El organismo internacional constata en sus informes de primavera (el económico, el financiero y el fiscal) el cambio en la fisonomía de la globalización que venían apuntando los analistas de mercado y de política exterior desde hace años, que ha arraigado con la pandemia y que ahora entra en una fase de máxima efervescencia.
El planeta parece haberse adentrado en un periodo de convulsión constante. En una especie de punto de ebullición geopolítica, económica, financiera y socio-cultural. Hasta el punto de que se aprecian vestigios de que los modelos democráticos de corte liberal, como reza la terminología multilateral al uso, se tambalean con divisiones civiles preocupantes por el resurgimiento de los movimientos nacional-populistas; generalmente, de raíces ultraderechistas. En el ámbito de los mercados y de la economía, nunca como ahora, después de la invasión rusa de Ucrania, desde el final de la Guerra Fría, se vislumbra con tanta claridad la posibilidad de un decoupling, de una desintegración de la arquitectura financiera, económica y comercial internacional en torno a dos bloques: el occidental, con EEUU y Europa al frente, y el oriental, comandado por el poder chino en el terreno tecnológico, empresarial y productivo, y secundado por Rusia y su estatus nuclear.
El diagnóstico de situación del FMI y su tradicional recetario de tratamiento -siempre criticados, pero también, a los ojos de los analistas, necesarios para diseccionar las cada vez más complejas relaciones económicas- deja esta primavera nuevas lecturas de los movimientos telúricos que se están detectando soterradamente. En cierta medida -explican en la organización multilateral- con similitudes de calado con otras épocas de fulgurantes transformaciones y con una marcada y, al mismo tiempo, inquietante sinergia de acontecimientos.
Quizás la más clarividente de ellas sea la amenaza de estanflación que deja traslucir el fondo en sus tres grandes informes -que corroboran sus tres directores de departamentos -y que retrotrae a la década de los setenta, en la que la crisis del petróleo -de nuevo una escalada de precios de la energía como la invocada en otoño pasado por el Kremlin y su manejo de la espita del gas siberiano hacia Europa- dio lugar a una espiral inflacionista con trayectos recesivos. Pero que hizo detonar el salto económico y de tecnología en Occidente por el que apenas un decenio después caía el Muro de Berlín y entraba en barrena la Unión Soviética.
La larga siesta geoestratégica -del 9/11 de 1989, con el derribo del paso fronterizo que dividía la capital alemana desde el final de la Segunda Guerra Mundial, al 11/9, de 2001, con los ataques islamistas a EEUU- en la que emergió la globalización, dio paso a guerras de civilizaciones -Irak o Afganistán, pero también Siria, entre otras revueltas sociales como las primaveras árabes- y dos tsunamis -uno financiero, en 2008 y otro, sanitario, en 2020- con graves contracciones globales. En medio de las cuales, China se ha convertido en una potencia económica más incuestionable y Rusia ha reverdecido viejos laureles imperialistas con su renovado músculo militar y atómico, al que se ha añadido un eficaz -según sus intereses- uso de la energía como arma diplomática de primer orden. No en vano, Vladimir Putin lleva abriendo y cerrando el grifo del petróleo -en el seno de la OPEP +, donde se ha integrado de lleno y gestiona el crudo en el mercado tuteando a Arabia Saudí- y del gas, hacia Europa -principalmente a Alemania- y Ucrania, desde antes de la caída de Lehman Brothers.
El fondo desvela en cinco aspectos de alto voltaje la trascendencia de los virajes que manifiesta el ciclo de negocios post-covid que también ocupan un lugar preferencial en la sala de máquinas de think-tanks y expertos internacionales, políticos y económicos.
1.- El deterioro geopolítico asedia a la globalización. A largo plazo, “la guerra en Ucrania elevará los riesgos de desestabilización de las reglas creadas por consenso en el marco de las relaciones internacionales desde la Segunda Guerra Mundial”, precisa el WEO, el informe semestral que se elabora desde el equipo de la economista jefe del FMI, Gita Gopinath, estadounidense de origen indio. La polarización global se ha intensificado y, de prolongarse, agravaría la crisis humanitaria, aunque también impediría la integración económica mundial, esencial para generar prosperidad de forma consolidada. No es un asunto baladí. Larry Fink, CEO de BlackRock, la gestora de fondos que más patrimonio administra, con más de 9,5 billones de dólares en carteras -tanto como los PIB de Japón y Alemania-, acaba de asegurar que el conflicto ucranio “está acelerando el epitafio de la globalización” y enterrando “el orden global de los últimos 30 años”. También hay criterios opuestos, como el de Exequiel Hernández, catedrático de la escuela de negocios Wharton, de la Universidad de Pennsylvania, para quien las férreas interdependencias entre países tras décadas de libres flujos de intercambios comerciales, inversores o tecnológicos, entre otros, mantendrá la globalización: “Llegó para quedarse”, explica.
