“El capitalismo avanza muy rápido y nuestros cambios son demasiado lentos. Junto a la resistencia de las fincas campesinas, junto a los nuevos proyectos enmarcados en la soberanía alimentaria, la acción directa es una vía hacia acciones más contundentes”. Para Jeromo Aguado, el camino pasa por un giro del activismo hacia protestas como las de los agricultores en Francia, a través de ocupaciones de tierras, de sedes de las multinacionales de la agrotecnología o a la tradición de resistencia y defensa del territorio en América Latina. “No hay tiempo para poner tantas energías en procesos políticos que nos absorben mucha energía, hay que ir a acciones más rápidas y visibles”.
La Granja Vista Alegre Baserría, en el Valle de Karrantza de Bizkaia, hace 20 años dejó de ordeñar 45 vacas para ordeñar 20. Al contrario de lo que podría suponerse, el proyecto se hizo más sostenible y generó empleo para cinco trabajadores más. Helen Groome, socia de la granja, quesera y ganadera, cuenta qué impulsó el cambio y sus claves: “Para sobrevivir económicamente, nos veíamos obligados a comprar cada vez más vacas e intensificar la producción de leche. Pero como el acceso a la tierra es muy difícil, cada vez contábamos con más vacas en menos espacio y teníamos que comprar más pienso, ya que con la tierra arrendada no alcanzaba para alimentar a las vacas. El hacinamiento y la alimentación poco natural para el sistema digestivo de los animales provocaba consecuencias en su sistema de salud, que teníamos que solucionar con medicamentos. Los números no salían”.
Ante la encrucijada, optaron por la reconversión a la producción ecológica: se equilibró el número de vacas con las hectáreas de tierra, de manera que ahora el 65% de su alimentación proviene de los pastos. “Ambientalmente, también es mucho más equilibrado, porque se reduce el transporte de pienso”. La otra pieza clave fue dejar de vender la leche a la gran industria alimentaria, que les exigía precios cada vez más bajos. Abrieron una quesería en la granja y produjeron sus lácteos, para que el valor añadido se quedara en el proyecto. “Hemos conseguido tener vacaciones durante el año y fines de semana libres, que antes no nos podíamos permitir. Otra clave es dejar de perseguir el mayor rendimiento posible y centrarse en generar puestos de trabajo digno”.
El ahogo que describe Groome es generalizado entre campesinos y ganaderos de pequeñas y medianas explotaciones en el Estado español: presión por aumentar la producción, más concentración de animales en las granjas, menos rendimiento de la tierra y más dependencia de insumos del exterior, a cambio de precios bajos. De hecho, a principios de febrero, la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG) denunciaba la situación crítica que atraviesan los ganaderos avícolas españoles ante el gran incremento de los costes de producción, disparados por el vertiginoso aumento de los precios de gasóleo (+40-60%), energía (luz y gas +150%), plásticos (+50%), agua (+30%), fertilizantes (+100%), y piensos (+25%) durante los últimos meses. Si no se corrigen los desequilibrios, la organización prevé cierres masivos de granjas y el desabastecimiento en el mercado de carne avícola y huevos de proximidad.
Si peligra la supervivencia de las pequeñas y medianas explotaciones, se pone en riesgo el abastecimiento de alimentos en el Estado español sin depender de terceros países. Según estimaciones de UPA, el 94% del cerca de un millón de explotaciones, son pequeñas explotaciones que tienen como titular a una persona física y generan el 63% de la producción.
“La extrema derecha ha encontrado en el medio rural un caldo de cultivo muy propicio para sus discursos: un sector agrario machacado por los precios, la falta de reconocimiento social y la enorme competitividad”
Estas condiciones de asfixia, que no son nuevas, han llevado desde hace décadas al abandono paulatino de los campos y, en paralelo, al malestar de la población rural. En Cataluña, el sector agrario en diez años ha perdido al 17% de sus agricultores según el sindicato Unió de Pagesos. Más del 60% tiene más de 55 años.
