“¿Qué sos, Nicaragua, para dolerme tanto?”, se pregunta, en uno de sus poemas.
Se define, en ocasiones, como “nicaragüense, revolucionaria, poeta, madre de cuatro hijos y esposa de tres maridos”.
En otras se describe como una “loca, falible, tierna y vulnerable, que se enamora como alma en pena de causas justas, hombres hermosos y palabras juguetonas”.
Gioconda Belli es una de las voces más sensuales y contestatarias de la literatura latinoamericana, heredera de una época explosiva, ya casi extinta, del descubrimiento de la intimidad femenina en la poesía.
Es, tal vez la última sobreviviente de una generación ya casi perdida de pioneras que desafiaron a su tiempo y las convenciones: la Avellanada, Alfonsina Storni, Delmira Agustini, Carilda Oliver, Gabriela Mistral, Idea Vilariño, Laura Victoria, Julia de Burgos…
Hizo poesía de la menstruación, del parto, del orgasmo, del deseo y la excitación de la mujer cuando casi nadie se atrevía y causó un escándalo y una admiración que se han prolongado a través de las décadas, resistentes a los estilos, las políticas, los tiempos y el olvido.
A sus 73 años “de tantas primaveras”, Belli dice que sigue siendo una mujer “inquieta por naturaleza”. Y dice también que la poesía y su activismo por su gran amor, Nicaragua, siguen siendo los temas fundamentales de su vida, los que mantendrán a su corazón “rebelde, tictaqueando”, hasta que deje finalmente de latir.
Desde su “segundo exilio”, en España, cuenta que su memoria y sus nostalgias andan partidas en dos: entre el país donde ahora vive -la patria de la lengua que se volvió su arma y su trabajo- y el otro, “un triangulito de tierra perdido en la mitad del mundo”, de donde tuvo que partir, al que no sabe si podrá volver.
“¿Qué sos, Nicaragua, para dolerme tanto?”, se pregunta, en uno de sus poemas.
“Es el país de las grandes nubes, de los bellos lagos, de los volcanes, el país de la pasión, de la alegría, de la rebelión… y de la valentía”, responde en entrevista con BBC Mundo.
Hace breve pausa y continúa:
“También el país de mis sueños, el de mi infancia, el país de mis hijos, el país al que le di mi juventud luchando contra Somoza, al que le di mi poesía y mi vida… y el país al que le doy ahora también mis últimos años… como al inicio, luchando contra otra dictadura”, agrega.
Militante del Frente Sandinista de Liberación Nacional en los 70, parte del gobierno de Daniel Ortega en los 80 y vocera del “partido de la revolución” por casi todo el mundo, Belli se ha convertido también en los últimos años en una de las críticas más fervorosas del presidente de Nicaragua desde que retomó el poder en 2006.
“Aunque 2018 fue el año del quiebre total, fue cuando ocurrieron aquellas protestas tan legítimas de jóvenes y que Ortega reprimió a la altura de Somoza: cientos de muertos, cientos de heridos, cientos de presos políticos, las madres de Nicaragua llorando otra vez por sus hijos”, dice.
“A eso ha seguido todo lo que ha venido después: candidatos presidenciales en la cárceles, represión constante, cierre de organizaciones, incluida la Academia Nicaragüense de la Lengua y hasta de un festival de poesía, en un país que considera héroe nacional a Rubén Darío…Ni Somoza lo hizo, ni Somoza se atrevió a tanto”, se lamenta.
¿Cuál es el contexto del cierre de la Academia Nicaragüense de la Lengua y cómo se explica esta decisión?
¿Cómo se explica que el mismo personaje que encabezó una revolución hermosísima, años después, haya respondido -con las armas, matando, encarcelando y forzando a 200.000 nicaragüenses a salir del país por la persecución- a una manifestación gigantesca de su pueblo que le pedía cambios?
Con esto quiero decir que lo que está pasando ahora, no puede verse separado de la situación que tenemos desde 2018 en Nicaragua, donde cualquier voz que no sea la del gobierno ha sido silenciada.
La Academia de la Lengua es solo una de más 320 organizaciones de la sociedad civil que han sido despojadas en estos años de su personería jurídica.
