“Somos feminismo popular, autónomo y anticapitalista”. Mujeres de Frente ocupan cinco pisos del edificio donde se suceden la cocina y el comedor, el espacio de guaguas, el taller de costura, otro piso vacío que alojará una biblioteca y la azotea donde instalarán un huerto urbano. En su espacio funcionan varias iniciativas: la Escuela de Formación Política Feminista y Popular en la que participan unas 40 mujeres, el Espacio de Wawas, la cocina y el comedor popular donde arman la Canasta Comunitaria de Alimentos y el Taller de Costura que vende en puestos de mercado y online.
“Somos feminismo popular, autónomo y anticapitalista”, explica Andrea en la enorme sala de la cocina y comedor ubicada en el tercer piso de un viejo edificio frente a la Plaza del Teatro, en el centro histórico de Quito. A nuestro alrededor se mueven decenas de mujeres con sus hijos e hijas, rostros curtidos por la vida en prisiones o a la intemperie como vendedoras ambulantes.
Mujeres de Frente ocupan cinco pisos del edificio –cedido en comodato por la alcaldía- donde se suceden la cocina y el comedor, el espacio de guaguas (niñas y niños), el taller de costura, otro piso vacío que alojará una biblioteca y la azotea donde instalarán un huerto urbano.
En su espacio funcionan varias iniciativas: la Escuela de Formación Política Feminista y Popular en la que participan unas 40 mujeres, el Espacio de Wawas (para niños y niñas), la cocina y el comedor popular donde arman la Canasta Comunitaria de Alimentos (compran al por mayor a pequeños campesinos y reparten al menudeo entre las militantes) y el Taller de Costura que vende en puestos de mercado y online.
Mujeres de Frente es una comunidad de mujeres racializadas por su color de piel y criminalizadas por lo que llaman “delitos de la pobreza”, venta al menudeo de drogas y pequeños hurtos, sobre todo celulares. También se definen como “nómades”, ya que muchas de ellas migraron de sus pueblos o del exterior, porque no tienen nada propio y han vivido en varios lugares, porque vienen de la lucha, “de la cárcel, de la calle, del maltrato, de buscarse la vida”.
La compañera que nos enseña los espacios, Heidy, explica en detalle cómo funciona el Taller de Costura: “Empezamos con tres máquinas industriales y ya tenemos ocho”. Las consideran un medio de producción puesto en común y combinan aprendizaje y producción, porque muchas no conocen el oficio. Se trata de compartir conocimientos. Confeccionan y arreglan prendan y en ocasiones trabajan por pedidos.
Lo más interesante es cómo reparten el producto de las ventas: “En asamblea discutimos los criterios para repartir los ingresos. Por ejemplo, una costurera joven que trabaja muy rápido, puede ganar mucho más que una anciana que va lento. Pero nos proponemos evitar la desigualdad de ingresos y eso nos lleva a compartir lo que se recauda”. Además, han establecido un par de reglas muy estrictas: no faltar y mantener los espacios limpios.
Convertirse en sujetas colectivas
En la Escuela de Formación Política están intentando reconstruir la historia del Ecuador, para lo que fueron armando los árboles genealógicos de las compañeras y los de oficios, que se entrecruzan y apuntan que casi todas son jefas y cabezas de hogar que sufren persecución policial y estatal si salen a las calles a reciclar, a vender o a realizar cualquier otra actividad.
Por un lado, se consideran “mujeres excarceladas, familiares de personas en prisión, comerciantes autónomas de la calle, recicladoras de residuos urbanos, trabajadoras remuneradas a destajo, estudiantes y profesoras”. Por otro, sostienen que el problema principal que enfrentan es “la destrucción cotidiana de los hilos que tejen las comunidades urbanas”, por eso a través de la Escuela pretenden “comprender cómo las cuchillas de las élites cortaron y siguen desgarrando los hilos de nuestras tramas, y precisamos devolvernos a los caminos de nuestros pueblos”.
