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Nicaragua: El horror nuestro

Gioconda Belli :: 20.02.22

Igual que cada uno es dueño de su miedo, cada pueblo es dueño de su horror. Hay muchos y muy diversos en el mundo y cada pueblo lo vive de su propia manera. Llega un momento incluso en que el horror se incorpora a la vida, se vuelve parte de la cotidianeidad. La mente desarrolla mecanismos de defensa para hacerlo tolerable, pero hay hechos repentinos que reviven ese horror e impiden que lo intolerable se normalice. Este pasado domingo 12 de febrero, uno de los guerrilleros más admirados y conocidos del sandinismo murió tras ocho meses en prisión. Hugo Torres, que fue comandante guerrillero y luego general de brigada, fue uno de los pocos que logró ejecutar acciones heroicas y sobrevivir… hasta la dictadura de Ortega.

El horror nuestro

 
Gioconda Belli
 
Sábado, 19 Febrero 2022 05:19

“Cada uno es dueño de su propio miedo” es una frase célebre en Nicaragua. La dijo el periodista Pedro Joaquín Chamorro, director del diario opositor La Prensa durante la dictadura de Anastasio Somoza en los años 70. Fue su respuesta cuando le preguntaron si temía ser asesinado, como lo fue el 10 de enero de 1978.

Su muerte fue la gota que colmó la copa de la iniquidad que el pueblo nicaragüense sufrió de parte de la dinastía de los Somoza. Ya no hubo ejército que detuviera a la guerrilla sandinista y sobre todo al pueblo harto de ese régimen violento y corrupto.

Igual que cada uno es dueño de su miedo, cada pueblo es dueño de su horror. Hay muchos y muy diversos en el mundo y cada pueblo lo vive de su propia manera. Llega un momento incluso en que el horror se incorpora a la vida, se vuelve parte de la cotidianeidad. La mente desarrolla mecanismos de defensa para hacerlo tolerable, pero hay hechos repentinos que reviven ese horror e impiden que lo intolerable se normalice.

Este pasado domingo 12 de febrero, uno de los guerrilleros más admirados y conocidos del sandinismo murió tras ocho meses en prisión. Hugo Torres, que fue comandante guerrillero y luego general de brigada, fue uno de los pocos que logró ejecutar acciones heroicas y sobrevivir. En 1974 participó en una acción armada para liberar a los presos políticos sandinistas que Somoza mantenía en sus mazmorras. Uno de esos presos liberados fue Daniel Ortega.  En 1978, Torres fue el número uno de la toma del Palacio Nacional, una acción audaz que logró otra vez la liberación de numerosos presos políticos de Somoza. Edén Pastora fue el número Cero. Dora María Téllez fue el número dos.

Pastora falleció el año pasado, presumiblemente de Covid-19. Hugo Torres y Dora María Téllez, que abandonaron el Frente Sandinista cuando Ortega lo empezó a manejar como un feudo personal, fueron encarcelados en julio de 2021 por su antiguo compañero de lucha devenido en tirano. Junto a ellos han sido encarcelados, desde junio del año pasado, cuarenta personalidades de la política nacional. Tras la revuelta popular de 2018 y las acciones del régimen para aplastarla a sangre y fuego, Ortega temía que sus acciones le cobraran el precio en las elecciones de noviembre de 2021. Era un temor bien fundado: habría perdido esas elecciones. Prefirió el costo político de eliminar a cualquiera que amenazara su permanencia en la silla presidencial. Siete candidatos electorales fueron detenidos bajo cargos fabricados y el único partido independiente fue despojado de su personería jurídica. Sin oposición, Ortega y su esposa se reeligieron como presidente y vicepresidenta. Fue la cuarta reelección de un hombre que debió haberse retirado en 2012, según la Constitución que la Revolución Sandinista promulgó y que él enmendó para instaurar su reelección indefinida.

