A comienzos del mes de agosto, la tensión en el estrecho de Taiwán dio una nueva (gran) vuelta de tuerca tras la visita relámpago de Nancy Pelosi a Taipei y la sobrerreacción de Pekín. Por mucho que nunca se haya planteado la invasión de la isla como algo inmediato, la dinámica de militarización de la región Asia-Pacífico se acelera y el conflicto entre China y EE UU se agudiza. De todos modos, las preocupaciones geopolíticas no deben ocultar el derecho del pueblo taiwanés a autodeterminarse. Un mes más tarde tratamos de analizar la situación.
Presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi es en Washington, según el orden jerárquico, la tercera autoridad del Estado, después del presidente Joe Biden y la vicepresidenta Kamala Harris. Su escala en Taiwán, los días 2 y 3 de agosto, en el marco de una gira asiática, era por tanto un gesto político de peso y era de esperar que Pekín reaccionaría.
Parece que esta visita no contaba con el beneplácito unánime en las esferas dirigentes de EE UU, ya que el Estado Mayor la calificó de inoportuna y Joe Biden optó por distanciarse un poco, lo que pudo inducir a Xi Jinping a elevar el tono y ordenar, entre otras medidas, la realización de maniobras militares de una amplitud y una agresividad notablemente superiores a las ocasiones anteriores; de hecho, muy superiores a lo que preveían la mayoría de observadores. En efecto, como señala el periodista taiwanés Brian Hioe, pasaron misiles por encima de Taipei y las fuerzas aeronavales del Ejército Popular penetraron más profundamente en la zona de identificación de la defensa aérea taiwanesa y su espacio marítimo.
Y lo que es más importante, Tokio y Seúl estuvieron directamente afectados. Los misiles alcanzaron la zona económica exclusiva de Japón, lo que el ministerio de Defensa japonés ha denunciado como un acto deliberado. La armada china también maniobró cerca de las disputadas islas del archipiélago de Senkaku/Diaoyutai. Hizo lo mismo frente a la península de Corea del Sur, en el Mar Amarillo y en el Golfo de Bohai.
Según Brian Hioe, al apuntar a estos dos países, muy integrados en la estructura militar estadounidense en la región (véase, en particular, la importancia de las bases estadounidenses en la isla de Okinawa), Pekín estaba tomando medidas preventivas para advertir a otros Estados de Asia-Pacífico que pudieran estar dispuestos a ayudar a Taiwán. Esta advertencia puede ser prematura y tal vez les anima a mantenerse unidos frente a las amenazas chinas, cree el periodista.
Por un lado, la crisis actual se inscribe está más activamente que las anteriores en una dinámica de conflicto estratégico entre China y EE UU, y por otro, la cuestión de Taiwán está más que en el pasado en el centro de las reconfiguraciones geopolíticas que implican a todas las potencias de la región, incluidas India y Japón. Este proceso de recomposición ha comenzado, pero está lejos de haberse completado. Las bazas del poder no son homogéneas en Asia. Mientras que India está presente en el frente antichino convocado por Washington, se niega a hacer lo mismo con Rusia, con la que mantiene profundas e históricas relaciones de cooperación. La cooperación entre Japón y Corea del Sur es tensa, sobre todo teniendo en cuenta un pasado colonial cuyo recuerdo atizó el exprimer ministro, el difunto Abe Shinzo, y un cúmulo de tratados sucesivos, tal y como puso de manifiesto la japonesa Karen Yamanaka para el noreste de Asia, es decir, Japón, Corea del Sur y Estados Unidos.
Pese a todo, la cuarta crisis del estrecho de Taiwán se ha mantenido hasta ahora cuidadosamente controlada. La invasión de la isla nunca estuvo en la orden del día. No hubo una movilización de recursos y tropas a una escala comparable a la que precedió a la invasión de Ucrania. La población taiwanesa se dedicó a sus actividades cotidianas como si no hubiera pasado nada. Pekín se apresuró a anunciar que sus principales ejercicios aeronavales terminarían al cabo de cinco días.
Sin embargo, aunque controladas, las maniobras de principios de agosto se inscriben en un conflicto geopolítico creciente entre EE UU y China, especialmente en la región de Asia-Pacífico. Es probable que se haya cruzado un umbral y que la era del equilibrio regional mantenido en tensión mediante la ambigüedad haya llegado a su fin.