“Los jornaleros fueron las primera víctimas, les siguieron los medianos campesinos y ahora están cayendo las explotaciones grandes intensivas, que no llegan a ser macrogranjas. Una granja de 400 vacas no puede competir con modelos de miles de cabezas de ganado”, afirma Jeromo Aguado, campesino de Tierra de Campos, en Castilla y León, desde hace más de 50 años. “Nos dirigimos a pasos gigantescos hacia un modelo de producción con cada vez más animales en menos espacio, sin que estén en contacto con la tierra, muy pocas explotaciones pero enormes, en un sistema súper tecnificado, que casi no genera mano de obra y depende de insumos externos: para producir leche barata se necesita la soja de Brasil producida a costa de destruir la selva amazónica y expulsar a sus campesinos”, denuncia Aguado. “Se genera mucha actividad financiera pero no llega a la gente del territorio. Hemos entregado el sector primario a cuatro multinacionales”, añade.
Pero si el malestar de la España agrícola y vaciada no es nuevo, sí lo es el pulso de la derecha y la extrema derecha por aglutinar el descontento y visibilizar una voz única sobre el mundo rural. Las críticas al ministro de Consumo, Alberto Garzón, sobre la campaña para reducir la ingesta de carne en julio de 2021 o el torbellino mediático sobre las macrogranjas en enero de este año tienen en común la pugna en los medios de comunicación de ciertos actores políticos por ser los portavoces de la llamada ruralidad.
“La extrema derecha ha encontrado en el medio rural un caldo de cultivo muy propicio para sus discursos: un sector agrario machacado por los precios, la falta de reconocimiento social y la enorme competitividad”, apunta David Gallar, profesor del Instituto de Sociología y Estudios Campesinos (ISEC) de la Universidad de Córdoba. Para Gallar, el asalto al Ayuntamiento de Lorca por parte de ganaderos este invierno es un ejemplo preocupante de cómo la extrema derecha trata de provocar y sacar rédito de la crispación y la violencia que puede generar esta batalla.
Durante la campaña electoral en Castilla y León, los partidos políticos enarbolaron la bandera del campo, acudieron a granjas y empresas ganaderas a mostrar su apoyo, conscientes que el medio rural concentra casi el 36% de la población regional.
El 20 de marzo se ha convocado una manifestación en Madrid por parte de las tres principales organizaciones agrarias Asaja, COAG y UPA, junto a la Real Federación Española de Caza (RFEC), la Real Federación de Asociaciones de Ganado Selecto, la Unión de Criadores de Toros de Lidia (UCTL), y la Alianza Rural con el objetivo de “defender y poner en valor el medio rural español, sus riquezas y tradiciones”.
Para Gallar, es peligroso que organizaciones que representan a los pequeños y medianos campesinos, como UPA y COAG “vayan de la mano con algunas organizaciones de cazadores, que no son precisamente las de la caza social, con señoritos criadores de toros o latifundistas. Si bien es cierto que existe un sector agrario masculinizado, agroindustrial, machista y fascista, lo que es muy preocupante es que pretendan hablar en nombre de todos los agricultores y agricultoras del país, como si se tratara de un conjunto homogéneo. Están consiguiendo apropiarse de esa pequeña y mediana ganadería diciendo, por ejemplo, que el mayor problema de la ganadería son los ataques de los lobos, los buitres y los osos; escondiendo los verdaderos intereses corporativos del modelo agroindustrial”.
“No sería justo ni oportuno pensar que la derecha y la extrema derecha han conquistado toda la base social y territorial del medio rural”
Según Gallar, en todo el sector agrario e incluso entre los afiliados de estas organizaciones agrarias hay gente que no está cómoda con estos discursos y alianzas: “Son pequeños y medianos productores que están en contra de los macrogranjas y a favor de la cotitularidad de las tierras, de tender hacia modelos de agricultura más sostenibles y de impulsar leyes de protección de los precios de la cadena de valor. No sería justo ni oportuno pensar que la derecha y la extrema derecha han conquistado toda la base social y territorial del medio rural”.
Los debates sobre la industria cárnica en los medios de comunicación han permitido visibilizar amplitud de respuestas y discursos al respecto a la alimentación y la agricultura: “el debate de las macrogranjas no profundiza y elude la raíz del problema que es el impacto social y ambiental del sistema alimentario global”, explica Marta Rivera, investigadora y miembro del comité editorial de la revista Soberanía Alimentaria, de la cual forman parte cerca de 50 organizaciones y que impulsó a mediados de enero la Declaración por un sistema alimentario basado en la agroecología y la soberanía alimentaria. El documento obtuvo un rápido e inesperado volumen de adhesiones (a día de la publicación del artículo más de 450 organizaciones han dado su firma). “La declaración puede ayudar a crear redes y respuestas a los discursos que se hacen desde la derecha, a demostrar que la ruralidad es muy diversa”, dice Rivera.
