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Miércoles, 11 Mayo 2022 05:52
Un actor lejano, ilegítimo e inoperante, incapaz de frenar la guerra
La Carta de las Naciones Unidas le confiere la facultad “principal” de mantener la paz pero el Consejo de Seguridad está muy lejos de cumplir con esa misión.
El Siglo XXI habrá sido la sepultura espectacular del anhelo que consistió en crear, a finales de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), un sistema multilateral de seguridad basado en el derecho y con la máxima ambición de mantener la paz y la seguridad internacional. Con la crueldad de la condición humana de por medio esa ambición era por demás idealista, pero, el menos, a lo largo de los años y en muchísimos casos salvó decenas de miles de vidas humanas y evitó la propagación de conflictos más devastadores. Así nació y se desarrolló la Organización de las Naciones Unidas y así también murió la ONU, bajo los golpes, abusos y traiciones orquestados por ese comité de gestión imperial del mundo que es el Consejo de Seguridad de la ONU y sus privilegiados cinco miembros permanentes.
Misión incumplida
La existencia del Consejo de Seguridad, tal como está configurado, carece de todo sentido y legitimidad. La Carta de las Naciones Unidas le confiere al Consejo de Seguridad la facultad “principal” de mantener la paz y la seguridad internacional. Sin mucho reflexionar, cualquier lector constatará que, desde hace décadas, la conducta de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU está muy lejos de cumplir con esa misión. De hecho, las potencias que lo componen se sirven del Consejo para enjuagar o disputar sus propios intereses, no los de la comunidad internacional. El Consejo es una aberración que no respeta los equilibrios del mundo. Nada puede demostrar de manera más trágica su inoperancia como su absoluta incapacidad para intervenir de una u otra manera en el conflicto en Ucrania.
La ONU y su Consejo de Seguridad son hoy, como otras tantas veces, un actor lejano e inoperante, un fantoche risible o en un palco al servicio exclusivo de los cinco miembros del Consejo de Seguridad de la ONU: Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Gran Bretaña. Dos regímenes autoritarios en conflicto permanente con el eje occidental (y viceversa), la primera potencia mundial, Estados Unidos, y dos democracias europeas protagonizan una pieza delirante: tienen, en una mano, el derecho a vetar las resoluciones del Consejo de Seguridad y, en la otra, sus dedos en los botones nucleares. En suma, hago lo que me da la gana, cuándo y cómo se me ocurra.
La desarticulación del mundo diplomático y de la legitimidad de la ONU se aceleró entre finales del Siglo XX y principios del Siglo XXI: la intervención en Kosovo (1999), la invasión de Irak (2003), las resoluciones que permitieron la intervención de la OTAN en Libia (2011) y la reciente invasión rusa de Ucrania fueron verdaderos atentados a la raíz de la paz. Hasta los más vehementes idólatras de Vladimir Putin se deben reír a carcajadas con la situación que se vive en el Consejo de Seguridad desde el día en que las tropas rusas ingresaron en Ucrania: la ONU no envió Cascos Azules a Ucrania ni tampoco adoptó sanciones contra Rusia porque Moscú utilizó su derecho de veto para bloquear las iniciativas. Hay que admitirlo: es una obra maestra de la burla al resto de las naciones del mundo. 141 países de un total de 193 se pronunciaron a favor de un texto mediante el cual se le exigía a Rusia que pusiera fin “al recurso a la fuerza”. En febrero, 11 de los 15 miembros del Consejo de Seguridad votaron una resolución similar, pero el texto no pasó. ¿ Por qué ?. Porque Moscú blandió su derecho de veto para evitar una sanción contra su propia invasión militar. Extraordinario.
Festival de vetos
Hay que ser claros: no se trata aquí de Rusia o Putin, sino de la burrada sobre la que está basado el funcionamiento del Consejo de Seguridad y de la absoluta falta de honestidad intelectual de todos sus miembros. En 2022, lo de Rusia y Ucrania es un capítulo suplementario de una extensa obra de demolición y desigualdad ante el derecho. En diversas oportunidades y por motivos estratégicos, el resto de los miembros del Consejo de Seguridad procedió igual. No hay diferencia: los cinco heredaron un mandato diplomático y moral que ellos mismos pisotearon.
