El 24 de enero, en el Resguardo de Las Delicias, Buenos Aires, Norte del Cauca, un lunes en la tarde, asesinaron a Albeiro Camayo. Hasta allí había llegado su abuelo, Sebastián Camayo. Cuentan que él fue el primero en llegar a esas tierras en 1908.
Ahora, todos estos años después, es justo volver atrás, para mirar esta guerra que nos destruye antes incluso de nacer, para mirar el camino de quienes defienden la vida y comparten lo que no debería ser cotidianidad, el entierro, la siembra constante de compañeras y compañeros asesinados.
Olvidamos la Historia por muchos años. Se borran escenas. Nos hacen olvidarla. Pero se nos viene encima, toda, con cada asesinato.
El 24 de enero, en el Resguardo de Las Delicias, Buenos Aires, Norte del Cauca, un lunes en la tarde, asesinaron a Albeiro Camayo. Hasta allí había llegado su abuelo, Sebastián Camayo. Cuentan que él fue el primero en llegar a esas tierras en 1908.
Ahora, todos estos años después, es justo volver atrás, para mirar esta guerra que nos destruye antes incluso de nacer, para mirar el camino de quienes defienden la vida y comparten lo que no debería ser cotidianidad, el entierro, la siembra constante de compañeras y compañeros asesinados. La posibilidad de creer que será la última sabiendo que pronto nos volveremos a encontrar en otra. Albeiro acompañó demasiadas siembras, hasta que llegó el tiempo de la suya.
¿Y quién era Albeiro? Era el hijo de Evelia y Miguel Ángel, líderes en la recuperación de tierras desde 1977.
Y en este volver atrás, la vida de Albeiro y su familia se abre para mostrarnos que sin embargo, sí hay posibilidad cuando compartimos la defensa por el territorio. Escapar de la violencia. Desplomarse dentro de ella. Arrastrar esta memoria de resistencia parece ser el destino de estas vidas, que son, tal vez, nuestra única oportunidad para construir de verdad un país en Paz.
Eran los años 50-60 —aunque todo parece seguir ocurriendo hasta el día de hoy— cuando los llamados, en aquel entonces “pájaros”, quienes actuaban bajo el mando de terratenientes, asesinaban a campesinos e indígenas en lucha por la tierra. Varios fueron los asesinados en Las Delicias. Así lo recuerdan aquí, cuando en las noches dormían en el monte para protegerse. A su tierra habían llegado previamente esos grandes hacendados, colonos, terratenientes, que al exigirles a la familia Camayo y al resto, escrituras de propiedad que no tenían, decidieron apropiarse de sus tierras y ponerlos a trabajar como terrajeros. Lo que significaba que para cultivar una pequeña parcela para vivir debían de servirle al terrateniente dos o tres días a la semana en su hacienda.
Los padres de Albeiro heredaron de sus padres el terraje.
Los sistemas de opresión necesitan crear la ilusión de que son soportables, y para eso necesitan de un universo narrativo que los justifique, hasta que surgen las voces que los desmontan. Así comenzaron a organizarse. A recuperar la tierra. Teniendo que enfrentarse no solo contra los terratenientes, sino contra la policía, el ejército y los informantes o sapos que les delataban. Muchas, muchos fueron encarcelados en una época en la que la recuperación se extendía ya por todo el Cauca. En una época en la que campesinos e indígenas se movilizaban por las tierras sobrepasando con sus acciones los límites de una reforma agraria que nunca llegó. Y así es como, heredero de todas esas luchas previas, del trabajo comunal hecho por generaciones, de pensamientos e ideales, del trabajo de educación popular, nació el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) en 1971, con una consigna: el no pago del terraje.
¿Cuánto poder tiene una organización, que de solo acariciar la posibilidad de recuperar lo arrebatado, de poder denunciar los profundos orígenes de la concentración de tierras, de la desigualdad, de la explotación, de la barbarie, aquellos y aquellas que participan se ven obligados a soportar la tortura, la humillación, la amenaza, la muerte?
