Aventamos el deseo de venganza con la frase de despedida de las bases de apoyo: “No luchamos para matar”.
Saliendo de Oxchuc hacia San Cristóbal, se abre un camino hacia la izquierda que serpentea entrando en un valle profundo, rodeado de montañas verdes y tapizado de nubes bajas. Las piedras amontonadas al comienzo del recorrido revelan la tensión que vive la zona, con bloqueos casi ininterrumpidos cuando arrecian los conflictos.
A poca distancia me indican un cartel que lo dice casi todo: “Somos los ex combatientes que volvemos por nuestra tierra”. La guerra entre hermanos, entre familias de las mismas comunidades y a veces dentro de las propias familias, la violencia generalizada, es tal vez el mayor triunfo de las políticas sociales contrainsurgentes que riega el “mal gobierno” para destruir las organizaciones de abajo.
Mientras avanzamos, miembros de la Red de Resistencia y Rebeldía Ajmaq y del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas (Frayba), explican las dificultades que podemos encontrar en el camino1. Mencionan en especial una familia a poco más de cien metros de Nuevo Poblado San Gregorio, que suele cortar el camino cuando llegan visitantes a la comunidad que forma parte de las bases de apoyo del EZLN. Se sienten preocupados porque hace cuatro meses que no visitan la comunidad, ya que debieron suspender las brigadas de observación por las amenazas constantes que recibían.
Cielo cubierto, nubes de plomo, lluvia intermitente que amenaza convertirse en diluvio, y un camino que empeora a medida que nos acercamos a nuestro destino. Nos reciben un puñado de varones y mujeres de edad mediana, caminamos hacia un espacio abierto y techado desde el que se contempla un hermoso panorama: matices de verdes en la pradera que van trepando hasta las cumbres recubiertas de árboles nativos.
De la recuperación al despojo
Después de los saludos de rigor, nos sentamos en ronda en el mismo espacio donde funciona la carpintería. Elaboran objetos que son vendidos en las ciudades, para fortalecer la resistencia y mantener los colectivos de trabajos. Destaca una pequeña barca multicolor que forma parte del imaginario creado por la Travesía por la Vida que recorrió Europa en 2021.
Un compañero zapatista se pone de pie y comienza una larga reconstrucción de la historia de Nuevo San Gregorio. Comienza diciendo que se retiraron dos familias en los últimos días, agobiadas por las penurias. Quedan apenas cuatro familias, lucen cansadas pero sonríen, se entusiasman con las visitas y la promotora de educación no oculta su entusiasmo.
“Recuperamos las 155 hectáreas del rancho el 12 de octubre de 1994”, relata el compa. Recuerda que eran muchas más familias, tal vez unas treinta, pero “muchos compas se fueron retirando de la organización para recibir los proyectos del gobierno y sus malas ideas”. Los que se fueron quedando, insistieron siempre en la autonomía y los trabajos colectivos.
Maíz, frijol, trigo, hortalizas, chícharos o arvejas, y ganado, eran trabajados en colectivo, además de las parcelas de cada familia. “No le damos químicos a la madre tierra”, dicen las bases de apoyo mientras la lluvia golpea con fuerza los techos amortiguando las palabras.
En las tierras recuperadas participaban bases de apoyo de diez poblados de la zona, que cultivaban en colectivo. Pero el 19 de noviembre de 2019 las cosas cambiaron de forma radical. Unas 24 familias de cuatro poblados comenzaron a alambrar las tierras recuperadas, fueron colocando cercos de forma progresiva hasta ocupar el 95% de las tierras, dejando apenas unas hectáreas donde se agrupan las cuatro familias zapatistas.
Cercaron el tractor de las bases de apoyo, impidiendo que nadie se acercara hasta que se fue deteriorando y se terminó estropeando. Ocuparon y luego saquearon la escuela secundaria que funcionaba en lo que era el casco del rancho, destruyeron cosechas y lastimaron ganados con machetes. Destruyeron el potrero colectivo y el estanque de peces, cercaron el pozo de agua y los caminos, con o que el acceso a la luz, el agua y la leña es cada vez más difícil.
El 8 de setiembre, dos días antes de nuestra visita, entraron a la secundaria y saquearon la biblioteca y las oficinas. Fue la agresión más reciente pero no será la última, ya que a lo largo de tres años fueron despojando y cercando de forma gradual y continua a las familias bases de apoyo. Siempre son varones armados con machetes, macanas y garrotes, algunos con armas de fuego. Los vigilan todo el tiempo, no les permiten cultivar, llueven las amenazas también a las personas solidarias que los visitan.
La Junta de Buen Gobierno “Nuevo Amanecer en Resistencia y Rebeldía por la Vida y la Humanidad” y Caracol 10 Caracol 10 “Floreciendo la Semilla Rebelde”, les llevó tres propuestas para destrabar la situación. La primera fue trabajar las tierras en común y que el fruto se repartiera entre las familias. No aceptaron.
La segunda fue repartir las tierras a razón de una hectárea por persona, de modo que un parte sustancial de las 155 hectáreas recuperadas serían usufructuadas por los invasores. No aceptaron.
La tercera propuesta, guiados por el principio de que no quieren violencia entre indígenas, fue cederles la mitad del predio. Tampoco aceptaron.
Destruir al neozapatismo
Las preguntas se agolpan en los corazones. ¿Qué buscan? Si controlan casi todo el predio menos el espacio donde están las bases de apoyo, ¿por qué insisten en hostigarlas cuando no representan una amenaza para sus cultivos? ¿Hay alguien detrás de los invasores?
