, la especulación simbólica del caudillo. Ocurre como si el sistema-mundo político haya ingresado a los bordes del límite del mito del desarrollo y a los bordes del mito milenarista de la justicia patriarcal.
Los dos proyectos han mostrado rotundamente sus fracasos, después de haber ingresado al escenario espectacularmente con promesas pretensiosas; por un lado, la del mercado libre, la libre empresa y la competencia como condiciones naturales de las leyes de la economía, base ineludible de la sociedad desarrollada; por otro lado, la del socialismo, en la actualidad, el “socialismo del siglo XXI” o, en su versión reductiva, el populismo, en la actualidad, el neopopulismo, como condición ineludible de la sociedad justa. Ni el libre mercado, la empresa libre y la competencia han podido eludir el decurso irrefrenable de la crisis de sobreproducción; ni el socialismo real, el “socialismo del siglo XXI”, y el populismo real, en la actualidad, el neopopulismo, han podido eludir el decurso irreversible de la crisis de legitimación. Después de ambas experiencias políticas, la sociedad se encuentra desolada, pues las promesas no se han cumplido.
Para decirlo retrospectivamente, ambas promesas políticas e ideológicas no podían cumplirse. Después de las experiencias primerizas y consistentes del proyecto liberal y del proyecto socialista clásico y realizado, contando con la implementación, realización y materialización de la construcción estatal, los proyectos tardíos neoliberales y neopopulistas resultan inconsistentes. Sin embargo, se experimentaron de manera altisonante, contando con la irradiación y eco de los medios de comunicación de masa. Se trataba de la repetición desgastada de lo que ya los pueblos y las sociedades experimentaron trágica y dramáticamente. Las sociedades y los pueblos tuvieron que asistir a montajes de tramas repetidos, que, en su segunda versión, eran desabridos. Lo que llama la atención es que las sociedades asisten a estas comedias con la esperanza de que esta vez se realicen las promesas. Las frustraciones son grandes.
Por eso, en el momento presente los pueblos y sociedades se encuentran desconcertados, buscando, desesperadamente cualquier salida, aunque ésta ya no tenga promesa de ninguna clase. Se explica entonces, el retorno a nuevas versiones degastadas y descompuestas del neoliberalismo, así como, peor, aún, el retorno escalofriante al conservadurismo más recalcitrante. Esta desesperación y su decurso no puede llevar sino a ahondar más la crisis civilizatoria del sistema-mundo y del Estado. Solo se vislumbra un nuevo horizonte cuando los pueblos deciden interpelar a todas las formas pendulares del círculo vicioso del poder, tal como se lo hace, por ejemplo, con la asonada constante de los “chalecos amarillos”; otro ejemplo, como lo hacen las naciones y pueblos indígenas, que resisten desde las territorialidades al avasallamiento y vorágine del capitalismo especulativo y extractivista; un tercer ejemplo, como lo hacen los colectivos ecologistas, que oponen la reinserción a los ciclos vitales a las huellas ecológicas dejadas por el desarrollo capitalista.
Sin embargo, los actores de la especulación, simulación y demagogia persisten en sus prácticas y discursos. Están lejos de renunciar a estos quehaceres y discursividades. Incluso, peor aún, los histriónicos personajes de las hiper-potencias militares siguen jugando con las armas de destrucción masiva – machos compitiendo a quien tiene el falo más largo -. En los dos últimos “gobiernos progresistas” que quedan, los gobernantes siguen insistiendo en la letanía de sus retoricas anacrónicas, que interpelan a enemigos inflamados, hace un tiempo desaparecidos; por lo menos desde la culminación de la guerra del Vietnam. En la práctica, efectivamente, lo que despliegan estos gobiernos, después de haber agotado su convocatoria, después su expansión clientelar, es la escalada exponencial de la violencia y la represión. Enceguecidos, prefieren dejar paisajes de cementerios y de desiertos antes de rendirse y retirarse, como se debe, cuando ya no va más.
En Bolivia y en Venezuela ya se ha hecho patente la imposibilidad de la continuidad de los llamados “gobiernos progresistas”, que, singularmente, son formas de gubernamentalidad clientelar singulares; sin embargo, las estructuras palaciegas, las estructuras de poder, una combinación barroca entre el lado luminoso y el lado oscuro del poder, los partidos oficialistas, persisten en continuar con una aventura política que no tiene perspectivas ni horizonte. ¿Por qué lo hacen? Se puede conjeturar una especie de enajenación ideológica, así como también un apego compulsivo a la costumbre placentera de administrar el poder. Mejorando las conjeturas, se puede suponer que, en el fondo, sobre todo en el substrato económico-político, se trata de dispositivos políticos de legitimación del mismo orden mundial que comparten con los neoliberales. La diferencia con los neoliberales es que éstos se presentan como los gladiadores técnicos de una “realidad” que se circunscribe al esquema simple de la economía; en cambio los neopopulistas se presentan como los salvadores de la patria, los mesías del pueblo, los justicieros. A pesar de estas diferentes expresiones políticas e ideológicas, incluso de políticas económicas diferentes, ambas expresiones políticas ideológicas forman parte de los engranajes complejos de las máquinas de poder del sistema mundo capitalista extractivista.
