El presente artículo reseña el pensamiento dependentista desde sus múltiples aproximaciones. La reseña se complementa con una revisión de varias intuiciones sobre la dependencia dejadas por José Carlos Mariátegui, a quien podemos considerar como un adelantado –amauta– del dependentismo. Desde esas intuiciones y desde la búsqueda de vínculos con otros autores, se resaltan los aportes que Mariátegui podría brindar para profundizar e incluso abrir nuevos senderos a las teorías de la dependencia. El artículo concluye con un llamado a continuar con la tarea de (re)construir dichas teorías tanto desde Mariátegui como desde otros referentes del pensamiento crítico al capitalismo, incluso en clave posdesarrollista.
Alberto Acosta, John Cajas Guijarro
Ecuador Today
Resumen
El presente artículo reseña el pensamiento dependentista desde sus múltiples aproximaciones. La reseña se complementa con una revisión de varias intuiciones sobre la dependencia dejadas por José Carlos Mariátegui, a quien podemos considerar como un adelantado –amauta– del dependentismo. Desde esas intuiciones y desde la búsqueda de vínculos con otros autores, se resaltan los aportes que Mariátegui podría brindar para profundizar e incluso abrir nuevos senderos a las teorías de la dependencia. El artículo concluye con un llamado a continuar con la tarea de (re)construir dichas teorías tanto desde Mariátegui como desde otros referentes del pensamiento crítico al capitalismo, incluso en clave posdesarrollista.
“No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano. He aquí una misión digna de una generación nueva”
José Carlos Mariátegui (1971: 249)
Las teorías de la dependencia han recibido una importante herencia latinoamericana. De hecho, hay pensadores latinoamericanos cuya obra puede seguir aportando a la construcción y profundización de nuevos senderos al dependentismo. Ese es el caso de José Carlos Mariátegui, brillante pensador peruano y uno de los primeros amautas de la dependencia, cuyo trabajo de inicios del siglo XX plantea intuiciones valiosas para entender cómo la colonialidad consolida la subordinación latinoamericana a los grandes centros capitalistas mundiales tanto en la economía como en un sinfín de dimensiones sociales.
En ese sentido, el presente artículo reseña el pensamiento dependentista desde sus múltiples exponentes (posibles aportes estructuralistas, el “desarrollo dependiente” y el “desarrollo del subdesarrollo”). Tomando esa reseña como referencia, se revisa algunas intuiciones sobre la dependencia dejadas por Mariátegui en dos de sus principales obras (Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana y sus conferencias sobre la crisis). Desde esas intuiciones y desde la búsqueda de vínculos con otros autores, se resaltan esos aportes que Mariátegui podría brindar para profundizar e incluso abrir nuevos senderos al dependentismo. Finalmente, el artículo concluye con un llamado a continuar la tarea de (re)construir las teorías de la dependencia tanto desde Mariátegui como desde otros referentes del pensamiento crítico al capitalismo, incluso en clave de posdesarrollo.
La dependencia es un fenómeno que ha intrigado por décadas al pensamiento crítico latinoamericano[3]. Tal fenómeno puede verse como: “una situación condicionante donde las economías de un grupo de países están condicionadas por el desarrollo y la expansión de otras”, de modo que “algunos países pueden expandirse de forma autónoma mientras que otros, estando en una posición dependiente, solo pueden expandirse como un reflejo de la expansión de los países dominantes”; como resultado “la situación básica de dependencia causa en estos países que sufran tanto de retraso como de explotación” (Dos Santos, 1973: 76, traducción propia; cf. 1970: 231). Así, “la dependencia condiciona la estructura económica que engendra los parámetros de las posibilidades estructurales” (Bambirra, 1999: 10); un condicionamiento que nace tanto por factores externos como por las estructuras internas de los países dependientes (Kay, 2020: 608).
Esta noción se complementa con otros aportes para los que la dependencia también implica: una dinámica económica inducida (no endógena) propia del subdesarrollo capitalista (Sunkel y Paz, 1978); la reproducción ampliada pero distorsionada y debilitada de los mecanismos de explotación y dominación capitalistas (Cueva, 1977); la incapacidad de la acumulación capitalista para encontrar su dinámica esencial dentro del sistema, dependiendo del exterior hasta en el acceso a tecnología y medios de producción (Dos Santos, 2011); la subordinación de naciones formalmente (pero no económicamente) independientes, donde existen estructuras que reproducen dicha subordinación bajo dinámicas cíclicas no autónomas (Marini, 1973; 1979); una condición visible a diferentes niveles, en donde las estructuras centro-periféricas se combinan con estructuras imperialistas y subimperialistas (Marini, 1973) y con las estructuras de clase concretas vigentes dentro de las sociedades dependientes (Velasco, 1981); una inserción subordinada en el comercio internacional de herencia colonial (Frank, 1970); una condición de subordinación múltiple, con dimensiones económicas, mercantiles, financieras, políticas, militares, académicas, culturales, educativas, sobre patrones de consumo, manejo de recursos naturales, etc. (Ghosh, 2001); y hasta una condición donde existen intereses alineados, alianzas y subordinación de las élites de las sociedades dependientes con respecto a las dominantes (Baran, 1959) a la vez que se estructuran relaciones de poder desde la colonialidad (Quijano, 1999). Y la lista puede extenderse… De hecho, en la discusión sobre la dependencia se puede distinguir –al menos– tres grandes perspectivas[4] que sugerimos a continuación.