Eran los años 70-80, y cuentan que hasta Las Delicias llegaba gente de Canoas, Corinto, Toribio, Santander de Quilichao… a ayudar en las recuperaciones. Cientos de indígenas campesinos caminando juntos con una única estrategia: entrar, picar, sembrar y salir. Luego, el terrateniente mandaba destruirlo todo. Y así fueron nueve años, como contaba el padre de Albeiro, Miguel Ángel. Nueve años de incertidumbre y amenazas, de esconderse y dormir constantemente en el monte, hasta que las recuperaron. Entonces las tierras pasaban a ser colectivas, destinando a cada familia unas pocas hectáreas. Y fue también desde entonces que comenzaron algunos a hacer alianzas para arrendar terrenos, actuando como terratenientes. A ellos, cuentan, que les llamaban la atención con la advertencia de ser expulsados del territorio. En 1996 se constituyó oficialmente el Resguardo Indígena de Las Delicias.
Miguel Ángel falleció el 3 de agosto de 2021. Apenas unos meses antes del asesinato de dos de sus hijos por las llamadas hoy disidencias de las FARC-EP, la columna móvil Jaime Martínez, quienes actúan en torno al narcotráfico, quienes hoy se apropian de estas tierras. Dos, porque antes de que asesinaran a Albeiro, el 21 de noviembre, un domingo a las 13h, asesinaron a otro hermano, a Marcos Camayo, mientras trabajaba en su cafetal. Hasta allí llegaron en una moto para dispararle. Marcos fue Gobernador y Coordinador Político del Tejido de Salud.
Los comienzos y los finales se superponen y así cuando creemos que algo está terminado en realidad continúa.
En los últimos cinco años, es decir, desde la firma de los llamados Acuerdos de Paz entre el Gobierno y las FARC, los cultivos de coca para el narcotráfico se están concentrando extensivamente en la cordillera occidental, especialmente en Suarez y aquí en Buenos Aires, con la presencia constante de grupos armados.
La amenaza está tan presente que la posibilidad de hacer algo conlleva a menudo la misma respuesta. La posibilidad de otra muerte. Todavía no habían transcurrido dos meses, era domingo 14 de enero, cuando tras detectar la presencia de miembros armados de la Jaime Martínez, los Kiwe Thegnas con acompañamiento de la comunidad salieron a realizar su control territorial, una acción urgente para proteger. Cuando abrieron fuego contra ellos, asesinando a Breiner David Cucuñame, de 14 años, y a Guillermo Chicame, cuñado de Albeiro, Guardia Indígena y miembro del esquema de protección de Fabián Camayo, otro hermano, quien también resultó herido de gravedad.
Diez días después asesinarían a Albeiro.
—A él lo llevaban de niño a recuperar porque eso es una cosa que hacemos, que hacían nuestros papas. Mi papá, mi mamá me llevó a mí, y por eso esa terquedad en la tierra. Albeiro tenía también esa terquedad en defender la tierra porque lo aprendió de su seno familiar.
Ese era Albeiro. “El que despierta a los truenos para que continúe la lucha”, cuenta Luis Acosta, coordinador de la Guardia Indígena Nacional.
Llovió. Ese lunes 24 llovió con fuerza. Como hacía tiempo no llovía así. Por eso aquel día los truenos gritaron el “¡Guardia, Guardia! ¡Fuerza, Fuerza!” cuando asesinaron a Albeiro Camayo.
Llovió. No querían levantar su cuerpo hasta que el agua les obligó.
Fue un asesinato paramilitar en su modo y acción. No hay Revolución cuando disparas a un hombre enfrente tuyo siete tiros de fusil. Y cuando ya está en el suelo, le arrebatas su machete. Le golpeas. Le cortas. Le degüellas. Le hieres. Te burlas de sus símbolos de lucha, de la resistencia milenaria, mientras su hijo está presente.
