Las comunidades forestales de la Sierra Norte de Oaxaca han logrado reapropiarse de sus bosques, consolidar un manejo sustentable de sus recursos forestales, introducir procedimientos innovadores para la reproducción de los bienes vivos (agua, suelo, bosques, etc), alcanzar certificaciones internacionales, desarrollar modelos de aprovechamiento autónomo y articular este buen manejo del territorio en torno a un modelo de gobernanza local compatible con sus ecosistemas y su cultura. Este modelo se conoce como comunalidad.
En menos de medio siglo, las comunidades forestales de la Sierra Norte de Oaxaca, en el sur de México, han logrado reapropiarse de sus bosques, consolidar un manejo sustentable de sus recursos forestales, introducir procedimientos innovadores para la reproducción de los bienes vivos (agua, suelo, bosques, flora y fauna), alcanzar certificaciones internacionales, desarrollar nuevos modelos de aprovechamiento autónomo (aserraderos, mueblerías, ecoturismo o plantas embotelladoras de agua) y, últimamente, articular este buen manejo del territorio en torno a un modelo de gobernanza local compatible con sus ecosistemas y su cultura.
Este modelo se conoce como comunalidad, y permite explicar desde la eficacia en el combate a los incendios forestales, la relativa estabilidad política en las comunidades y hasta la magnificencia de sus grupos musicales, en especial las bandas de viento.
En la comunalidad caben tanto la preparación colectiva de los tamales para las fiestas patronales como la crítica férrea a la democracia occidental y a la política partidista. Es un concepto vivencial que permite la comprensión integral, total y natural de cómo se hace la vida en esta región de Oaxaca, también conocida como Sierra Juárez.
Los antropólogos Jaime Martínez Luna y Floriberto Díaz Gómez, el primero zapoteco y el segundo mixe, destacan entre un puñado de pensadores que se encargaron de consolidar el término comunalidad como corolario de una intensa experiencia política en la región serrana de Oaxaca.
El momento cúspide de este camino ocurrió a finales de los setentas, cuando más de veinte comunidades se movilizaron tanto en los tribunales como en las calles hasta conseguir que el gobierno federal cancelara la renovación de la concesión para la explotación de los bosques a las empresas Fábricas de Papel Tuxtepec (Fapatux) y Compañía Forestal de Oaxaca (CFO) en 1983. En su lugar, la concesión quedó en manos de las mismas comunidades, que hasta ese momento de la historia sólo habían participado en la economía forestal como proveedoras de mano de obra poco calificada.
La revolución forestal en la Sierra Norte tuvo repercusiones en el cambio a la Ley Forestal de 1986 que, por primera vez, autorizó que las comunidades y ejidos fueran responsables directos del aprovechamiento de sus propios bosques.
En una pausa de sus labores como rector de la Universidad Autónoma Comunal (UACO), una institución ad hoc formada para compartir el sentido de la comunalidad, Jaime Martínez Luna comparte con Mongabay Latam reflexiones sobre el origen y el futuro de esta filosofía en cuanto al cuidado de los bosques y como alternativa indígena ante las distintas crisis ambientales globales.
—La Sierra Norte de Oaxaca tiene muy buenas prácticas de manejo forestal, sobre todo en lugares icónicos como Ixtlán, Capulálpam y los Pueblos Mancomunados. ¿Cómo ha influido en estas prácticas el concepto de comunalidad. ¿Cuál es la relación de esta filosofía con lo que pasa en el territorio y, particularmente, en los bosques?
—No es el concepto el que nos lleva, es la práctica de la gente la que hace al concepto. La comunalidad surge precisamente del modo de habitar que tiene la gente en la Sierra Norte y en otros lados de Oaxaca.
