El movimiento feminista latinoamericano se hizo fuerte desde las calles, y fue a partir de su movilización masiva que en los últimos años logró avances históricos en materia de derechos. En momentos de alerta internacional feminista como el presente, dado por el regresivo fallo dictado por la Corte Suprema de los Estados Unidos, conviene tener presente las lecciones que arroja la lucha de las mujeres y las disidencias al sur del continente.
06/07/2022
En los últimos años miles de mujeres de toda América Latina salieron a las calles en protesta contra la desigualdad de género y en reclamo de sus derechos. En tiempos de alerta para el feminismo internacional, su ejemplo se vuelve aún más relevante.
Hace dos años, en el Día Internacional de la Mujer, miles de trabajadoras de las ciudades más importantes de América Latina salieron a la calle a protestar contra la desigualdad. Esta movilización de masas —producto de décadas de organización feminista— estuvo centrada en ampliar las definiciones del trabajo y de les trabajadores.
El movimiento feminista latinoamericano se hizo fuerte desde las calles, y fue a partir de su movilización masiva que en los últimos años logró avances históricos en materia de derechos. En momentos de alerta internacional feminista como el presente, dado por el regresivo fallo dictado por la Corte Suprema de los Estados Unidos, conviene tener presente las lecciones que arroja la lucha de las mujeres y las disidencias al sur del continente.
Daniel Denvir conversó con Verónica Gago, profesora de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, integrante del consejo asesor de Jacobin América Latina y autora de La potencia feminista. O el deseo de cambiarlo todo, que nos explica por qué este movimiento se volvió tan masivo y qué significa para la clase obrera latinoamericana.
Argentina parece haber sido el punto de inicio de un nuevo movimiento feminista que, a lo largo de los últimos cinco años, terminó convirtiéndose en una poderosa fuerza política en toda América Latina. ¿Cómo surgió el fenómeno en Argentina y cómo se extendió por toda la región?
A lo largo de las últimas tres décadas, los encuentros del activismo queer y del feminismo tradicional influyeron en muchas generaciones de argentinas. Después de la dictadura, el protagonismo político había quedado en manos del movimiento de derechos humanos, representado principalmente por Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Después de la crisis de 2001, el movimiento de desocupados empezó a problematizar el concepto de trabajo y puso en cuestión la idea de que el trabajo asalariado era la única vía posible para vivir una vida digna. Estas y otras movilizaciones, que empezaron en los márgenes, que terminaron reorganizando la política y narrando el conflicto en términos políticos más que individuales, son factores que explican la masividad del movimiento feminista.
Otro elemento importante es el trabajo político estratégico de las organizaciones. Los sindicatos, los movimientos sociales, los colectivos y las luchas territoriales protagonizaron conflictos que la agenda feminista terminó incorporando. De a poco, el feminismo dejó de definirse en función de iniciativas esporádicas, discursos académicos y demandas institucionales. Empezó a problematizar los cuerpos, los territorios, el trabajo, el extractivismo y las reivindicaciones de los inmigrantes y de los indígenas.
El feminismo se transformó entonces en una praxis política concreta en espacios tan distintos como los sindicatos, las organizaciones políticas, las escuelas, las universidades y los barrios. Hay que decir también que, en América Latina, existen muchas configuraciones políticas del feminismo: está el feminismo afro, el feminismo de los estudiantes, etc.
¿Cómo se explica la expansión regional del movimiento y por qué es tan importante el internacionalismo?
Las políticas transfronterizas nos permiten pensar más allá de nuestros propios territorios. Un año el movimiento era fuerte en Argentina. Otro año ganó fuerza en España. Un año después surgió en México. Hoy la vanguardia está en Chile. La experiencia de formar parte de un movimiento que excede el propio país es importante. Estamos repensando el internacionalismo como algo que somos más que como una abstracción. Estamos compartiendo posicionamientos, vocabulario e imágenes de distintas movilizaciones de todo el mundo.
