Cuando ocurrió el movimiento en defensa de Piedra Parada en Estados Unidos, contra un ducto que buscaba atravesar el territorio de las tribus indias, Winona LaDuke, vocera ojibwe de los tiempos desde Minnesota en ese y otros momentos de la resistencia de los pueblos originarios en esas tierras, nos recordaba las palabras de la comunidad del Valle del Trueno cuando dijeron: “¿Por cuánto tiempo más permitiremos que otros decidan el futuro de nuestros hijos? ¿Acaso no somos guerreros?
Suelo repetir que en México, sobre todo las comunidades originarias (y los movimientos que de ellas se derivan), tejen y destejen su brega cotidiana mientras ejercen luchas indispensables, luchas impostergables, inevitables (que guardan en su fertilidad un futuro que tarde o temprano asomará).
Esa aparente disociación de la atención en realidad es una potenciación de las facultades de las comunidades, y deviene directamente de esa brega cotidiana relacionada con el suelo, con el territorio, con el que la gente mantiene una relación amorosa inmemorial.
Esa relación inmemorial, una relación plena de cuidados que algunos llaman sagrada (en verdad lo es por muchas razones) tiene varias convicciones ancestrales que siempre pesan para la gente a la que su corazón le habla y le significa. Cuando ocurrió el movimiento en defensa de Piedra Parada en Estados Unidos, contra un ducto que buscaba atravesar el territorio de las tribus indias, Winona LaDuke, vocera ojibwe de los tiempos desde Minnesota en ese y otros momentos de la resistencia de los pueblos originarios en esas tierras, nos recordaba las palabras de la comunidad del Valle del Trueno cuando dijeron: “¿Por cuánto tiempo más permitiremos que otros decidan el futuro de nuestros hijos? ¿Acaso no somos guerreros? Cuando nuestros antepasados iban a la batalla no sabían cuáles serían las consecuencias. Lo único que sabían era que, si no actuaban, las cosas no serían buenas para sus hijos. No actuaremos desde el miedo, sino desde la esperanza. Con esperanza todo es posible. Éste es el tiempo”.
Sí. Éste debe ser el tiempo, porque éstas no son luchas emprendidas en obediencia a un deber definido unilateralmente por un grupo, líder, partido o sector, sino luchas que las comunidades, la gente común, no puede dejar de atender porque afectan centralmente todo lo que son, lo que es tu comunidad, tu región, tu localidad, en su ser territorial más inmediato. En esas luchas se va la vida o su sentido más diáfano para las personas y sus ámbitos de comunidad: es decir, su tejido de relaciones, detalles y cuidados. Su tejido de responsabilidades.
El ataque es brutal, y parece avasallante, el despojo ha ocurrido de múltiples maneras: es el cercamiento, el encierro en el que quieren arrinconar, precarizar y deshabilitar a los pueblos. Es el despojo de su tierra, su bosque, su agua, sus relaciones, pero sobre todo es el despojo de su mirada. Y de todo eso dependerá la respuesta: ésta puede ser arrinconada y defensiva, o puede desplegarse con gran horizonte, con un radical y profundo entendimiento de lo que está en juego.
Esta urgencia por hacer lo debido, por no quedarse en pasmo ante el despojo y la devastación, ante la burla y la represión, es lo que es diáfano en el caso de Pueblos Unidos y su lucha contra la contaminación del río Metlapanapa, contra las granjas industriales que son parte de todo un corredor de devastación industrial en la región de Huejotzingo y contra el continuado despojo que la compañía Bonafont (propiedad del Grupo Danone) ha ejercido por 29 años.
Ese despojo empezó en 1992 cuando Conagua otorgó concesiones a una empresa llamada Arcoiris, que a su vez le vendió a Bonafont sin considerar en lo absoluto las ancestrales relaciones que las comunidades de la región cholulteca han tejido para lograr que sus ameyales, sus lagunas, sus arroyos y sus ríos tengan el agua suficiente, y que ésta sea pura y cristalina, como para que todo su sistema de milpas y sembradíos, funcione y florezca. En esos 29 años de despojo incontrolado, la empresa fue tan irresponsable como para provocar hundimientos en los terrenos hasta formar un socavón de varios metros de profundidad y un diámetro de 126 x 114 metros.