La crisis política e ideológica y de legitimación la comparten estas expresiones ideológicas y políticas mencionadas. No se trata, una vez más, solo la crisis de los “gobiernos progresistas”, se identifiquen como del “socialismo del siglo XXI” o del “socialismo comunitario”, sino también la crisis de las proyecciones neoliberales; es más, la crisis del Estado nación, en todas las formas de gobierno que se ha experimentado y se pueda experimentar. Yendo más lejos, es la crisis del sistema mundo capitalista, por lo tanto, crisis de la civilización moderna.
La responsabilidad de los pueblos y sociedades es afrontar y enfrentar estas crisis en su integralidad y complejidad. Tomar consciencia de que la desesperación y su desemboque en la acción y prácticas o decisiones improvisadas no lleva a otra cosa que a un mayor hundimiento en el abismo. También que no es salida, de ninguna manera, un desenlace pendular; salir del esquema dualista – neoliberales o neopopulistas -, escogiendo uno de los polos de la misma dualidad, que, en el fondo, es complementaria. La salida, no vamos a cansarnos de decirlo, se encuentra en salir del círculo vicioso del poder, en liberar la potencia social, la potencia creativa de la vida, en inventar otros mundos posibles; esta vez como reinserción de las sociedades humanas a los ciclos vitales del planeta.
La apertura a estas alternativas, con la invención social desenvuelta en los horizontes nómadas, no es, ciertamente, tarea fácil. Requiere de la deconstrucción de las ideologías heredadas, de los diagramas de poder inscritos en el cuerpo; de la des-constitución de sujetos constituidos por las genealogías del poder. Sobre todo, de la diseminación de las mallas institucionales del Estado, de las máquinas de poder, las máquinas económicas y las máquinas extractivistas. Empero, aunque esta tarea no sea nada fácil es responsabilidad de los pueblos y sociedades intentar desandar el camino recorrido e inventar caminos alternativos.
Lo que decimos se sustenta en un contexto dramático, que puede convertirse en trágico; la crisis ecológica ha llegado a niveles altamente peligrosos para la sobrevivencia humana. Ya no hay tiempo; no se puede esperar más, a no ser que se quiera desaparecer. La responsabilidad ecológica, planetaria y vital de las sociedades humanas es detener esta marcha desbocada a la muerte del planeta y la vida en el Oikos. Este detente no está en manos de los gobernantes, tampoco de los estados, así como no lo está en manos de las organizaciones internacionales del orden mundial. Está en manos de los pueblos y las sociedades, si son capaces de comprender a cabalidad el peligro en el que se encuentran, además de la inutilidad de las instituciones construidas en la modernidad, así como de la extravagancia de los mitos modernos.
Para decirlo de manera operativa, aunque todavía muy general y abstracta, los pueblos y sociedades tienen la responsabilidad de conocerse, comprenderse, comunicarse, comprometerse en la reflexión social, entablar debates colectivos sobre la coyuntura crucial que experimentan; lo que equivale a decir, teniendo en cuenta los espesores del presente. La responsabilidad conlleva a lograr consensos entre los pueblos y las sociedades para efectuar transiciones consensuadas, que las lleven a decursos creativos e inventivos. Ya no son herramientas apropiadas los instrumentos institucionales construidos en la modernidad; ni Estado, ni gobierno, ni partidos, tampoco pretendidas vanguardias o pretendidos tecnicismos. Esas son y fueron las herramientas que nos llevaron a la encrucijada, a la encrucijada que experimentamos en el momento presente. Las nuevas herramientas deben ser construidas por el intelecto general, los saberes colectivos acumulados, la experiencia y las memorias sociales, sobre todo por la potencia social liberada. Es así como entre las herramientas se encuentran las ciencias y las tecnologías liberadas de las camisas de fuerza que les impuso la acumulación ampliada del capital, convertidas en meros instrumentos de esta acumulación, entonces empobrecidas en sus contenidos y posibilidades.