Aunque en la Comisión Económica Para América Latina han dominado corrientes estructuralistas, gente cercana a la Comisión planteó argumentos próximos al dependentismo. El propio Prebisch terminó “convencido que las grandes fallas del desarrollo latinoamericano carecen de solución dentro del sistema prevaleciente. Hay que transformarlo […] Trátase de fallas de un capitalismo imitativo. Se está desvaneciendo el mito de que podríamos desarrollarnos a imagen y semejanza de los centros” (1984: 14). Por su parte, Furtado (1969) criticó a la CEPAL por su incapacidad de superar los paradigmas ortodoxos del beneficio mutuo del comercio internacional. Asimismo, planteó un enfoque sombrío sobre un futuro latinoamericano dominado por la desnacionalización y el agravamiento de los problemas de balanza de pagos asociados a la industrialización vía sustitución de importaciones, empeorando así la distribución de la renta sin resolver los problemas asociados a un mayor desempleo, un sesgo industrial especializado en lugar de una diversificación productiva, entre otros puntos críticos de potencial corte dependentista. También merece mención la tesis de la heterogeneidad estructural de Pinto (1969) para la cual, en una misma sociedad dependiente, convivirían bajo complejas interacciones estructuras económicas de diferente productividad, diferentes salarios e incluso de diferente “modernidad”.
Estos y otros argumentos –incluyendo las propias nociones centro-periferia– pueden considerarse como elementos estructuralistas que los distintos enfoques de la dependencia a veces incluyen en sus lecturas[5].
Entre los autores latinoamericanos dependentistas de amplia difusión están Cardoso y Faletto (1979)[6], quienes sugieren al menos cuatro nociones (Packenham, 1998: 84):
Como siempre el desarrollo capitalista genera “riqueza y pobreza”, “acumulación y escasez de capital”, “empleo y desempleo”, y demás contradicciones (Cardoso y Faletto, 1979: xxii), para esta perspectiva las diferencias observadas entre las sociedades centrales y dependientes responden a sus condiciones concretas; bajo esta noción, incluso la idea genérica de “periferia” perdería relevancia. De hecho, Cardoso (1977a) acepta la distinción entre “economías centrales y dependientes” al entender la dependencia como resultado de la interacción entre factores internos y externos, pero la rechaza al hablar de situaciones concretas de dependencia (Sonntag, 1989: 101).
A su vez, aunque para Cardoso y Faletto la distinción “centros-periferia” es útil para diferenciar los papeles dentro del capitalismo mundial, subestimaría los factores sociopolíticos involucrados en las condiciones concretas de dependencia (1979: 23–24). En respuesta, plantean la noción de desarrollo dependiente asociado: una forma de desarrollo capitalista en donde las sociedades dependientes replicarían de forma distorsionada, “caricaturesca” y adaptada a sus condiciones concretas, los patrones de consumo, producción, industrialización, progreso técnico y comercial, y hasta la política, la cultura y las demás dimensiones sociales de los países centrales (1979: 201). Tal forma de desarrollo capitalista sería el único alcanzable para los países dependientes, bajo dinámicas en donde el Estado y los grandes capitales locales y transnacionales pueden entrar en alianzas (pudiendo también persistir fricciones), buscando consolidar políticas legitimadas en una ideología de “interés común” mientras se atienden las aspiraciones de los grupos dominantes (Cardoso y Faletto, 1979: 209; Cardoso, 1977b). Dichas alianzas incluso pueden terminar creando todo un “bloque desarrollista” (Mkandawire, 2001: 297)[8].
En contraste a otras perspectivas, las corrientes anticapitalistas de la dependencia miran al desarrollo capitalista mundial como el causante del subdesarrollo de los países dependientes. Para Bambirra (1999: 13): “el “atraso” de los países dependientes ha sido consecuencia del desarrollo del capitalismo mundial y, a la vez, la condición de este desarrollo en las grandes potencias capitalistas mundiales”[9].
Algunos precedentes pueden encontrarse en Baran (1959) quien miró el subdesarrollo como un producto histórico del imperialismo y su lógica colonial; de hecho, la extracción de excedentes de las colonias favoreció la acumulación originaria en los centros, alterando para siempre las potencialidades de los países dependientes. Asimismo, la inserción dependiente en la economía mundial, junto con ineficiencias productivas y derroche de élites y Estado, hacen que las sociedades dependientes no realicen su excedente potencial, mientras que gran parte de su excedente real se transfiere permanentemente al exterior (vía repatriación de beneficios de inversiones extranjeras, pago de deuda externa, fuga de capitales y similares). En este contexto, los centros buscan alianzas con las élites locales para perpetuar la dependencia, pues “el desarrollo económico en los países subdesarrollados es profundamente adverso a los intereses dominantes de los países capitalistas avanzados” (1959: 62). Así, el capitalismo global deviene en un “obstáculo formidable para el adelanto humano” (1959: 314), de modo que la superación del subdesarrollo requiere una revolución anticapitalista[10].
