Una política de las emociones
Es indudable: Colombia sufrió en las pasadas elecciones del 29 de mayo el triunfo de la emocracia política, social y cotidiana, no de la democracia moderna, racional, pensante, reflexiva. Triunfo de la emocracia o política de las emociones, concepto que acuño pensando en las sensibilidades, sobre todo colombianas, donde se manejan las ideologías con base a las pasiones inmediatistas y populistas.1 Espontaneísmo visceral, desprecio al pensamiento racional democrático, una pasión ideológica, enajenada, lo cual desafía cualquier sensatez, cualquier alteridad, cualquier respeto a la diferencia. Sus consecuencias son predecibles: odio combinado con fe y creencia, dogmatismos, persecuciones, acusaciones y, por ende, paranoias y atrocidades.Esto nos ubica en el punto álgido de las sensibilidades políticas actuales, donde se organizan las ideologías con base en la emoción pasional de los ciudadanos, gracias a los medios tradicionales, a las redes digitales y a las lógicas del mercado neoliberal. Pero aclaremos: la pasión estética e imaginativa, como sabemos, ha edificado y fundado las más grandes e inquietantes obras del espíritu. No es por esta pasión plena de poesía que disparamos nuestra alarma, sino por aquella masiva y adoctrinada, la cual en un instante puede destrozar, de forma sangrienta, las más poéticas obras.
Las sensibilidades contemporáneas globales son su mejor ejemplo. La emocracia ha permeado toda la cultura formando ciudadanos obedientes que dan un sí a la destrucción de sus adversarios, un sí a su aniquilamiento y, lo peor, votan por la guerra.1 Convencidos de haber actuado correctamente, estos ciudadanos se muestran felices y triunfantes. Control continuo y permanente sin que el implicado se queje. Tal es nuestra actual cartografía mental y sensible; tal nuestro nuevo encierro histórico.
Bajo estas condiciones, la situación política, cultural, económica en Colombia es desastrosa, con gran parte de su población mutilada ideológicamente y que manifiesta apenas meras opiniones e impresiones gestadas global y localmente, a través de lo cual justifican la actuación de sus victimarios. Estos, a la vez, se sienten justificados como guardianes de la tradición religiosa y moral, del orden, la nacionalidad, la obediencia y el poder, por lo que, sin vergüenza y con rampante cinismo pronuncian sin descanso a unísono con Adolfo Hitler: “quien quiere hacer la historia debe también poder hacer correr la sangre”,2blindando así, con esta tesis fascista, sus propuestas y apuestas de moldear de hacer creíbles y viables entre todos los colombianos sus antidemocráticas y violentas propuestas, transformar sus dogmas en creencias, su manipulada historia en verdades, su sangre en aplausos, el aniquilamiento del adversario en costumbre y ejemplo a seguir.
En vez de reflexionar el drama nacional, con lucidez y conciencia histórica, lo que las élites dominantes proponen es construir enfurecidas pasiones contra el inventado enemigo; incitar a odios, violencias, cizañas, desgarraduras a través de la sugestión y de la mentira. Una ‘’emoteca’’ visceral política de unos muchos contra unos pocos que piensan diferente, descartando toda alteridad. ¿Qué responsabilidad ética tiene el colectivo que apoya todas estas manifestaciones de una emocracia masificada? Es obvio que dicha situación no puede sobrevivir sin tener la complicidad de los medios y de las redes oficiales, de la ultraderecha local y mundial, de las oligarquías y de una comunidad votante que apoya sus propuestas, a pesar de que conozca los horrores y errores de sus gobernantes. He aquí una de las demandas del autoritarismo en general: absorber a los individuos haciéndoles perder su autonomía crítica. De esto al fascismo no hay distancia alguna. La viralización del miedo en las redes ayuda a que esta propagación fóbica se agudice y con ella se masifique la ira, el repudio y el odio al que vive y piensa diferente. Con todos estos ingredientes la sociedad, dominada por una emotividad gestada y dirigida, se aproxima más a las tiranías autocráticas que a las democracias autocríticas y realmente participativas. Por lo mismo, la emocracia pasional fomenta el salvajismo, y ante la ley de la doctrina tiránica emocrática, se inclina una apasionada muchedumbre vehemente.