¿Y por qué?
No hay respuesta.
Y la rabia, ya está toda ahí, dejando su huella en lo que será, dentro de poco, el futuro.
Ese mismo día, esos armados habían llegado al pueblo amenazando a la gente, pidiendo que salieran de sus casas para una reunión. Albeiro junto a otros compañeros fue, no lo dudó, como así lo venían haciendo, para proteger, para que no reclutaran más, para dialogar, para llegar a un acuerdo esta vez.
—¡Pasen por el territorio, pero por favor no nos maten más!
Uno de los armados mirando a Albeiro le dijo:
—Yo maté a tu hermano. El próximo serás tú. Y después, sigue la Autoridad y una lista de Guardias Indígenas.
Con estas palabras se fueron. Y mientras ya estaban llegando a la casa, Albeiro recibió una llamada. Alguien le avisó de que su sobrino estaba secuestrado. Unos pocos regresaron con él, cuando estaban llegando a la zona del Mandarino, unos hombres le pidieron ayuda para llenar un timbo de agua, y allí, le emboscaron. Así lo cuenta la familia. No había posibilidad. Su sobrino no estaba secuestrado, había salido en la mañana muy temprano a trabajar.
No respetaran jamás la palabra.
Son las 10h. Hoy es 25 de enero de 2022. Ayer asesinaron a Albeiro. En una camioneta en la parte de atrás junto con un grupo de Kiwe Thegnas vamos al encuentro de su cuerpo muerto. Viene de Cali, donde le hicieron la autopsia. Sus rostros, sus ojos, los nuestros, lo dicen todo. Esto no debería estar sucediendo.
Llegamos al peaje de Villa Rica. Otras camionetas han llegado. Comienza a pasar el tiempo, la espera. El dolor colectivo. Estamos en la vía Panamericana, donde todos compartimos con Albeiro. Esta vía es el símbolo de la lucha y de la resistencia, lugar de muchas Mingas históricas. Cortar, frenar el paso de vehículos para exigir derechos y su cumplimiento. Hoy le esperamos para que retorne por esta misma vía al seno de la Madre Tierra.
Pasa el carro de la funeraria, ahí está él, quien durante años guio, orientó, enseñó a miles de Kiwe Thegnas. Fue su coordinador. Estuvo desde que se oficializó la Guardia Indígena en 2001, siempre al frente. Se dice que los detalles no mienten porque parecen que tienen que ver más con la realidad que con los discursos. Albeiro siempre estaba presente, dispuesto a lo que fuese necesario. No importaba la hora, el tiempo, él llegaba.
Santander de Quilichao. Su cuerpo llegó a la morgue. Hay que reconstruirlo. Todos queremos verlo para un último adiós. La familia lo sabe, sabe que su ataúd debe estar abierto en la velación. Por eso le piden a quien ya lo ha tenido que hacer en otras muchas ocasiones.
—Por favor reconstruya su rostro, la comunidad no puede velarlo así.
Fuera en la calle un grupo de Kiwe Thegnas se reúne. ¿Cómo organizar la despedida de un amigo, de un compañero, de quien aprendieron a ser guardias, a quien advertían que le iban a matar?
—Hemos sido insistentes en varios momentos de lo que iba a pasar. Lo que iba a venir. Pero no se prestó más atención a esto. Y hoy lamentablemente tenemos que cargar a nuestro compañero, con quien muchos de nosotros, crecimos con él. […] Uno se siente impotente, de no poder hacer nada, nosotros que estamos al frente, que estamos haciendo lo posible por salvar vidas, pero lamentablemente no se pudo.
