Investigaciones de finales del siglo XX como la discusión entre Roger Bartra y Rodolfo Puigróss sobre el modo de producción asiático, se han ocupado de negar las tesis de Morgan y Randeli sobre los aztecas como semejantes a los iroqueses en su atraso histórico. Los estudios de Marx al final de sus días, dan lugar al libro fundamental de Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, necesario para fundar perspectivas socialistas sin la presencia del proletariado organizado.
Al 19 aniversario de la creación de los Caracoles Zapatistas
El libro de Bruno Bosteels, La Comuna Mexicana (Akal, 2021) aclara las complejidades de las organizaciones comunitarias en apariencia alternativas a los Estados-Nación. Recurso principal para los deslindes necesarios es la historificación que remite al “modo de producción asiático” y al “comunismo primitivo” con la producción campesina colectiva sin más propiedad privada que las parcelas familiares, todo lo cual implica la subsistencia organizada en acuerdos colectivos para el control de semillas, abonos, plagas, acuerdos para los usos de los cultivos asociados como ocurre con las milpas incluyentes del maíz, el frijol, la calabaza, las verdolagas, el huitlacoche como delicioso hongo.
Las 317 páginas están divididas en capítulos que alternan las consideraciones históricas con las reflexiones teóricas, todo en relación con México, con la apreciación del calpulli como organización comunal dentro de un poder teocrático tributario concretado en dominios político-militares característicos de los aztecas en constantes guerras contra los vecinos insumisos, los tlaxcaltecas en especial, porque sin ellos no hubiera sido posible la exitosa invasión española con todo y su superioridad técnica, sus caballos y sus embarcaciones. La alianza entre Tenochtitlan, Tlacopan y Azcapotzalco, mantuvo como organización productiva y reproductiva a los calpullis. De manera semejante funcionaron los ayllus en Los Andes. Sometidos a reducciones eurocéntricas, fundan traducciones que hablan de “barrios”, “vecindades”, “parroquias”, “municipios” citados en los primeros escritos marxistas a partir de los cronistas religiosos como Sahagún y Zorita. Lo común, la comunalidad, la comunidad y la comuna como poder político-militar, exigen precisiones históricas y sociales concretas sobre todo ante las sobrevivencias y las latencias (Freud dixit) que han sido remitidas al comunismo primitivo y sobreviviente que pudiera incluirse en proyectos socialistas actuales como el planteado por García Linera en Bolivia como posible tendencia contra la ley del valor y su consiguiente transformación continua de dinero-mercancía-dinero.
El desplazamiento del centro revolucionario europeo de la Alemania espartaquista derrotada a Rusia, con su enorme territorio poblado por comunidades diversas en todo pero organizadas comunitariamente, desplazó a Marx al problema colonial y a sus formas de resistencia anticapitalista. Los llamados Formen plantean las formas o estructuras abstractas distintas a las europeas de modo de exigir su investigación como posibilidad del socialismo en el mundo sin desarrollo industrial. De aquí el interés de Marx por las fuentes a su alcance como las de Zorita y Solís primordiales para el libro de Morgan, Ancient Society y el de Prescott sobre la Historia de la Conquista de México. Bandelier, discípulo de Morgan, precisa en la segunda mitad del siglo XIX, “la organización social y la forma de gobierno de los antiguos mexicanos” y “sobre los calpullis mexicanos, su administración, su origen y el principio comunista implicado en ellos”, todo lo cual dio lugar a una antología sobre México Antiguo.
Los llamados Cuadernos de Londres de Marx siguen la línea de los Grundisse como “formas que preceden a la producción capitalista” estudiadas en los Apuntes Etnológicos escritos de 1880 a 1882 y publicados hasta 1972. La crítica al eurocentrismo de considerar antecedentes del capitalismo a las formas comunitarias, es tratado en la correspondencia de Marx con la populista rusa Vera Zasulich para discutir como punto clave de la revolución socialista en Rusia, las estructuras comunitarias para llevarlas al “asalto al cielo” como llama Marx al poder político-militar organizado por los trabajadores armados en Paris en 1871 para dar lugar a proyectos de poder proletario en todo el mundo. En América, Mariátegui y Hildebrando Castro estudian el ayllu como “elemento de socialismo práctico en la agricultura y la vida indígena”, de manera semejante a los estudios de René Zavaleta y a la intuición revolucionaria de Efrén Capiz, dirigente de la Unión de Comuneros Emiliano Zapata en los setenta y hasta los noventa del siglo pasado, cuando de broma y en serio hablaba de comuneros comunistas en las tomas de tierras en Michoacán.