Las tradiciones socialista y comunista tienen una fuerte presencia en este internacionalismo. Sin embargo, nuestro internacionalismo no está construido en función del protagonismo de los partidos políticos. Es una formación nueva, que difiere de todas las formaciones previas. Reivindicamos la perspectiva transnacional que necesitamos para deshacernos del neoliberalismo y del capitalismo financiero.
También nos preguntamos, «¿Cómo debemos reformular las luchas de nuestros territorios para conectarlas con otras?». Por ejemplo, la participación de las trabajadoras domésticas migrantes en el paro feminista está generando un internacionalismo práctico. Pero, al mismo tiempo, esa participación es compleja debido a la falta de estatus legal que afecta a estas trabajadoras.
Por otro lado, con tantas agendas centradas en torno al extractivismo, a la situación de las trabajadoras migrantes y a los nuevos modos de imperialismo, el movimiento feminista internacional está reconceptualizando lo que entendemos por movimiento decolonial.
En tu libro leo que, “Contra el modelo estrecho que define quiénes pueden hacer paro —trabajadores hombres, blancos, asalariados, sindicalizados— expandimos la capacidad política, los lenguajes y las geografías de esta acción”. ¿Por qué el movimiento feminista adopta la forma de un paro feminista? ¿Qué es un paro y qué hace que el paro feminista sea un paro?
El paro tiene sentido para muchos trabajadores distintos, incluso los que participan de la reproducción social y los de la economía informal. El paro feminista está redefiniendo una forma popular de lucha en este nuevo momento histórico, conectando sectores, repensando su rol en los sindicatos e integrando luchas que no suelen ser reconocidas como paros obreros. En este sentido, el paro es un vector de transversalidad. Incluye a personas, a sujetos y a conflictos históricamente excluidos de las huelgas.
De hecho, el paro feminista asigna un contenido de clase a reivindicaciones distintas y amplía la noción de huelga. Empezamos considerando la imposibilidad de un paro: no podemos parar en nuestra vida cotidiana, en trabajos sin patrón y desarrollados en condiciones precarias. Pero entonces nos organizamos para redefinir esta imposibilidad como una nueva forma de lucha y repensar el paro a partir de esas condiciones.
En general, la política de masas conlleva moderar ciertas reivindicaciones para ajustarlas a determinadas narrativas, y ablandar un poco el lenguaje en los medios de comunicación masivos. Pero movimiento feminista hace lo contrario: estamos radicalizando la narrativa, conectando, por ejemplo, las reivindicaciones por la vivienda con la deuda externa y el rechazo de los mandatos de género. Esto despierta el deseo de cambiarlo todo.
Los medios nos dicen, «Están mezclando todo. ¿Qué tiene que ver el feminismo con la deuda externa o con el problema de la vivienda? Esto no es un movimiento feminista». En un gesto radical, conectamos distintas formas de violencia para explicar concretamente la precarización de nuestras vidas cotidianas.
¿Qué tipo de condición común es la precariedad y qué vínculo tiene con la condición común del proletariado más clásico? ¿Qué tipo de relación tiene el poder de huelga de los trabajadores precarizados con el del proletariado clásico?
No podemos decir que todos los trabajos son precarios, pero podemos trabajar políticamente con la idea de que la precarización es un terreno común. Conectar el paro con la precariedad es una forma de analizar la crisis de los «salarios hechos de retazos», como dice Silvia Federici, y los tipos de trabajo no reconocidos como tales. La perspectiva feminista reconoce todos los trabajos invisibles y no remunerados que funcionan en las economías informales y populares, y que hacen a la infraestructura que sostiene la vida cotidiana.
El paro nos permite mapear distintas condiciones de precarización, pero el problema político sigue siendo construir una huelga en esas condiciones. No se trata solo de reintroducir la palabra «huelga» en nuestro discurso político. En Argentina tenemos una reivindicación que es «Trabajadoras somos todas». Por supuesto, no pretende ser un paraguas que abarca todo, que homogeneiza y que obstruye la identidad de clase. Pero revela la multiplicidad de lo que significa el trabajo con todas las jerarquías que produce la precarización desde el punto de vista feminista. Hacer paro en condiciones tan difíciles es una forma de persistir en la organización.