Sin embargo, Alicia García Herrero, investigadora en Bruegel, think-tank paneuropeísta, asegura que, tras décadas de incremento del comercio y del capital e, incluso, de personas, la tendencia ha cambiado hacia la desglobalización. “Hay suficientes evidencias de ellos”. De igual modo que las hay sobre la “importancia geoestratégica que la competitividad entre EEUU y China” puede intensificar esta reversión. La también economista jefe para Asia-Pacífico del banco de inversión francés Natixis expande esta tensión “al espacio financiero y tecnológico”. Un termómetro que marcará el curso de este hipotético proceso -avisa- será la posible defunción de la OMC.
2.- El decoupling entre bloques podría ser inevitable. El WEO admite que los intercambios de tecnología podrían verse limitados y que las redes de producción y los estándares de innovación podrían colisionar y propagarse “en distintos bloques” y, en consecuencia, las ganancias y ratios de prosperidad alcanzados por la globalización en los últimos tres decenios, se someterán a unos cambios indescifrables. Con áreas de países adoptando políticas proteccionistas. La doctrina que se está gestando en torno a esta lectura habla a las claras de un mercado abanderado por EEUU al que se sumarían las potencias occidentales, como en el pasado, y otro asiático, con Rusia que ya ha hecho pivotar sus intereses políticos, económicos y energéticos hacia este continente, en un papel de coexistencia pacífica con China, la abanderada de la alternativa oriental. El FMI hace mención a una más que probable, de consumarse este decoupling o desensamblaje del proceso de desglobalización, “reorganización de la arquitectura financiera internacional”, que conduciría a una “segmentación de las reservas de activos globales” y la irrupción de dos sistemas de pagos transnacionales, lo que llevaría irremediablemente a la “segregación de dos bloques productivos antagónicos”.
Este desencaje lo aprecian en Deutsche Bank incluso desde antes de la guerra de Ucrania, pese a que las hostilidades bélicas han dejado sanciones que prohíben a Rusia acceder a la plataforma belga Swift, que alberga la mayor parte de las transacciones internacionales. Luke Templeman, su analista de mercados, ya detectó en la pérdida de fuelle de los flujos de capital globales o en la subida más que considerable del poder adquisitivo y de los salarios en China, que le han hecho perder competitividad directa con otras áreas emergentes en otras latitudes continentales. Pero también en el retroceso del atractivo adquirido durante la gran pandemia por las inversiones bajo criterios ESG -medioambientales, sociales y de buen gobierno corporativo- en favor de los activos fósiles, que han disparado sus cotizaciones, así como en las tentaciones proteccionistas y la falta de acuerdos de índole impositiva global -pese al pacto sobre el gravamen del 15% a los beneficios empresariales- más ambiciosos y capaces de reformular mapas tributarios. Además de en los nuevos hábitos de consumo. Fruto de la digitalización y que han transformado cadenas de valor y modificado las habilidades para colocar productos en el mercado.
3.- Interrupción al combate del cambio climático y las inversiones en innovación. “La fractura de las relaciones geopolíticas y económicas también minará las reformas estructurales en áreas como la lucha contra el cambio climático, la solución al excesivo endeudamiento o las barreras arancelarias y comerciales”. Si todos estos riesgos se materializasen, la economía global sufriría una “transición impredecible” hacia una nueva realidad política con “muy elevadas volatilidades financieras, altas fluctuaciones de las materias primas y episodios de dislocación del comercio y de las cadenas productivas por el camino”.
Jeff Curry, estratega jefe de Goldman Sachs, ha protagonizado la concepción en el mercado de que el detonante de las escaladas de los precios energéticos iniciadas con el otoño pasado debe achacarse al combate entre la vieja economía, personificada en los combustibles fósiles, que ha dominado inexorablemente los ciclos de negocios de todo el siglo pasado y del actual, y que es reacia a ceder sin disputa el cetro hegemónico a las fuentes renovables. El WEO vuelve a la carga en este terreno. “La guerra de Ucrania tendrá un importante papel en la transición energética”. A corto plazo, para determinar abastecimientos, precios e inventarios; a medio para observar la resistencia de los carburantes sucios, fósiles y, a largo, con los riesgos geopolíticos actuales y las tensiones económicas, para encontrar espacios de cooperación global necesarios para alcanzar la neutralidad energética de forma ordenada.
Tecnológicamente, advierte el informe de Estabilidad Financiera que dirige el departamento de Tobias Adrian, el mundo puede verse alterado por múltiples vías. Entre otras, por la demanda de reservas de divisas alternativas para eludir las sanciones, que “podría elevarse en algunas regiones” y alterar los modelos de pagos, estimular el uso de las criptomonedas -sobre las que vuelve a incidir en que se sometan a una regulación y supervisión oficiales- y transformar los servicios a proveedores. Con costes y modificaciones operativas a gran escala.