¿Hacia el final del statu quo anterior basado en la ambigüedad estratégica? La actualidad de la lucha contra la guerra
Taiwán es un Estado independiente de hecho, pero nunca se ha declarado como tal, ya que Washington se ha cuidado de no detallar hasta qué punto apoyaría a Taiwán en caso de conflicto abierto. Desde el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con la República Popular en 1979, Estados Unidos ha reconocido que Pekín considera a Taiwán una provincia china, pero no ha respaldado esta postura. [Jessica Drun, 28/12/2017, Center for Advance China Research :https://www.ccpwatch.org/single-post/2017/12/29/one-china-multiple-interpretations]. Los textos diplomáticos no son claros (¿de que China se habla?) y las versiones en inglés o en chino pueden variar.
Por su parte, en los últimos años el Partido Comunista Chino (PCC) ha reiterado sistemáticamente su interpretación de la política de una sola China (que excluye a Taiwán de las instituciones internacionales de la ONU, lo que implica, sobre todo, que Taiwán no esté representada, por ejemplo, en la OMS, cuando su experiencia en la lucha contra la covid era preciosa y que los temas concernientes a la salud pública no deberían estar sometidos a los conflictos entre potencias) y ha mantenido sus reivindicaciones territoriales, realizando regularmente ejercicios militares rutinarios en el estrecho, pero sin llegar a un enfrentamiento.
Para muchos analistas, esta política de ambigüedad conserva todas sus virtudes. Permite a EE UU proporcionar a Taiwán los medios para defenderse, sin decir si las fuerzas aeronavales estadounidenses se implicarían más en caso de conflicto. Desde su punto de vista, hoy superado por los acontecimientos que han seguido a la visita de Nancy Pelosi, el endurecimiento del régimen de Xi Jinping y el debate en Washington sobre la llamada ley de Política sobre Taiwán, las condiciones para su restablecimiento deberían ser cumplidas de nuevo por los gobiernos implicados (John Feffer, 10/8/2022, Foreign Policy in Focus). La propuesta tiene sentido pero, sin querer prejuzgar el futuro, implicaría una verdadera inversión de la dinámica actual.
Por su parte, Eric Chan, especialista de alto nivel que trabaja para las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos y es miembro no residente del Global Taiwan Institute, trata de situar la cuarta crisis del estrecho en su contexto histórico. Los consabidos gritos de alarma en EE UU sobre la proximidad de la superioridad militar mundial de China, que sirven de forma oportunista a los intereses del Pentágono (ávido de aumentos presupuestarios) y del complejo militar-industrial, deben tomarse con mucha cautela, pero no es este el propósito de Chan.
Chan retoma la sucesión de acontecimientos, desde 1989 y la represión masiva de los movimientos populares en China, que han generado la sensación de vulnerabilidad del PCC frente a Washington: la guerra del Golfo (1991), la tercera crisis del estrecho de Taiwán (1996), el bombardeo accidental de la embajada china en Belgrado (1999), el Movimiento de los Girasoles en Taiwán (2014, ver más adelante) y el cambio de rumbo implementado gradualmente por Xi Jinping tras su llegada al poder (a finales de 2012): militarización del mar de China Meridional (2015), aplastamiento en Hong Kong de las movilizaciones contra la ley de extradición de residentes locales a la China continental (2019-2020), todo ello sin pagar un precio a nivel internacional, para concluir lo siguiente:
Creo que la ambigüedad estratégica está agonizando por múltiples razones. En primer lugar, Xi Jinping no está satisfecho con la paciencia estratégica de la República Popular China (RPC), que formaba parte del contexto de la ambigüedad estratégica estadounidense. En segundo lugar, Xi no cree que EE UU se adhiera a la ambigüedad estratégica, sino que solo la considera una ambigüedad estratégica por el nombre. En tercer lugar, mientras la RPC se ha vuelto más beligerante en todo el espectro DIME [diplomático, informativo, militar y económico] contra Taiwán y Estados Unidos, el gobierno estadounidense en su conjunto ‒y el Congreso en particular‒ se ha vuelto significativamente más favorable a Taiwán. En cuarto lugar, la ambigüedad estratégica de Estados Unidos también trata de disuadir a Taiwán de buscar formalmente la independencia. Este ya no es el caso, ya que el EPL es ahora plenamente capaz de ejercer esta disuasión.
Como es casi seguro que Xi continuará su campaña de coerción y guerra legal contra Taiwán, la presión contra la ambigüedad estratégica seguirá creciendo en Estados Unidos, como demuestran propuestas como la ley de Política sobre Taiwán.
Hemos entrado así en una zona gris entre la guerra y la paz, en la que Pekín confía en mantener una amenaza militar constante, más que en acuerdos diplomáticos, para disuadir a Taipei de declarar la independencia. En la actualidad, esto adopta la forma de una guerra encubierta de drones, primero civiles y luego militares. El 1 de septiembre, por primera vez, Taiwán derribó un dron chino cerca de la Isla del León, un puesto de defensa taiwanés situado cerca de Xiamen, en la China continental. Unos días después, un dron militar, acompañado de ocho aviones, entró en la zona de identificación de defensa aérea de Taiwán sin cruzar el espacio aéreo taiwanés.
