Prólogo de ‘El otoño de la civilización’, de Juan Bordera y Antonio Turiel.
Soñar con la posibilidad de un crecimiento que proporcione bienestar generalizado a todos es una quimera. Son muchos los avisos que van permitiendo ver los signos del desbordamiento material. Antonio Turiel y Juan Bordera, autores de este libro, lo advierten persistentemente a través de la inmensa tarea de información rigurosa y sensibilización que realizan.
Yayo Herrero
Prólogo de ‘El otoño de la civilización’, de Juan Bordera y Antonio Turiel
17/03/2022
Este año se cumple el 50 aniversario de la publicación del informe sobre los límites del crecimiento que auspició el Club de Roma. Aquel documento advertía que, de no frenarse la tendencia al crecimiento exponencial de la dimensión material de la economía, se desestabilizarían los ciclos naturales básicos, se alcanzaría el declive en la extracción de minerales, se produciría una importante pérdida de biodiversidad y de seres vivos y un descenso muy significativo de la población humana.
Soñar con la posibilidad de un crecimiento que proporcione bienestar generalizado a todos es una quimera. Son muchos los avisos que van permitiendo ver los signos del desbordamiento material. Antonio Turiel y Juan Bordera, autores de este libro, lo advierten persistentemente a través de la inmensa tarea de información rigurosa y sensibilización que realizan.
Los diferentes procesos de acumulación por desposesión se han visto intensificados: se ha acelerado el desplazamiento de poblaciones campesinas y la formación de un proletariado sin tierra, muchos bienes públicos o comunales están siendo privatizados, para mucha gente el acceso a la vivienda, energía o agua es una pesadilla y se agudizan los fenómenos de explotación, semiesclavitud y precariedad vital para el conjunto de todos los seres vivos.
Este libro le pone el espejo delante a una civilización atrapada en una contradicción irresoluble
El capitalismo saca tajada convirtiendo en escaso lo que podía haber sido suficiente. La idea de escasez construida políticamente oculta que esta tiene más que ver, sobre todo, con la injusticia y la falta de mesura. Y en tiempos de translimitación, hay muchos que esperan suculentos beneficios del capitalismo del desastre y de la escasez. La inacción política, cuando no “contra-acción”, en cuestiones clave hace cada vez más profundo el pozo en el que se encuentra sumida gran parte de la humanidad y muchos otros seres vivos.
Como señala Antonio Turiel en la entrevista que contiene este libro, un buen ejemplo en lo concreto es la transición a las renovables. Se está alimentando un nuevo pelotazo financiero. Se notifican nuevas instalaciones por todo el territorio, sobre todo en los medios rurales. Al calor de las ayudas millonarias de la Unión Europea, se proyectan parques eólicos e instalaciones de energía solar sin diálogo y, sobre todo, sin pensar cuánta energía hace falta, para qué y para quién, y a costa de qué. Por supuesto que hace falta descarbonizar y pasar a las renovables, pero éstas también tienen límites y por tanto es preciso gestionar la demanda, favorecer la disminución del consumo neto, a la vez que se protegen los derechos a unas condiciones dignas de existencia para todas las personas y se mete mano al oligopolio eléctrico.
Es obsceno ponerse “medallas en sostenibilidad” a la vez que las mujeres de la Cañada Real hacen acopio de mantas y edredones para pasar otro invierno sin luz. Sostenibilidad y justicia van de la mano, porque el propósito que debe guiar la política en este contexto de crisis ecosocial es el de sostener vidas dignas ahora y en el futuro.
Todas estas cuestiones, insistimos, fueron advertidas hace mucho tiempo, pero en sociedades que han identificado la precaución y el cuidado con la cobardía, y el arriesgar la vida con el valor, no se han escuchado.
La idea de escasez construida políticamente oculta que esta tiene más que ver, sobre todo, con la injusticia y la falta de mesura
Este libro le pone el espejo delante a una civilización atrapada en una contradicción irresoluble. Su dimensión material no puede crecer ilimitadamente y, a la vez, tampoco puede dejar de intentar crecer. Dice Antonio Turiel en uno de los textos que el petróleo crudo solo puede ser almacenado sin degradarse durante seis meses. Después, las bacterias lo descomponen, corroen las cañerías y depósitos y se obstruyen válvulas. Pero, por otra parte, dice, el flujo de extracción en los pozos de petróleo veteranos no puede regularse fácilmente. Si se baja demasiado el ritmo de extracción, se colapsan los canales por los que fluye el petróleo y resulta imposible volver a los ritmos productivos anteriores. Es una metáfora reveladora de la lógica económica actual. Si crece, agota y devasta, y si no crece se autodestruye.
Guardo dentro de mí algunas conversaciones que me han enseñado tanto como mil clases, tanto como cien libros. En una de ellas, Julio Anguita me hablaba de la pasión de Jesús de Nazaret. Decía, fijate, Jesús echa a los mercaderes del templo a latigazos, les dice a los ricos que antes de que ellos entren en el cielo pasará un camello por el ojo de una aguja, hace crecer los panes y los peces para los pobres, es amigo de sus amigos, multiplica el vino para que la fiesta sea posible. Y también habla de justicia, de reparto, de amor… Ese Jesús, al que parece que la gente más humilde escuchaba embobada, es, sin embargo, apresado, humillado y torturado. Pilatos no encuentra delito en él y para quitarse el marrón de encima da a escoger al pueblo entre él y Barrabás. Imagina, me decía Julio, su soledad terrible cuando el pueblo elige indultar a Barrabás y muchos de los suyos callan.