También desde una reflexión anticapitalista (sin aceptarse marxista), para Frank “el subdesarrollo contemporáneo es, en gran parte, el producto histórico de la economía pasada y actual y de otras relaciones entre los países satélites subdesarrollados y los actuales países metropolitanos desarrollados. Lo que es más, estas relaciones son parte esencial de la estructura y el desarrollo del sistema capitalista a escala mundial en conjunto” (1970: 102–103). Por tanto, “el actual subdesarrollo de América Latina es el resultado de su secular participación en el proceso del desarrollo capitalista mundial” (1971: 393). Es decir, el desarrollo capitalista engendra al subdesarrollo. Tres pilares sostienen esta visión:
Como resultado, Frank propuso que “si es su condición de satélite la que genera subdesarrollo, entonces un nivel menor o más débil de las relaciones metrópolis-satélite puede generar un menor subdesarrollo estructural y/o permitir más posibilidades de desarrollo local” (1967: 11, traducción propia). Otro autor enfocado en la dependencia de la periferia en relación con la economía mundial fue Amín (1974) quien –desde un enfoque marxista– planteó que una estructura económica subdesarrollada posee tres rasgos:
Considerando tales rasgos se plantea que la acumulación capitalista dependiente nace desde las necesidades de acumulación de los centros. Así, se distingue un capitalismo autocentrado y dinámico que caracteriza a los centros, y un capitalismo extravertido y dependiente en la periferia. En el capitalismo central el dinamismo se alcanza impulsando al mercado interno, y en el capitalismo dependiente se sostendría desde impulsos de la demanda externa de recursos naturales del mercado mundial. Aquí las conexiones entre los diversos sectores productivos son clave. En el capitalismo central, la acumulación se apoya en el sector productivo de medios de producción y de bienes de consumo de masa; así, las mejoras salariales resultan funcionales. En la periferia, la acumulación depende de la inserción en la economía mundial; es decir, su desempeño depende de un sector exportador creado por las necesidades de los centros, resultando irrelevante la demanda local.
En contraste con el –quizá excesivo– énfasis en factores externos, Dos Santos (2011) distinguió varias etapas en las relaciones de dependencia que generan diferencias en las estructuras internas de las sociedades dependientes[12] (en contraste, Frank planteaba la continuidad y similitud de las relaciones de dependencia).
Bajo la dependencia colonial, la hegemonía global de los capitales comerciales y financieros crea en las sociedades dependientes estructuras internas basadas en la gran propiedad de la tierra y en el trabajo servil o esclavo. En la dependencia tecnológico-financiera, las estructuras internas de las sociedades dependientes son dominadas por oligarquías rurales y comerciales de filiales del gran capital internacional. Finalmente, en la dependencia tecnológico-industrial, los países centrales, por los movimientos de grandes transnacionales, transfieren cierta tecnología –no la mejor– hacia las naciones dependientes para relocalizar la producción y aprovechar una fuerza de trabajo barata, recursos naturales abundantes y similares[13]. Dos Santos (2011) también planteó una relación desigual en el control hegemónico de los mercados internacionales en beneficio de los centros, provocando que los países dependientes pierdan control sobre sus propios recursos; mientras, las clases dominantes locales logran beneficiarse de tal subordinación (García Berti, 2020: 5). A su vez, parte del “nuevo carácter de la dependencia” se sostiene en el control que los capitales extranjeros ganan sobre las economías dependientes desde subsidiarias que acceden a los mercados domésticos en alianza con las burguesías nacionales (Dos Santos, 1968; Kay, 2020: 610).
Uno de los enfoques teóricos marxistas más estructurados sobre la dependencia viene de Marini (1973)[14], para quien las relaciones sociales de producción en las sociedades dependientes quedan subordinadas y modificadas para reproducir continuamente el subdesarrollo y la dependencia hacia las sociedades capitalistas desarrolladas (imposibilitándose cualquier “desarrollo dependiente asociado”[15]). La dependencia tendría su propio carácter histórico-estructural y su reproducción se acoplaría dialécticamente a los ciclos de acumulación, a las dinámicas de las estructuras y luchas de clase e incluso a las dinámicas del poder del Estado ejercidas desde los países centrales. También la dependencia se caracterizaría por la presencia de una sistemática transferencia de valor desde los países dependientes a los centros –intercambio desigual– que es parcialmente compensada con la sobreexplotación de la fuerza de trabajo[16] (pago de un salario que no cubre su valor) (Sotelo Valencia, 2017: 28–29).
Para Marini (1979), como toda sociedad capitalista, los países dependientes sufren de crisis, pero con diferencias estructurales causadas, por ejemplo, por el movimiento de capitales, el intercambio desigual, la sobreexplotación laboral, entre otros factores que aceleran la concentración y centralización mientras que se distancian las estructuras de producción de las necesidades de consumo de las masas. Esto distorsiona la distribución del ingreso mientras que las estructuras productivas terminan empujadas hacia el mercado externo, lo que “cierra el círculo de la dependencia del ciclo del capital respecto al exterior”. Por tanto, a diferencia de Cardoso y Faletto, para Marini los países dependientes presentarían un capitalismo sui generis con problemas propios que reproducen la dependencia y que ni siquiera son una “caricatura” de los países centrales (Eliçabe, 2019). Además, la dependencia sería una condición que “no puede ser suprimida sin que se suprima el sistema económico mismo que la engendra: el capitalismo” (Marini, 1976).