Construir en terrenos fértiles es lo que corresponde a las sociedades y pueblos. Pero esto solo se puede hacer cuando las sociedades humanas se reinserten a los ciclos vitales, se integren y sincronicen con las dinámicas complejas del planeta y el universo. La enajenación ideológica en la que se encuentran atrapados hace de obstáculo epistemológico para que puedan abrirse a las fenomenologías de la percepción de los cuerpos y las comprensiones integrales de las dinámicas de la complejidad, sinónimo de realidad. Por otra parte, los habitus están cristalizados en los huesos, de tal manera que lo que se hace en la vida cotidiana parece natural. En tercer lugar, los esquematismos duales se han convertido en lógicas operativas de conductas y comportamientos, de tal forma que cuando se tiene que tomar decisiones se “razona” como si se tuviera que escoger entre dos opciones aparentemente contrapuestas. La deconstrucción colectiva de las sociedades de las ideológicas, la diseminación de las mallas institucionales de los diagramas de poder, la des-constitución de sujetos, llevara tiempo; sin embargo, estas tareas hay que tomarlas o retomarlas, entendiendo, que de alguna manera se efectuaron en la crítica radical.
Las convulsiones de la forma de gubernamentalidad clientelar
El dato de que el MAS se vio obligado a recurrir a una violación explicita de la Constitución, en lo referido a la reelección del presidente, desconociendo, además, el referéndum de 2016, es decir la voluntad popular, nos muestra claramente los límites de la forma de gubernamentalidad clientelar. Ya no convoca, tampoco puede hacer funcionar las redes clientelares – perdió el referéndum -, por eso no puede conservar la masa cuantitativa de sus clientelas, entonces, se ve empujado a incrementar el uso del monopolio institucional de la violencia, acompañado por el uso no institucional de la violencia, como la coerción y el chantaje sobre los propios miembros de los tribunales, aunque fuesen incluso partidarios. Este dato indica que la forma de gubernamentalidad clientelar ha llegado a su límite; no va más. Se requiere gobernar mediante la fuerza descarnada, la violencia explicita del Estado.
Ingresamos entonces a la mutación de la forma de gubernamentalidad clientelar a otra forma del ejercicio del poder, que ya no gobierna, sino que impone sin mediaciones clientelares, mediante el uso descarnado de la violencia. Si se usan, para encubrir, a las instituciones, se lo hace de una manera no institucional, tampoco legal, a no ser que se considere que la grotesca maniobra leguleya lo sea. Entonces estamos ante la instauración del ejercicio del poder sin mediaciones. No tiene sentido hablar, sobre todo, en este caso, de si quedan resquicios de la democracia formal. Ni la apariencia; todo se ha reducido a la imposición a secas, usando el control de los órganos de poder del Estado cooptados. Este uso de las instituciones no es ni aparentemente institucional, menos aparente democrático.
Es insulso pues disputar elecciones en estas condiciones de imposibilidad política. Si se lo hace es como pretender ejercer la libertad en la cárcel, pretender desplazarse en el encierro, pretender arar en el desierto o en el mar. No hay las condiciones mínimas de posibilidad democráticas para realizar elecciones. Hacerlo significa “legitimar” la tiranía. Otro ejemplo figurativo: es como exponerse cada vez más en la emboscada preparada por los detentadores del poder político; un refrán popular dice meterse en la boca del lobo. En este escrito no insistiremos en demostrar la inconstitucionalidad, la ilegitimidad y la ilegalidad de la determinación habilitadora del TSE; de esto hablamos antes, en otros textos. Lo que nos interesa en concentrarnos en las convulsiones de la forma de gubernamentalidad clientelar.
Una primera convulsión citable es la que corresponde a la expansión e irradiación de la corrosión institucional y la corrupción galopante como mecanismos de cohesión dolosas de la forma de gubernamentalidad clientelar. Esta expansión e irradiación de la economía política del chantaje nos muestra que no solamente gobierna la tipificada burguesía rentista, sino que las estructuras del manejo político corresponden al lado oscuro del poder; es decir, a las formas paralelas de dominación no institucionales. En términos metafóricos, recurriendo a la memoria narrativa sobre estos temas, podríamos decir que estamos ante formas de organización mafiosas, que manejan la cosa pública.
¿Cuándo podemos datar el nacimiento de estas formas de organización mafiosas de la cosa pública? No conviene remontarnos, ahora, a la genealogía de estas formas del lado oscuro del poder, ya lo hicimos en otros ensayos, sino situarnos en un lapso manejable de la historia reciente. Desde nuestra lectura, podemos situar un nacimiento reiterado en la temporalidad política del “gobierno progresista”, cuando se dio el manejo gubernamental de la nacionalización de los hidrocarburos. No se permitió terminar oficialmente, aunque técnicamente se lo haya hecho, las auditorias a las empresas trasnacionales, que gozaron de las concesiones neoliberales. Es más, se hicieron desaparecer los informes técnicos de la mencionada auditoria. Se sabe que las empresas trasnacionales terminaron debiendo al Estado por incumplimientos a los contratos y por haber cometido deslices, para decirlo suavemente, administrativos y financieros. Sin embargo, el “gobierno progresista” se apresuró a aprobar, en el Congreso, Contratos de Operaciones que entregaban el control técnico de la explotación de los hidrocarburos a las empresas trasnacionales. Es más, estas empresas extractivistas volvieron a ganar por concepto de indemnización. En consecuencia, haciendo un balance, ganaron antes, a la manera neoliberal, con el 82% de su participación en el excedente; ganaron con la indemnización, que no les correspondía, pues debían al Estado; ganaron porque volvieron a controlar la explotación de los hidrocarburos, además de aumentar su participación, reconocida solo en el 18% por el Decreto Ley “Héroes del Chaco”, al 50%. ¿Cómo explicar este desenlace? ¿Cuáles son los mecanismos que se movieron e incidieron en los resultados?