En el reciente Taller de la DEAS por la Defensa de los Territorios, celebrado el 18 de febrero, Miguel López Vega, integrante de Pueblos Unidos, hizo el relato de ese despojo continuado: “Llegaron con mentiras”, contó Miguel: “Nos dijeron que el agua era para un pozo agrícola”, y así al ir consensando entre la gente la presencia de la empresa, la gente fue firmando engañada. “El terreno donde se instalaron también nos fue arrebatado a la mala”. Ya con la planta, empezó a bajar el nivel del agua de los ameyales, en las lagunas y los arroyos. Y ante esta situación la gente comenzó a consensar el cierre de la planta embotelladora. “En las asambleas se fue hablando y acordando el cierre. En los treinta pueblos que visitamos, todos estuvieron de acuerdo en que había que cerrar, lo que hicimos dos veces antes de esta última, desde 2019”. Así, el 22 de marzo de 2021 la comunidad de Santa María Zacatepec junto con esas 30 comunidades y poblados del municipio de Juan Crisóstomo Bonilla cerraron la planta y mantuvieron un plantón permanente justo a resultas del socavón que la empresa había provocado con la extracción del agua del subsuelo.
Ésta fue sin duda una escalada en su lucha, que había tenido un primer momento álgido en 2019 cuando las llamadas Guardianas del río Metlapanapa frenaran la construcción del colector de desechos tóxicos procedentes del Corredor Industrial Huejotzingo, con el que pretendían verter al río toda la porquería excedente de la producción industrial de distintas empresas. En ese momento criminalizaron a Miguel López Vega y a principios de 2021 lo detuvieron, lo que fue revertido gracias a la solidaridad nacional e internacional que despertó tal injusticia.
Finalmente, el 8 de agosto de 2021, con la entereza y el sorprendente cariño de las comunidades afectadas, la decisión fue entrar a las instalaciones de Bonafont y convertirla en Casa de los Pueblos. Como dice Miguel López, “si tiran la milpa, hay que levantar la milpa”, es decir, siempre reconociendo la responsabilidad de defender lo que se debe defender, en el momento en que eso es debido. No actuaron desde el miedo, sino desde la esperanza.
Altepelmecalli fue el nombre que le dieron a esa casa, sintetizando el trinomio montes, aguas, vida, con que los pueblos antiguos nombraban el territorio, todo lo significativo de su tejido de relaciones con el agua, la tierra y la naturaleza, algo que los gobiernos no saben reconocer ni entender, y mucho menos las empresas pues más bien les estorba a su desmedida voracidad de ganancia.
Dijo Gloria Muñoz en un reportaje en Ojarasca 292 de agosto de 2021, sobre la transformación de la planta embotelladora en Casa de los Pueblos:
“El aniversario 142 del natalicio del general Emiliano Zapata fue el marco del juicio y de la toma de la empresa a la que acusan de extraer un millón 641 mil litros de agua al día desde que se instaló en el municipio Juan C. Bonilla en 1992. La declararon culpable de ecocidio, saqueo y de daños a la salud debido a que las comunidades se han quedado sin agua y esto ha ocasionado un sinfín de enfermedades. Los pueblos ubicados en las faldas de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl no son nuevos en la defensa de su territorio. Son los mismos que se opusieron a que el gasoducto del Proyecto Integral Morelos (PIM) atravesara sus tierras; son también quienes denunciaron a las empresas que vierten sus deshechos en los ríos Atoyac y Metlapanapa; también los que desde hace 30 años anunciaron el desastre ambiental provocado por el corredor industrial Parque Ciudad Textil Huejotzingo. Y son, ahora, los que enfrentan a la transnacional de origen francés que los está dejando prácticamente secos”.
Durante seis meses, la “apuesta política radical”, como bien la calificó en el mismo evento del Taller en Defensa de los Territorios el 18 de febrero Magdiel Quiroz de Jóvenes ante la Emergencia Nacional y Casa Tecmilco, fue convocar a personas que entienden lo que está en juego y que en enormes grupos se sintieron convocadas a reunir ahí voces críticas, presentaciones culturales, de historia y política, y así se hicieron mesas redondas, conversatorios y presentaciones para mostrar su respaldo con la apuesta profunda de enfrentar el despojo con la configuración de propuestas alternas con las que los Pueblos Unidos le decían al mundo: nosotros estamos reconstituyendo nuestras comunidades, proponemos alternativas de vida, impulsamos la autogestión y la soberanía alimentaria, la defensa de nuestras semillas nativas, la vida en plenitud en las relaciones que con el agua hemos tejido.
