Una aproximación rigurosa matizada e informada, desde una perspectiva libertaria -véase la cita de Maximilien Rubel con la que se abre el volumen: “El verdadero capitalismo y el falso socialismo amenazan ambos la existencia física y espiritual de la especie humana, permanentemente entregada a la destrucción por la técnica y por la guerra. Aunque rivales, en esos dos órdenes sociales la fabricación de mitos persigue el mismo objetivo: enmascarar la verdad en provecho del beneficio y del poder”-, a una etapa de la obra (y la vida) de Karl Marx que sigue siendo bastante desconocida entre nosotros. Las razones de Taibo: “Me interesan los años finales de las gentes… En el caso de Marx me atraen muchas de las ideas que blandió, y muchos de los grupos humanos con los que simpatizó, en los últimos años de su ida”.
El libro se sienta en tres pilares: 1. La simpatía de Taibo por el Marx tardío a la que acabamos de hacer referencia. 2. Su deseo de “ampliar y profundizar, con un poco de curiosidad, conocimientos más bien frágiles” sobre el tema. 3. La certeza de que estamos ante una materia poco frecuentada en España a la que “no viene mal un texto de divulgación”. Con un añadido crítico, un pelín injusto en su formulación: “A efectos de tirar para atrás imaginables lecturas malévolas, dejaré claro que en estas páginas no hay ningún designio de demostrar a muchos marxistas que hay otro Marx afortunadamente diferente del que adoran [¿adoran?] ni lo hay de recordar a muchos anarquistas que la figura y la obra de Marx son más complejas de lo que a menudo suponen.”
Las temáticas de los seis capítulos del ensayo: el primero se centra en un relato básicamente biográfico de los últimos años de Marx; el segundo “bucea en algunas de las percepciones mayores de este en lo que se refiere al desarrollo histórico de las sociedades, con debates, en la trastienda, como los relativos al colonialismo, a las formaciones precapitalistas y al papel del campesinado en los procesos revolucionarios”; el tercero da cuenta de las relaciones de Marx con Rusia y de los cambios que experimentó; el cuarto proporciona una información básica sobre el movimiento naródniki y la comuna rural rusa (la obshchina); el quinto se centra en los escritos postreros de Marx, con la correspondencia mantenida con Vera Zasúlich en lugar prominente, y el sexto es el capítulo de conclusiones.
Apartados destacados: el dedicado a la visión marxiana del desarrollo histórico de las sociedades (“Empezaré señalando que la idea de un progreso lineal que obliga a identificar fases que es necesario recorrer forma parte del pensamiento común del siglo XIX y no parece que Marx y Engels se sustrajesen a su influencia”, p. 27); el que tiene al campesinado como asunto central (“Parece razonable afirmar que hasta la última década de su vida Marx mostró un interés liviano por el campesinado, algo que tal vez se revela de la mano de las vacilaciones que, en sus escritos, caracterizan la consideración de aquel”); todo el capítulo dedicado a la relación de Marx con Rusia (“A todo ello se sumaron, a finales de la década de 1870, relaciones cada vez más estrechas con los movimientos de resistencia rusos, que a los ojos de Marx se nutrían de gentes que se jugaban con gran coraje la vida frente a la molicie que probablemente atribuía a muchos de sus correligionarios europeoccidentales”), al igual que el quinto, el centrado en la correspondencia Marx-Zasúlich (“Importa destacar que las consideraciones de Marx no se agotaron en las que se interesaban por la comuna rural rusa. En los últimos años de su vida Marx se acercó de nuevo a un sinfín de realidades que remitían a formaciones sociales precapitalistas”), sin olvidar el dedicado a Engels, pp. 107-109 sobre cuyo balance no estoy en condiciones de opinar: “Parece que en este caso hay motivos sólidos para ratificar la conclusión de Basso, quien entiende que si para Engels era prioritaria una revolución en Occidente, a la que una revolución rusa quedaría subordinada, a los ojos de Marx la cuestión resultaba ser más compleja, de tal suerte que a duras penas podían establecerse prelaciones en es terreno”, o el centrado en lo que el autor llama “el experimento bolchevique”: “Porque son muchos los argumentos que invitan a considerar que Lenin se inclinó por abrazar una interpretación acrítica, mecánica y determinista de las teorizaciones del Marx maduro… En un marco de manifiesta idolatría del desarrollo de las fuerzas productivas, la comuna rural quedó en el olvido, cuando no fue reprimida con saña, al calor de la defensa de una forma de capitalismo de Estado”.
Sin destripar apenas nada, señalo dos de las conclusiones esenciales del ensayo:
1. El Marx último es felizmente más interesante, en determinaos ámbitos, que su predecesor maduro (el de El capital, por ejemplo). “No sé si al respecto tiene mayor relieve que sus percepciones finales surgiesen de manera fluida de su obra anterior o acarreasen, por el contrario, un corte con respecto a ella.”
2. El resultado es que “se reveló con fuerza un Marx romántico que, en nombre de valores sociales, morales o culturales premodernos o precapitalistas, protestaba contra la mecanización, contra la disolución de los lazos comunitarios y contra la cuantificación de las relaciones sociales.”
Entre los autores citados, destaquemos dos referencias: Teodor Shanin, su El Marx tardío y la vía rusa, Marx y la periferia del capitalismo fue publicado en España por la editorial Revolución, próxima al Movimiento Comunista, en 1990, y Manuel Sacristán Luzón. Taibo refiere a las notas -¿suyas?- de una conferencia impartida por el autor de Sobre Marx y marxismo en Madrid en 1983: “Los últimos años de Marx en su correspondencia” (y algún texto complementario, tal vez la entrevista de 1983 con Dialéctica, que no cita en la bibliografía). Añado otra referencia con textos de Sacristán sobre la correspondencia Marx-Zasúlich: Escritos sobre El Capital (y textos afines), Vilassar de Dalt: El Viejo Topo, 2004, pp. 332-359.