La Academia era una de las organizaciones culturales más antiguas e importantes del país, la veladora de nuestro idioma. Por 94 años fue la responsable de que palabras de Nicaragua estuvieran en el diccionario de la lengua, de que se conocieran dentro y fuera nuestras grandes glorias de la literatura.
Pasó parecido con el Festival Internacional de Poesía de Granada, que traía a Nicaragua escritores de todo el mundo y en el que participaban hasta los perros del barrio. Era en las plazas, en los atrios de las iglesias… Una explosión de alegría de un pueblo que ama la poesía.
Pero ahora el gobierno ha decretado sus penas de muerte y no es posible apelar la sentencia.
Es un giro cada vez más hacia el absurdo: despojan al país de instituciones culturales que no tienen ningún cariz político y que, además, son muy importantes para la vida civil y espiritual de Nicaragua.
Pero según ha dicho el gobierno, esto pasó porque considera a estas organizaciones “agentes extranjeros” que “han desarrollado sus actividades al margen de la ley” y que han “incumplido sus deberes y obligaciones ante el ente regulador”.
A finales de 2020, cuando se acercaban las elecciones de 2021, el Congreso, que está controlado por el sandinismo, aprobó una ley para cerrar todas las posibilidades de que algún partido recibiera dinero por vía de la cooperación extranjera.
Toda persona u organización que recibiera fondos de la cooperación, debía registrarse como “agente extranjero”.
Al registrarte, perdés todos tus derechos políticos, no podés optar a cargos públicos. Tenés que entregar la información detallada de cada miembro de tu organización, dirección, cédula, todo… en un país donde hay una persecución tremenda para acusar de lavado de dinero y de terrorismo a cualquiera y donde no tenés a quién recurrir porque hay absoluta indefensión de la ciudadanía.
En esas condiciones, casi ninguna organización independiente ha podido recibir ese certificado de gracia del gobierno para seguir funcionando, con lo que han logrado desmantelar toda la sociedad civil de Nicaragua.
En criterio de las autoridades es una forma soberana de impedir que gobiernos y organizaciones extranjeros interfieran en la política y la vida interna del país.
En Nicaragua, como pasa en casi cualquier país del tercer mundo, las organizaciones de la sociedad civil reciben cooperación… de Suiza, de Inglaterra, de Noruega… de donde sea.
Estas ayudas buscan llenar un vacío que los gobiernos dejan, pero esto eso no quiere decir que busquen necesariamente meter sus narices en la política: ¿qué daño político puede hacer una academia de la lengua, un festival de poesía?
El daño se le hace al alma de una nación cuando se le priva de estas cosas.
Creo también que hay una doble moral muy lamentable con ese tema del dinero del extranjero. Fijate que el principal ingreso de Nicaragua en este momento son las remesas familiares, o sea, el dinero que les cae, lo que gente que se va le manda a los que se quedan.
Esas remesas han aumentado 44% y son uno de los rubros de entrada más grandes que tiene el país.
La mayor parte de esas remesas vienen de EE.UU., que es un país con el que Nicaragua también tiene relaciones muy conflictivas. Ortega ha señalado a Washington de estar detrás de estrategias para desestabilizar el país o planear golpes de Estado en su contra.
Daniel Ortega habla todo el tiempo del imperialismo y da todos estos discursos encendidos contra el imperialismo, pero el primer y más importante socio comercial de Nicaragua son los Estados Unidos.
Creo que es una herencia de un discurso no superado de los 70 y de los 80, en el que quieren seguir haciendo parecer a Estados Unidos la justificación de todos nuestros males y de todas nuestras meteduras de pata.
Hablando de los 70 y los 80, en su libro de memorias, “El país bajo mi piel“, usted cuenta su paso por el Frente Sandinista y su vida bajo los gobiernos de los Somoza. Más de 20 años después de la publicación de ese libro,¿qué queda de ese país bajo su piel?
Nicaragua sigue siendo el lugar de mi pasión, la suma de recuerdos de mi infancia con los recuerdos del resto mi vida. Es el lugar que me llena, que siento como parte mía, en un sentido casi físico.
Pero he tenido la necesidad de crear un país mío, un país, de alguna manera, soñado, inventado.