Otra peculiaridad del capitalismo dependiente es el subimperialismo: “la forma que asume el capitán dependiente al llegar a la etapa de monopolios y capital financiero” (Marini, 1972: 75, traducción propia). Aunque mantienen su condición dependiente con respecto a los centros mundiales, las naciones subimperialistas ejercen diferentes formas de poder (económico, político, cultural y demás) sobre otras naciones dependientes más débiles (por ejemplo, Brasil y México sobre Latinoamérica) (ver Zirker, 1994). Entre las características de las sociedades subimperialistas están:
Por cierto, el subimperialismo en Marini puede asociarse con la noción de Wallerstein (2004) de países “semi-periféricos” con características que combinan elementos “centrales” y “periféricos” (p.ej. especialización productiva). Todos estos grupos de países y sus interacciones formarían un sistema-mundo capitalista: un sistema global de acumulación compuesto por límites, estructuras, grupos, reglas de legitimación y una coherencia interna con sus propias dinámicas de (sub)desarrollo (2004: 98). Dentro de ese sistema emerge la economía-mundo capitalista: “una amplia zona geográfica dentro de la cual existe una división del trabajo y por ende un significativo intercambio interno de bienes básicos o esenciales, así como flujos de capital y trabajo”, compuesta de estructuras centro-periféricas e imperialistas-subimperialistas a diferentes niveles y unificadas por el comercio internacional (2004: 23, 99, traducción propia)[19].
Además de los aportes mencionados, existen trabajos que han continuado con la interpretación marxista dependentista. Algunas de esas lecturas plantean:
Décadas antes de que se consoliden los enfoques dependentistas, existieron pensadores latinoamericanos que interpretaron –a su modo– la condición dependiente de la región desde la crítica al capitalismo[22]. Aquí destaca el peruano José Carlos Mariátegui (1894-1930) quien, pese a no concluir sus estudios escolares y sufrir problemas de salud que apagaron su vida a los 35 años (seis últimos en silla de ruedas), devino en uno de los primeros grandes pensadores del marxismo latinoamericano (Marini, 1992)[23] e incluso en precursor de las teorías marxistas de la dependencia (Kay, 1989). Mariátegui exploró múltiples temas como la realidad peruana e indoamericana, el indigenismo, la reinterpretación del marxismo y del socialismo, el imperialismo, cuestiones de clase y de etnia, el papel de los mitos y la religión, la cuestión de la mujer y hasta problemáticas estéticas, literarias y culturales.[24] A continuación revisamos algunas intuiciones dejadas por el pensador peruano que permiten ubicarlo como uno de los primeros amautas[25] del dependentismo que sigue inspirando nuevas reflexiones.
Mariátegui identificó la unidad dialéctica entre lo interno y lo externo al reflexionar sobre el capitalismo peruano dentro del capitalismo mundial: “tenemos el deber de no ignorar la realidad nacional; pero tenemos también el deber de no ignorar la realidad mundial” (Mariátegui, 1924). La aplicación de ese enfoque es evidente en sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928).
En su primer ensayo, Esquema de la evolución económica (y otros fragmentos), Mariátegui propuso que Latinoamérica se compone de economías coloniales reforzadas por los intereses de las aristocracias criollas de consolidar los nexos de la región con los mercados mundiales: “Apenas estas naciones fueron independientes, guiadas por el mismo impulso natural que las había conducido a la revolución de la Independencia, buscaron en el tráfico con el capital y la industria de Occidente los elementos y las relaciones que el incremento de su economía requería. Al Occidente capitalista empezaron a enviar los productos de su suelo y su subsuelo. Y del Occidente capitalista empezaron a recibir tejidos, máquinas y mil productos industriales” (Mariátegui, 2007: 12); “el desarrollo de cultivos industriales, de una agricultura de exportación, en las haciendas de la costa, aparece íntegramente subordinado a la colonización económica de los países de América Latina por el capitalismo occidental” (2007: 60); “un país políticamente independiente puede ser económicamente colonial. Estos países sudamericanos, por ejemplo, políticamente independientes, son económicamente coloniales. Nuestros hacendados, nuestros mineros son vasallos, son tributarios de los trusts capitalistas europeos” (Mariátegui, 1923a). Estas intuiciones denotan cercanía con Frank sobre la anexión de los países dependientes al capitalismo global según su lugar en la división internacional del trabajo, con Baran sobre cómo los intereses de las propias élites locales contribuyen a reforzar la dependencia, e incluso con Marini para quien la dependencia implica una subordinación económica de sociedades formalmente independientes.
En el caso peruano, Mariátegui describió aún más explícitamente esa subordinación: “La economía del Perú, es una economía colonial. Su movimiento, su desarrollo, están subordinados a los intereses y a las necesidades de los mercados de Londres y de Nueva York. Estos mercados miran en el Perú un depósito de materias primas y una plaza para sus manufacturas. La agricultura peruana obtiene, por eso, créditos y transportes sólo para los productos que puede ofrecer con ventaja en los grandes mercados. La finanza extranjera se interesa un día por el caucho, otro día por el algodón, otro día por el azúcar. El día en que Londres puede recibir un producto a mejor precio y en cantidad suficiente de la India o del Egipto, abandona instantáneamente a su propia suerte a sus proveedores del Perú. Nuestros latifundistas, nuestros terratenientes, cualesquiera que sean las ilusiones que se hagan de su independencia, no actúan en realidad sino como intermediarios o agentes del capitalismo extranjero” (2007: 80–81).
Asimismo, Mariátegui notó cómo la “fácil explotación” del guano y del salitre al inicio de la República “dominó todas las otras manifestaciones de la vida económica del país”, hasta convertirse “en la principal renta fiscal”, derivando en un “derroche” de recursos que llevó al Perú a terminar “hipotecando su porvenir a la finanza inglesa” con un endeudamiento externo que facilitó el ingreso de capitales ingleses en sectores estratégicos como los ferrocarriles. A su vez, las rentas obtenidas al exportar productos primarios contribuyeron a la acumulación originaria del capitalismo peruano, sobre todo con la formación de capital bancario y comercial en la región costera (2007: 14). Este enfoque puede complementarse con discusiones sobre el extractivismo (Gudynas, 2009), su tendencia a consolidar la dependencia (Acosta, 2016) y las distorsiones que puede provocar al interior de las economías (p.ej. enfermedad holandesa) (Schuldt, 1994).