“En realidad ni necesitan la tierra porque tienen predios en otros lugares”, aseguran varias voces. Buscan acaparar más tierras, pero no sólo es eso. “Buscan la violencia manipulados por el gobierno. Lo que les molesta es nuestra resistencia, nuestra autonomía y rebeldía, que luchemos por la vida y no por intereses individuales”.
Entre los invasores se respira un odio difícil de comprender y de explicar. “Nos da mucha rabia”, dicen las bases de apoyo, porque los invasores son amigos, vecinos y familiares, primos y hasta hermanos, ex zapatistas que echaron bala durante el alzamiento de 1994. Un odio que no puede explicarse sólo por el deseo de bienes materiales. Hay un algo más que puede nombrarse como programas sociales del gobierno, y ahora como Sembrando Vida.
El propio nombre del programa del gobierno de Andrés Manuel López Obrador es un despojo de los modos como nombramos la lucha los anticapitalistas. Es lo que hace el capitalismo desde que se enfrenta a pueblos que luchan por la vida. Pero este programa tiene algunas perversiones que superan a los de gobiernos anteriores.
Los recursos no van al ejido sino a las personas, se individualizaron como forma de dividir a las comunidades y a la sociedad, de permitir una mayor penetración del capital en todos los rincones de la sociedad. Como sabemos, comunidad y capital son antagónicos, al punto que éste necesita destruir los lazos y los bienes comunes para seguir acumulando. Ese es el papel de Sembrando Vida.
Para recibir los 4.500 pesos mensuales del programa, cada destinatario debe poseer 2,5 hectáreas de tierra.
Este diálogo no tan imaginario entre comuneros y funcionarios estatales en Chiapas, resume el modo como los de arriba sugieren a los campesinos que se conviertan en combatientes contra las bases de apoyo.
Detrás de este escenario estatal, parecen otras instancias, como Orcao (Organización Regional de Cafeticultores de Ocosingo), cercana al zapatismo en su momento, y Comach (Organizaciones por el Medio Ambiente para un Chiapas Mejor), que promueven la destrucción de todo aquello que construye el EZLN, secuestrando y asesinando bases de apoyo y autoridades autónomas.
Esto explica en buena medida el odio, la “envidia” como dicen las bases de Nuevo Poblado San Gregorio. El EZLN es un obstáculo, un impedimento material y simbólico para recibir los programas del gobierno.
Antes era parcialmente diferente. Las familias que querían recibir programas oficiales debían dejar la escuelita autónoma para acudir a la del gobierno; debían dejar el EZLN para recibir ayudas en dinero, alimentos o chapas y bloques para las viviendas. Si no se salían, no recibían nada.
Ahora es mucho peor. Para recibir algo, deben pelear contra las bases de apoyo, invadirles sus tierras, destruir lo que han construido. Volverse sus enemigos. Antes podían retirarse y mantener cierta neutralidad, aunque sus vidas se destrizaban al no cultivar la tierra y dedicarse a las borracheras. Ahora no existe neutralidad posible. Este es uno de los motivos principales de la guerra en Chiapas.
Si tienen que luchar contra el zapatismo, pueden aliarse con cualquiera que utilice la violencia, desde Orcao hasta el crimen organizado, estructuras que cada tienen mayor cercanía en sus modos y sintonía en sus objetivos. Ya no hay diferencia entre las “organizaciones sociales” que utilizan la violencia contra los pueblos, y la del narco y los paramilitares. Del mismo modo que ya no hay diferencia entre Morena y el PRI, en su cultura política y en su deseo de perpetuarse en el poder.
La dignidad no depende de la cantidad
“Cuando nos chingaron los colectivos, creamos otros nuevos”. El colectivo de carpintería elabora sillas, mesas, vasijas y otros objetos con herramientas manuales y eléctricas. Otros colectivos hacen bordados y alfarería, cuentan con una tiendita que vende a los visitantes o envían a las ciudades. Ahora empezaron a hacer piezas con bambú. Siempre buscan y crean a pesar de las dificultades.
“No nos sentimos poquitos. Nuestra alegría viene del arte que estamos haciendo, que llega más lejos que las balas, porque esto que ven fue llevado a Europa. Seguimos haciendo figuras, creando vida y no muerte”. El compa habla pausado, avanza como el caracol.
Relatan que existen amenazas similares en otros poblados agrupados en el Caracol 10, como viene sucediendo en Moisés y Gandhi. “Los trabajos comunes son la única alternativa, son una nueva forma de poder vivir”. La reflexión va más lejos, por el mismo camino. “No me preocupo ya por lo que nos quitaron, sino por seguir con lo que tenemos”.
Una filosofía de la vida que tiene rasgos profundamente espirituales, que no gira en torno a los bienes materiales porque coloca a los seres vivos, humanos y no humanos, en el centro. “Somos guardianes de la tierra, no sus dueños. Ella nos va a adueñar, porque así somos, nadie es eterno. La tierra nos cuida y nos protege”.
Después de la comida, que nos sirven con esmero y cocinan con dedicación, llega el momento de la despedida que, como siempre, se alarga estirando la separación. Apenas nos ponemos en marcha, una mujer pequeña y pobre nos insulta y un chico corre, machete en mano, para avisar que nos corten el paso, como suelen hacer para impedir más visitas.
Nos salvamos por poco de ese odio pegajoso y cruel, que deja en el alma una sensación de rabia y tristeza por la condición humana. Aventamos el deseo de venganza con la frase de despedida de las bases de apoyo: “No luchamos para matar”.
1 Pueden verse los comunicados respectivos en https://redajmaq.org/es/visita-al-caracol-10-y-nuevo-san-gregorio y en https://frayba.org.mx/amenazas-y-agresion-durante-documentacion-en-el-poblado-de-nuevo-san-gregorio