También escribiste que el feminismo funciona como un lente en el sentido de que permite que comprendamos mejor la totalidad del orden presente, sobre todo porque conecta «el trabajo doméstico con la explotación financiera». ¿Cuál es esa conexión entre trabajo doméstico y explotación financiera? ¿Qué papel juega hoy en Argentina y en el sistema capitalista mundial, y cómo es que el feminismo nos ayuda a comprenderla?
Estamos estudiando y abordando el tema de la deuda de los hogares. La deuda familiar opera como un mecanismo que fuerza la precarización: fuerza a los trabajadores —sobre todo a las mujeres, a las lesbianas y a las personas transgénero— a aceptar trabajos por los que se paga cada vez menos. En consecuencia, la deuda se convierte en el motor interno que impulsa la flexibilidad e impone el trabajo precario, pero también genera condiciones de organización. Por otro lado, hay que decir también que la deuda es un medio de explotación cada vez más intenso y que se adapta a las realidades heterogéneas del trabajo.
El Colectivo Ni una Menos en Argentina produjo una serie de reivindicaciones que combinó la lucha contra los femicidios, el trabajo que queremos y también la deuda que no queremos. Decimos que nos queremos vivas, con libertad y sin deudas. La conexión entre estos términos es importante: produce algo distinto a la victimización. No decimos simplemente, «Dejen de matarnos». Estamos disputando la idea libertaria de libertad y su conexión con la autonomía económica.
Cuando decimos que queremos vivir sin deudas, conectamos los efectos de la deuda externa con la deuda de los hogares y evidenciamos que las políticas de ajuste son la causa de ambas: hay que abordar el problema de la deuda de los hogares en la economía cotidiana para confrontar las medidas de austeridad del gobierno, que es obligado a adoptar esas medidas por el Fondo Monetario Internacional. Establecer estas conexiones entre las deudas de los hogares y la deuda soberana y las finanzas mundiales es parte de la pedagogía feminista.
En Argentina y en América Latina, el endeudamiento, sobre todo entre los sectores populares, está vinculado con el florecimiento de las economías ilegales. Las economías ilegales, por más violentas que sean, son con frecuencia una solución para los individuos endeudados. En ese sentido, los flujos ilegales de dinero representan a veces una salvación.
Parece similar a la acumulación primitiva, que separa a los trabajadores de los medios de subsistencia y los fuerza a trabajar por un salario para sobrevivir.
Exacto. Pero funciona en otro nivel. El extractivismo financiero es más sofisticado. Conecta la tierra, los recursos naturales y la especulación inmobiliaria con estos dispositivos de deuda.
Desde la perspectiva feminista, cuando intentamos organizar los territorios donde transcurren vidas precarias, donde las personas tienen trabajos precarios y las condiciones de reproducción social son complejas, también enfrentamos el problema de encontrar tiempo disponible para la organización política. La deuda despoja a nuestra época del tiempo necesario para la organización política: es difícil sostener espacios políticos o, por ejemplo, organizar un comedor en un barrio, cuando hay que aceptar otro trabajo para completar los ingresos.
Feministas marxistas y teóricas marxistas de la reproducción social, como Paula Varela y Tithi Bhattacharya, argumentan que el trabajo reproductivo realizado por fuera de una relación salarial no produce valor en el sentido marxista. Varela escribe: «El trabajo social reproductivo no es producción de valor precisamente porque no es conmensurable. No puede convertirse en trabajo abstracto».
¿Qué opinión te merece esta idea de las teóricas de la reproducción social de que tenemos que reconocer la distinción entre trabajo productivo y trabajo reproductivo, no porque uno sea más importante que el otro, sino precisamente para comprender la contradicción entre los dos bajo el capitalismo?
La contradicción es un punto importante. Pero, siguiendo a Silvia Federici, existe mucha explotación no reconocida: en América Latina, muy pocos trabajadores son reconocidos en tanto tales. En los años setenta, cuando las feministas postularon que el trabajo no remunerado es extraído de la jornada salarial, recurrieron a la noción de «medida». La medida es lo que el capital necesita para no ser considerado como valor.