La hipótesis de interpretación plausible es la que supone un compromiso y una complicidad de los jerarcas del “gobierno progresista” con las empresas trasnacionales extractivistas de los hidrocarburos involucradas. La inocencia, que parece un término apropiado, tanto de los apologistas del “proceso de cambio” como de los militantes-soldados del partido gobernante, es que este comportamiento no solo les parece inaudito sino incluso imposible en un gobierno popular, que deriva de la movilización social. Esta inocencia se da porque se desconecta de la experiencia y la memoria sociales políticas de la modernidad, sobre todo del decurso de las llamadas revoluciones. Es más, se desentienden completamente, ya sea por desconocimiento o por bloqueo mental, de la concomitancia genealógica entre poder y corrupción, ya se trate de versiones de “derecha” o de versiones de “izquierda”.
Recurriendo al enunciado de Karl Marx, que expresa una intuición lucida de la historia política de la modernidad, la que dice que la historia no se repite y si se repite lo hace, la primera vez, como tragedia, la segunda, como farsa, podemos añadir que la inocencia se desentiende de esta decadencia. Las primeras revoluciones modernas fueron trágicas; las segundas, dramáticas; en tanto que las terceras, una farsa. Ahora bien, teniendo en cuenta este contexto histórico, podemos decir que las “revoluciones” del “socialismo del siglo XXI” o del “socialismo comunitario” corresponden a comedias grotescas. La inocencia, entonces, no ve que lo que ha ocurrido, la complicidad del “gobierno progresista” con las empresas trasnacionales extractivistas se da en escenarios estridentes, donde sobresale la banalidad ideológica, es decir, el vaciamiento ideológico, donde lo que más importa es hacer creer que lo que ocurre es como dice el discurso gubernamental, no así, lo que ocurre efectivamente.
Ahora bien, este fenómeno no es un atributo local o nacional, sino nacional y mundial. Se da, claro está, en sus singularidades propias y locales. Recordemos a lo que nos enseña Emmanuel Wallerstein; no hay una historia del capitalismo nacional, hay una historia mundial del capitalismo, donde los desarrollos nacionales del capitalismo son genealogías singulares de la historia del sistema-mundo capitalista. De la misma manera, como hemos dicho antes, no hay una historia nacional del Estado moderno, sino que se trata de las genealogías estatales en la conformación del sistema-mundo político. En otras palabras, palabras locales, lo que pasa en Bolivia pasa en el mundo.
Las llamadas empresas trasnacionales extractivistas no son equiparables a las empresas clásicas, referentes de la ideología liberal; son definitivamente algo completamente cambiado y distinto. El término de monopolio no resuelve el problema de la caracterización de lo que son estas complejas estructuras económicas, políticas, tecnológicas y comunicacionales. Para decirlo de una manera fácil, aunque esquemática, se puede decir que estas formas de organización de la explotación, producción, distribución, consumo y especulación de la acumulación ampliada de capital han aprendido a moverse y funcionar en un mundo de revoluciones sociales. Es más, es cuando más ganan estas empresas.
El pragmatismo o, si se quiere, el realismo político, no se da tanto en el reformismo de los “gobiernos progresistas”, sino, sorprendentemente, en el “socialismo” de las mega estructuras organizacionales de estas “empresas”, que controlan las cadenas productivas, comerciales y de consumo. En otras palabras, las empresas trasnacionales extractivistas se metieron en su bolsillo a los “gobiernos progresistas” desde un principio. La retórica populista es inútil ante el control mundial de las reservas, los mercados, la producción, la tecnología y las comunicaciones de las empresas trasnacionales. La retorica populista sirve para convencer a la clientela, sino es el pueblo, de la necesidad de “defender el proceso de cambio”.
Si los Contratos de Operaciones fueron un renacimiento de la relación perversa entre el ejercicio del poder y las genealogías de la corrupción, el caso QUIBORAX es como un evento desbordante de la decadencia del “proceso de cambio”. En resumen: una empresa fantasma, que invierte menos de un millón de dólares, recibe como indemnización la suma de 42 millones de dólares. ¿Cómo explicar este desenlace sin hacer intervenir la complicidad de la jerarquía del “gobierno progresista”? Considerar, como lo ha dicho la versión oficialista del gobierno, que se trata de descuidos técnicos jurídicos del presidente de sustitución constitucional, anterior al gobierno “revolucionario” del “proceso de cambio”, es volver a pecar de inocencia supina. En este caso se trata de no exactamente una empresa trasnacional extractivista sino, sorprendentemente, de una empresa fantasma. Todo este tema, de la explotación del litio se movió en los espacios provisorios de la especulación.
