El genocidio no es el hundimiento general de la civilización entendida como sistema de poder, es la supervivencia de unas partes del sistema
provocando el colapso de otras y beneficiándose de él.
El Salto
Emilio Santiago Muiño
Ante el abismo de los límites al crecimiento económico, hoy asistimos a una batalla cruenta por la hegemonía en el relato y por el acaparamiento de los recursos energéticos y materiales que sustentan a los actuales poderes políticos, económicos y culturales. Un enfrentamiento liderado por las distintas oligarquías capitalistas que, bajo la nueva dualidad —globalistas vs. nacionalpopulistas—, está polarizando a la sociedad y velando cualquier alternativa que represente a los intereses de los pueblos y la defensa de los territorios y el planeta.
Y es que el colapso generalizado de los actuales órdenes económicos (capitalistas), productivos (industriales), comerciales (globalización), políticos (democracias liberales) y culturales (sociedades crecentistas), es una posibilidad cada vez más probable, del que informa la mejor ciencia disponible encargada de prospectar los escenarios de futuro. Nos encontramos en una situación donde la inercia civilizatoria, basada en la acumulación capitalista mediante la lógica del crecimiento económico, nos conduce al colapso ecosocial a través de fenómenos disruptores como el caos climático, la pérdida masiva de biodiversidad, el agotamiento de las fuentes energéticas y minerales o la expansión de la guerra. Y no nos engañemos, el intento desesperado de continuidad sistémica no pasa hoy por consumir más fósiles, que ya han entrado en fase de declive geológico, sino por agotar sus posibilidades impulsando un fuerte despliegue de las tecnologías captadoras de energías renovables y la sociedad de la vigilancia y el control digital.
La nueva dualidad (globalistas vs. nacionalpopulistas) está polarizando a la sociedad y velando cualquier alternativa que represente a los intereses de los pueblos y la defensa de los territorios y el planeta
Hoy encaramos la fractura de los metabolismos sociales impuestos por las élites al conjunto de los pueblos a través de la globalización del capitalismo industrial, después de décadas de enorme crecimiento exponencial en el uso y el consumo de los recursos naturales, gracias a la abundante disponibilidad de energía fósil barata. En estas últimas semanas hemos visto síntomas de esta fractura en sectores claves como el transporte, la agroindustria o la electricidad que ya está impactando fuertemente sobre las clases trabajadoras y populares. Y es que la crisis climática y ecosocial hay que entenderlas sobre todo como crisis de reproducción de los actuales ordenes sociales de dominación que, ante la creciente escasez de recursos, mantienen su reproducción a costa de la exclusión y precarización de cada vez más capas sociales, privadas de lo más básico, y de la destrucción de nuevos territorios, sacrificados en el altar del crecimiento económico, mediante nuevos megaproyectos industriales (macrogranjas, monocultivos de regadío, minería, energías “renovables”, etc.) y guerras por los recursos (Ucrania, Yemen, Congo, Mali, Irak, Libia, Afganistán…).
Pero, este libro no está escrito para ayudarnos a comprender las razones históricas, sistémicas o biofísicas que nos han conducido a la ruptura del actual metabolismo social y a sus enormes implicaciones para nuestra sociedad. Para ello, existen otras obras extensas, entre las que podemos destacar En la espiral de la energía de Luis González Reyes, u otras más divulgativas como Colapso: capitalismo terminal, transición ecosocial, ecofascismo de Carlos Taibo. Lo que Pablo Font busca con este texto es poner bajo el foco las raíces culturales de esta guerra que se está librando en la actualidad y advertir la urgente necesidad de que las izquierdas aparezcan en esta disputa cultural, política y económica con un proyecto propio que defienda los intereses de los pueblos, que son también los de la vida en este planeta. Porque como sugiere Emilio Santiago Muiño en la cita con la que se abre este libro y este artículo, parece como si, ante la posibilidad de un hundimiento general de la civilización, entendida como sistema de poder, las élites hubieran optado por una guerra genocida, a través de la cual estarían primando la supervivencia de unas partes del sistema, conllevando el colapso de otras, y así poder beneficiarse de este proceso, en una versión criminal, a escala masiva, del juego de la silla. Y, por desgracia, algo de esto parece estar sucediendo ahora con la guerra en Ucrania donde, como señalan en este reciente artículo Juan Bordera y Antonio Turiel, la ruptura energética entre Rusia y Europa podría hundir al continente europeo en beneficio de los EE UU.