De hecho, para Mariátegui, la dependencia en las exportaciones primarias de las economías coloniales latinoamericanas genera distorsiones –acentuadas por los precios fluctuantes de los productos primarios– que reflejan “el peligro de una prosperidad económica apoyada o cimentada casi exclusivamente sobre la posesión de una riqueza natural, expuesta a la codicia y al asalto de un imperialismo extranjero” (2007: 16). Aquí el amauta tenía claro que son las exportaciones primarias las que “establecen el equilibrio de nuestra balanza comercial” (2007: 23). En estas reflexiones se podrían sugerir premoniciones al deterioro de los términos de intercambio (estructuralismo) y al intercambio desigual (dependentismo).
Mariátegui igualmente señaló que la acumulación originaria peruana se sustentó en tierras apropiadas, mano de obra barata e incluso en créditos externos que consolidaron los sectores primarios de exportación: “el capitalismo extranjero, en su perenne búsqueda de tierras, brazos y mercados, ha financiado y dirigido el trabajo de los propietarios, prestándoles dinero con la garantía de sus productos y de sus tierras” (2007: 24). Este relato podría interpretarse como la descripción de una heterogeneidad estructural inducida por la injerencia del capital extranjero al interior de las economías latinoamericanas (con la coexistencia de actividades de alta productividad relativa atadas al mercado mundial y actividades de baja productividad relativa enfocadas al mercado interno).
En su segundo ensayo, El problema del indio, Mariátegui profundizó en uno de los mayores problemas internos de la sociedad peruana a inicios de la República (y que, en cierta forma, persiste actualmente en los países andinos): la enorme desigualdad sufrida por la población indígena que “tiene sus raíces en el régimen de propiedad de la tierra” (2007: 26). A las poblaciones indígenas no les significó mayor diferencia las luchas independentistas latinoamericanas: “La aristocracia latifundista de la Colonia, dueña del poder, conservó intacto sus derechos feudales sobre la tierra y, por consiguiente, sobre el indio […] La República ha significado para los indios la ascensión de una nueva clase dominante que se ha apropiado sistemáticamente de sus tierras […] La servidumbre del indio, en suma, no ha disminuido bajo la República” (2007: 35–36). Este problema se complejiza por un poder estatal dominado por quienes usufructúan de los latifundios; por ende “la solución del problema del indio tiene que ser una solución social. Sus realizadores deben ser los propios indios” (2007: 38).
Al respecto, en el tercer ensayo, El problema de la tierra, Mariátegui planteó que la individualización y parcelación de la tierra es una medida burguesa; una auténtica transformación socialista más bien implicaría consolidar y fortalecer la propiedad indígena comunitaria destacando “la supervivencia de la comunidad y de elementos de socialismo práctico en la agricultura y la vida indígenas” (2007: 41). El amauta incluso sugirió que la vida indígena en comunidad posee raíces ancestrales basadas en un “comunismo incaico” que podría encaminarse hacia un “comunismo agrario del ayllu” (2007: 50).
Este punto original de Mariátegui –socialismo indoamericano– abre las puertas a un diálogo con visiones posdesarrollistas que rescatan las cosmovisiones indígenas como, por ejemplo, el Buen Vivir (Acosta, 2013) y otras filosofías de vida de diferentes pueblos originarios que anhelan vivir en armonía entre seres humanos y con la Naturaleza (Acosta y Cajas-Guijarro, 2020)[26]. Las palabras del amauta son claras: “el comunismo […] ha seguido siendo para el indio su única defensa […] en las aldeas indígenas donde se agrupan familias entre las cuales se han extinguido los vínculos del patrimonio y del trabajo comunitario, subsisten aún, robustos y tenaces, hábitos de cooperación y solidaridad que son la expresión empírica de un espíritu comunista. La “comunidad” corresponde a este espíritu. Es su órgano. Cuando la expropiación y el reparto parecen liquidar la “comunidad”, el socialismo indígena encuentra siempre el medio de rehacerla, mantenerla o subrogarla” (Mariátegui, 2007: 67).
Sin embargo, Mariátegui también entendió que la construcción de dicha alternativa difícilmente podría consolidarse en un régimen que, “cualesquiera que fuesen sus principios, empeoraba en cierto grado la condición de los indígenas en vez de mejorarla” (2007: 55). Para colmo, la República no garantizó una mayor justicia al indigenado pues, pese a la independencia formal, en términos reales la democracia de las sociedades latinoamericanas es decadente al coexistir con “los imperialismos de las repúblicas demasiado prósperas” (2007: 57). Aquí se identifica otra premonición dependentista aplicada a la democracia en los países capitalistas más débiles, reforzada por un claro sentido de realidad al notarse que “un nuevo orden jurídico y económico no puede ser, en todo caso, la obra de un caudillo sino de una clase. Cuando la clase existe, el caudillo funciona como su intérprete y su fiduciario. No es ya su arbitrio personal, sino un conjunto de intereses y necesidades colectivas lo que decide su política” (2007: 57). Es decir, las transformaciones necesarias para resolver el problema del indigenado dependen de su capacidad de consolidarse como una clase que trascienda las dinámicas caudillistas.