El problema de la medida no es equivalente al de la no producción de valor. Las luchas feministas plantean, después de analizar los salarios y la duración de la jornada laboral, que la idea de medida está en crisis. Reducir la idea de valor a la medida salarial y a la duración de la jornada laboral es demasiado restrictivo. En el «Tercer Mundo» el trabajo no remunerado, libre o informal es mayoritario. Todos los trabajadores que forman parte de la clase obrera deben ser considerados como productores de valor.
También existen territorios domésticos más allá del hogar, como las infraestructuras populares, las economías populares y el trabajo comunitario, que contribuyen a la reproducción doméstica. No considerar esos territorios como productores de valor es una decisión política que juzga que la vida de esos trabajadores es «no productiva». Pero los dispositivos financieros son más inteligentes y rápidos, y reconocen la producción de valor en estos terrenos de reproducción social con el fin de apropiárselo. El paro feminista puso en evidencia las dinámicas de precarización actuales y las formas en que el sistema y sus dispositivos financieros se aprovechan de ellas, explotando y extrayendo valor de esos terrenos de reproducción social.
Aunque el neoliberalismo tal vez haya terminado con el salario familiar fordista, no nos dejó nada más emancipador como reemplazo. En tu libro leo que estamos viviendo «la crisis del patriarcado del salario». Y también que «esto no implica el fin del patriarcado, sino la descomposición de un modo específico de estructurar el patriarcado. La intensificación de la violencia sexista evidencia ese exceso de violencia que dejó de estar contenido en la forma salario».
Tu argumento es que el neoliberalismo es socialmente reaccionario, entre otras cosas, porque fuerza a las mujeres a realizar más trabajo reproductivo. ¿Qué función cumplen la reacción social y el antifeminismo en el neoliberalismo?
En Argentina, los debates sobre la remuneración del trabajo informal y reproductivo se solapan con la historia de los planes sociales, de los desafíos contra las políticas neoliberales y de la decadencia del hombre proveedor. Las economías ilegales brindaron una nueva forma de autoridad y de ingreso que reemplazó a ese personaje. Esta compleja red de violencia reestructuró el panorama de vida de las mayorías en América Latina y en Argentina. Las fuerzas conservadoras y reaccionarias intervienen en este contexto ofreciendo nuevas formas de reconocimiento a esos hombres proveedores en decadencia y también prometen seguridad económica en los barrios precarizados.
La desestabilización de las autoridades racistas y patriarcales que inició la movilización feminista y la política pone en riesgo los dispositivos de seguridad y de acumulación de capital. El feminismo y los movimientos barriales, sindicales, estudiantiles e indígenas, entre otros, son en cierto sentido factores que explican el giro neoconservador y el surgimiento de nuevas fuerzas reaccionarias. Estas composiciones de carácter masivo, radical y transnacional están desestabilizando el orden sexual, de género, racial y, por lo tanto, el orden neoliberal que tomó cuerpo en la disputa de la dirección de la crisis de deuda de 2001.
El neoliberalismo y el conservadurismo comparten los objetivos estratégicos de normalizar y gestionar las crisis de obediencia. El feminismo es una política de desobediencia cotidiana, y esta política cuestiona las nociones hegemónicas de seguridad y de gestión de la crisis.
La nueva derecha latinoamericana adoptó como uno de sus ejes el antifeminismo, especialmente la demonización de lo que denominan «ideología de género». De hecho, parece tener una fijación particular con la obra de Judith Butler. ¿Qué significan la ideología de género y Judith Butler para la derecha latinoamericana? ¿Por qué se convirtieron en un elemento tan importante de la reacción contra los movimientos sociales y contra la marea rosa?
La obra de Judith Butler es emblemática. Su circulación no está restringida a la discusión académica. Está completamente incorporada como una referencia política, y las fuerzas reaccionarias son conscientes de eso. La ideología de género se planteó sobre todo con la discusión de la educación sexual en las escuelas. Varias organizaciones, oenegés y grupos religiosos se opusieron a la educación sexual, que incluía a Judith Butler, argumentando que promovía la homosexualidad.