La crisis climática y ecosocial hay que entenderlas sobre todo como crisis de reproducción de los actuales ordenes sociales de dominación
Sin embargo, a pesar de la gravedad de la situación, una parte importante de las izquierdas parece todavía o no enterarse de qué va todo esto o no atreverse a disputar desde abajo a estos órdenes de dominación en fase de colapso. Pues, a menudo, siguen atrapadas en el falso “pragmatismo” socioliberal, que ha renunciado a cualquier horizonte de transformación social que pretenda cambiar las reglas del juego capitalista. Abanderando un relato y unas políticas que se confunden, en demasiadas ocasiones, con la agenda de las oligarquías capitalistas globalistas. Un ejemplo de ello es la incapacidad mostrada por la mayor parte de las izquierdas para articular un relato y una agenda propia y común que se diferencie y confronte al proyecto que promueve el capitalismo “verde” y digital, auspiciado por la Agenda 2030, en el marco de la ONU y la cuarta revolución industrial, nacida en el seno del Foro de Davos, ante el miedo de que, si así lo hiciera, fuese castigada por los poderes fácticos y acabara fortaleciendo a las corrientes capitalistas nacionalpopulistas.
De modo que, con frecuencia, vemos a unas izquierdas desdibujadas y subalternas a la agenda capitalista globalista, fuera de la disputa por la configuración del futuro e impotente a la hora de generar horizontes de esperanza que puedan movilizar a las mayorías sociales frente a la incertidumbre, la angustia y el miedo con los que viven cada vez más capas de nuestra sociedad. Una posición que deja sola a las oligarquías nacionalpopulistas en la batalla por la hegemonía frente al capitalismo “verde” y digital, representado por las fuerzas globalistas. Lo que facilita que las masas crecientes de perdedores de este desmonoramiento del orden capitalista industrial globalizado estén siendo capitalizadas por las fuerzas más reaccionarias del capitalismo en la era del descenso energético y material.
Y es que “el ser humano es un animal que puede ser contrafáctico, negar la evidencia, no adaptarse a la realidad y buscar aquellas explicaciones que más le satisfagan, aunque sean falsas.” (p.15). Lo que hace a la sociedad muy vulnerable ante la propaganda de los medios que hoy agitan la guerra, dando cancha tanto a los discursos nacionalpopulistas, llenos de odio, violencia, autoritarismo, racismo y patriarcado, como a los globalistas que, bajo ropajes verdes, de derechos humanos y democracia sueñan con nuevas colonias energéticas-materiales con las que poder continuar su huida hacia delante y satisfacer sus sueños tecnofantasiosos. Una sociedad que, sin otros referentes, corre el peligro real de llegar al extremo de militarizarse contra ella misma y autodestruirse en una nueva guerra civil mundial, en beneficio de las élites.
Y es que las oligarquías capitalistas parecen haber llegado a la conclusión de que el mantenimiento de su status quo pasa necesariamente por promover la guerra. Sin embargo, ¿hasta qué punto existe una guerra real entre nacionalpopulismos y globalismos? ¿hasta qué punto son fuerzas antagónicas? ¿hasta qué punto son las dos caras de una misma moneda? ¿asistimos a una guerra intercapitalista real o más bien a una lucha de estilo pressing catch donde los pueblos y los territorios son, una vez más, los objetos de los golpes? ¿podría un relato veraz, que se correspondiera con la realidad, mostrarnos los caminos que nos están acercando hacia el abismo y aquellos que podrían alejarnos de la barbarie, dotándonos de un nuevo sentido a nuestra existencia? ¿existe ese relato o esos relatos? ¿qué falta para que los pueblos nos autoorganicemos entorno a ellos y disputemos ahora nuestro futuro? Estas son algunas de las preguntas claves que se exploran en esta obra de rabiante actualidad y que necesitamos leer para no librar esta guerra y unirnos a la lucha eterna de los pueblos por liberarnos de nuestros opresores por un presente y futuro mejor. Por una sociedad más pacífica, democrática, autónoma, igualitaria, justa y resiliente durante estos tiempos difíciles que nos han tocado vivir y que están marcados por el ineludible proceso histórico de declive de la civilización industrial.