Una tradición anarquista revolucionaria arraiga en México con la llegada de sobrevivientes de la Comuna de París de 1871, en menor cantidad que los exiliados en el Cono Sur que levantaron a la Patagonia Rebelde, como narran Osvaldo Bayer y la excelente película de Héctor Olivera filmada con contingentes militares del gobierno de Cámpora. En México, proyectos como el de Plotino Rhodakanaty que contribuyó a fundar La Comuna de Chalco y la Escuela de la Luz con Julio López Chávez al frente, son contemporáneos a la publicacion primera del Manifiesto Comunista y de las noticias sobre la Comuna de París. Perseguida y derrotada, fue la revolución anarquista por el liberalismo juarista que aplicó las Leyes de Reforma sobre las tierras y bienes en manos muertas y haciendas para afectar la economía de la Iglesia Católica y dar lugar al latifundismo característico del porfiriato. Alberto Santa Fe, oficial juarista en el ejército que derrotó la invasión francesa, viajó a Texas donde conoció la colonización de Alberto Owen como organización comunitaria asentada también en Topolobampo, asociada a la construcción de una línea de ferrocarril desde Estados Unidos para facilitar el progreso capitalista. Por lo visto hasta aquí no todo proyecto comunitario es revolucionario pero puede dar identidad propia como ocurrió con los migrantes ingleses que dejaron de serlo al fundar los Estados Unidos sin nombre, al que añadieron cuando crecieron como imperio el de América como proyecto de dominación continental. José Martí escribió su texto Nuestra América como programa libertario, de ahí que Fidel respondió a la pregunta del fiscal sobre el autor intelectual del Asalto al Moncada, con el nombre del revolucionario poeta. Sobre esta base, Cuba resiste con una poderosa identidad nacional y popular de asociación de los nombres de Martí y Fidel. Las conjeturas equivocadas de los autores del libro El día después, asegurando el fin de la Revolución cuando Fidel muriera, tuvo como poderosa respuesta a los miles de niños y jóvenes que tomaron calles y plazas con la frase “yo soy Fidel” pintada en su rostro. Este sentido nacional y popular estudiado a fondo por Antonio Gramsci, resulta fundamental para la construcción del socialismo.
Investigaciones de finales del siglo XX como la discusión entre Roger Bartra y Rodolfo Puigróss sobre el modo de producción asiático, se han ocupado de negar las tesis de Morgan y Randeli sobre los aztecas como semejantes a los iroqueses en su atraso histórico. Los estudios de Marx al final de sus días, dan lugar al libro fundamental de Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, necesario para fundar perspectivas socialistas sin la presencia del proletariado organizado. Mario Payeras el revolucionario filósofo guatemalteco, fundador del Ejército de los Pobres, asombró a un congreso de antropólogos en Colombia al ocuparse de la cuestión indígena como necesidad revolucionaria. Adolfo Gilly con La revolución interrumpida es citado por Bosteels como fundamental para precisar las características de la Revolución Mexicana. Su planteamiento de la “Comuna de Morelos” precisa al zapatismo como una tendencia revolucionaria concretada en comunidades campesinas con resultados diversos que hacen a Gilly variar sus prólogos a las ediciones de su obra hasta culminar en su papel de asesor del EZLN.
“La otra comuna” llama Bosteels al prefacio de su libro iniciado con la sorprendente relación “1871 París, 1521 Tenochtitlan”. En la página anterior la portada del periódico anarquista La Comuna, se presenta “dedicado a la defensa de los principios radicales y órgano oficial del proletariado en México” en su número bimensual del 28 de junio de 1874. La prensa y los clubes magonistas desparramados por todo México según lista en El Hijo del Ahuizote, incorporan el interés de la Comuna de París y sus consecuencias con la fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores en Inglaterra con las fructíferas discusiones entre Kropotkin y otros anarquistas con Marx y Engels. La destrucción inmediata del Estado planteada por los anarquistas es rechazada por los marxistas para plantearla como tarea del socialismo a construir otro Estado orientado hacia la extinción de sus aparatos de poder para construir el comunismo. Aquí entran en juego las organizaciones comunitarias. El economista cubano Luis Marcelo Yera publicó en La Habana en 2004 un texto con título-programa: En busca del paradigma perdido de Marx y Engels, sobre la necesidad del salto histórico opuesto al socialismo surgido de la plenitud capitalista, para plantear la posibilidad histórica de “los países subdesarrollados” de acceder al socialismo como tránsito al comunismo.