Mariátegui también identificó posibles elementos dependentistas desde la disputa ideológica. Por ejemplo, las clases dominantes presentan como “interés de la sociedad” el fomento a la “concentración de la propiedad agraria” para supuestamente mejorar la productividad (2007: 69). Esta disputa ideológica es reforzada con una herencia colonial “saturada de prejuicios de raza” que ha consolidado “la orgullosa y arraigada convicción del blanco, de la inferioridad de los hombres de color” (2007: 72). Semejante intuición permite conectar la discusión con la colonialidad del poder (Quijano, 1999). Pero las presiones ideológicas no serían solo internas, sino también externas, siendo un ejemplo las aspiraciones de libre mercado de las potencias capitalistas. Al respecto, Mariátegui dijo que: “la política liberal del laissez faire, que tan pobres frutos ha dado en el Perú, debe ser definitivamente reemplazada por una política social de nacionalización de las grandes fuentes de riqueza” (2007: 83). Tal propuesta podría empatar con la sugerencia de Amín de reforzar las estructuras económicas internas en vez de priorizar los vínculos comerciales con el resto del mundo (concentrados en pocos grupos económicos[27]).
Pasando a su cuarto ensayo, El proceso de la instrucción pública, Mariátegui ilustró con el caso peruano cómo, en los países de economía colonial y supuesta “independencia”, el sistema educativo está afectado por una herencia igualmente colonial pues en “la instrucción pública, como en otros aspectos de nuestra vida, se constata la superposición de elementos extranjeros combinados, insuficientemente aclimatados […] La educación nacional, por consiguiente, no tiene un espíritu nacional: tiene más bien un espíritu colonial y colonizador” (2007: 86–87). Ante tal condición de colonialidad del saber la respuesta no sería solo académica: “no es posible democratizar la enseñanza de un país sin democratizar su economía y sin democratizar, por ende, su superestructura política” (2007: 98).
En los ensayos quinto y sexto, El factor religioso – Regionalismo y centralismo, Mariátegui analizó formas de dominación más sutiles también desde la realidad peruana. Sobre la religión, indicó que “la revolución de la Independencia, del mismo modo que no tocó los privilegios feudales, tampoco tocó los privilegios eclesiásticos” (2007: 154); así, las estructuras de poder religiosas también arrastran lógicas coloniales. En respuesta, planteó la propuesta de que: “los actuales mitos revolucionarios o sociales pueden ocupar la conciencia profunda de los hombres con la misma plenitud que los antiguos mitos religiosos” (2007: 160). Con respecto a la disputa entre centralismo y federalismo, el amauta destacó su carácter de pugna entre clases dominantes y también describió cómo las diferentes posiciones reflejan la incapacidad de las naciones dependientes de consolidarse por su pesada herencia colonial: “en el Perú el problema de la unidad es mucho más hondo, porque no hay aquí que resolver una pluralidad de tradiciones locales o regionales sino una dualidad de raza, de lengua y de sentimiento, nacida de la invasión y conquista del Perú autóctono” (2007: 171–172).
Por último, en el séptimo ensayo, El proceso de la literatura, Mariátegui destacó cómo la herencia colonial crea “un caso de excepción que no es posible estudiar con el método válido para las literaturas orgánicamente nacionales, nacidas y crecidas sin la intervención de una conquista” (2007: 197). Y desde un análisis literario, complementado con todo lo antes expuesto, planteó una contundente tarea para generaciones futuras: una “nueva peruanidad”, y –agreguemos– una nueva latinoamericanidad, “es una cosa por crear. Su cimiento histórico tiene que ser indígena” (2007: 212).
Mariátegui también dejó intuiciones llamativas en sus conferencias sobre la crisis mundial, dictadas entre 1923-1924, donde analizó varios elementos teóricos junto con las condiciones concretas de la crisis asociada a la Primera Guerra Mundial. En la primera de esas conferencias, él destacó que una “crisis mundial es, pues, crisis económica y crisis política. Y es, además, sobre todo, crisis ideológica […][donde] está en crisis integralmente la civilización capitalista” (Mariátegui, 1923b). Aquí podría pensarse un acercamiento con corrientes que plantean la tendencia del capitalismo global a una crisis civilizatoria multidimensional[28], además de sugerir su condición globalizante: “la civilización capitalista ha internacionalizado la vida de la humanidad”. Igualmente, Mariátegui dejó intuiciones sobre los ciclos capitalistas, con épocas de animación que brindan “sucesivas concesiones económicas al proletariado” y épocas de crisis que presionan a que “el proletariado se avenga a producir más y consumir menos” (implicando mayor explotación laboral) (1923b). Tales intuiciones pueden vincularse con la sugerencia de Marini de que los ciclos dependientes mostrarían diferencias estructurales en comparación a los países centrales.
En las demás conferencias, Mariátegui reflexionó sobre la tendencia del capitalismo a globalizar la explotación hacia sociedades más débiles: “se trata de esclavizar las poblaciones atrasadas a las poblaciones evolucionadas de la civilización occidental. Se trata de que el bracero de Oceanía, de América, de Asia o de África pague el mayor confort, el mayor bienestar, la mayor holgura del obrero europeo o americano” (1923a). Así Mariátegui describió la capacidad de los centros de trasladar parte de la explotación laboral a las sociedades dependientes[29]. Asimismo, el amauta sugirió la tendencia expansionista del capitalismo global que genera un “tejido internacional de intereses económicos” donde “la necesidad de aumentar cada día más la producción lo lanza a la conquista de nuevos mercados. Su producto, su mercadería no reconoce fronteras; pugna por traspasar y por avasallar los confines políticos”. Como resultado, “el capitalismo crea una nueva clase de conflictos históricos y conflictos bélicos. Los conflictos no entre las naciones, no entre las razas, no entre las nacionalidades antagónicas, sino los conflictos entre los bloques, entre los conglomerados de intereses económicos” (Mariátegui, 1923c). Aquí el amauta podría abrirse diálogo incluso con corrientes críticas a la globalización capitalista.