Estas pasiones ideológicas fueron las que llevaron a votar a más de cinco millones de colombianos por un candidato vacío de verdaderas propuestas, por un populachero que llega con astucia a una población acostumbrada a la obediencia, a la violencia, el despojo y a escuchar a promeseros convirtiéndolos en culto y en mediocres guías políticos. Así, entre el discurso de Rodolfo Hernández y el Uribista no hay mayor diferencia, ambos son clasistas, machistas, patriarcales, misóginos, dogmáticos, impulsores del terror, de la persecución y de las atrocidades sociales, lo que, con un simulado gesto de viejito buena persona, Rodolfo Hernández nos desea ocultar. Pura pasión de fascista, disfrazada de un hombre “bien intencionado”.
La derrota del pensamiento
Pero esta emocracia también es producto de la idiocia cultural y social, o de la llamada por Alain Finkielkraut derrota del pensamiento. Muchos de los seguidores de Hernández podrían gritar sin remordimiento: “muera la inteligencia”. Tal frase recuerda las palabras que pronunció el general franquista José Millán Astray el 12 de octubre de 1936 frente a Miguel de Unamuno en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, la cual parece cada vez más diciente, anunciada sin ninguna vergüenza por sus seguidores; más aún, con cierto orgullo cínico y amenazante ante los defensores del pensamiento humanista. Una gran mayoría de los colombianos puede decirse, que la confirman y la ponen en funcionamiento.
“Abajo la inteligencia”. ¿No se regocija y se enorgullece el mismo Rodolfo Hernández de su ignorancia libresca? ¿No será ese el perfil general de los que votaron por este millonario iletrado, manipulador, corrupto, neofascista, explotador y maltratador, cuya ignorancia del país y de la cultura del mismo se une a la idiocia política que envuelve y ejercen una buena parte de sus electores?
Bajo estas circunstancias, la memoria histórica, el pensamiento crítico-creador, reflexivo, han pasado a ser considerados innecesarios, inútiles, pura especulación, ensoñación, fantasía. Pero, tanto a Hernández como a sus electores parece que estas apuestas críticas y de conocimiento no les interesan. Es, pues, la instalación efectiva de una idiocia efusiva y de un despotismo delicioso. Todo su discurso se centra entonces no en un proceso reflexivo sobre el contenido, sino en una palabrería emotiva, ligera, vacía de argumentos e impactante, cargada de odio, de venganza y rabia hacia el otro. Y de nuevo nos topamos con una frase de Hitler (entre otras, admirado por Rodolfo Hernández y según él “gran pensador alemán”): “Ante todo, es necesario desembarazarse de la idea de que las concepciones ideológicas podrían satisfacer a la multitud. El conocimiento es para la masa una base tambaleante, lo que es estable es el sentimiento, el odio…”3
“Ganarse el corazón del pueblo” proclamaba Josef Goebbels, el Ministro de Instrucción Popular y Propaganda del Nazismo. Ganarse la pasión, la emoción guerrerista, masificada en red, a través de valores tradicionales, religiosos y patrioteros. Como tal es una influencia desproporcionada de la idiocia sobre las mentalidades. En ello podemos observar la exaltación al dominadorcomo modelo a seguir -e imitar-, la idolatría a la subordinación del individuo a los principios del jefe, padre modelo protector a la vez que autoritario. Es la imagen social de una cultura cerrada y provincial gozando de buena salud.
¿Cuáles son las consecuencias políticas? Parálisis ideológica, la no acción frente al horror de los sucesos. Es como entrar a la “peste del olvido” macondiana, a una burbuja doctrinal. Parálisis mental, pues ya existe alguien quien piensa por todos, obediencia y silencio, ignorancia y colaboración.