Oscureció en Santander de Quilichao, estamos en la Yat Wala de la ACIN, esperando su cuerpo. La Guardia Indígena hace la calle de honor. Manos firmes sosteniendo los bastones. Se da la orientación. Esta es una velación familiar. Nada de autoridades, ni medios de comunicación. Solo dolor y honesto silencio. Y es que antes de que el cuerpo de Albeiro descase en Las Delicias, una breve parada aquí es necesaria para que su hermano Fabián, gravemente herido de bala por los mismos que lo mataron, pueda despedirse de él.
Fabián llega con su chaleco de Kiwe Thegna sobre la ropa del Hospital. No puede casi caminar. No hay nada más que describa este momento.
Su ataúd vuelve al carro fúnebre. Y con él, todos en caravana dirección al Resguardo de Las Delicias
26 de enero. Dos espacios en Las Delicias. Uno, en el polideportivo, algunas autoridades del movimiento indígena y de la región toman el micrófono. Se debate: ¿qué se va a hacer?, ¿cuál será la respuesta? Palabras, una tras otra, ante la incertidumbre de qué orientación seguir. Surge la propuesta de cortar la vía Panamericana, dicen de llevar ataúdes y bloquearla con ellos. Otros proponen ir en Minga a Bogotá y encadenarse en la plaza Bolívar, ese lugar en el que uno ve las fachadas de la institucionalidad y su impunidad, Palacio Presidencial, Palacio de Justicia y Catedral. Otros plantean ir a erradicar las plantas de coca del territorio. No hay consenso, la incertidumbre abruma. Los riesgos están, qué perder y qué ganar cuando ya se perdió demasiado. De todas maneras, no se tomará ninguna decisión, ni habrá acción hasta que no se entierre al compañero Albeiro Camayo.
En tanto nos atañe, nos duele, la muerte convoca, y cientos de personas están llegando para despedirse, para acompañar, para estar ahí. Llegan de todo el territorio caucano, delegaciones de los distintos Resguardos, llega el pueblo Misak, el pueblo Totoró, el pueblo Kokonuco, el pueblo Yanakona. Y con todos caminó Albeiro, y a muchos, les ayudó en el proceso de fortalecimiento de las Guardias Indígenas.
Y mientras que el pueblo camina a su despedida, el ejército está levantando el campamento que tenían justo aquí, apenas a unos kilómetros de donde asesinaron a Albeiro.
El otro espacio, hoy en Las Delicias, es la velación en casa de los Camayo. Mañana será su siembra. Hoy, como ayer, se le velará. Se coincidirá en el dolor. Sabiendo que aquí no habrá olvido.
Uno por uno, en familia, se asoman o alzan a los niños para ver por última vez el rostro de Albeiro. El rojo y el verde de la pañoleta cubren su rostro dejando sólo su ojos a la vista. Ojos que cuentan lo que para las palabras está vedado.
El micrófono se abre para que algunos compañeros, autoridades, las hermanas, otros familiares compartan palabras, recuerdos, denuncias que exigen justicia. No se puede deshacer lo que aquí pasó.
—Dicen que nosotros andábamos armados. Que yo andaba con un fusil. La gente que nos acompañó nos vieron, y yo ¿cómo andaba? Yo andaba simplemente con unos binoculares, mi canguro… no tenía nada más, yo digo si nosotros tuviéramos armas como dicen, los tuvimos a 10 metros. Uno con arma larga a 10 metros, mata a todos […] En el honor y en el respeto que se merece el compañero que dio la vida por otro compañero, es de aclarar esta situación. En ningún momento nuestros muchachos andaban con armas. […] Nosotros no llegamos a atropellar. Nosotros llegamos hablando, pero ellos estaban en esa tónica de que del territorio no se iban, porque este es territorio de las FARC, pero este no es territorio de las FARC. Nunca ha sido. Desde ahí empezó la situación, ellos estaban amenazándonos diciéndonos que nos iban a matar […] pero no creíamos que iban a cumplir esa amenaza. Hoy quiero dejar claro a ustedes compañeros que no es la realidad el comunicado que sacó la columna móvil Jaime Martínez. No es la verdad que nosotros andábamos armados, que la muerte del compañero Breiner fue en un escenario de disparos, eso es mentira. Porque al compañero lo mataron en la carretera, el compañero no estaba con nosotros en la parte baja, él venía de trabajar con el papá. Y a él le dispararon. […] Y al compañero [Guillermo] no lo mataron disparando, a él lo mataron cargando a un herido. Él cargó al compañero Fabián […] fue a auxiliarle […] alcanzó a dar diez pasos y le dispararon. Ahí cayó gravemente herido. No pudimos rescatarlo porque nos siguieron disparando. A los 20 minutos pudimos al menos acercarnos donde ellos, pero ya estaban en las últimas, ya no podía hablar, trataba de decirnos algo, no sabemos… tratamos… hicimos todo… pero no se pudo.