Ese país mío no es ya el mismo de Daniel Ortega.
¿cómo se diferencian esos dos países, acaso no es el mismo pero visto desde las dos caras de una moneda?
El país mío sería un país donde hubiese democracia, donde hubiese posibilidades de mejorar las condiciones de vida de la población, donde la gente pudiera vivir en libertad, donde la inteligencia extraordinaria del pueblo nicaragüense pudiera desarrollarse, tener oportunidades.
Esa no es hoy Nicaragua.
Después de la guerra para liberarnos de Somoza en la que murieron 50.000 nicaragüenses - una cifra enorme en términos de población que en ese momento era de cuatro a cinco millones- es terrible pensar que todo ese sufrimiento haya sido para tener otra vez familias con sus padres, sus hermanos y sus hijos muertos, presos o en el exilio.
Los jóvenes de Nicaragua hablan del sandinismo hoy como nosotros hablábamos de Somoza. Y para ser honesta, creo que la situación de los jóvenes hoy es más dura. Ha habido una fuga de talentos tremenda y creo que esos muchachos que hoy se van ya no van a regresar, van a seguir, a hacer su vida en otra parte y Nicaragua se seguirá quedando como una madre huérfana de sus hijos.
Es tremendo lo que está pasando en Nicaragua. Nunca pensé vivir esto otra vez.
Recuerdo ahora un poema mío que dice: “dónde pongo este país de mi alma para que nadie más me lo golpee. Nicaragua sangra, herida, por las llagas abiertas de su corazón”.
Esto que me dice contrasta mucho con lo que describía en muchos de sus poemas sobre la revolución sandinista años atrás. Recuerdo uno en el que dice que despertaba envuelta en “consignas hermosas”, que ya no había “oscuridad, ni barricadas, ni abuso del espejo retrovisor para ver si me siguen”. ¿Qué queda de esos tiempos a los que cantó alegre Gioconda Belli?
Quedamos los que sobrevivimos el triste final de esos tiempos, el de la revolución que se comió a sus propios hijos. Quedamos los que todavía seguimos fieles a esos principios y a esos valores por los que luchamos.
También tenemos la memoria, el legado de tanta gente que murió por hacer mejor nuestra realidad… una realidad que, insisto, no es esta, la que estamos viviendo.
Desafortunadamente Nicaragua todavía no ha visto el amanecer que se le prometió.
Eduardo Galeano llamaba a la sandinista la “revolución más hermosa del continente”. ¿Cómo se llegó a este escenario que usted describe ahora?
Si uno piensa en la Revolución Francesa también pasó algo parecido: hubo una revolución que marcó una época en el mundo. Y, sin embargo, después vino el terror, Napoleón, la restauración… y pasaron más de 80 años hasta que Francia logró crear una república verdadera.
Con esto quiero decir que la historia es muy larga y nosotros vivimos solo pequeños fragmentos de ella.
Por eso, nos podemos deprimir enormemente pensando que nunca se van a lograr nuestros sueños. Al final, lo que no se logra, es que vivamos lo suficiente para verlos.
Por eso, no está de más hacer todo lo que esté en nuestas manos para alcanzarlos, aunque no vivamos para verlos realizados.
Como digo en uno de mis poemas, uno no escoge el tiempo para venir al mundo; pero debe dejar huella de su tiempo.
En uno de sus poemas usted también dice, como Édith Piaf, que “no se arrepiente de nada”. Ahora que han pasado los años, se arrepiente Gioconda Belli de haber apoyado a Daniel Ortega y a la revolución sandinista?
No me arrepiento de haber apoyado la revolución sandinista.
Realmente yo nunca sentí que estaba apoyando a Daniel Ortega, porque la revolución no fue Daniel Ortega.
Daniel Ortega recibió un puesto importante dentro de la revolución y no supo vivir a la altura de la responsabilidad que se le otorgó.
En la década del 70, usted se exilió en Costa Rica y México. En esa etapa le escribió un poema a Nicaragua para confesarle que estaba “perdidamente enamorada” de ella y que “si te he dejado no es por mucho tiempo, no es para olvidarme de limas y cadenas, no es para olvidar lo que no hay que olvidar“. Ahora que vive otra vez en el exilio, qué sería lo que no se puede olvidar, qué es lo que no deberían olvidar los nicaragüenses que, como usted, han tenido que partir al extranjero.