En especial, países como Rusia o Irán, sobre los que penden represalias económicas. Además, reclama a los bancos centrales y las autoridades que promuevan recursos para la digitalización de infraestructuras y negocios vinculados a las energías renovables y que barajen las indemnizaciones por los efectos climatológicos -inclemencias y desastres; sobre todo, sequías e inundaciones- en sus mercados y agentes económicos. Y alerta de que la excesiva deuda privada -corporativa y bancaria- podría retardar proyectos de innovación.
4.- Europa como epicentro de los efectos geopolíticos y económicos. Los socios europeos serán los receptores de los mayores daños colaterales de la deflagración bélica. Será el espacio en el que repercutirá en mayor medida el precio de la energía, donde escalará más la inflación y el más expuesto a la dependencia del gas y petróleo de Rusia y a sus lazos comerciales. También con China, el socio subrepticio de Moscú. Sus planes de “restaurar su autonomía en el terreno energético” llevarán tiempo, al igual que las repercusiones asociadas a “la absorción de refugiados”. La zona del euro es importadora neta de energía, lo que requerirá apoyos oficiales para contener una inflación desbocada y los daños disruptivos en sus cadenas empresariales; en especial, las industriales. El crecimiento de su PIB será de apenas el 2,8% este año y el aumento de su IPC, de 5,3 puntos. Escenario cercano a la estanflación a poco que la coyuntura se enfangue de nuevo. Sin embargo, a Europa el FMI le concede un papel relevante en una hipotética etapa de reconstrucción multilateral, que también otorga a China.
Una óptica para ver el vaso del cóctel geopolítico medio lleno a la que se apuntan los expertos del Economist Intelligence Unit (EIU), que piensan que la UE se verá forzada a resituarse en ese nuevo orden global. El despertar de Europa supondría que EEUU ejercería su pleno liderazgo en la OTAN, pero las decisiones e intereses de Alemania y Francia serían tenidos más en cuenta. Rusia ha vuelto a protagonizar el cartel de enemigo público número uno de la Alianza Atlántica. Pero Ucrania ha generado un impredecible sentimiento de unidad entre los aliados, pese a que puede acabar fragmentado en el futuro por intereses nacionales venideros. La divergencia transatlántica sobre el veto energético a Rusia muestra que el consenso sigue siendo difícil.
5.- Sin coordinación fiscal, no habrá recursos para la prosperidad. Este dictamen se esboza en el Fiscal Monitor, donde se critica la competencia fiscal y se aconseja una revisión más gradual y progresiva de las rentas personales. Además de dejar abierta la opción, dentro de una revisión a fondo de los modelos fiscales, de gravar temporalmente dentro del Impuesto de Sociedades los beneficios extraordinarios (caídos del cielo) a firmas que se han beneficiado de los estímulos fiscales por la pandemia -entre otras, farmacéuticas o las manufactureras, biotecnólogicas o de servicios sanitarios sin mencionar a eléctricas o a los bancos- como un mecanismo adicional para activar los “estabilizadores automáticos” con el que se deberían sufragar los esfuerzos fiscales futuros. Y valora, aunque le parezca insuficiente desde la óptica de la “necesaria coordinación tributaria internacional”, el gravamen del 15% instaurado en el seno de la OCDE -a instancias de la Administración Biden desde el G-20- sobre las ganancias corporativas y que han elevado los ingresos en un 5,7%, porque podrían sumar otro 8,1% a las arcas estatales si se redujeran las deducciones que fomentan la competencia (o dumping) tributaria. Esta tasa global resulta, a los ojos del equipo de Fiscalidad del FMI, dirigido por Victor Gaspar, altamente recomendable, igual que la Google, sobre las cuentas de resultados de la big techs. Porque la homologación tributaria sería un magnífico pegamento para sostener la globalización, aducen.
Un aspecto, los avances en armonización fiscal internacional, que quedaría en un limbo, en caso de decoupling. Con China sin haber logrado su estatus de economía de mercado, pese a ingresar en la OMC a comienzos de siglo, y liderando las acusaciones por supuesto dumping de precios y fiscal de sus productos en el exterior. Y con la Casa Blanca impulsando junto a sus aliados de la UE su retirada a Rusia, a la que se le concedió en los primeros años de Putin, cuando perteneció al G-8 y fomentando otra batalla geoestratégica con Pekín a cuenta de sus subsidios industriales y tecnológicos. En esta ocasión, como medida disuasoria ante cualquier maniobra de China de atentar contra la soberanía de Taiwán. Biden sopesa invocar la Sección 301 de su Trade Act, la misma a la que acudió Donald Trump para instaurar la guerra arancelaria con China en 2018, para investigar y denunciar las ayudas estatales chinas a sus empresas industriales y tecnológicas -de especial vocación exportadora- que, a juicio de EEUU, dañan su economía en beneficio de su gran rival geoestratégico, según avanzaban diarios como The Wall Street Journal.