Son las palabras entrecortadas y con llanto de Albeiro grabadas hace una semana en el velorio de su cuñado, Guillermo. La disidencia quiso representarle como un hombre armado, un falso Guardia Indígena. Panfletos, vídeos y una campaña de desprestigio para expulsarle de la cotidianidad de su comunidad. Y es que en este país denigrado por la violencia y su impunidad, se necesita simplemente una acusación y no una prueba, convirtiendo al inocente en culpable cuando la ignorancia es la que juzga. Y más aún, eso justificaría un asesinato.
Hoy, en su propio velorio se escuchan sus palabras por los altavoces. Es su última defensa, de quien no dudó.
—Nosotros vamos a continuar el control territorial así nos sigan matando.
En los ojos de quienes miran se dice que están presentes los siglos que llamamos Historia. Encarnamos nuestro pasado. Evelia es la madre de Albeiro, ella luchó por recuperar estas tierras y hoy no quiere llorar más. Dice que está contenta por la cantidad de gente que quería a su hijo. No estaba sólo.
Lleva más de dos días cocinando. Aquí se sirve desayuno, almuerzo y comida para todos. No hay descanso, hasta que el desayuno del día 27 de enero se sirvió. Y con ello el cuerpo de Albeiro a hombros de amigos, compañeros y Kiwe Thegnas comenzó su último caminar, dirección a su propia casa, donde vivía humildemente con su mujer y sus hijos. Una última despedida.
—El dolor que me invade no es tanto el dolor físico sino el dolor de ver cómo se está desangrando mi territorio. Cómo la guerra se ha trasladado a nuestro territorio, una guerra absurda. Mi hermano fue firme en decir que nuestros territorios nunca se van a prestar para los actores armados, para la delincuencia. No más prestar nuestro territorio para cultivos ilícitos. Creo que eso hoy le costó la vida a él. Y es que lastimosamente la comunidad ha visto el tema del cultivo ilícito como tema económico pero más allá del tema económico no han mirado las consecuencias que está causando en el territorio. Hace diez días dos compañeros fueron asesinados. Y no nos asusta el tema de las balas, porque tarde o temprano vamos a morir. El hecho es morir haciendo algo, dejando Historia como hoy lo hizo mi hermano. […] Muchas veces escuche decir que la Guardia no es para estar correteando a la guerrilla, que eso es tema de la Fuerza Pública, y yo les digo a estos líderes que hoy están pensando eso, entonces, ¿vamos a entregar nuestros territorios, los territorios que tanto les costaron a nuestros mayores recuperar? Las balas asesinas no van a poder silenciar el legado que Albeiro dejó..
Por petición de la familia, no habrá homenaje en el polideportivo, ni palabras de las Autoridades Indígenas, directo de su casa irá al cementerio, y serán sus compañeros, sus amigos, los y las Kiwe Thegnas quienes le despedirán en el Cementerio .
