') . clean_pre('Era una ciudad de plástico'
De esas que no quiero ver
De edificios cancerosos
Y un corazón de oropel
Donde en vez de un sol, amanece un dólar
Donde nadie ríe, donde nadie llora
Con gente de rostros de polyester
Que escuchan sin oír y miran sin ver
Gente que vendió por comodidad
Su razón de ser y su libertad
Rubén Blades “Plástico” ') . '
El epígrafe de marras viene a colación en este artículo que iniciamos porque Blades, conocido cantante panameño, nos anima con su canción a escuchar la historia de unas personas cuyas vidas se desenvuelven en un medio “plástico” que incluye su familia y (lo que más nos interesa destacar aquí) su ciudad. Para el, lo “plástico” se refiere a lo superficial, a la vida intrascendente en la cual esos grises personajes se involucran, atrapados por la inercia, el capricho, la extravagancia y (agregado nuestro) la desolación ecológica. En este sentido nos referiremos a una de las varias plagas que vienen azotando a nuestra muy querida, maltratada, pauperizada, y contaminada Santiago de León de Los Caracas.
De un tiempo acá hemos venido observando cómo, acompañando el desempeño de un ostentoso e inescrupuloso grupo social emergente, pero con estrechos vasos comunicantes con otros ya consolidados, sectores enteros de nuestra capital son modelados y remodelados en una dinámica que implanta la plasticidad, entendida no solo en el sentido de la cultura de lo superfluo sino también en el de la materialización de un paisaje construido con sustancia químicas sintéticas como polímeros y resinas (pero también latón) que simula y busca sustituir descaradamente lo natural. Es el caso de algunas urbanizaciones y centros comerciales donde, entre otros, campean la idiotez, la frivolidad farandulera, la ropa de marca, los celulares caros, el interés por la vida privada de personajes públicos y las conversaciones bizantinas.
Plástico, falseamiento y depredación: el insostenible paisaje urbano de una élite voraz y mediocre
Una minoría bodegonera y habitué de casinos, que detenta poder político y económico, se desenvuelve como protagonista en este ambiente de nimiedad. Allí también se encuentran otros, ávidos de consumir, despilfarrar y figurar, que aspiran borreguilmente a escalar y llegar al estrado de la fama y el dinero mal habido.
Esta situación se evidencia por ejemplo en Las Mercedes, municipio Baruta, zona que según algunos (¿secreto a voces?) es emblema de lavado de divisas, con las construcciones de deslumbrantes edificios empresariales y opulentas viviendas multifamiliares, la proliferación de concesionarios de carros de lujo, suntuosos restaurantes y otros exclusivos locales comerciales, la adquisición de inmuebles y mercancías extremadamente costosas. Hemos observado allí calles en las que la arborización original ha sido suplantada por palmeras de plástico, con su grama periférica del mismo material (también las hemos visto en otros lugares, como por ejemplo el Centro Comercial el Recreo en el municipio Libertador). Se multiplican en Las Mercedes y otros ámbitos de la ciudad muros “verdes” tapizados con enredaderas y flores de plástico, refractarias a la percolación del agua de lluvia y de riego. Todo ello con la obvia anuencia de las autoridades municipales. Cabe señalar que el año pasado fueron colocadas palmeras de metal doradas en la autopista del este a la altura de Bello Monte, al tiempo que se han talado y mutilado de manera continua y brutal frondosos árboles reales en todos los municipios caraqueños donde el llamado “Plan Caracas Patriota, Bella y Segura” y empresas supuestamente especializadas han intervenido espacios con criterios antiecológicos y estéticamente adocenados.
Ciertamente la mayoría de las ciudades contemporáneas han artificializado en gran medida su ambiente, sellando superficies y reduciendo la biodiversidad de su territorio. No obstante, la eliminación masiva de árboles y otras especies vegetales, y su sustitución por especímenes artificiales de plástico y otros materiales sintéticos, constituyen un paso más en la barbarie socioambiental que, en medio de agudas desigualdades y segregaciones, deterioro creciente de los servicios, contaminación, penuria e inseguridad, asola nuestra ciudad y la conduce al colapso.