La lucha por la defensa de los bosques dibuja los cuatro pilares o dimensiones que tiene la comunalidad para ser explicada como concepto. En primer lugar, la defensa del territorio: el territorio no es territorio; es decir, que no es contemplado nada más como el suelo que se cultiva, sino como lo que le da a uno el oxígeno para existir. Segundo, le da a uno el clima y el agua necesaria. Y en tercera, que le da todos los elementos que constituyen el goce de la vida normal de un hábitat. Entonces es un lugar donde la madera no es un recurso económico, sino que es un recurso de vida.
La defensa de estos bosques permitió reconocer el elemento central que tiene la región para la toma de decisiones, que es la asamblea. Ésta es la síntesis de la diversidad de criterios que pueden afectar un territorio específico, histórica y comunalmente, de manera determinada y definida.
Luego está el trabajo o tequio, que ofrece la población para mantener y hacer pervivir las condiciones adecuadas para una población. En este caso (de los bosques templados de la Sierra Norte) el mantenimiento de caminos, canales de agua y los elementos físicos constitutivos de una comunidad.
Esta misma acción conjunta de toma decisiones en una asamblea aglutina a personas que habitan un determinado territorio, celebran la misma conjugación de interés, de participación, de experiencia. Y a eso es lo que hemos llamado comunalidad, pero sólo tiempo después de que esta lucha por la defensa de la naturaleza regional fue dada en 1980.
—Dice que las prácticas son las que hacen al concepto y no al revés. Ustedes dieron esta lucha en los setentas y ochentas, que termina con la apropiación de los bosques por parte de las comunidades. La actividad forestal cohesionó y amalgamó cosas que tal vez andaban sueltas y que le permitió a los serranos articularse alrededor de esta filosofía. ¿Cómo influyó la lucha en el concepto y viceversa?
—Cuando iniciamos la lucha, el concepto no era la guía. El concepto emanó de la práctica concreta en la organización e integración de los intereses de 26 comunidades serranas. El concepto se propuso paralelamente a esta experiencia y no nació para explicar, sino como el uso de una palabra común y corriente hasta convertirlo en algo para describir lo que se está haciendo.
Tiempo después se convirtió en un concepto que tendría mayor profundidad, pero eso es otra cosa.
—Partiendo de la idea de que se trata de una relación muy estrecha con un momento político, una constelación de comunidades y un contexto forestal. Si la comunalidad y su práctica están conservando bien bosques, aguas y suelos, ¿se puede llevar eso a Quintana Roo, Michoacán o Guerrero, por ejemplo?
—Se puede proponer, realizar quién sabe, porque todo dependerá de la existencia individualitaria que se encuentre en cada región.
Llevar a la práctica la comunalidad no es fácil. Implica toda una experiencia histórica de tomar decisiones, realizar trabajos y de goce comunal. En ese sentido, puede proponerse, claro. Pero es un mecanismo natural, no es un mecanismo organizativo que alguien estimula. No. Es un resultado organizativo natural para habitar un lugar específico.
—¿Podríamos decir que, en el caso de la Sierra Norte de Oaxaca, sin los bosques no hay comunalidad?
—Es que no se pueden separar los bosques de la comunalidad o de la acción en torno al bosque. El bosque es la comunidad y la comunidad es bosque.
Tendríamos que entender que la visión propia de las comunidades originarias tiene su cimiento en un factor meramente natural, que es el respirar, complementándose con lo sensorial de todos los sentidos en general. Esto implica tener una visión en la que tú perteneces al mundo que habitas. No es el mundo que tú miras, es el mundo que te hace, que te genera.
Por eso aquí no se separa sociedad de naturaleza, sino que ambas cosas son lo mismo.
—¿Cómo explicar esto a investigadores de países muy distintos, donde está muy arraigado el individualismo como motor social y donde todo está hecho a escala de la persona aislada, donde incluso hay la tentación de interpretar este tipo de cosas como socialismo? ¿Cómo podemos explicar qué es lo diferente y valioso de la comunalidad?