Desde los Contratos de Operaciones hasta el caso escandaloso de QUIBORAX las formas de organización mafiosas del manejo de la cosa pública terminaron de consolidarse. Lo que era, en un principio, como un diseño elemental, terminó siendo una estructura de cohesión política-económica articuladora. No se puede decir que en este caso sea una trasnacional extractivista fantasma la que controla el proceso especulativo financiero, sino que es la misma mafia política la que logra controlar el decurso del juicio iniciado al Estado boliviano.
No olvidemos que usamos lo de organización mafiosa metafóricamente, sobre todo para ilustrar. Lo que importa aquí no es descalificar moralmente, sino comprender cómo funcionan las estructuras y formas de poder en la modernidad tardía, sobre todo, en la coyuntura presente. En otras palabras, en la modernidad tardía, en la era de la simulación, convertida, en la actualidad, en el periodo del espectáculo, las formas organizacionales y las estructuras del lado oscuro del poder se convierten en las tendencias de mayor incidencia en el ejercicio del poder y en el despliegue de las dominaciones.
Sería inapropiado atribuir estos fenómenos de distorsión e incluso de perversión a los “gobiernos progresistas”, como lo hace el discurso endémico neoliberal, además del discurso neoconservador del fascismo criollo, pues es una fenomenología política y económica compartida tanto por unos y otros. Se trata de la crisis múltiple del Estado-nación; es más, de la crisis de la civilización moderna. La salida a la decadencia o lo que llamamos el círculo vicioso del poder no se encuentra, obviamente, en seguir moviéndose en el ritmo del péndulo, de “izquierda” a “derecha” o viceversa, sino de escapar del campo gravitatorio del círculo vicioso del poder. Que lo que decimos sea teórico, se entiende; empero, tiene validez como pedagogía política.
Otra convulsión corresponde a la contradicción principal del “gobierno progresista” de Bolivia. Este gobierno se autonombra como “gobierno indígena”, además de “gobierno de los movimientos sociales”. El conflicto del TIPNIS, aunque no solo, pues hubo muchos conflictos con las naciones y pueblos indígenas, devela el carácter anti-indígena del “gobierno progresista”. Un gobierno que opta por el modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente es, de por sí, anti-indígena, pues atenta contra los territorios indígenas y la Madre Tierra. La esquizofrenia política del “gobierno progresista” se devela cuando se autonombra como “gobierno indígena” y convierte a los pueblos indígenas, que defienden sus territorios, en enemigos del “proceso de cambio” o vinculados a la “conspiración imperialista”.
Para no hacer una lista larga de las convulsiones, buscando citar las más ilustrativas y anecdóticas, podemos pasar a los comportamientos despóticos y desbordantes del “gobierno progresista” en la coyuntura presente. Ante la derrota en el referéndum del 2016 sobre la reforma constitucional para habilitar al presidente a la reelección indefinida, la estructura palaciega y los órganos de poder cooptados del Estado, optan por una “estrategia”, si se la puede llamar así, “catastrófica”, para usar un término requeté-usado por el ideólogo del neopopulismo. Esta “estrategia” consiste en que todo vale, más allá de que el fin justifica los medios. El pragmatismo llevado al extremo, es más, el oportunismo llevado al extremo, incluso el cinismo llevado al extremo, empuja a desconocer el referéndum de 2016, además de desechar la Constitución. El montar escenarios grotescos, como la interpretación absurda del Convenio de San José; el empujar a determinaciones del Tribunal Supremo Electoral que termina validando la insólita resolución del Tribunal Constitucional Plurinacional, que no es otra cosa que perpetrar un golpe de Estado, devela claramente que lo que mueve estas conductas es la compulsión por el oscuro objeto del poder deseado.
Sin embargo, recortando la lista posible de convulsiones, lo que tenemos o parece ser, es la muerte de una de las formas de gubernamentalidad clientelar, la presente. Ya no pueden dar más de sí. Han caído tres “gobiernos progresistas”; los otros se debaten en sus propias convulsiones. Quedan tres, incluyendo al de Centro América. Lo que se observa es que solo pueden prolongar por un tiempo su estadía en el sillón presidencial incrementando desbocadamente la violencia estatal. Sin embargo, hemos aprendido en la historia reciente que a mayor violencia menos legitimidad, por más que la violencia desbocada pueda, en algún caso, no en todos, lograr diferir la dramática administración de la cosa pública.