El Ministerio de Defensa de Taipei advirtió a finales de agosto que las fuerzas taiwanesas tomarían represalias si los aviones o barcos chinos cruzaban el límite de las 12 millas náuticas. Su disposición al conflicto es probablemente desigual. El presupuesto militar aumenta constantemente (un 12,9% el próximo año, hasta un total de 415.100 millones de dólares). La administración Biden acaba de anunciar una venta de armas a Taiwán por valor de 1.100 millones de dólares (misiles aire-mar, misiles aire-aire Sidewinder, apoyo logístico al programa de radares de vigilancia, etc.). Al mismo tiempo, Washington y Taipei decidieron iniciar negociaciones comerciales oficiales, con el objetivo, en particular, de garantizar la resistencia de las cadenas de suministro, sobre todo de los semiconductores. Obviamente, estos compromisos son denunciados por Pekín.
Sin embargo, están surgiendo tensiones entre los altos cargos militares y la presidenta Tsai en relación con la preparación estratégica de la isla. La presidenta debe resolver una ecuación difícil: mostrar firmeza sin preocupar a la población ni cargar con la responsabilidad de una posible escalada, mientras que el país necesita una gran afluencia de mano de obra para apoyar el desarrollo de su economía y debe tranquilizar a las y los inmigrantes.
La actualidad de la lucha contra la guerra
Es inútil tratar de averiguar quién ha empezado a alterar ese equilibrio ambiguo previo. El propio Xi Jinping contribuyó a ello, cuando proclamó a bombo y platillo que bajo su presidencia (es decir, en un futuro próximo) se recuperaría la isla, por la fuerza si fuera necesario. Los taiwaneses son ahora rehenes de un conflicto geopolítico que les supera. La reciente crisis del estrecho no es la causa de las crecientes tensiones geopolíticas entre Estados Unidos y China, sino su consecuencia. En este contexto global, la cuestión taiwanesa conserva sin duda una importancia específica por su ubicación en el corazón del ultramilitarizado mar de China Meridional y su peso económico, así como su éxito tecnológico, desproporcionado con respecto a su tamaño (23 millones de habitantes).
De provocación en provocación, de sanción en sanción, está en marcha una espiral de militarización y una nueva carrera armamentista. Washington refuerza su presencia militar frente a las costas de Taiwán de forma duradera. El gobierno japonés pretende completar su rearme (incluido el nuclear) y participa activamente en ejercicios aeronavales a gran escala con EE UU, que intensifica su cooperación con Australia. China realiza importantes ejercicios militares con Rusia en Siberia. Cada potencia califica las acciones de su oponente de agresivas y las suyas de defensivas.
Por su parte, el gobierno indio ha denunciado la “militarización del estrecho de Taiwán” por parte de Pekín. Una disputa fronteriza no resuelta en el Himalaya enfrenta desde hace mucho tiempo a India y China, con una tensión militar recurrente. También están inmersos en una lucha regional por la influencia que está cristalizando en Sri Lanka. Sin embargo, esta sería la primera vez que Nueva Delhi interviene en estos términos específicamente en relación con el estrecho de Taiwán.
No hace mucho tiempo ‒sobre todo en 2014, cuando Xi Jinping ya estaba en el poder‒, Pekín y Washington mantenían una compleja relación de competencia y colaboración. Tratar de predecir el futuro es particularmente aventurado hoy en día, ¡pero es difícil ver cómo podríamos volver ahora a esa configuración geopolítica! Mientras que Xi Jinping ha hecho de la reconquista de Taiwán la piedra de toque de su presidencia, en EE UU el grueso de la clase política hace piña en torno a esta cuestión. No obstante, parece difícil prever cómo la crisis de régimen que atraviesa EE UU puede afectar a la política de Washington en el mar de China Meridional.
Taipei ha pasado a ser un destino muy popular entre los congresistas y senadores estadounidenses, en particular los miembros del Partido Republicano (que apoyaron la iniciativa de Nancy Pelosi, que es del Partido Demócrata). Estos viajes pueden adquirir un cariz francamente extraño, como el de la senadora Marsha Blackburn, ferviente adepta de Donald Trump. Habló de Taiwán como de un país independiente en una reunión con la presidenta Tsai Ing-wen (quien trata a toda costa de evitar esas expresiones), una verdadera torpeza diplomática, y visitó asimismo el memorial de Tchiang Kai-check, cuando el partido en el poder de Taiwán, el Partido Democrático Progresista, considera (con razón) que ese hombre impuso un régimen dictatorial especialmente represivo en la isla.