Desde varias de las intuiciones dejadas por Mariátegui, y su potencial vínculo con otros autores dependentistas, puede decirse –al menos para Latinoamérica– que la dependencia posee una herencia colonial de consecuencias múltiples:
Estos puntos son algunos de los aportes que Mariátegui –reiteremos que en combinación con otros pensadores dependentistas– podría brindar en temas clave para profundizar la caracterización sui géneris del capitalismo dependiente latinoamericano:
Estos puntos pueden agregarse a una importante literatura que ya ha emprendido una tarea similar de identificar posibles aportes dependentistas del amauta. Por ejemplo, Lana Seabra (2015) plantea varias “anticipaciones mariateguianas” a la dependencia y las compara con Frank. Alfaro Rubbo (2020) discute la difusión de Mariátegui entre pensadores de las teorías de la dependencia exiliados en Chile en los años 60 y 70. Helleiner y Rosales (2017) reseñan las ideas de Mariátegui en el contexto de la Economía Política Internacional y su debate con Haya de la Torre. Webber (2015) explora la perspectiva marxista en Mariátegui como fundamento político para construir una Nueva Izquierda Andina capaz de enfrentarse a los capitalismos extractivistas. Estos trabajos, junto con las intuiciones recopiladas en este artículo, podrían aportar a reflexiones futuras más profundas encaminadas a seguir ampliando a las teorías de la dependencia.
“El escritor, el artista, pueden trabajar fuera de todo grupo, de toda escuela, de todo movimiento. Mas su obra entonces no puede salvarlo del olvido si no es en sí misma un mensaje a la posteridad. No sobrevive sino el precursor, el anticipador, el suscitador”
José Carlos Mariátegui (2007: 243)
Como saldo del presente artículo, tenemos que los senderos de la dependencia son múltiples y complejos. Ahí radica la riqueza de estas corrientes de pensamiento, de fuerte inspiración latinoamericana, y capaces de criticar profundamente al capitalismo global. Esperamos que, con la presente reseña de ese pensamiento y de uno de sus primeros amautas, se motive a continuar la tarea permanente de construir un pensamiento teórico crítico y profundo desde los desposeídos. Y si eso implica navegar contracorriente, recibiendo la crítica de pensamientos ortodoxos defensores del statu-quo, aún con más fuerza se debe marchar.
De todas maneras, cabe aclarar que no pretendemos ingenuamente encontrar todas las respuestas en Mariátegui ni en los dependentistas. Como crítica constructiva podemos mencionar que el amauta se mantuvo atrapado en los meandros del antropocentristo (al igual que muchos pensadores marxistas de la época y contemporáneos). Recordemos que en muchas relaciones sociales y económicas existentes en el mundo indígena de Nuestra America (y otras regiones) la Naturaleza y la fuerza de trabajo humana están claramente desmercantilizadas e interactúan en un “metabolismo social-natural” mucho más armónico, sin provocar las “rupturas metabólicas” capitalistas identificadas por Marx (Cajas-Guijarro, 2021) aunque igualmente sin superar un enfoque antropocéntrico. Decimos esto pues en las prácticas y sobre todo en las visiones del mundo indígena rigen principios de reciprocidad, complementariedad, correspondencia, solidaridad, creatividad, corresponsabilidad y demás elementos que nada tienen que ver ni con el intercambio de mercancías ni con el lucro, pero cuya complejidad tampoco permite analizarlas solo desde las nociones de “socialismo” o “comunismo” nacidas en Europa. En este punto, los aportes del amauta y del dependentismo son clave para visibilizar la problemática indígena pero de todas maneras son insuficientes y necesitan enriquecerse desde aportes de la propia cosmovisión indígena.
Aunque varios de los principios que perduran en el mundo indígena contemporáneo siguen vigentes más como formas de supervivencia ante la exclusión de la modernidad capitalista, sin duda pueden inspirar la construcción de alternativas poscapitalistas. Sin ánimo de forzar ninguna lectura, parece adecuado pensar que estas formas de relacionamiento social indígena sintonizan con un “metabolismo social-natural” armónico, son respetuosas de los Derechos de la Naturaleza –sin siquiera conceptualizarlos– y hasta parecen concordar con el principio postulado por Marx en su Crítica al programa de Gotha (1875): “de cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades”.
Posiblemente estas formas de organizar las sociedades contemporáneas tengan complicaciones en espacios más amplios, no comunitarios, peor aún si el capitalismo sigue dominando. Incluso plantean la urgencia de desmontar las visiones y acciones centradas en una contradicción fundamental, que marginan a las otras contradicciones del capitalismo como “secundarias”; contradicciones que han implicado la persecución, criminalización, represión y hasta el encarcelamiento de sectores de izquierda o el fortalecimiento de posiciones patriarcales inclusive en gobiernos progresistas. Además, es urgente replantearse de manera integral el tema del Estado, pues -en tanto espacio complejo de dominación y expresión del poder político- el modelo de Estado-nación está matizado, fundacionalmente, por la colonialidad del poder, excluyente y limitante para el avance cultural, productivo y social en general (Acosta 2018).