La influencia comunitaria no fue ajena a la llamada Conquista de México nacida y crecida mientras las comunidades de Castilla se levantaban contra el rey Carlos I de España considerado emperador del Sacro Imperio. Miguel de Cervantes registra el consejo de Don Quijote a Sancho Panza para gobernar la insula Barataria en armonía con las necesidades comunitarias. Cortés supo del levantamiento de Castilla y se enteró en la práctica del comunitarismo indígena enfrentado por la catequización religiosa fundadora de conventos, escuelas para indios y parroquias para dar lugar a la interculturalidad bajo control de las órdenes religiosas. La nueva identidad negocia: los pueblos adoptan el nombre de un santo y lo apellidan con una toponimia indígena. Los fundamentos comunitarios son aprovechados por la iglesia para apropiarse del campo y los campesinos en acuerdo con los encomenderos dotados por el rey de tierras e indios, pese a la Constitución de Cadiz. De aquí los dirigentes revolucionarios de la primera Guerra de Independencia, de los defensores de la soberanía del pueblo contra el liberalismo modernizador culminado en el orden y progreso de Porfirio Díaz. Las rebeliones indígenas con la participación de curas y curatos, han sido borradas de las historias oficiales de manera semejante a la desconsideración de la Teología de la Liberación como tendencia revolucionaria difundida por esa especie de comunas religiosas que son las comunidades eclesiales de base.
La Comuna en México es “forma política” ejemplificada por Bosteels en Topolobampo 1872-1893, Morelos 1914-1915, Edendales (1914-1916, El Magonismo en Estados Unidos), Acapulco 1919-1923 con los hermanos Escudero, Morelos 1934-1962 de Jaramillo al Güero Medrano y la colonia proletaria Rubén Jaramillo, Chiapas 1994, Oaxaca 2006, Cherán 2011.
La construcción de los movimientos de estudiantes y colonos dan lugar al capítulo “Lecciones de Lecumberri” con la presencia de José Revueltas y su denuncia de “un proletariado sin cabeza”. La vida comunitaria en la crujía de los presos políticos del 68 tuvo dos tendencias, la intelectual de negociación con el Estado que le ganó al grupo de Álvarez Garín la libertad condicional al exilio y la de comunistas con militancia en organizaciones político-militares. La lucha sigue.
La segunda parte del libro está dedicada a la dialéctica de “México en Marx y Marx en México” con los avatares del Partido Comunista Mexicano sometido a la línea soviética del frente amplio donde cabe todo hasta llevarlo a negociaciones con el Estado que le dio registro legal para dar lugar a desprendimientos y alianzas orientadas por elecciones bajo control y patrocinio del Estado con el consiguiente efecto de beneficios para las cúpulas.
La crítica a la división internacional del trabajo intelectual es un apartado necesario para dar cuenta del teoricismo de los filósofos y teólogos de la liberación incrustados en las universidades, comisiones de derechos humanos y ongs piadosas. Poca atención merece la Teología de la Liberación pese a los trabajos guerrilleros de Camilo Torres y de Gaspar García Laviana a la par de los de las comunidades eclesiales de base con figuras como Sergio Méndez Arceo, Oscar Arnulfo Romero, Helder Cámara, el cura expulsado Leonardo Boff, Ernesto Cardenal y Solentiname como Ministerio de Cultura sandinista y los descritos en el libro Ovejas Negras de Emiliano Ruiz Parra con la inclusión de los muy activos curas Solalinde y Raúl Vera y las consecuencias de los trabajos de Arturo Lona Reyes en Oaxaca y de Samuel Ruíz en Chiapas.
Del New York Daily Tribunal a los Grundisse, los artículos de Marx, algunos escritos por Engels en el periódico norteamericano, puede leerse el salto del aplauso a la intervención yanqui y al despojo territorial a México, planteado con visión positivista como necesario para el progreso industrial para la formación del proletariado, denegado como “desarrollo desigual y combinado”, dialéctico, ajeno a dictámenes y reducciones mecánicas propias de la consideración de los modos de producción como sucesión y no como estructuras abstractas sin teleología dominante, esto es, sin finalidad preconcebida, divina. De los apuntes etnológicos a la correspondencia con Vera Zasulich, la reflexión histórica, distingue formas de lo común, identidades comunales y proyectos de comunas donde no faltan proyectos tan reaccionarios como la colonia Le Baron en la frontera entre Estados Unidos y México con autonomía total acordada con el Estado mexicano fuera de la ley. De aquí el epílogo del libro: la comuna que viene.