La cultura del entrampamiento
Sí, el uribismo fabricó un entrampamiento contra Gustavo Petro. Lo puso a debatir con dos supuestos rivales: con Sergio Fajardo, que no tenía ninguna opción, y con Federico Gutiérrez, el supuesto rival poderoso. Lo que poco se veía en panorámica era que había un gallo tapado, el verdadero competidor que puso Uribe y al que el establecimiento de la ultraderecha colombiana tenía que defender cuando ganara para segunda vuelta. He allí el entrampamiento, la “jugadita” uribista y de la oligarquía nacional. Se comprende entonces el por qué no asistía Rodolfo Hernández a los debates, pues Gutiérrez y Fajardo estaban encargados de atacar las tesis de Petro; su misión era desgastarlo–sin lograrlo, por supuesto-, mientras Hernández se camuflaba en el Tik-Tok y las redes, impactando con su idiocia y su emocracia a los incautos e ingenuos.
Claro, la atmósfera nacional desde hace tiempo se enrareció; dicho entrampamiento es producto de una cultura mafiosa: las mentiras, la trampa, el fraude electoral, el cinismo, el chiste hostil, los asesinatos al opositor, la corrupción, la ilegalidad, se oficializaron y legitimaron en Colombia. Hoy por hoy se ve normal la exaltación al réprobo, al malevo social; se aplaude al que hace trampa y comete la falta, pues se sabe que quedará impune. Legitimada la impunidad, se legitima su exhibicionismo vil pantallizado; más aún, se legaliza el delito. Véanse estas manifestaciones en los medios y en las redes sociales, donde los políticos victimarios se vuelven virales y famosos gracias a que se fetichiza al astuto, al vivo, al malandro.
Con una habilidad de ocultarse de la justicia y de violar leyes a través de astucias, actitudes ambiguas y de trampas, la mayoría de nuestros políticos corruptos y matones se ocultan, pasan impunes sin vergüenza, exponiendo su cinismo en público. La mentira se constituye así en una garantía de distinción, reconocimiento y ganancia. El hacer el mal, el ser malo, da estatus, puesto que quien lo ejerce ha sido capaz de pisotear al otro, a esos del montón, sin que nada pase. Si no se cumple con dichos procederes se corre el riesgo de estar en peligro, de ser excluido del clan de los astutos y audaces, de los supuestos vencedores. Por lo tanto, a cualquier pensamiento crítico, opositor y analítico se le observa como una perturbación que pone palos en la rueda a semejante maquinaria de ignominia patria.
Tal es el plan en un país diseñado para y por los trúhanes, los tramposos, los zafios, los réprobos; proyectado para los crápulas y ladrones; un país con una dictadura legalizada, asolapada, camuflada.Lo peor es que algunos delos votantes por Hernández y por Gutiérrez lo justifican, lo toleran, lo apoyan, lo ejercen y hasta piden su puesta en acción de manera urgente.
Aunque el ganador de la primera vuelta en esta contienda electoral ha sido El pacto Histórico, es a Hernández a quien los grandes medios elitistas y las redes consideran ganador, pues es él quien, unido a los clanes de la ultraderecha y al uribismo, puede darle la pelea al Pacto histórico. ¿Apocalípticos? No. La actualidad nacional nos da la razón. Miremos a Colombia y esto se comprenderá. Un país que -y es difícil creerlo- se ha acostumbrado al horror, a los desmanes del poder, siendo indiferente ante su atroz destino, es un país que ha consentido su decadencia. Ello puede explicar en parte los resultados en la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia.
Bogotá, mayo 30, 2022.
Carlos Fajardo Fajardo, poeta y ensayista colombiano.
1Estos ciudadanos que dan un sí a la destrucción de sus adversarios,tal como nos lo ilustra Michael Walser, “no son una sangre tranquila, sino que hierve, por eso son exagerados y apasionados, ansiosos como están por derramar la sangre de sus enemigos (…) Y los peores de ellos son los demagogos que se ponen a su cabeza, a los que no se concibe como cínicos manipuladores o príncipes maquiavélicos, sino como hombres y mujeres que comparten plenamente las pasiones de las personas a las que guían. Eso es lo que se quiere decir con ‘energía apasionada’: los sentimientos son genuinos, y por eso producen tanto miedo”. (Fajardo Fajardo, Carlos, 2017. La Emocracia global y otros ensayos. Bogotá: Ediciones Desde abajo, págs.11-12).
2Citado por Michaud, Eric. La estética nazi. Un arte de la eternidad. Buenos Aires: Ediciones Adriana Hidalgo, 2009, p.42.
3Op.cit., 64.