El movimiento feminista pone en juego dos temas: la seguridad y la economía. Reconceptualiza nuestras ideas de libertad, autonomía económica, educación y derecho al aborto. Por ejemplo, pone en cuestión la noción de libertad como algo individual o aislado que pertenecería a cada uno como una propiedad. En cambio, imagina la libertad en relación con un tejido colectivo: los grupos se organizan para protegerse y defenderse.
Las fuerzas reaccionarias perciben estos experimentos como desafíos directos a las nociones de seguridad, a la economía y a la propiedad individual. En América Latina, el protagonismo político del movimiento feminista es concebido por las fuerzas reaccionarias como un movimiento político con potencial desestabilizador, y no solo como una política identitaria o un debate académico. Las fuerzas reaccionarias no toleran la masividad y la radicalidad de este movimiento que está disputando la sensibilidad de la nueva generación.
En otra parte, escribiste: «Desde los años 1970, después de la derrota de los movimientos revolucionarios, América Latina empezó a servir como un sitio de experimentación para las reformas neoliberales impulsadas desde arriba por las instituciones financieras internacionales, por las grandes empresas y por los gobiernos».
Sin embargo, otro argumento del libro es que el neoliberalismo no viene solo desde arriba, sino también desde abajo. De ahí tu uso del concepto de «gubernamentalidad» de [Michel] Foucault, que muestra que el neoliberalismo también es «un conjunto de saberes, de tecnologías y de prácticas que despliegan un nuevo tipo de racionalidad que no puede ser pensado solo desde arriba».
La conclusión es que, aun después de haber perdido legitimidad política en América Latina durante la primera década de este siglo, el neoliberalismo siguió anclado en las «subjetividades populares». ¿Qué es esta subjetividad popular del neoliberalismo que viene desde abajo, y cómo se vincula con el neoliberalismo impuesto desde arriba?
En Argentina, el argumento dominante es que el neoliberalismo pertenece al pasado y que está asociado estrictamente con las reformas neoliberales de los años 1990. En mi libro Neoliberalismo desde abajo discutí esta idea de que el neoliberalismo es sinónimo de mercado y de que el opuesto del neoliberalismo es la intervención del Estado.
La fórmula del Estado contra el mercado es un modo simplista de pensar el rol del Estado en el neoliberalismo, de pensar el mercado y las reformas estructurales de los años 1990. Estas formas de neoliberalismo no solo fueron impuestas desde arriba. También son formas de vida cotidiana. Redefinieron el emprendedurismo, la política en los territorios y en los barrios y los servicios públicos. La fuerza de trabajo migrante también se vio forzada a reinventar y reorganizar sus modos de producir y de conquistar derechos. El neoliberalismo desde abajo enfatiza esta pluralización de la lógica y de las subjetividades populares.
Cuando no existe una alternativa, surgen formas políticas ambivalentes de confrontar la hegemonía neoliberal. Los sectores populares, especialmente las economías populares, antagonizan la agenda neoliberal, pero al mismo tiempo están obligados a asumir las condiciones del neoliberalismo y los modos de acción que impone. El neoliberalismo no se reduce a las reformas estructurales. Esas reformas estructurales son importantes y son un aspecto clave del panorama latinoamericano. Pero el neoliberalismo en los sectores populares es una forma de hacer las cosas y alienta a las personas más desprotegidas a adoptar el emprendedurismo y la autogestión.
Muchas veces me encuentro con esta idea de que el neoliberalismo es una cosa del pasado, una fuerza externa que no tiene nada que ver con las economías cotidianas de los más pobres. Pero la verdad es que los sectores populares están implicados en esta idea del emprendedurismo. La deuda conecta con los planes sociales y con formas autónomas de buscar sustento.
En América Latina, el debate sobre las políticas neoliberales y sobre la subjetividad está vinculado con la idea de las economías populares como una máquina que está en medio de estas condiciones neoliberales y las formas de activismo político contra el neoliberalismo.