Recientemente se han abierto las adhesiones internacionales a la declaración. En Portugal, colectivos vinculados a la soberanía alimentaria, han traducido y adaptado el texto. “Hace décadas que el campesinado, a nivel mundial, denuncia el sistema alimentario capitalista y defiende con sus prácticas, un modelo sostenible, que genere salarios dignos, mantenga los pueblos vivos y redistribuya la riqueza produciendo alimentos sanos”, sigue Marta.
En los distintos territorios del Estado existen multitud de iniciativas del sector primario que se identifican con un modelo productivo diferente al capitalista. “Sería importante organizar una gran confluencia con sectores no exclusivamente rurales pero que son conscientes y quieren que cambie la situación del sector: las plataformas locales contra las macrogranjas y los macroproyectos energéticos, el movimiento feminista rural, la economía social y solidaria, los municipios por la agroecología… y también con las bases sociales agrarias y las organizaciones agrarias que apuesten por este camino”, apunta Gallar.
Pueblos en Movimiento es un ejemplo de este tipo de articulación transversal, una iniciativa de la sociedad rural andaluza para proponer soluciones a los problemas desde los propios pueblos, de la que forman parte alcaldes de pequeños pueblos, organizaciones de jóvenes, asociaciones culturales o personas a título individual.
Jeromo Aguado está esperanzado con la aparición de “un nuevo sujeto en el medio rural el joven campesinado, que se relaciona con quienes nunca nos marchamos”. Gente joven que ha iniciado proyectos productivos en el campo, pese a las muchas dificultades, y que puede ser palanca de cambio. “Las grandes crisis actuales —energética, climática, alimentaria— solo se solucionarán si el ser humano hace el esfuerzo de permanecer o regresar a la tierra. Las mujeres y hombres campesinos todavía representamos cerca de la mitad de la población mundial. Esa es la gran esperanza. De poco sirve reclamar a las administraciones cuando es claro que ya no son parte de la solución son parte del problema”.
La crisis energética y la emergencia climática, según informes sobre transición energética, acrecentarán a corto plazo la presión y la desigualdad en el campo, con un panorama marcado por la escasez de materias primas y el aumento de los precios. Del mismo modo, y como ya está sucediendo, se cierne una avalancha de macroproyectos eólicos y fotovoltaicos sobre las zonas rurales menos pobladas, para beneficio de las zonas urbanas.
“Hace décadas que el campesinado, a nivel mundial, denuncia el sistema alimentario capitalista y defiende con sus prácticas, un modelo sostenible, que genere salarios dignos, mantenga los pueblos vivos y redistribuya la riqueza produciendo alimentos sanos”
Ante el éxito de la reconversión en La Granja Vista Alegre Baserría surge la gran pregunta: ¿por qué no hay más campesinos que reconvierten la explotación a un modelo agroecológico? “Se necesita una mentalidad abierta para el cambio y financiación y ayudas para impulsar la inversión”, afirma Helen Groome. “Es difícil que los agricultores transformen su modelo de producción si no se ponen las condiciones para ello y lo que están proponiendo hoy las administraciones, la patronal y algunos sindicatos no va por ahí. En un nuevo giro de tuerca ahora nos presentan la ‘agricultura digital’ como la solución. Siempre es el mismo patrón productivista”.
“El capitalismo avanza muy rápido y nuestros cambios son demasiado lentos. Junto a la resistencia de las fincas campesinas, junto a los nuevos proyectos enmarcados en la soberanía alimentaria, la acción directa es una vía hacia acciones más contundentes”. Para Jeromo Aguado, el camino pasa por un giro del activismo hacia protestas como las de los agricultores en Francia, a través de ocupaciones de tierras, de sedes de las multinacionales de la agrotecnología o a la tradición de resistencia y defensa del territorio en América Latina. “No hay tiempo para poner tantas energías en procesos políticos que nos absorben mucha energía, hay que ir a acciones más rápidas y visibles”, concluye.
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