Traducido por Camilo Cibils Farmelo
En el 2017, cuando me invitaron a participar en Documenta 14, propuse realizar una performance. Escribí un texto dedicado al sufrimiento y la muerte de incontables migrantes provenientes de países donde la guerra y el hambre están imposibilitando la supervivencia.
Todos los años, miles de migrantes mueren ahogados tratando de cruzar el Mediterráneo, y millones son deportados y detenidos en los campos de concentración que Europa ha construido sobre la costa desde Turquía a Libia, de Lesbos a Apulia y Calais. Muchos de ellos están huyendo de las consecuencias del colonialismo europeo y la catástrofe climática causada por la propia fosilizada modernidad europea. El título de mi obra era “Auschwitz en la playa”, pensado como tributo a las víctimas del nazismo en el siglo pasado y a las contemporáneas víctimas del racismo y neocolonialismo europeos.
El anuncio de mi performance suscitó protestas en la prensa alemana y un pequeño grupo de gente vino a Kassel con banderas israelíes a protestar el título de mi obra. No hablé con estos agresivos manifestantes. En vez, fui al Centro Sara Nussbaum Para la Vida Judía en Kassel, donde conocí a la directora, Eva-Maria Schulz-Jander y al personal de la organización. Luego de una conversación, estuvieron de acuerdo en que el rechazo de los migrantes económicos y climáticos es comparable con el rechazo de 120.000 judíos que trataron de migrar al Reino Unido y EEUU en 1939. No obstante, me dijeron que el título de mi performance podía ser doloroso para algunos. Entonces, decidí cancelarla porque no quise ofender la sensibilidad de mis amigos del Centro Sara Nussbaum. En vez, di una charla en el museo Fridericianum sobre racismo ayer y hoy. Eva Maria Schulz-Jander vino a la charla. Un grupo de amigos mostraron su solidaridad oponiéndose a la intolerancia de un pequeño número de fanáticos con banderas israelíes afuera. Hoy, 5 años más tarde, esta intolerancia sigue creciendo y se ha vuelto más confrontativa, más arrogante y mucho más violenta.
Hace unas semanas, vi que alguien en Kassel estaba preparando una reunión en el Bürgerhaus Philipp-Scheidemann-Haus, cuyo tema era: “Antisemitismus im Nah-Ost-Konflikt und in der Kunst der postbürgerlichen Gesellschaft” (Antisemitismo en el conflicto de medio oriente y en el arte de la sociedad post-burguesa).
La página de Facebook de este evento me llamaba “antisemita”. Proclamaba:
Un grupo de artistas y activistas anti-irsaelíes fue invitado a Documenta 15 por el colectivo “The Question of Funding” (“La cuestión del financiamiento”) con sede en Ramallah. Nuestra investigación sobre esta invitación reveló que muchos funcionarios y organizadores de esta muestra de arte pertenecen a la anti-israelí y a veces antisemita escena de trabajadores culturales “críticos de Israel”. Este fenómeno no es enteramente nuevo; la conversación con Edward Said en Documenta 10, la “jirafa anti-sionista” del artista Peter Friedl en Documenta 12, y la aparición del antisemita Franco Berardi en Documenta 14 indican que estamos frente a una conexión sistemática.
Luego de leer la página de Facebook decidí responder a este insulto –no para animar a los organizadores de este evento propagandista y nacionalista sino para compartir mi desprecio y asombro, dado que, para mí, “antisemita” es el insulto más violento posible. Lo que sigue es mi respuesta.
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No me gusta la palabra “identidad”. Me parece filosóficamente ambigua. Sin embargo, la identidad de una persona no se basa en su pertenencia sino en su devenir. No es la sangre ni el territorio, sino más bien las decisiones intelectuales y éticas que toman lo que define, si se quiere, la “identidad” de una persona.
Por lo que a mí respecta, los flujos culturales que han dado forma a mi pensamiento y comportamiento vienen de mis lecturas, y en particular, de mis lecturas de novelistas y filósofos judíos. Reconozco en mi formación intelectual y cultural la impronta del judaísmo de la diáspora, desde Spinoza hasta Benjamin. Ni hablar de la influencia de gente como Isaac Bashevis Singer, A. B. Yehoshua, Gershom Scholem, Akiva Orr, Else Lasker-Schüler, Daniel Lindenberg y Amos Oz.
Además, adquirí a través de lecturas, el punto de vista de aquellos intelectuales precursores de la Razón Desenraizada (Heimatlose Vernunft), la base de la democracia moderna y el internacionalismo proletario.