En estas sociedades, a la par que se abren debates y transiciones biocéntricas, urge desmontar múltiples estructuras coloniales de dominación (racistas, clasistas, patriarcales, etc.). Al juntar diferentes matrices de conocimiento –tanto teórico como vivencial– emerge un gran potencial transformador civilizatorio, que encuentra en Mariategui y en otros pensadores un importante aporte para abrir nuevos senderos al dependentismo: una forma de pensamiento crítico que ha nacido y sigue vivo gracias a la rebeldía de los pueblos excluidos del mundo. Así, finalmente terminan siendo más que elocuentes las palabras del propio amauta, “por los caminos universales, ecuménicos, que tanto se nos reprochan, nos vamos acercando cada vez más a nosotros mismos” (Mariátegui, 2007: 296).-
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[1] Artículo originalmente publicado bajo el título “Mariátegui and Dependency Theory: Reviewing a Powerful Inheritance in Latin American Thought” en la revista Latin American Perspectives, Vol.9, No.1, pp.199-217. Febrero de 2022. https://doi.org/10.1177/0094582X211064908
[2] Economistas ecuatorianos.
[3] Sobre las teorías de la dependencia y el pensamiento crítico latinoamericano se recomienda ver la compilación de Marini y Millán (1994) cuyo primer tomo rescata aportes de Mariátegui. Para otras recopilaciones ver Blomströn y Hettne (1984), Kay (1989, 1993), Love (1990), Beigel (2006), Sáenz Carrete (2017), Katz (2018).
[4] Esta clasificación no es exhaustiva, sino que recoge la experiencia acumulada por uno de los autores durante décadas dictando cursos universitarios sobre “Teorías de Desarrollo”. Para otras clasificaciones ver, por ejemplo, el cuadro de autores y la reseña de Frank (1991: 108).
[5] Sobre algunas interpretaciones desde la CEPAL a la comprensión de la dependencia, ver González Casanova (1985).
[6] Sobre la difusión de Cardoso y Faletto (1979) ver Madariaga y Palestini (2019).
[7] Bajo esta noción algunos autores plantean que la dependencia debería verse como una “metodología” para el análisis de situaciones concreta de desarrollo (Palma, 2008: 131–134).
[8] Otros autores cercanos a este enfoque son Evans (1979), Gereffi (1989).
[9] Ver Bambirra (1999 cap.II) para una crítica explícita a Cardoso y Faletto (1979).
[10] Otro precedente es Baran y Sweezy (1968).
[11] Esto sería criticado por Laclau (1971) pues Frank adoptó un enfoque “circulacionista” sin considerar la producción.
[12] Comparar con la clasificación sugerida por Bambirra (1999).
[13] Este punto permite acercar al dependentismo con la discusión sobre las cadenas globales de valor. Para ello también puede ser útil la noción de cadenas globales de pobreza (Selwyn, 2019).
[14] Marini (http://www.marini-escritos.unam.mx), Dos Santos (https://core.ac.uk/download/pdf/43007041.pdf) y Bambirra suelen identificarse como pioneros de la Teoría Marxista de la Dependencia (García Berti, 2020). Para Seabra (2019), Marini confirió al enfoque su estatus de teoría.
[15] Marini mantuvo debates con Cardoso en este tema. Ver Marini (1973, 1978), Cardoso y Serra (1978).
[16] Acompañada con una permanente sobreexplotación de la Naturaleza, podríamos añadir.
[17] Para un trabajo empírico que intenta representar la intuición de Marini sobre subimperialismo en las redes de comercio internacional, ver Cajas-Guijarro y Pérez-Oviedo (2019).
[18] El caso de corrupción de la brasileña Odebrecht ilustra este punto. Ver Gudynas (2019).
[19] Para Kay (2020: 622), la “progresión natural” de las teorías marxistas de la dependencia son las teorías del sistema mundo.
[20] Para más detalles de estas discusiones contemporáneas, ver García Berti (2020).
[21] Para una reseña de trabajos empíricos relativamente actuales que discuten la dependencia, ver Cajas-Guijarro y Pérez-Oviedo (2019).
[22] Para una reseña de autores latinoamericanos del siglo XIX, desde un enfoque de economía política internacional, ver Gootenberg (1993).
[23] Sobre los aportes de Mariátegui al marxismo latinoamericano, ver Aricó (1982).
[24] Al menos estos temas son destacados en la antología de Vanden y Becker (2011). Para una reseña reciente de diversas temáticas abordadas por Mariátegui, ver Alfaro Rubbo y Adoue (2020).
[25] En quechua, amauta significa “maestro sabio”, y es el nombre que Mariátegui escogió para la revista que creó en septiembre de 1926.
[26] Ver de la Cuadra (2020) para posibles vínculos entre Mariátegui y reflexiones posdesarrollistas como el Buen Vivir.
[27] Mariátegui brindó ejemplos concretos de la concentración del comercio exterior peruano de su época (2007: 24). Para una reflexión similar en el Ecuador contemporáneo y para una crítica dependentista al libre mercado, ver Cajas-Guijarro (2018).
[28] Sobre la crisis civilizatoria, ver Curiazi y Cajas-Guijarro (2019) y sobre los aportes de Mariátegui a este tema, ver Bergel (2020).
[29] Intuiciones similares pueden encontrarse en Prebisch (1984).