En una época en la que el desorden climático amenaza la supervivencia de la humanidad, y los residuos y desechos plásticos se extienden por todo la Tierra, es necesario subrayar el hecho de que los árboles aportan invalorables beneficios como contribuir al combate contra el calentamiento global, conservar energía, ahorrar agua, proporcionar oxígeno, preservar una parte importante de la fauna, refrescar las calles y los espacios construidos de las ciudades, entre muchos otros.
El impacto ambiental que generan los árboles artificiales de plástico comienza con su proceso de fabricación, ya que son sometidos a transformaciones químicas muy nocivas para pintarlos, ensamblarlos y empaquetarlos; generalmente son fabricados en países asiáticos, por lo que sus costos de transporte son bastante altos. Aparte de que no generan beneficios ambientales, toma siglos enteros revertir el daño ecológico que ocasionan. Además, la producción de árboles de plástico consume gran cantidad de recursos naturales e incrementa la polución atmosférica.
Las estereotipadas puestas en escena kistch con vegetación de plástico que vemos en nuestro medio urbano, transfieren a las réplicas de objetos arquitectónicos, naturales y culturales, el valor de la subsidiariedad que busca la aceptación como autenticidad reproducida. Transmite el mensaje subliminal según el cual los sucedáneos se bastan a sí mismos: mensaje soft, edulcorado, reductor y totalitario. El paisaje que propone se basa en relaciones simbólicas falsas, adecuadas al emplazamiento de la mansión del nuevo rico, entendiendo por este no tanto al que ha hecho fortuna recientemente, sino principalmente al que la ostenta de manera exagerada y mediocre, si es preciso más allá de sus posibilidades, pensando que con este proceder se parece a los ricos más antiguos. La naturaleza de ese paisaje es derivativa y parásita, es al urbanismo, la arquitectura y el paisajismo, lo que la margarina es a la mantequilla. Medra en la convergencia de una sensibilidad aturdida y la desvergüenza mercenaria de una clase social advenediza cuyo ascenso revela una crisis sistémica que es también una crisis de sensibilidad ecológica. Por crisis de sensibilidad entendemos que el gusto y la disponibilidad más sensible con respecto al mundo han sido mutilados. Se trata de la reducción de toda una gama sutil de percepciones y afectos que, en toda su riqueza e intensidad emocional, ha sido reducida, evaluada como una cualidad secundaria o despreciable por un modo de existencia medularmente estéril que mantiene a la gente distanciada de las relaciones cotidianas con la naturaleza. Este embotamiento de la sensibilidad para con la naturaleza y este empobrecimiento del gusto constituyen una experiencia muy tangible de la crisis ecológica que todavía luce para muchos como algo distante y abstracto.
Hace unos días nos topamos con un personaje que escuchó la exposición que sobre esta problemática hacíamos a un grupo de amigos. Sintiéndose incómodo con lo expresado por nosotros, hizo saber su apoyo al uso de árboles de plástico señalando que no requieren riego ni cuido, no poseen raíces que levantan el pavimento ni sueltan hojas ni ramas que ensucian las vías de circulación peatonal y vehicular… Pobre argumentación de un ser vacunado contra la ironía, inmune al ridículo, que vive sumergido en una melaza insensible a la verdadera vida, convencido por la desenvoltura saqueadora de las estrategias de propaganda política y publicidad de que la existencia artificializada es la mejor opción posible.
Como la crisis ecológica es tan profunda, los modos de vida hegemónicos comienzan ya en distintas partes a disfrazarse con un traje ecológico, con un discurso oficial que persigue la “corrección política y social”. Así, por ejemplo, burócratas y mercaderes que por un lado promueven la plastificación del paisaje, por el otro adoptan slogans íconos y logotipos que supuestamente se alinean con la preocupación ambiental y la “salvación del planeta”. Las verdaderas soluciones a la crisis pasan necesariamente por la reconstitución de relaciones más íntimas con lo vivo, con la ruptura de la relación deletérea que empobrece la naturaleza y la convierte en una materia inanimada. Nos toca hacer emerger vínculos más sanos, integrales y refinados que nos permitan deshacer los eslabones de la cadena plástica. Ya llegará el momento de derribar colectivamente los fraudulentos “árboles” artificiales, detestables adefesios que envilecen y desnaturalizan nuestra ciudad, para luego revegetar, humanizar y embellecer los lugares que ocupan.