La condición judía de desterritorialización está en la base de la concepción del intelectual moderno, de alguien que no toma decisiones por su pertenencia, sino por conceptos universales.
Recuerdo lo que Amos Oz escribe en Una historia de amor y oscuridad:
Mi tío David especialmente era un europeo confirmado, en un tiempo en que, pareciera, nadie más lo era en Europa, excepto por los miembros de mi familia y otros judíos como ellos. Todos los demás resultaron ser paneslavos, pangermanos o simplemente patriotas letones, búlgaros, irlandeses o eslovacos. Los únicos europeos en toda la Europa de los 20s y 30s fueron los judíos. Mi padre siempre decía: en Checoeslovaquia hay tres naciones, los checos, los eslovacos y los checo-eslovacos, es decir, los judíos; en Yugoslavia hay serbios, croatas, eslovenos y montenegrinos, pero incluso ahí vive un grupo de yugoslavos inconfundibles; e incluso en el imperio de Stalin hay rusos, hay ucranianos y uzbecos y chukchis y tártaros, y entre ellos están nuestros hermanos, los únicos miembros reales de una nación soviética.
Por todas estas razones afirmo que el ser judío es una parte irrevocable de quien soy, y, por ende, considero al calificativo “antisemita” como el peor de los insultos.
Durante el siglo pasado, como reacción a la persecución a las personas judías, algunas de ellas fueron llevadas a identificarse como una nación y ocupar un espacio que era del pueblo palestino. La posibilidad -seguramente fue una posibilidad- de una cohabitación pacífica fue intencionalmente impedida por el prejuicio nacionalista, que ahora ha abierto el camino a una interminable hostilidad que día tras día destruye la vida de palestinos e israelíes por igual.
La declaración de Israel como el Estado de los judíos por el Knéset en el 2018 -es decir, el refuerzo de Israel como un Estado étnico-nacional- no solo viola los principios básicos de la democracia y la igual dignidad de todas las personas, sino que también destroza el legado de la cultura judía ilustrada. Esta es la paradoja de la identificación. Aquellos que más han sufrido el racismo se han convertido en los últimos años ellos mismos en racistas -y en el peculiar caso de Alemania, el país que cometió los más viles actos de antisemitismo de la historia ahora apoya la ocupación y los ataques contra los palestinos por el Knéset como una suerte de forma de pedir perdón.
Mi punto de vista sobre el conflicto de medio oriente siempre ha tomado distancia del nacionalismo árabe. No acepto el principio identitario que alimenta al nacionalismo -el mismo principio que inevitablemente alimenta al fascismo. Por lo tanto, tampoco tengo afecto alguno por el concepto de un Estado palestino. Como ha mostrado el siglo XX, la separación de ciudadanía política e identidad cultural es el único modo de crear las condiciones para la vida civilizada.
Lamento decir que nunca he escrito sobre estos temas porque tenía miedo -miedo de ser acusado de una falta que considero repugnante: el antisemitismo. Pero el insulto que leí en la página de Facebook del evento de Kassel me quita ese miedo. Ya no temo los insultos de aquellos que apoyan la opresión colonial de los palestinos, el asesinato sistemático de jóvenes palestinos y el asesinato de periodistas como Shireen Abu Akleh.
Aquellos que cometen estos crímenes racistas y que alzan la bandera israelí como protesta contra la libertad de abordar la violencia política en el ámbito cultural son los verdaderos antisemitas, no yo.
Por culpa de la violencia sistemática que el colonialismo israelí ha desplegado en las últimas décadas, crece en el mundo la bestia del antisemitismo. Como es imposible en algunos países aseverar abiertamente que la política del Estado israelí es errada y peligrosa, muchos no lo dicen explícitamente, incluso cuando no pueden dejar de pensarlo. Este silencio también es lo que alimenta el odio antisemita existente.
Como ha mostrado la historia, el mayor peligro para el futuro del pueblo judío es el tipo de fanatismo nacionalista que ataca a artistas palestinos y que convoca a reuniones nacionalistas -no la solidaridad de artistas y filósofos que pelean por justicia.
Notas
Ver →
Amos Oz, A Tale of Love and Darkness, trans. Nicholas de Lange (Harcourt, 2004), 59–60.
Amnesty International, “Israel/OPT: Increase in Unlawful Killings and Other Crimes Highlight Urgent Need to End Israel’s Apartheid against Palestinians,” 11 de Mayo, 2022 →.
Martin Chulov, “Shireen Abu Aqleh Killing: ‘She Was the Voice of Events in Palestine,” The Guardian, 11 de Mayo, 2022 →.