La subjetividad emprendedora creada por el neoliberalismo, ¿es un reflejo de la ideología neoliberal hegemónica, uno de sus desprendimientos disidentes o una mezcla contradictoria entre ambos?
El neoliberalismo no es una ideología completa. No es una tendencia autónoma del capital que se desarrolla según su propia racionalidad. [El neoliberalismo desde abajo] es una forma de pensar la violencia del neoliberalismo contra los sectores más pobres de nuestros países. Cuestiona la noción de que el neoliberalismo es una ideología que existe de manera definida en los libros y después se aplica.
Los sectores populares o los más desposeídos están enfrentando el neoliberalismo. Lo peor del neoliberalismo es la creencia que promueve de que no existe ningún antagonismo y de que este sistema es una especie de monstruo con capacidad de absorber cualquier lucha, inflexión o confrontación. Las economías populares están disputando la definición del neoliberalismo y no encajan del todo en la idea de emprendedurismo. Las ideas de cálculo individual y de sujeto neoliberal no funcionan cuando se trata de pensar estas economías populares.
Pero tampoco están desarrollando economías alternativas. Este tipo de antagonismo no coincide con ningún antagonismo clásico. Sin embargo, es parte de las luchas concretas, como las reivindicaciones por vivienda y servicios públicos en los barrios, la reorganización de la fuerza de trabajo, especialmente la fuerza de trabajo migrante, y los nuevos tipos de sindicalismo.
También escribiste que la izquierda latinoamericana de la marea rosa marca «la emergencia de un populismo que busca convertirse en la ideología dominante en concordancia con la vuelta del Estado, intentando autoafirmarse como sinónimo del fin del neoliberalismo en la región».
Pero, siguiendo tu argumento, «el neoliberalismo y el neodesarrollismo se combinan para dotar de un nuevo carácter a la intervención estatal, y también a los conceptos de desarrollo y de inclusión social». ¿Qué tanto se aleja tu análisis de otros que miran con más simpatía a los gobiernos de la marea rosa? ¿En qué sentido estos gobiernos fracasaron en el combate contra el neoliberalismo y facilitaron la extensión del neoliberalismo bajo una nueva forma?
No es fácil discutir este tema ahora porque algunos argumentan que estamos asistiendo a una segunda oleada de la marea rosa con el nuevo gobierno de Chile, las elecciones en Colombia y en Brasil y la derrota de [Mauricio] Macri en Argentina.
Hay que debatir los niveles, los ritmos y el mapa de la primera y la segunda olas discutiendo el tipo de reformismo posible, en qué medida está habilitado por los movimientos sociales y por los levantamientos populares y condicionado por las políticas neoextractivistas.
Estos tres ángulos del problema están enmarañados en la cuestión de definir los contornos de un gobierno progresista o popular en la actualidad. América Latina no es una región pacífica. Los intentos neoliberales y conservadores de fundar un nuevo orden siempre fracasan. Las movilizaciones, las crisis y las elecciones siempre terminan poniendo en cuestión la idea de una victoria completa de los gobiernos de derecha. En este sentido, América Latina es una región muy dinámica.
Estamos debatiendo constantemente cuál era el objetivo principal de los gobiernos progresistas de hace cinco años. ¿Qué sucedió? ¿Qué tipo de fracaso condujo al surgimiento de los gobiernos de derecha que siguieron? ¿Y qué elementos siguen vigentes hoy, cuando esos gobiernos de derecha están perdiendo impulso, como sucedió en Argentina después de cuatro años de gobierno de Macri? ¿Cuáles serán las condiciones políticas que dejará el gobierno de [Jair] Bolsonaro?
También estamos investigando qué tipo de reformismo es posible teniendo en cuenta el rol de América Latina en el mercado mundial, cómo esta región está marcada completamente por el neoextractivismo y cómo estas formas de disputar las políticas públicas, enfrentando medidas de austeridad y confrontando las deudas externas son parte de los programas políticos de los gobiernos populares, que dependen de la fuerza de los movimientos. Y eso es importante: a veces los gobiernos olvidan que dependen de los movimientos sociales y políticos para abrir nuevas posibilidades y horizontes de soberanía.
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