Desde la creación de la ONU el veto fue utilizado 260 veces: 143 veces por la URSS y luego Rusia, 80 veces por Estados Unidos y el resto por Gran Bretaña, Francia y China. Detalle singular en esta contabilidad histórica: el 23 de diciembre de 1989, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia ejercieron su derecho de veto para frenar una resolución presentada por Yugoslavia (en nombre de los países no alineados) contra la invasión de Panamá por parte de Estados Unidos. La Resolución fue aprobada por 10 de los 15 miembros del Consejo (entre ellos China y Rusia) pero rechazada por el grupito de los privilegiados que componen la instancia. Es la constante histórica de esa realeza nuclear: el invasor puede invadir y oponerse a que lo condenen. Toda la cadena de producción en las mismas manos: bombardeo, mato, elimino, invado, cometo crímenes de lesa humanidad (en Panamá también) entierro, celebro la ceremonia, me absuelvo de los actos cometidos, levanto una estela o un monumento en memoria de las victimas que provoqué y después doy lecciones a los demás sobre la paz y la seguridad.
Desigualdad radical
Prorrusos o anti rusos, pro gringos o anti gringos, es una situación patética, una patada en el rostro de la comunidad internacional. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, tal y como está concebido, no tiene ninguna razón de ser. Es una instancia ilegítima que no representa nada más allá de los intereses de quienes lo componen y de sus aliados. Nada justifica la desigualdad radical de su existencia. Es, pura y definitivamente, una estafa, una demostración degradante y colectiva por parte de estos cinco países de su poder imperial respaldado por una superioridad militar que priva a otras naciones de su necesario derecho a intervenir en las crisis del mundo.
El derecho de veto es una tergiversación reservada a una casta que hace todo cuanto está a su alcance para escapar a las sanciones derivadas de los desastres que sus políticas o las de sus aliados desencadenan. Los cinco guardan bajo llave el orden internacional que ellos mismos organizan o alteran a su antojo. La ONU no fue capaz de mediar para mantener la paz en Ucrania, no lo hizo en Siria porque, de forma cruzada, cuatro de los cinco miembros permanentes el Consejo participaron en la guerra en Siria (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Rusia); tampoco intervino en Myanmar para proteger a los Rohingya o en el Xinjiang para socorrer a los Ouïgours. Y si no lo hizo no fue porque a la ONU le falten competencias, para nada, le sobran. Fue por los intereses de los cinco amos que estaban en juego en cada uno de esos conflictos. ¿Cómo es posible concebir una instancia de casi gobierno mundial en el seno de la cual sus integrantes están enfrentados de forma permanente y done nadie confía en el otro ?
Reformar la ONU
El derecho de veto reservado exclusivamente a Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña y Francia ha terminado por llevar a las Naciones Unidas a una inmovilidad trágica. Ya no se trata de “errores operacionales” como en Ruanda o en la ex Yugoslavia sino de toda una filosofía que se derrumba poco a poco. El derecho de veto es un descendiente de los equilibrios internacionales de los años 1940-1950 y no corresponde más a la configuración geopolítica moderna. Ese derecho crea imperios por encima de todos. El veto es tan anti diplomático y anti democrático como la misma composición del Consejo de Seguridad. Este consta de 15 países, 10 de los cuales alternan su presencia cada dos años y los otros 5 son “permanentes” y con derecho a vetar las resoluciones. En la Asamblea general de la ONU cada país dispone de un voto y debe ser desde allí de donde se active una reforma profunda de la ONU y del Consejo de Seguridad.
Es impensable que sólo 15 países integren el órgano ejecutivo de la ONU, o sea Consejo de Seguridad. Su ampliación, la remodelación de su representatividad (donde estén África y América Latina), así como la eliminación o la modulación del derecho de veto son objetivos prioritarios para un organismo multilateral que desempeña un papel esencial a través de sus agencias: ayuda al desarrollo, a la educación y la ciencia, competencias en la agricultura (FAO) o la intervención en las situaciones en la que los conflictos dejan decenas de miles de refugiados (ACNUR). Es imperativo salvar a la ONU desarticulando de una buena vez por todas los privilegios de cinco imperios, entre ellos su capacidad a ejercer como “policía internacional” solo cuando le conviene a sus ejércitos o a sus economías. Cada una de las cinco potencias han pecado demasiadas veces y provocado catástrofes humanitarias espantosas como para que sean las únicas que se auto excluyan de la sanción y el inventario.