En cualquier lugar que uno esté, tiene que seguir hablando, denunciando, creyendo en que es posible un cambio. Uno tiene que ser capaz de reinventarse, de no perder absolutamente la fe en uno mismo y en la Historia.
Y sobre todo, es importante conservar la libertad, el recuerdo de la libertad, la nostalgia de la libertad.
Hace poco estuve hablando con (la escritora bielorrusa) Svetlana Alexiévich y contaba que la Unión Soviética creó en sus años una especie de cárcel mental interna, que de alguna manera es lo que explica que haya gente en Rusia que apoye la guerra en Ucrania.
No puede buscar la libertad, no puede apoyarla, quien no es libre en su interior.
Y cuando estos regímenes crean estas cárceles para la mente, después la gente no puede vivir o no sabe cómo vivir fuera de esas rejas y busca volver a repetirlas.
Eso es lo que yo no quiero que suceda en Nicaragua. No quiero que la gente pierda su sentido de libertad.
Hablando de Ucrania, Nicaragua ha sido uno de los pocos países de la región que ha apoyado la invasión rusa. ¿Qué lectura le da a eso?
Eso es puro oportunismo.
Ortega ha escogido aislarse del mundo porque no quiere que nadie interceda por los presos políticos, que nadie condene lo que está haciendo en Nicaragua.
Y donde único ha encontrado aceptación es entre los que hacen el mismo tipo de cosas que él está haciendo, por eso no sorprende que apoye a Putin.
Es lo que hacen también Cuba y Venezuela. Los tres países se han vuelto una degradación del sentimiento humanista que yo siento que debería tener la izquierda.
Y la gente no es feliz. No es en vano que son también los países de que producen estas migraciones masivas por las condiciones en que los tienen sus gobiernos.
Ese enorme éxodo cubano de tantos años no se explica de una manera que no sea porque esa gente se ve limitada en su libertad y en su felicidad. Y lo mismo pasó en Venezuela. Y está pasando igual en Nicaragua.
Entonces, ¿qué sentido tiene decir que es una izquierda que vale la pena defender si millones se tienen que ir de su país para ser felices?
Usted se define como una persona de izquierda. ¿En qué se diferencia la izquierda que usted defiende con la que defienden Cuba, Nicaragua o Venezuela?
Creo en una izquierda que sea capaz de confrontarse con otras ideas y de poder tener un crecimiento a partir del debate y de la justicia social.
Creo en la justicia social, pero creo que la democracia es esencial y he cambiado en ese sentido: no creo más en la dictadura del proletariado ni ninguna de esas cosas que quedaron de Lenin, dejé de ser leninista.
Pero quiero dejar claro un punto que me parece importante: no creo que el gobierno de Daniel Ortega sea realmente de izquierda.
El gobierno de Daniel Ortega ha estado en la cama con los más grandes capitales de Nicaragua y estuvo gobernando con ellos por mucho tiempo.
No es un gobierno que haya cambiado en nada los valores del país. Están aliados con los grandes bancos, con los grandes préstamos.
Y son, en definitiva, una familia en el poder. No es un gobierno de izquierda, parecen más bien una monarquía absolutista al estilo medieval.
Usted estuvo hace unos meses en la toma de posesión de Boric en Chile, un presidente que se ha presentado como un nuevo rostro de la izquierda en América Latina. Ahora otro candidato de izquierda, Gustavo Petro, irá a segunda vuelta en Colombia. Tras las experiencias de Nicaragua, de Cuba, de Venezuela, ve alguna esperanza para un proyecto de una nueva izquierda en la región?
Yo creo que se puede hacer un proyecto nuevo de izquierda, pero es necesario antes que la izquierda se reinvente.
La izquierda latinoamericana ha caído en la trampa del autoritarismo y no ha podido superar esa mentalidad que causó la debacle de la izquierda en el campo socialista.
Todavía siguen creyendo que pueden sacrificar -y que la gente debe estar dispuesta a sacrificar- su libertad a cambio de cierta justicia social.
Y pienso que ese es un gran error.