Es muy interesante políticamente que la apuesta de Pueblos Unidos incluyera un proyecto integral de comunicaciones con un canal de televisión, además de la radio comunitaria Radio Zacatepec, La voz de los pueblos. Que comenzaron los talleres en salud comunitaria, incluido todo el posible manejo colectivo y responsable del Covid, el trabajo de soberanía alimentaria y la producción propia de alimentos, la promoción de las milpas, el abono orgánico y la producción de setas, que iba despuntando y de la que ya llevaban cuatro cortes. Comenzaron a promover la construcción y perforación de pozos artesanales, nunca profundos, que permitieran ir captando y redireccionando el agua que durante años les habían quitado y que en casi un año de frenar la extracción se había logrado recuperar en sus niveles, y comenzaban a tener presencia de agua en sus ameyales y en sus arroyos.
Para Pueblos Unidos es claro que lo importante es sólo utilizar el agua que se necesita y nunca pretender hacer negocio con esa agua, porque toda agua requiere un tramado de relaciones entre las personas de la comunidad y entre quienes manejan el profundo entendimiento del agua y sus torrentes, desde los escurrimientos de los volcanes, las torrenciales lluvias y los flujos subterráneos que es factible recuperar con cariño y sabiduría ancestral.
Por si fuera poco también comenzaron talleres de repujado, artes plásticas, ajedrez y hasta recuperación escolar, pues con la pandemia, niños y niñas han estado alienados de su continuidad educativa.
La apuesta era convertir esa casa en lo que puede verse como un centro generador y sistematizador de saberes locales, una ventana a la confluencia de diferentes poblaciones y colectivos, a la organización política y la formación y, por supuesto, a la resistencia al despojo, la rebeldía plena de “darle un garrazo al capital, al discurso de AMLO que de palabra dice estar con los pueblos pero en los hechos más bien obedece los intereses de las corporaciones”.
Esta reconstitución de las comunidades, del tejido social de la región, la apertura de un espacio de diálogo local, regional, nacional e internacional, era demasiado para que los gobiernos lo aceptaran y lo dejaran pasar.
Por eso en la madrugada del 15 de febrero 200 elementos de la Guardia Nacional y granaderos del estado de Puebla invadieron con armas en la mano las instalaciones de la Casa de los Pueblos, y comenzaron a desmantelar y destruir todo lo que los pueblos habían ido creando ahí, incluidos los murales pintados por artistas solidarios de varias agrupaciones. Yadira Llaven, en La Jornada, lo reportó diciendo: “En un comunicado, la agrupación Pueblos Unidos de la Región Cholulteca señaló: ‘Con desmedida presencia de las fuerzas públicas de los tres niveles de gobierno, una vez más, despojan y reprimen a los pueblos que desde hace casi un año cerramos la planta embotelladora Bonafont, del corporativo Danone’.” Empleados de Bonafont llegaron momentos después y comenzaron a destruir y decomisar todo lo que las comunidades habían trabajado durante meses.
En el taller de los territorios, Miguel López Vega lo relató así, apenas tres días después de ocurrida la invasión: “Entraron con armas en la mano apuntándonos. Es como ocurría por los tiempos de la Revolución, que a quienes menos tenían es a los que despojaban los patrones. Antes eran las haciendas, hoy son las empresas. Nosotros simplemente ejercíamos nuestro derecho a reintegrar, a retomar lo que nos corresponde, lo que nos han arrebatado desde que en 1519, tras la matanza de Cholula, nos despojaron de nuestros cerros, ríos, tierras, aguas. Pero esto creó una rebeldía que nos hace decir, aquí estamos. Porque nos queda claro que lo que es la vida es la vida. Tenemos derecho a vivir, a seguir en este planeta. Es increíble constatar que el gobierno federal apoya a las transnacionales. Miente cuando dice que el Ejército está en sus cuarteles. Cómo así lo utiliza para cancelar espacios educativos como el nuestro. Desde la Casa de los Pueblos lo que promovemos es la identidad y la resistencia. Y su guerra mayor hacia nosotros es querer despojarnos de nuestra identidad. La pérdida de nuestra identidad hace que ya no importe tanto si los jóvenes no ven el agua, que ya no les importe la tierra, las aves, los animalitos. Estamos ante esa forma vil de destrucción ambiental que se llama capitalismo. Y nuestra lucha es por la recuperación de lo que nos pertenece”. Y abundó, “lo que no saben es que si nos quitan un ‘caracol’ van a surgir muchos más. Ya comienzan a surgir en otros espacios de la región”.
Esa apuesta les hace impulsar una caravana por la vida, y al mismo tiempo abrir una discusión internacional, llamémosle consulta, para que desde diversos rincones del mundo los pueblos se pronuncien en defensa de su agua y contra la privatización y contaminación corporativa.
Sobre todo, los pueblos saben que es crucial recuperar su propia lógica, su propia comunalidad con el territorio, que siempre tiene al agua como uno de sus componentes centrales, que teje lazos, hermandades y entendimientos.