En el taller de la Escuela participaron 46 mujeres y conseguimos disparar el debate sobre las migraciones rural-urbanas. Muchas mujeres recordaron los latigazos del patrón y cómo eran vendidas por sus padres y madres para servir en la hacienda, prácticas que continúan hasta el día de hoy. Muy a su pesar, interiorizaron el brutal patriarcado de la “hacienda huasipunguera”1, que lo llevaron en sus almas y cuerpos hasta la ciudad, donde suele reproducirse en las relaciones cotidianas y también en las organizaciones.
Este es uno de los principales desafíos de Mujeres de Frente: liberarse colectivamente de las opresiones interiorizadas durante cinco siglos, que son difíciles de superar porque resultan casi naturales, aunque depredadoras de cada quien y del entorno.
Junto a otros ocho colectivos –de derechos humanos, anti-prisiones, de apoyo a migrantes y medios alternativos-, han creado la Alianza contras las Prisiones, en defensa de las mujeres y varones presos por “delitos de pobreza”. Del mismo modo, defienden a quienes sufren criminalización por ser migrantes, ya que se trata de “delito” que afecta siempre a las personas más pobres.
El Manifiesto de la Alianza sostiene que “la prisión es un experimento de represión y anulación de la vida psíquica para que nosotros mismos construyamos nuestras propias prisiones, en nuestros vínculos y deseos” (https://bit.ly/3vmkp81). Ensayan una mirada anti-estatal y anti-patriarcal de las prisiones, “una mirada que reconstruya los puntos de vista de las mujeres y las personas disidentes de género atenazadas por el Estado penitenciario”.
Feminismo de abajo
Quienes trabajan por la abolición de las prisiones rechazan la lógica estatal; siendo mujeres racializadas, desembocan en un sentimiento de rechazo al colonialismo y al patriarcado. Concluyen que “cada vez más, los Estados hallan en el encierro una solución a los problemas sociales” porque, no son capaces de imaginar otros caminos.
Andrea esboza una reflexión clarificadora: “Sabemos que somos una excepción, porque el feminismo urbano es blanco y académico”. Son mujeres de abajo que no aspiran a escalar en el sistema, sino a permanecer donde siempre estuvieron, pero con dignidad y solidaridad con sus compañeras. Las pocas que vienen de sectores medios, optaron por “bajar y no subir”, una ética zapatista que parece necesaria para hermanarse con las oprimidas.
Un forma de hacer y pensar que recuerda los conceptos del brasileño Yedo Ferreira, miembro del del Movimiento Negro Unificado. A sus 88 años hace una reflexión bien importante: “La militancia es un movimiento de elite. Somos elite en relación a la masa de la población negra, por los estudios. No somos elite económica, porque nadie tiene dinero, pero sí por los estudios” (https://bit.ly/3Q3Y2vQ).
En este período donde predomina una cultura política del interés personal, Mujeres de Frente es un referente ineludible, por su nítido posicionamiento ético. Como señala el editorial del periódico Sitiadas, “tenemos con nosotras la insurrección y la lucidez”. Se saben diferentes a esa ciudadanía de clase media y se sienten fuertes al poder sostener la vida en medio del castigo y el estigma.
“Pese al desgarramiento de nuestras comunidades, luchamos para recuperar nuestra historia. Lejos de la política oficial construimos sentidos comunes, apegados a tramas colectivas en donde cabemos todas. Tenemos la fuerza creativa del afán de sobrevivencia y de la vida en paz” (https://bit.ly/3zFWov9).
1 En la historia del Ecuador, en ese tipo de hacienda se entregaba una parcela a los indígenas a cambio de su trabajo en lugar de recibir una remuneración monetaria. En ella la población indígena construía chozas y usaba la tierra circundante para cultivar alimentos. Se trata de una de las formas de explotación del trabajo que fue abolida por las reformas agrarias de 1964 y 1974.