La muerte de Hugo Torres muestra el espíritu desalmado que rige Nicaragua en estos días. Vilipendiado y sometido a interrogatorios, a magra alimentación, a una celda con la luz encendida 24 horas, pasó ocho meses sin que le permitieran una frazada, un libro. A su familia no la vio sino tres meses después de ser detenido. Enfermó y no lo atendieron. En diciembre su estado se agravó y perdió el conocimiento. Entonces los carceleros los trasladaron en secreto a un hospital donde ahora el gobierno, en un cínico comunicado, afirma que murió acompañado de su familia. Hugo era un héroe de la revolución sandinista cuya rectitud lo hizo cuestionar a Ortega-Murillo y su estilo de gobierno. En una grabación que hizo antes de ser detenido sus últimas palabras son las de un hombre cabal que vivió de acuerdo con sus principios.

La muerte de Hugo sucede mientras en juicios secretos, celebrados en la misma prisión donde él estuvo detenido, se juzga a líderes políticos, campesinos, empresarios, a los candidatos electorales, periodistas y personas honorables acusados de “menoscabo a la integridad nacional” por una fiscalía que los declaró criminales a priori. Ninguno de ellos ha tenido oportunidad de preparar su defensa pues apenas han visto a sus abogados. Varios de estas personas tienen más de setenta años; uno de ellos, ochenta. Sufren de enfermedades crónicas. Tendrían que estar en prisión domiciliaria como está establecido para las personas mayores. Las penas que les han impuesto a la docena que ya fueron enjuiciados van de los ocho a los trece años de prisión.

Paralelo a estos juicios, la Asamblea Nacional dominada por Ortega se ha dedicado a descabezar e ilegalizar a universidades privadas -doce en las últimas semanas- y a noventa ONG que funcionan en el país desde la época de la revolución o desde hace más de veinticinco años. El centro nicaragüense de PEN Internacional, dedicado a la promoción de la literatura y la defensa de la libertad de expresión, del que yo fui presidente, fue desprovisto de la personería jurídica obtenida en 2005, sin ninguna justificación. Se aduce que no se presentaron informes a la oficina encargada de ONG del gobierno. Desde mayo de 2018 esa oficina se ha rehusado a recibir los documentos de PEN y los de la mayoría de ONG condenadas a desaparecer.

Se creía que, al asegurarse el trono presidencial, la pareja de Ortega y Murillo intentaría recuperar una mínima legitimidad reduciendo la ilegal agresividad de sus actuaciones. Se especulaba que contarían con la prodigalidad que a menudo la comunidad internacional concede a las naciones descarriadas si dan señales de corregir su rumbo. Sin embargo, no hay visos de que optarán por ese camino. Por el contrario, diríase que han decidido continuar con la confrontación frente a quienes siguen siendo los principales mercados para los productos nicaragüenses y el origen de las remesas que mantienen la economía del país a flote. Su reacción ante las sanciones con que Europa y Estados Unidos han intentado presionarlos para que retomen la senda democrática, es una actitud desafiante. Si tal tesitura fue válida en los años ochenta cuando la Administración Reagan condujo una guerra contrarrevolucionaria contra el sandinismo, en la actualidad es claramente una pose para evadir su crisis de credibilidad.

En las últimas décadas, la política de Estados Unidos hacia Latinoamérica está marcada por la indiferencia. Su involucramiento se ha concentrado en parar el tráfico de drogas y migrantes e interesarse por el petróleo venezolano. Los nexos y las conspiraciones de antaño han sido sustituidas por amonestaciones diplomáticas. Ortega sólo convence a pequeños grupos de izquierda y a sus más radicalizados seguidores cuando pretende ser víctima de injerencia extranjera. Su afán es revivir la estatura que alcanzaron Nicaragua y él mismo en la confrontación de los 80.  Dentro de ese mismo esquema, el viejo guerrillero de antaño y su excéntrica esposa primera dama vicepresidenta, parecen decididos a ser actores en su teatro del absurdo e imaginarse otra vez factores en una supuesta Guerra Fría, cortejando a China y a Rusia. A manotazos y empellones buscan un lugar en la historia, sin percatarse que en la única historia en la que cabrán será en la del horror.

Gioconda Belli, poeta y novelista nicaragüense.