Mientras escuchaba a Julio, pensaba que algo de eso le había pasado a él. También a Anguita le gustaban la celebración y los amigos. También hablaba de reparto, de justicia. También dio latigazos verbales y no dudó en señalar… Y cuando hubo que elegir entre él y Felipe González, también el pueblo eligió a Barrabás.
Pensaréis qué pinta esto en el prólogo del libro de Antonio Turiel y Juan Bordera y cuyo epílogo ha escrito Jorge Riechmann. Pero al leer sus textos me ha venido a la cabeza aquella conversación. Antonio, Jorge y Juan hablan de lo incómodo. Llevan mucho tiempo explicando sin concesiones ni paños calientes que nos encontramos ante lo que han denominado el otoño de la civilización industrial y apuntan con claridad a las causas estructurales, señalan responsables y sacan las vergüenzas de quienes se sitúan en una especie de “sí pero no”. Hablan de que en este otoño inadvertido por una gran parte de la sociedad, la caída de hojas que presagia el invierno anuncia el descarte de muchas vidas, es el preludio de un proceso de degradación, de colapso de la vida en común tal y como la conocemos en esta parte del mundo.
Son personas valientes que han arriesgado, que no han callado, que no han renunciado a mirar y a hacer mirar a otras y han pagado costes importantes por ello. Seguramente en sus carreras profesionales, pero también en la incomprensión que, con frecuencia, han recibido su empeño. Cenizos, catastrofistas, colapsistas… Comentarios irónicos, y a veces sutilmente descalificadores, incluso de quienes se han nutrido y se nutren de su trabajo y que solo se manifiestan cuando el camino ya está allanado.
Gobernar siempre ha tenido que ver con administrar límites y estos, en lo material y en el marco de los derechos, son cada vez más estrechos
No hay salidas políticas justas y democráticas a estas situaciones sin reconocer que el decrecimiento de la esfera material de la economía global es simplemente un dato, el contexto en el que queramos o no se va a desenvolver el futuro. Ojalá estuviésemos en condiciones de afrontar ya el presente, y desde luego el futuro, con algunas reformas progresistas. No es así. Hacen falta cambios profundos en la producción, en el consumo y en las formas de vida. Tal y como señalan los autores, no mirar esta realidad, por cruda que sea, no va a hacer que el problema desaparezca. Más bien supone perder tiempo y oportunidades para construir una comunidad que comprenda el momento que vivimos, que sepa y sienta que forma parte de la Tierra. Y, sobre todo, deja huecos vacíos que ocupan sectores xenófobos de ultraderecha que niegan el problema de origen, apuntan con el dedo a falsos culpables (migrantes, mujeres, o disidentes) y alimentan las miradas negacionistas y negocionistas.
Gobernar siempre ha tenido que ver con administrar límites y estos, en lo material y en el marco de los derechos, son cada vez más estrechos. Si la prioridad son las condiciones de vida dignas para todas, las claves ineludibles van a ser la suficiencia material –aprender a vivir con lo suficiente–, el reparto de riqueza y obligaciones, y el cuidado y la corresponsabilidad como faro y palanca de la política pública. Si no lo hacemos, gobernará el mercado, a golpe de miedo y amenaza de escasez. Y al mercado, las condiciones de vida de la gente no le importan nada.
Se dice mucho que no es una cuestión de datos… Yo lo comparto solo a medias. No es una cuestión solo de datos pero el conocimiento riguroso y comprensible, sin ser condición suficiente, es condición necesaria. Cuando no hay valor para nombrar los problemas y se asume jugar en el terreno de juego de los mercados como única posibilidad y horizonte, se apuesta por salidas que no resuelven problemas estructurales y que impulsan a muchas personas a abrazar las promesas de libertad de los neopopulismos xenófobos. Por eso, a mí me parece que las vidas de quienes aquí escriben son tan fecundas y que la sociedad tiene una deuda contraída con ellos.
Toca movernos entre la consciencia de la realidad y la activación de la imaginación que proyecte horizontes viables y deseados
Y a partir de aquí ¿qué? Toca movernos entre la consciencia de la realidad y la activación de la imaginación que proyecte horizontes viables y deseados. Eso pasa por desarrollar medidas sociales que no sean meras ocurrencias temporales, sino que conduzcan a una situación de mayor resiliencia y justicia. La clave es garantizar derechos y condiciones de vida a la vez que nuestros metabolismos sociales se adaptan a las condiciones biogeofísicas que son la nueva normalidad.
En todo el mundo vemos cómo la sociedad civil, en determinadas circunstancias, es capaz de articularse en muy poco tiempo. Esos brotes comunitarios disuelven las individualidades y hace a las personas conscientes de sus capacidades individuales y colectivas. El trabajo y la creatividad puesta al servicio del bien común.
Tenemos conocimiento, propuestas y tecnologías adecuadas, aunque, obviamente, una cosa es tener propuestas en el papel y otra es aterrizarlas y hacerlas, además, deseables. En mi opinión, CTXT se ha convertido en plaza pública para poder hablar de estas cosas en las que nos va tanto. Me enorgullece formar parte de un equipo que permite expandir el trabajo de quienes escriben este libro.
Porque ¿sabéis? El otoño, a fin de cuentas, es una estación preciosa. Y la caída de las hojas no es presagio de muerte. Es el anuncio del descanso invernal, que no es sino el coger carrerilla para que la vida pueda reventar en primavera.