El “gobierno progresista” de Evo Morales Ayma ha incidido en una coyuntura altamente complicada e inestable. Sobre todo, al optar por la “astucia criolla”, que cree que se puede sustituir la realidad efectiva por el ardid de la astucia política. La apariencia que da esta sensación solo dura un tiempo provisorio; esto depende de la correlación de fuerzas en los momentos. A corto plazo es posible mantener esta apariencia; empero, no lo es a mediano plazo, mucho menos a largo plazo.
Las convulsiones de la forma de gubernamentalidad clientelar expresan la clausura no solo de esta forma de gubernamentalidad, sino también de las aparentemente opuestas. Ahora bien, la clausura no quiere decir que los países y los pueblos no insistan, en lapsos cortos, en repetir los contrastes, siguiendo la ruta pendular del círculo vicioso del poder. Lo que quiere decir, es que, teórica e históricamente, el círculo vicioso del poder se clausura.
DESENLACES
La condena nihilista
Comienza con el deterioro, después viene la degradación, sigue la decadencia.Todo se encuentra carcomido por dentro, la estructura tiende a la implosión. Se escucha su crujir, anunciando el derrumbe de la arquitectura; por último la edificación implosiona.
Durante el tiempo que dura el proceso de derrumbe los comportamientos de los habitantes de la edificación son variados y contradictorios. Los administradores sacan cara por la buena y segura construcción, alaban y ponderan la sapiencia de lo arquitectos, valoran la calidad de los materiales, sobretodo halagan la labor del mantenimiento. Dicen que los representantes de los convivientes no podía ser mejor. Además anotan que los reclamos son injustificados, que se deben a los intereses ventilados por minorías insatisfechas.
Por otra parte están lo seguidores de los administradores y representantes, apoyan los buenos criterios de éstos; descalifican, de entrada, a los descontentos. También hay los que dudan, comienzan a sospechar que algo anda mal. Sin embargo, hay el estrato masivo de silenciosos, que esperan escuchar y ver los síntomas del derrumbe. Aunque se han dado, no los han escuchado ni visto. Están los señalados como “minorías insatisfechas”, aunque no se sabe, a ciencia cierta, cuántos son, pero no importa, se atiende a lo que se dice como rumor, también como voz oficial de los administradores y representantes.
Cuándo empieza a crujir la estructura de la edificación, ante las nuevas evidencias aumenta la cantidad de los que sospechan que algo anda mal, incluso parte de ellos se pasan al bando de las “minorías insatisfechas”. Empero, es cuando los administradores y representantes, que podemos llamarlos defensores de la edificación, se ponen más intransigentes, llaman a la calma y al orden, dicen que se trata de especulaciones de las minorías insatisfechas , incluso de atentados de los más radicales de las minorías. Recurren a medidas disciplinarias, también coercitivas, incluso se llega recurrir a la amenaza y hasta la represión.
Cuando al final la edificación implosiona hay estampida, víctimas, damnificadas, también los que lograron escapar al derrumbe. Ante este hecho incontestable estalla la indignación contra los administradores y representantes que ocultaron y encubrieron la calamitosa situación. De los administradores y representantes algunos huyeron, de los que se quedaron algunos llegan incluso a decir que fue sabotaje de los más radicales de lo radicales de las minorías insatisfechas, siguiendo el guíon de los que escaparon, que aprovechan la distancia para mandar mensajes de acusación contra las minorías insatisfechas y saboteadoras. Otros prefieren apoyar la reconstrucción de la edificación con otros que aparecen como salvadores, que no se sabe exactamente de dónde han salido ni por qué se llaman “salvadores”. Las “minorías insatisfechas” siguen insatisfechas, son acusadas de ser saboteadoras de la reconstrucción. Al final vuelven los que huyeron y se llaman a sí mismos los “auténticos salvadores”, dicen que los que se autonombraron “salvadores” son, en verdad, los jefes de las “minorías insatisfechas” y saboteadoras.
Resulta que los que ocultaron el deterioro y el paulatino desmoronamiento de la edificación son los conductores de la reconstrucción, con los mismos materiales, el mismo diseño arquitectónico que implosionó. Es decir, se retorna al mismo ciclo enviciado de una arquitectura obsoleta.
La fatalidad, la repetición de la tragedia y de la secuencia de dramas, se halla en el núcleo de estos esquemas de conducta y comportamiento, núcleo que se puede denominar como voluntad de nada, incluso, interpretando, como voluntad suicida, como instinto de muerte.
Ciclo político y decadencia
Considerando un ciclo político podemos describir sus desplazamientos, diferenciar sus fases, distinguir sus ascensos y descensos, sus etapas de entusiasmo y depresivas, sus esplendores y decadencias. También sus perfiles, el cambio de los mismos, el deterioro de éstos, su degradación. Por ejemplo, al principio, durante el ascenso del proceso de la movilización social y el carácter revolucionario, el perfil involucrado destaca el acto heroico, el derroche romántico, el gasto sin retorno; después, sobretodo cuando se toma el poder, el perfil subjetivo cambia, se vuelve burocrático, funcional al Estado, adquiere la elocuencia opaca de la mediocridad. El comportamiento oportunista prepondera, la simulación y la impostura son los motivos de la conducta.
