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Colombia: El de Petro no es el primer gobierno de izquierda

Desde Abajo :: 22.07.22

En el siglo XIX, José María Melo, inspirado en el socialismo de Fourier, Saint-Simon y Tristán, así como en el anarquismo de Proudhon y Blanqui, se unió a las para ese entonces llamadas “sociedades democráticas” de artesanos y socialistas, y, siendo él mismo de ascendencia indígena, con el tiempo logró, aunque por un breve periodo de ocho meses, llegar a gobernar la naciente República soportado por las fuerzas populares.

No tenemos el primer gobierno de izquierda 
en ColombiaDestacado

 
Iván Darío Ávila Gaitán
 
Viernes, 22 Julio 2022 10:50

Por estos días se ha dicho, con cierta insistencia, que el gobierno electo es el primero de izquierda en Colombia. Esto es falso. Pero no porque, como leí en un reciente artículo de opinión de El Espectador, no se estén contando experiencias de gobiernos liberales con cierta apuesta por la justicia distributiva y centrados en el desarrollo de las fuerzas productivas a nivel nacional y la mejora de las condiciones de vida y trabajo para las clases populares, como fue el caso de la “Revolución en marcha” de Alfonso López Pumarejo (en la línea del pensamiento de Rafael Uribe Uribe), “revolución” citada a menudo por Gustavo Petro. Sino porque, durante el siglo XIX, José María Melo, inspirado en el socialismo de Fourier, Saint-Simon y Tristán, así como en el anarquismo de Proudhon y Blanqui, se unió a las para ese entonces llamadas “sociedades democráticas” de artesanos y socialistas, y, siendo él mismo de ascendencia indígena, con el tiempo logró, aunque por un breve periodo de ocho meses, llegar a gobernar la naciente República soportado por las fuerzas populares y con un programa en función de sus intereses, que incluía la abolición de la esclavitud, la defensa de los territorios indígenas, la reforma agraria y el rechazo de las avanzadas imperialistas estadounidenses (incluyendo ciertas formas de libre comercio).

Esta historia es crucial ya que, desde Melo hasta las últimas elecciones, Colombia había tenido gobiernos asociados a las clases dominantes, a las élites político-económicas, algunas conservadoras y otras más bien liberales. En otras palabras, habíamos tenido un sistema político profundamente oligárquico y de tendencia conservadora, con ciertos momentos de alternancia liberal y pequeñas conquistas institucionales de parte de las clases populares. Las luchas de estas últimas, dado el carácter del propio sistema político, se vieron forzadas a desarrollarse por vías ilegales que, como se sabe, en muchos casos implicó la resistencia armada, con las trágicas consecuencias que conocemos. Hoy, no por primera, sino por segunda vez desde la experiencia de Melo, tenemos a un presidente y una vicepresidenta no solo de extracción popular, sino soportados por y, espero, en función de las fuerzas y las clases populares, que son quienes verdaderamente deben importar en esta historia. No es, por lo tanto, un triunfo menor.

Sin embargo, y como ya es evidente, es necesario reconocer que se trata de un triunfo parcial. La vieja oligarquía continuará reclamando su parte bajo amenaza de “ingobernabilidad”. Pero además tampoco podemos olvidar que, como decían los anarquistas clásicos, “todo gobierno es absoluto”. Desde que se produce una escisión entre gobernantes y gobernados, por fuerza, los primeros empiezan a configurar una élite con sus respectivos intereses, así se trate de personas provenientes del movimiento popular, como bien lo muestran las experiencias disímiles de Rusia, China, Nicaragua, Venezuela y Cuba. No hay que conocer a Max Weber o a Robert Michels para percatarse de eso. Lo anterior no representa un problema menor, de ahí que, en el nuevo escenario, no debe bastar con entregarle un apoyo irrestricto al gobierno electo cuando la vieja derecha (liberal o conservadora) asedie, es fundamental fortalecer una izquierda de la izquierda, una “extrema izquierda”, en la que ya no se piense en “gobiernos populares” sino en cultivar alternativas de autogobierno a diferentes escalas y en diferentes espacios, al tiempo que se estrechan las alianzas con proyectos como los del zapatismo en México o el confederalismo democrático y libertario del Kurdistán. El talante del nuevo gobierno se dirimirá aquí, en el momento que muestre sus afinidades con un horizonte de profundización de las alternativas a las diversas formas de dominación, explotación y sujeción, o, por el contrario, con la complacencia de estas.

Ahora bien, en última instancia, un gobierno solo puede moverse hasta el límite que su sociedad le trace. En ese sentido, por segunda vez después de Melo, podemos afirmar con optimismo que “tenemos el gobierno que nos merecemos”, depende de todas continuar ahondando esta tendencia y radicalizarla hasta y en los lugares que sea posible.

 


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