Dora María Téllez, la comandante guerrillera que desafió a Ortega

A sus 66 años, Téllez acaba de ser condenada a ocho años de cárcel por un delito de “conspiración” por el régimen que preside un antiguo compañero de lucha revolucionaria, Daniel Ortega.

18/02/2022 21:29 Actualizado: 18/02/2022 21:36

Por César G. Calero

A Gabriel García Márquez, aquella joven guerrillera de tan solo 22 años le pareció “una muchacha muy bella, tímida y absorta, con una inteligencia y un buen juicio que le habrían servido para cualquier cosa grande en la vida”. Asalto al Palacio, una extensa crónica de Gabo sobre la espectacular toma de la Asamblea Legislativa de Nicaragua por parte de un comando sandinista en 1978, descubrió al mundo las dotes insurgentes de Dora María Téllez, la Comandante Dos de aquella audaz operación que supuso el principio del fin de la dictadura de Somoza. Hoy, a sus 66 años, Téllez acaba de ser condenada a ocho años de cárcel por un delito de “conspiración” por el régimen que preside un antiguo compañero de lucha revolucionaria, Daniel Ortega, reelecto en noviembre pasado con más del 75% de los votos tras haber vetado a sus principales adversarios políticos.

Dora María Téllez (Matagalpa, 1955) ocupaba el tercer puesto en la cadena de mando del grupo de 25 guerrilleros que secuestró en el Palacio Nacional a decenas de diputados y otros civiles, a los que acabaría canjeando por varios presos políticos del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), la guerrilla alzada en armas contra la dictadura de Anastasio Somoza Debayle. El éxito militar y propagandístico de la operación despertó la admiración de toda la izquierda latinoamericana. El asalto estuvo dirigido por Edén Pastora (Comandante Cero) y Hugo Torres (Comandante Uno). Torres fue detenido hace unos meses en Nicaragua junto a Téllez y otros dirigentes de la oposición bajo la misma acusación de “conspiración”. General de brigada en retiro y excomandante del FSLN, Torres falleció la semana pasada en el penal de El Chipote, donde esperaba juicio. Tenía 73 años y un largo historial revolucionario. En 1974 participó en una acción insurgente que se saldaría con la liberación de varios presos sandinistas, entre ellos Daniel Ortega, quien gobierna Nicaragua de forma ininterrumpida desde 2007 y ha ido quitándose de encima a casi todos sus antiguos correligionarios.

Hubo un tiempo en que Téllez fue una persona cercana a Ortega. Se conocieron en un campamento sandinista de la frontera con Honduras en 1977, y lucharon juntos en octubre de ese año contra la Guardia Nacional somocista en el asedio a San Fabián. Al contrario que Daniel, Dora estuvo siempre en la primera línea de los frentes de guerra. Se había integrado en el clandestino FSLN con 17 años tras abandonar sus estudios de Medicina en la contestataria ciudad de León. En el libro Los días de Somoza, del escritor Fabián Medina, ella se retrata como una niña inquieta, desafiante y rebelde en el colegio: “En mi casa no era visto como un problema; pero en el colegio, sí. Sobre todo, en un colegio de monjas”.

Tras pasar una temporada en México, recibió entrenamiento militar en Cuba en 1976 y de vuelta a Nicaragua comenzó a forjar su leyenda de guerrillera tenaz. En la denominada Operación Chanchera (el asalto al Palacio Nacional), la Comandante Dos llevaría personalmente la negociación con Somoza para el canje de los diputados secuestrados por más de 60 presos políticos. Téllez siguió después en primera línea del combate en el Frente Occidental. Bajo su mando, las fuerzas sandinistas tomarían León en junio de 1979, un mes antes de la entrada triunfal de los muchachos en Managua. Académica de Historia y activista feminista, asumiría varios cargos en la década de los 80 bajo el gobierno de Ortega. Fue ministra de Salud, vicepresidenta del Consejo de Estado y diputada.

