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Bolivia. La Paz y El Alto: La regeneración

Raúl Zibechi :: 15.08.22

Está comenzando a tallar una nueva generación, sobre las ruinas que dejó la anterior. Es imposible saber si conseguirá superar los principales problemas que lastraron a las anteriores. Pero podemos estar seguros que se está desembarazando tanto del patriarcado como del vanguardismo que, sin embargo, pueden renacer camuflados en lo políticamente correcto. Lo mejor, creo, es esperar y apoyarlos mientras despliegan su potencia creadora.

La Paz y El Alto: La regeneración

Raúl Zibechi

“Somos huérfanos políticos”, señala Cami desde un rincón de la sala donde se reúnen una veintena de personas, mayoría jóvenes y mujeres, un frío domingo en La Paz.

Una feminista de la ronda aprueba: “Le reprocho a la generación anterior que no nos trasmitieran su experiencia”. El resto escuchamos en silencio. “No podemos entender la totalidad, pero podemos intentarlo. Necesitamos reconocer la vulnerabilidad, porque sólo se crece desde lo vulnerable”.

Se trata de un doble reproche, de generación y de género, a quienes no supimos heredar algo de la experiencia acumulada, seguramente por no aceptar errores y desvíos, o sea por nuestra cultura patriarcal y vanguardista que siempre miró por encima del hombro a los jóvenes y muy en particular a las mujeres.

A partir de ahí, los cuestionamientos se amontonan. Algunos jóvenes se preguntan “qué es ser militante”, en este período tan complejo de la historia boliviana. Algunas provienen de familias mineras de la mítica Siglo XX, de ayllus campesino-indígenas y de lógicas comunitarias, pero también hay artistas, feministas radicales y queer, componiendo un arcoíris de diversidades aunque, todas y todos se preguntan cuál sería hoy posible un “horizonte revolucionario”.

Una joven que trabaja con niñas y niños haciendo títeres, enfatiza en “no hacerse notar”, en “no a levantar banderas”, una crítica directa al egocentrismo de los dirigentes que siguen ocupando cargos porque sí, porque son varones, con poder, bien hablantes que se empeñan en dominar organizaciones más que en transformar la realidad.

La crisis del movimiento popular en Bolivia es uno de los temas centrales que ocupa y preocupa a toda una generación militante que raramente supera la treintena, que no vivió el ciclo de luchas de 2000 a 2005 que desarticuló enl neoliberalismo y permitió el acceso de Evo Morales al gobierno. Pero también sufrieron la crisis de 2019 que se resolvió en la huida de Morales y Álvaro García, negociada con los poderes fácticos.

Una bofetada para quienes en algún momento creyeron en el proceso de cambios pero no se dejaron convencer de un golpe que nunca fue o, por lo menos, no fue el motivo de la renuncia y la huida, sino la pérdida de legitimidad ante sus propias bases. “La COB fue la primera en pedir la renuncia”, recuerda alguien que enfatiza que la prestigiosa central obrera se había adelantado al comandante en jefe de las fuerzas armadas en solicitar la salida del Ejecutivo, como el mejor camino para resolver la crisis, generada por el deseo de eternizarse en el poder.

La orfandad es política y es ética. Agravada porque el expresidente lanzó una dura campaña contra el actual vice, David Choquehuanca, buscando deslegitimar a quien tiene más prestigio que Evo Morales. Los datos hablan solos: en octubre de 2019, Morales y García obtuvieron el 47% de los votos. En octubre de 2020, Luis Arce y Choquehuanca alcanzaron el 55%. El MAS sin Evo creció un 20% en votos.

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La Universidad Pública de El Alto (UEPA) sigue sumando edificios de cuatro y cinco pisos, donde miles de jóvenes aymaras se afanan desafiando el gélido frío de agosto que hoy se traduce en una fina nevada. La emblemática ciudad a 4.000 metros, es el epicentro del pensamiento indianista que toma distancia de los gobiernos progresistas.

“Evo siempre ha sido capataz, mayordomo, nunca hemos sido gobierno en 14 años”, decía el historiador Inka Waskar Chukiwanka, referente recién fallecido de esta corriente. Defiende la tesis de que aún sobrevive una jerarquía de civilizaciones que no se ha modificado, que ha llevado a la recomposición del colonialismo bajo nuevos ropajes.

En un tono similar se expresa Pachakuti Akarapi, perteneciente a una nueva generación de aymaras graduados en la UPEA y en otras universidades. Muchos de ellos participaron semanas atrás en el “Primer Encuentro de Intelectuales de la Nación Aymara,” que contó con el apoyo de la Vicepresidencia a cargo de David Choquehuanca.

El encuentro definió una agenda política que busca la reconstrucción de la nación aymara, para lo que diseñaron la Agenda Atawallpa 2032 que se propone restaurar el sistema de suyos (parcialidad o región), que debería ser la forma de gobierno plurinacional aymara, quechua y tupi guaraní, según Pachakuti. En esa fecha se cumplen los 500 años del asesinato del Inka Atawallpa y de la invasión al Tahuantinsuyu.

Para eso quieren terminar con el Estado colonial, reconstituir las diversas naciones originarias bajo el principio del federalismo y el sistema de comunidades o ayllus, conformando un poder en base a los turnos, rotativo, “sin la intervención de los preceptos de la democracia institucionalizada del Estado”, señala el documento que aprobaron los intelectuales aymaras.

Esta generación no se siente representada por la Constitución del Estado y apuesta a la creación de poderes propios, inspirados en los suyos, o sea poderes no estatales, supra-comunitarios federados. Se trata de construir territorios y gobiernos autónomos en el Altiplano pero también en las ciudades.

Muestra de esa búsqueda de autonomía, fue la presentación de Pachakuti en el encuentro que tuvimos, donde destacó que una de las cuestiones centrales es cómo se eligen los cargos, si en base a usos y costumbres como en las comunidades o con criterios ajenos pertenecientes a la cultura política dominante. Dijo que el Estado Plurinacional es como pretender que “el zorro conviva armónicamente con las ovejas”.

En el intercambio que tuvimos en la UPEA, analizó dos cuestiones centrales: la historia de las resistencias desde la conquista española y la existencia de rebeldes que no eran indígenas pero se plegaron a sus luchas.

Repasó las rebeliones que se sucedieron durante 500 años, que enseñan la voluntad de recomponer los gobiernos aymaras, aún en la clandestinidad, a los que denominó “gobiernos en movimiento”. También se propuso desmontar ciertos prejuicios: “Cuando vemos al movimiento indígena, sólo vemos reivindicaciones, cuando en realidad lo que se busca es restablecer el gobierno aymara”.

De ahí pasó directamente a cuestionar a los gobiernos del Movimiento Al Socialismo (MAS), porque “lo que se hizo en Bolivia con el Estado Plurinacional fue mantener intacta la jerarquía colonial”. Recordó también que varias rebeliones fueron encabezadas por criollos, como Rumi Maqui en 1915, señalando que la lucha indígena no gira en torno al color de piel.

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Está comenzando a tallar una nueva generación, sobre las ruinas que dejó la anterior. Es imposible saber si conseguirá superar los principales problemas que lastraron a las anteriores. Pero podemos estar seguros que se está desembarazando tanto del patriarcado como del vanguardismo que, sin embargo, pueden renacer camuflados en lo políticamente correcto. Lo mejor, creo, es esperar y apoyarlos mientras despliegan su potencia creadora.

 


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