—Hoy señalamos, hoy justificamos más al compañero Albeiro. Hoy creemos más en los medios comerciales que en nuestros propios medios. Hoy le creemos más a la Fuerza Pública, a los grupos delincuenciales que a la Guardia Indígena. Hoy le creemos más al blanco que viene de afuera que a nuestros propios compañeros. Y quizás, a mí no me consta, pero creo que Albeiro lo dijo: yo nunca anduve armado. Pero hoy más de uno lo señalamos por eso. Y si en algún momento Albeiro lo hizo fue porque se mamó. Se cansó de esperar el respaldo jurídico de nuestras Autoridades. Y yo le digo hoy a las Autoridades: ¿van a permitir que nos sigan matando a la Guardia, a los que aún continuamos? Hoy duele muchachos. Porque en varias ocasiones llamamos a la consejería del CRIC a tocar este tema de Albeiro y nunca nos prestaron atención. Llamamos a la consejería de Cxab Wala, le echaban la culpa al CRIC y el CRIC le echaba la culpa a Cxab Wala. Cuando decidimos como Kiwe Thegnas sentarnos a mirar esta situación, que la Guardia debía coger el territorio, ya fue demasiado tarde. Eso duele compañeros y hemos dicho a la Guardia: “Aquí nos van a seguir matando. Aquí las Autoridades no nos van a proteger. Aquí las comunidades no nos van a proteger, porque habemos muchos que aún seguimos en el listado. Habemos mucha Guardia que aún seguimos amenazados y aquí vamos a seguir muriendo. Pero como dice el compañero Albeiro, que muramos por algo que valga la pena, pensando en nuestros hijos el día de mañana. Que nuestros hijos sean los que gobiernen el territorio y no los grupos armados”.
Palabras de una cuidador de la Madre Tierra, uno de tantos Kiwe Thegnas que luchan por la vida en medio de la muerte.
Seis de la mañana. Amparados en las decisiones tomadas en Asamblea, al día siguiente de la siembra de Albeiro, se procede a realizar un ejercicio de Recorrido Territorial por Las Delicias. La finalidad, visitar las fincas cocaleras del sector para posicionar los mandatos emanados en Congresos y Asambleas referentes al control territorial, a la defensa del territorio. Hacer pedagogía y conversar con los trabajadores, los dueños de las fincas exponiendo la situación de violencia y muerte que han traído al territorio.
—No venimos a atropellar a nadie pero a nosotros nos están matando. Ya nos tienen en la lista, ya nos amenazaron. […] El gobierno no va a entrar a erradicar, no va a venir a ustedes a decir qué necesitan. Pero hay una realidad, que nos están matando. Por eso hoy venimos a hacer pedagogía.[…] Estamos contando los días para que se vayan de aquí. Lo poco que puedan llévenselo y váyanse de manera voluntaria. Porque o cambian de actividad o abandonan el territorio. No vamos a permitir más desarmonías.
A todos ellos se les hace llegar la Resolución del 29 de noviembre para su cumplimiento, que entre otras cuestiones recoge que: “dentro del territorio de Las Delicias no se permite el ingreso de grupos armados legales e ilegales que desarmonizan el territorio ancestral, toda prenda militar o armas de fuego serán destruidas y la persona puesta a disposición de la Autoridad para su respectiva investigación”. Que “no se permitirá el transporte o ingreso al territorio de combustible y químicos en cantidad que tenga como destino al procesamiento de coca u otros productos”. Que “las tierras recuperadas y que son comunitarias y que el Cabildo y los Neej Wesx le adjudicaron una parcela a los comuneros y comuneras para usufructuar y que hoy están arrendadas, vendidas, pasarán a manos de la comunidad, para nueva repartición.”
Hoy se retoman los puestos de control territorial.
El mensaje es claro. Sentido común y respeto a la vida. Pero, que se cumpla es extremadamente complejo.