Pocos taiwaneses dirían hoy que quieren una declaración formal de independencia en las circunstancias actuales. ¿Podría la extrema derecha estadounidense estar intentando reforzar el campo “ultra”? Eso sería jugar con fuego.
El conflicto entre la que se ha convertido en la segunda potencia mundial (China) y la potencia establecida (EE UU) ha entrado en una fase nueva. La cuestión que se nos plantea hoy no consiste en tomar partido por una u otra ante tal confrontación. Sus consecuencias serán catastróficas para la humanidad, acelerando a su vez (tras la invasión de Ucrania por Rusia) la crisis climática.
El refuerzo (allí donde existe) y la reconstitución (allí donde no existe) de un amplio movimiento unitario antimilitarista son una necesidad acuciante, con el objetivo, en particular, de la desmilitarización y la desnuclearización de las zonas en conflicto, empezando por el mar de China Meridional.
En el noreste de Asia (en Japón y en Corea del Sur) y en el sureste y el sur de Asia (inclusive en Pakistán e India) existen tales movimientos. Las movilizaciones contra el calentamiento climático deberían integrar activamente, si todavía no lo han hecho, la dimensión antiguerra, que de este modo recuperaría a su vez una envergadura internacional.
La solidaridad necesaria con el pueblo taiwanés
Finalmente, y esta no es la menor de las cuestiones, las implicaciones geopolíticas no deben hacernos olvidar la solidaridad con el pueblo taiwanés. La historia de la isla, compleja, es muy distinta de la de China continental. El Partido Comunista Chino, por cierto, reconoció en la época de Mao Zedong la independencia de la isla, antes de que esta cuestión pasara a ser una baza crucial en su combate contra el Kuomintang (KMT) de Tchang Kai-check.
En el pasado, la isla estuvo dominada muy breve y desigualmente por una dinastía imperial china; una antigua suzeranía (real o legendaria) no justifica nunca, como tal, una reivindicación territorial presente. Los arrecifes e islotes no habitados del mar de China han sido utilizados por todos los pescadores de la región y el descubrimiento de una moneda china de edad venerable (tal vez colocada allí por historiadores nacionalistas que la desenterraron) no cambia nada, no justifica en modo alguno la toma de posesión por parte de Pekín de toda esa zona marítima.
Taiwán no es una roca (“rock”, expresión desafortunada de Noam Chomsky durante una entrevista reciente, en contradicción con declaraciones anteriores suyas), sino un país. Lo que importa es el sentimiento actual de la población, que no se considera parte integrante de la China de Xi Jinping. No solo lo demuestran los sondeos de opinión, sino la historia contemporánea.
Cuando el Kuomintang de Tchang Kai-check se replegó en la isla con armas y bagajes, impuso su dictadura a la población local. Cuando China llevó a cabo su contrarrevolución burguesa, el PCC y el KMT, antaño enemigos jurados, pasaron a ser dos partidos únicos y totalitarios cómplices en la opresión y la explotación de la población insular. En 2014, la firma de un tratado de libre comercio entre China y Taiwán fue el detonante de una revuelta impulsada por el movimiento estudiantil y conocida por el nombre de Movimiento de los Girasoles (o Movimiento 318). Incluso llegó a ocupar durante 24 días el yuan legislativo (el parlamento) y organizó una manifestación de apoyo a la que acudieron medio millón de personas. Entonces se inició un profundo proceso de democratización a pesar de la represión, que concluyó con la instauración de un régimen de democracia burguesa más democrático que los existentes en bastantes países de Occidente.
Xi Jinping trató primero de recuperar influencia en Taiwán utilizando las redes del KMT, ofreciendo la perspectiva de importantes beneficios económicos y proponiendo una solución del tipo un país, dos sistemas, similar al que se estableció en Hong Kong tras la devolución de la antigua colonia británica (1997): formalmente integrada en la RPC, Taiwán perdería sin duda su soberanía en determinados ámbitos estatales (política exterior y militar…), pero mantendría su régimen político y jurídico, sus libertades cívicas. Una promesa que perdió todo poder de convicción cuando el propio Xi rompió estos acuerdos para emprender una política de normalización forzosa, que ha dado pie a la instauración de un control dictatorial de Pekín sobre la zona administrativa especial (la denominación oficial del territorio) de Hong Kong.
Ante la imposibilidad de convencer a la población de la isla utilizando la zanahoria y algo de palo, Xi Jinping pasa ahora a utilizar la amenaza militar bruta. Con ello, él mismo reconoce que la población taiwanesa no se siente realmente atraída por su régimen.
Por Pierre Rousset
04/09/2022
Traducción: viento sur