—Estamos escribiendo mucho al respecto y ese es justamente el propósito que tiene la UACO (Universidad Autónoma Comunal). ¿Por qué? Porque efectivamente la visión propia que tienen los pueblos originarios no ha sido reconocida ni sistematizada por sus propios habitantes. Apenas emprendimos esta labor hace más de cuatro décadas.
Esto explica que elaboremos una conceptualización que les permita a los extranjeros, y con esto me refiero incluso a los de Quintana Roo, que entiendan el origen y la manera en cómo ellos pueden sentir directamente propia su naturaleza: sentirse y saberse naturaleza. Comprender que son parte de un mundo, que no es la sociedad el centro del mundo, ni una sociedad que a través de sus ojos controla, domina, opera, mercadea y asume el poder sobre ese territorio.
Ese pensamiento, básicamente occidental, debe acabarse, destruirse. El poder debemos destruirlo y a cambio debemos dignificar lo que es la autoridad, que es la representación legítima de la participación concreta de cada habitante en cada lugar.
—La UACO, como proyecto pedagógico, tiene el potencial de compartirnos y cerrar la brecha entre individuo y naturaleza. Pero, en los hechos, se les han atravesado muchos obstáculos de todo tipo, desde la pandemia hasta cosas administrativas. ¿Qué falta en este camino y qué se puede hacer?
—El hecho mismo de que el razonamiento propio comunal haya sobrevivido a pesar de la invasión, del periodo colonial, de la reforma y del establecimiento de la filosofía liberal e individual que gobierna nos indica que el pensamiento comunal tiene tal naturaleza que le sustenta, que no va a morir nunca. Por lo tanto, no tiene que ser entendida por lógicas que se fundamentan en el poder, porque el poder quiere controlar y manejar a su antojo toda la naturaleza que le circunda, porque la ve separada de él mismo.
En ese sentido, vamos a seguir enfrentando todo tipo de obstáculos al igual que lo han enfrentado nuestros ancestros. Nuestra resistencia aquí seguirá siendo tradicional y nuestro resultado será cada vez tradicionalmente innovador. En ese sentido, la experiencia de los pueblos es el sustento central de nuestro razonamiento.
—La ONU y el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) ya reconocen en documentos oficiales que es necesario tomar en cuenta el conocimiento tradicional de los pueblos indígenas para efectos de conservación ante la crisis ambiental. ¿Se están alineando los planetas para poder al fin desaprender de occidente y aprender de estas otras fuentes de sentir y pensar? ¿O mejor no nos hacemos ilusiones?
—Tenemos mucho que enseñar. El hecho mismo de que la naturaleza que se ha conservado esté en territorios de población originaria nos dice mucho. Y ojalá los occidentales, los neoliberales, los colonialistas, los imperialistas entiendan que el mundo que están promoviendo no tiene más que un laberinto en el que están encerrados y que por sí mismos van a extinguir a la especie.
Por lo mismo, la experiencia de los pueblos originarios es el camino adecuado para salvar al planeta. Y eso tenemos que verlo de una manera clara y extenderlo a todos los ámbitos posibles.
La ONU, por muchos aciertos que pueda tener, carece de comprensión de lo que es la lógica propia y natural de razonamiento desde el territorio. Y la ONU misma va a tener que aprender de los pueblos originarios y, esto es importante, ¡de sus pueblos originarios! Cada nación tendrá que volver la vista atrás y reconocer el error en el que han vivido para aprender de los pueblos que han sabido no solamente convivir, sino ser el planeta en su conjunto, sentirse el planeta en su conjunto, construir caminos dentro y con el planeta, respetándolo y trabajando con él para que exista la reciprocidad en todas las especies que habitan e integran este planeta.
* Imagen principal: Jaime Martínez Luna en los bosques de la Sierra Norte de Oaxaca. Foto: cortesía Luna Marán/Tío Yim
Publicado originalmente en Mongabay Latam