Por Mauricio Centurion
Radio Zapatista
14 jun 2022
Una mirada desde Ameríca Latina a la revolución de Rojava, que hoy está amenazada por Turquía y es defendida en la calle por jóvenes que crecieron en el corazón de ella.
Después de cinco días de viaje, cruzo desde Sulaymaniyah (Kurdistán iraquí) hacia Rojava (Kurdistán sirio) para registrar una manifestación de jóvenes que apoyan esta revolución con 10 años de existencia.
Un precario puente divide la frontera: allí está el Tigris, uno de los pocos y más grandes ríos en la zona. Luego de horas de burocracia presentando papeles y credenciales, e intentando vencer las barreras idiomáticas, logro pasar a la siguiente frontera que está a 500 metros
-Bi xêr hatî Rojava- me dice un policía.
Esta es, quizás, la primera vez que tengo confianza al ver a los ojos a un uniformado. Con ayuda de un traductor le pregunto cómo llegar a la ciudad donde me tengo que encontrar con periodistas de la zona para cubrir la manifestación. Después de preguntarme de dónde soy se ofrece llevarme y digo que sí. Es la segunda vez que cómo periodista subo a la camioneta de la policía. La primera vez es mejor olvidarla.
En el camino me mira y sonríe. “Argentina, Argentina”, dice y suelta palabras en kurmanji, su lengua que todavía no puedo entender.
Un niño camina de la mano con su abuelo y mira unas letras prendidas en fuego. Levanta su pequeña mano y con los dedos hace una V. Las letras son las iniciales del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK). Ese partido, creado hace más de cuarenta años por Abdullah Öcalan, fue la principal influencia para que, en 2012, en el marco de la Primavera Árabe que conmocionó a todo Medio Oriente y el Magreb, el pueblo de Rojava liberara los territorios del norte del país. Ese levantamiento que desbordó al gobierno de Damasco tuvo sus principales causas en la lucha por las libertades básicas, libertades que hasta ese momento estaban vedadas para los y las kurdas: el derecho a habitar y cultivar sus tierras, hablar su propio idioma, ejercer sus derechos políticos y culturales.
Décadas de luchas tuvieron que pasar los pueblos kurdos, árabes, armenios, asirios, musulmanes, cristianos y yezidíes frente a los estados-nación y las fronteras que dividen a sus habitantes. A finales de mayo de este año, el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, volvió a amenazar a los pueblos de Rojava: anunció una nueva etapa en la invasión militar contra el norte y el este de Siria. Como ya lo hizo en 2018 y 2019, Erdogan destina todo el poderío del Estado turco para destruir el proyecto social y político en Rojava, compartido por cinco millones de personas, ya sean kurdos, árabes, armenios, asirios, musulmanes, cristianos o yezidíes.
En respuesta a esta amenaza, miles de jóvenes del Movimiento Juvenil Revolucionario y de la Unión de Mujeres Jóvenes organizaron una marcha de tres días, desde la ciudad de Qamishlo hasta Derik, otra localidad ubicada a 150 kilómetros de distancia. Durante la larga marcha se levantó una sola consigna: “Únete a la guerra de liberación contra ocupantes y traidores”.
Con los pies entre los pasos de quienes marchan, el sol pega y la tierra se siente en la garganta. Un joven se me acerca y pregunta: “tu ji ku dere ki?” (¿de dónde sos?). Cuando digo “ez ji Argentina me”, me mira y comienza a nombrar al Che Guevara, a Maradona, a Messi. Después me abraza, me da dos besos y me dice “serkeftin” (¡hasta la victoria!).
En la marcha veo cómo hombres y mujeres bailan. Hasta hace pocos años, esa costumbre milenaria, como también lo es el canto y la música, estaba prohibida para el pueblo kurdo de Rojava. Las horas caminando por el desierto no desalientan a nadie. Bailes, voces, cantos se funden, otra vez, como resistencia.
Un joven “cuadro” -como llaman aquí a las personas que forman parte del movimiento kurdo y han estado por varios años formándose políticamente-, se acerca, se sienta en cuclillas y nos sirve agua a los que estamos ahí. Cuando termina, no le queda para él. Se ríe, le queremos dar la nuestra y no acepta. Por suerte hay un internacionalista alemán que habla tanto kurdo como español y me cuenta lo que dice: “Empieza por lo simple, hoy dejas sin agua a alguien, mañana te hacen falta cosas materiales para estar bien, pasado sos tu propio enemigo. Al mundo se lo cambia desde simples gestos, es muy importante que actuemos de esta manera, porque alguien que no actúa de esta manera y habla de revolución resulta incoherente. ¿Quién le va a creer a un burgués que predica lo que no hace?”
Su sonrisa es atrapante, en sus ojos hay seguridad. Pienso que, cuando la revolución se desató, apenas tendría nueve años.
En el camino me ofrecen más agua y comida, halagan mis tatuajes y me preguntan, con cara de confusión, por qué tengo un aro en la nariz. Los vecinos que no participan de la marcha sacan mangueras para que los jóvenes tomen agua y se mojen la cabeza. El pañuelo en el Medio Oriente, tiene muchos significados: uno de ellos es cubrirte del sol; mi cabeza lo comprende enseguida. Al otro día, conseguí un pañuelo, al que no voy a soltar hasta mis últimas horas en Rojava.
La revolución en el norte y el este de Siria es amenazada por diferentes intereses. Además, es literalmente bombardeada por Turquía. En las últimas semanas, tanto el ejército de Ankara como los grupos mercenarios, que son sus aliados en la región, redoblaron los ataques contra aldeas y ciudades de Rojava.
En la marcha, rodeando a los jóvenes, las unidades de mujeres milicianas custodian nuestros pasos. Ese icono de mujeres con armas luchando contra ISIS, que llegó a Occidente de forma espectacular, se transfigura cuando un par de niñas se acercan a saludarlas con dos besos y un abrazo.
No veía tantos jóvenes agrupados luchando por una causa desde el movimiento de mujeres en Argentina. ¿Será esa la causa por la que es tan difícil para los enemigos acabar con esta revolución? Con estos diez años de avances, resistencias y miles de desafíos por delante, el movimiento político que liberó Rojava continúa plantando las semillas para reforestar la tierra donde crece la esperanza. Esperanza y vida que desde hace décadas intentan aniquilar, pero no lo lograrán.