Antes de los llamados Acuerdos de Paz en el 2016, el número de hectáreas de coca aquí era mínimo, ahora la vista se pierde entre los cultivos. Y así en todo el país, estimándose en alrededor de 150.000 a 200.000 hectáreas, según la fuente, cifras similares a las de hace dos décadas. Sin duda, un buen analista buscaría un argumento racional para explicar el por qué de este aumento. De la Ley de la oferta y la demanda. De que la coca es ilegal. De que se está potenciado su monopolización. De que no hay una reforma agraria. De que los grupos armados la fomentan. Y quien sabe, además te agregará que la cuestión es también burlarse siempre de la “legalidad” así los supuestos beneficios que traía el punto 4 de los Acuerdos con la sustitución de los cultivos ilícitos buscaban el crecimiento de las plantaciones. “¡Plante para luego obtener los beneficios de su sustitución!”.
Durante el recorrido territorial, antes de llegar a Bello Horizonte, entramos en una plantación de seis hectáreas, es decir aproximadamente 68.000 matas de coca. El dueño dicen que es un señor de Cali, quien también tiene fincas en Suarez. Son tres los empleados que tiene a su cargo más el administrador, son de Caquetá y de Buenaventura.
La gente está preparada, dispuesta, necesitada de dejarse engañar por la prosperidad que anuncia la coca, desbordando con ello el sentido común y la preocupación por la vida.
Solo parece cuestión de tiempo, y no mucho, para que la mayoría termine plantando coca, trabajando en algún cultivo o arrendando la tierra para ello. Y es que son muchos los que aceptaron entrar en este negocio y para nadie es un secreto. Gente de fuera que llega al territorio pero también gente del territorio. Todo queda permeado. Y la mayoría se ve atraída por el espejismo de la coca, que requiere además un paquete peligroso de agrotóxicos para que sea más rentable, contaminando con ello las aguas, su propia tierra.
El discurso de supervivencia vuelve con fuerza. Desesperanzados por tomar este camino, que derramara más desigualdad. Y mientras, los que sobreviven al margen de todo esto, cada vez lo tiene más difícil de lograr.
La amenaza volvió. Y quienes hacían parte de esta pedagogía ahora ya están, o ya estaban, en la mira. Una sucesión de panfletos se han repartido en estos días, llegando a los rincones más distantes del Cauca. Más amenazas. Panfletos que también buscaban justificar el asesinato de Albeiro. Acusándolo de voz a voz de paramilitar, delincuente, antisubversivo… Y que están siendo repartidos en los retenes de la columna móvil Dagoberto Ramos en Caloto, en Inzá —donde estallaron una bomba—, en Toribío, en Vichiquí, en San Francisco… Y por si todo esto no fuese suficiente, los días siguientes a su siembra, vandalizaron su tumba, tiraron las flores, la patearon.
3 de febrero. El Fiscal General de la Nación anuncia que se han emitido dos órdenes de captura en contra de Jaime Alberto Peña Pisacue, alias Beto, y un menor de edad, quienes dicen que son los responsables del asesinato de Albeiro Camayo. Ambos pertenecen a la columna móvil Jaime Martínez.
No es fácil reconstruir un entorno de atropellos, fragilidades, vulnerabilidades, de infamia, que hace a veces difícil juzgar quiénes son víctimas y quiénes victimarios. O sí que lo es. Lo cierto es que a menudo requerimos de un filtro que modere la intensidad de los hechos y los haga comprensibles. Necesitamos explicar por qué.
De millón setecientos a dos millones al mes. Este es el “salario” que les ofrecen por cargar un arma y disparar en la disidencia. Por ser parte de un grupo armado, de la cadena del narcotráfico. No hay más explicación. Ni retórica posible. No es revolución. Y por ese el movimiento indígena insiste en llamar a estos grupos narcoparamilitares.