En la etapa romántica destaca el vanguardismo, en cambio, en la fase estatalista destaca la práctica de la búsqueda de legitimación. Se hacen esfuerzos denodados por demostrar que continúa la revolución, justo cuando ésta se detiene, se inmoviliza, para convertirse en una comedia, en un teatro político, en un teatro burlesco de ceremonias estridentes. El perfil subjetivo ha cambiado. Los que hablan de revolución y se desgarran las vestiduras son otros, los que aparecen oportunamente para defender la revolución, que ha muerto. Aparecen en el funeral para gritar que sigue viva. Son los que medran de la apología de lo que fue. Se declaran los más intransigentes “revolucionarios”.
Hay que diferenciar las situaciones distintas del ciclo político, sobretodo cuando se trata de la distinción de periodo propiamente revolucionario respecto del periodo de la regresión, restauración y decadencia. Es pues distinto y contrastante luchar contra el poder establecido que defender el poder restablecido. Lo primero es arriesgado, lo segundo es ventajoso y no tiene riesgos. En la primera situación se realizan actos heróicos, en la segunda situación se efectúa la comedia grotesca.
La decadencia política consiste en esto, en la degradación, en el deterioro, en la proliferación de simulaciones e imposturas. En el pavoneo oportunista, en el despliegue de la propaganda y la publicidad desmesuradas para llenar los vacíos insondables. Es el jolgorio de los saltimbanquis y la argarabía de los comediantes.
Ahora, mediante una marcha, que imita una movilización social inexistente, montada por el aparato logístico del partido en el gobierno, el conglomerado de gremios clientelares, en disputa por el botín, quiere convertir la comedia grotesca y el teatro político de la banalidad de la astucia criolla, en descrédito, en un espectáculo mediático a escala nacional y para el deleite de los espectadores internacionales de la izquierda colonial, que reponga al neopopulismo en decadencia y lo lleve a una segunda ola de entusiasmo. Nada de esto es posible, no solo porque la historia no se repite dos veces, salvo la primera como farsa y la segunda como comedia, sino porque el retorno del neopopulismo ha sido a su lugar y momento de la implosión anterior, cuando sucedió el derrocamiento del Caudillo déspota por la movilización social y la insurrección en ciernes. Lo que viene es la continuidad de la implosión, no solo de la forma de gubernamentalidad clientelar sino también de toda la casta política, autonombrada de “izquierda” o señalada de “derecha”. También de su Estado nación, llámese “Plurinacional” o “República de Bolivia”.
El Estado artificial creado por decretos y leyes inconstitucionales
En plena implosión del gobierno, en concreto, por lo tanto del Estado, en abstracto, los demoledores, que son los mismos que gobiernan, se inventan artificialmente un Estado. Este Estado artificial es construido virtualmente por decretos y leyes inconstitucionales. Sobre las ruinas se edifica provisionalmente un Estado ficticio, maltrecho, con dispositivos refaccionados, pero inservibles, salvo para los intereses de los demoledores y posteriores reconstructores truchos del Estado artificial.
Aunque no se crea hay un más allá de la decadencia, esa prolongación de la destrucción, esa extensión insólita de la decadencia misma. Ese más allá de la decadencia es un monstruoso artefacto, un Frankenstein hecho con desechos, con materiales corroídos, juntados en un bricolaje horroroso. De las cenizas no emerge el ave fénix sino un ave de carroña que se alimenta de cadáveres y de lo podrido. Merodea en los basurales y en las ruinas.
No es exactamente el doble del Estado implosionado sino el hijo perverso, emergido de las ruinas. No es exactamente el Estado del terror, lo que era el Estado antes de implosionar, sino la decadencia encarnada, la prolongación de la decadencia en la monstruosidad misma del bricolaje después de la muerte.
Ya no se trata del jolgorio de los saltimbanquis, tampoco de la algarabía de los comediantes, sino del ritual incongruente de la putrefacción. La muerte de la política habría derivado en la alegoría del descalabro, del desastre, de las ruinas y los cementerios.
Si bien suponemos, teóricamente, la muerte del Estado, pero rehecho con el bricolaje de sus deshechos y fragmentos, lo que de ninguna manera implica el logro del autogobierno, sino la prolongación hipertrofiada del círculo vicioso del poder. Lo que conlleva a constatar que se da lugar a la continuidad de las dominaciones polimorfas, por las rutas de la violencia descarnada, sin institucionalidad, por los senderos de las formas paralelas del ejercicio del poder.