La guerra impuesta por Estados Unidos contra la joven revolución sandinista al entrenar y financiar a la Contra fue mermando la acción política del gobierno de Ortega. Pese a ello, el Frente se impuso en las elecciones de 1984. La derrota se produciría seis años más tarde. A partir de entonces, los sandinistas, en la oposición, entraron en una dinámica de enfrentamientos internos y lucha fratricida por el control del partido. Téllez y otros dirigentes, como el exvicepresidente y escritor Sergio Ramírez, se alejarían definitivamente de Ortega y fundarían en 1995 el Movimiento Renovador Sandinista (MRS), un experimento político fallido que apenas obtuvo un puñado de votos en las elecciones de 1996. Cuando Ortega retomó el poder en 2007, fruto de sus oscuros acuerdos con la derecha más corrupta, el sector más conservador de la Iglesia y las élites empresariales, se ensañó con sus antiguos compañeros de armas. Proscribió el MRS en 2008, lo que provocaría una huelga de hambre de Téllez en protesta.

Sobre el ascenso fulgurante de aquel comandante retraído, Téllez opinaba así en un extenso artículo publicado en la revista nicaragüense Envío en julio de 2013: “Creo que él [Ortega] llegó por eliminación. Cuando en 1978 se juntaron las tres tendencias del Frente Sandinista, se dio un gran debate sobre cuántos miembros de cada una de las tres tendencias (Guerra Popular Prolongada, Proletaria y Tercerista) serían parte de la dirección conjunta que íbamos a formar (…) Se pensó en Daniel Ortega, de la tendencia tercerista (la más numerosa por su condición multiclasista y a la que también pertenecía Téllez), porque era un hombre tímido, callado, hábil en la maniobra, pero carente de liderazgo público. Daniel Ortega era la persona ideal. Daba la impresión de que no sería una amenaza para nadie“.

La involución

Las desavenencias entre algunos dirigentes críticos del FSLN y Ortega fueron aumentando con el paso del tiempo, a medida que se iba generando una involución dentro del partido que afectaba gravemente a la huella transformadora que había dejado el sandinismo en Nicaragua: “La revolución sandinista -escribía Téllez en 2013- cambió profundamente el diseño de esta sociedad. Desde la perspectiva de historiadora veo que nada de lo que existe ahora puede entenderse sin la revolución sandinista. Pero la hora de la involución (…) llegó. Y hemos visto, por ejemplo, cómo en un modelo de prebendas como el actual, una policía que diseñamos para que estuviera al servicio de la comunidad (…) se ha convertido ahora en una policía política, en una policía al servicio del engranaje de poder de una familia”.

Las protestas sociales de 2018 mostraron la cara más autoritaria del régimen de Ortega. Varios cientos de estudiantes murieron durante ese estallido social, según organizaciones de derechos humanos. La represión no ha cesado desde entonces. A mediados del año pasado, varios precandidatos presidenciales eran vetados y detenidos. La policía apresó a Téllez (como dirigente del partido Unamos) el 13 de junio de 2021. Desde entonces, ha estado presa en la cárcel de El Chipote. Su hermano, Óscar Téllez, le visitó en septiembre. Recluida en una celda de aislamiento, interrogada a diario por la policía, había perdido cinco kilos y no se le permitía hablar con ningún otro preso. Como a otros opositores, se le acusó de “traición a la patria y conspiración”, según el Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (Cenidh).

Aquel 22 de agosto de 1978 Dora María se había cortado su cabellera para hacerse pasar, como el resto de guerrilleros, por un miembro de la Guardia Nacional somocista. Después de esa acción no necesitó volver a disfrazarse de hombre para empuñar las armas contra la dictadura. Aquella joven revolucionaria se convirtió en una experta historiadora, una referente del feminismo y un cuadro político prominente del sandinismo. La Administración de George W. Bush le vetó en 2005 por su trayectoria revolucionaria, tildándola de “terrorista” e impidiéndole que ocupara una cátedra de profesora visitante propuesta por la Universidad de Harvard. En Nicaragua hace tiempo que su retrato, como el de otros históricos guerrilleros, no aparece en la historiografía oficial del FSLN.

 


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