A las ciudades, a sus periferias, a los mismos jóvenes de los Resguardos Indígenas, la propuesta llega. ¿Cuál es el límite de la voluntad de decidir? Listado en mano en los colegios, a la salida de un partido de futbol así llegan. Con nombres y apellidos comienza su reclutamiento. Se los llevan, no hay elección. Solo la posibilidad de que la Guardia Indígena llegue a tiempo, los encuentre y los rescate, antes de que sean enviados a combatir a Argelia, al Tambo, al norte del departamento de Nariño o al Putumayo, lugares de enfrentamientos casi diarios. Y así puedan volver a sus casas vivos, mientras las amenazas de muerte llegan a quienes les rescataron.
Seducción, enamoramiento, ofertas de empleo, amistades son otras muchas formas de recurrir al reclutamiento.
Algunos de los que dispararon, aquel 21 de noviembre, aquel 14 de enero y aquel 24 de enero en Las Delicias eran menores de edad. La Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca (ACIN) recogió en su Informe de desarmonías en el territorio 2020, el creciente reclutamiento forzado de menores indígenas. Solo en Çxhab Wala Kiwe, desde 2016 se han detectado 271 casos, 151 en el último año. La mayoría de ellos, niñas, de los cuales ya se sabe que 26 han sido enterrados en sus casas. Este es un subregistro. A la oficialidad no le interesa saber cuántos son los muertos de esta guerra. Además, pocas son las familias que se atreven a denunciar. Otras están amenazadas. Y muchos, muchas, siguen en las morgues esperando ser identificados. Otros enterrados en fosas. Y otros, otras, siendo entregados a sus familias, quienes un día reciben la visita del armado con su ataúd, como si aquí no hubiera pasado nada. Silencio.
Eso son los grupos armados en el territorio. Y mientras ellos se esconden o callan. Al otro lado están quienes deciden de manera voluntaria sumarse a ser parte de la Guardia Indígena. Aquí no hay salario. Solo la satisfacción de saber que están defendiendo la vida y el territorio. Y eso te permite tener la sonrisa de la conciencia. La alegría del buen camino. Aunque sobre ti esté presente la amenaza constante de la muerte.
El torrente de acontecimientos que arrastra la Historia no da lugar a la conversación, a las pausas y a la necesaria relación de los sucesos. A replantearnos cuales son las decisiones que tomamos y sus consecuencias colectivas. El despojo de los recursos naturales, junto con la coca para el narcotráfico permeó debilitando a los movimientos sociales con discursos que favorecen que la guerra continúe. Y aunque somos conscientes que la desigualdad y su complejidad evita todo juicio moral no por ello no atrae a la muerte y sus contradicciones.
Una muerte que no cesa, antes de terminar de escribir estas líneas, el 3 de febrero asesinaron a dos jóvenes, Samir Rosero y José Manuel Rosero, del Resguardo de Alto del Rey en el Municipio del Tambo, a la salida de un partido de fútbol. Y al día siguiente, el 4 de febrero, en su velación, a eso de las 8 de la noche, asesinaron al Guardia Indígena Ovidio Alemeza Llantes, quien estaba acompañando a la familia. La violencia no aparece de un minuto a otro. No estalla. Sino que cae despacio, haciendo nudos y amarrando a la gente. Con estos asesinatos nos damos cuenta que ya está tan metida que olvidamos desde cuándo viene manejando las cuerdas.
Cuentan que en el despacho del Padre Álvaro Ulcué —asesinado en 1984 por agentes del F-2 de la policía, el día siguiente de denunciar los atropellos cometidos por la policía y el ejército en una recuperación de tierras en López Adentro— había un escrito que decía: “Que la muerte, cuando venga, no nos encuentre descansando, sino por el camino. El caminante vive y muere por el camino”.
Que esta Historia de Albeiro Camayo sea recibida con la dignidad y el respeto que su vida merece. Cuya influencia se advierte y seguirá en todas las generaciones que vienen. Quienes seguirán su caminar, las huellas de sus mayores, en un país que no encuentra la Paz.
En homenaje a Albeiro Camayo y a todos, todas, que como él han sido asesinados.
Los caminos de la lucha alumbrando seguirán.