La corrosión y perversión institucional
Las prácticas de las relaciones de poder paralelas, opacas y oscuras, proliferan y preponderan. Atraviesan las mallas institucionales del Estado y la sociedad, las corroen, incluso las usan para ejecutar sus delincuencias, crímenes y tráficos. Cuando se ha llegado a este nivel de degradación, las instituciones que deberían garantizar el cumplimiento de la Constitución, el respeto de las generaciones de derechos constitucionalizados y establecidos en el desarrollo legislativo, las instituciones que deberían cuidar a la sociedad y a la gente, se convierten en los dispositivos del lado oscuro del poder. Perpetran los delitos, los crímenes y participan en los tráficos. Por ejemplo, en el tráfico de cuerpos y la trata participa la policía. Esta es una de las razones por las que desaparecen niños, mujeres, personas, sobre todo jóvenes, de una manera incrementada, además de no encontrarlas nunca, tampoco descubrir a las bandadas involucradas.
El mapa perverso de los tráficos es el que corresponde a los nudos de los tráficos mismos y los dispositivos del lado oscuro del poder, que atraviesan el lado institucional del poder y lo usan en la consecución de sus objetivos dolosos, viciosos, relativos a la degradación humana. Los gobiernos están inmiscuidos en los negocios más rentables, el tráfico de armas, el narcotráfico y la trata de cuerpos y de órganos. Las instituciones estatales simulan combatir a los Cárteles y las bandas de los tráficos, sin embargo, forman parte de los mismos.
Las sociedades y los pueblos, las gentes, los niños, las mujeres y las personas están a merced de estas redes y enmarañados dispositivos del lado oscuro y opaco del poder. El mapa de dominios de las cartografías de estas dominaciones perversas articula zonas locales, geografías nacionales y regiones internacionales. El destino de las víctimas está truncado abruptamente en estos dominios territoriales de los Cárteles y de sus cómplices institucionales.
Se ha llegado a un punto donde las sociedades, los pueblos, las comunidades, las colectividades y los individuos sólo se tienen a sí mismos. No cuentan con el Estado para su cuidado y defensa. Solo cuentan con las capacidades para su autoorganización, autogestión y autogobierno, también para su autodefensa.
El camino del terrorismo de Estado
El camino del terrorismo de Estado lleva a un despeñadero. Primero, al optar por la violencia descarnada, violando la Constitución y deshechando los derechos consagrados, ingresa al espacio de la guerra, no declarada, abierta en contra la sociedad y el pueblo. Segundo, al descargar esta violencia descarnada contra los ciudadanos, la gente, los colectivo, los grupos, los individuos, evidencia su absoluta deslegitimidad; es cuando no queda ni resquicio de democracia, ni siquiera aparente.
Tercero, al cruzar los límites del accionar estatal, establecidos por la Constitución, deja de ser la sociedad política que “representa” a la sociedad civil; se convierte en el dispositivo mayúsculo de la ocupación del país. El pueblo tiene el derecho no solo a la defensa sino a la guerra contra un Estado de ocupación, con el objetivo de expulsarlo de su territorio, tanto al aparato jurídico y político de los funcionarios de la administración de ocupación, así como a sus instrumentos del despliegue de la violencia, la policía y el ejército.
La taxonomía de los perfiles de la guerra se han ampliado, de las guerras conocidas en la historia de las civilizaciones, pasando por la historia de las guerras de la civilización moderna, abarcando las guerras civiles, fuera de la guerra de baja intensidad, se pasa al perfil de la guerra del Estado contra la sociedad y el pueblo, que es la guerra perpetrada a través del despliegue descomunal del terror. En este caso ya se puede hablar del desenvolvimiento del totalitarismo.
El gobierno neopopulista retornado ha ocupado Potosí, la proyección es ocupar todo el país, desplegando el terrorismo de Estado por toda la geografía política, pero sus fuerzas no le alcanzan, son exagües ante semejante proyección totalitaria. En consecuencia, se ha metido en una emprendimiento perverso del terrorismo de Estado totalitario sin contar con las fuerzas necesarias para perpetrar semejante proyecto. ¿Qué ocurre entonces? El Estado subalterno muere por exceso de estiramiento; no puede abarcar el país entero, no puede ocuparlo permanentemente ni de manera extensa. Solo puede hacerlo puntualmente y solo fragmentariamente, por momentos de intensidad, abusando en un sitio del ejercicio ilegítimo del poder mermado.
El atolladero del Estado subalterno, al servicio de las empresas trasnacionales extractivistas y de los Cárteles, deriva en una implosión integral de todo su “sistema” o, mas bien, conglomerado barroco de la genealogía del poder en las periferias del sistema mundo capitalista. Lo que viene es el derrumbe completo, dramático y atormentado.
[1] A estas alturas, el 2015, las reservas superan los 17 mil millones de dólares.