Sorprende que, pese a sus abismales diferencias, este ejercicio tenga tanta conexión de alguna manera con lo que hoy vemos que están haciendo los ejercicios organizativos de los pueblos zapatistas o kurdos. Esto permite pensar que sin duda no son necesarias las vanguardias o caudillos para consolidar una organización desde el sentir popular. Los pueblos saben cuáles son los caminos que se deben recorrer, simplemente hay que estar acompañando y potenciando escenarios para que florezca la imaginación.
En los últimos meses, junto a algunxs compañerxs, hemos venido reconstruyendo la historia de una organización comunitaria poco conocida que existió entre los años 1982 y 1991 en la localidad cuarta de San Cristóbal, una zona popular de Bogotá que se encuentra en las montañas del sur oriente de la ciudad.
El Grupo Popular Amistad (GPA), fue una experiencia ejemplar para rescatar en el tiempo presente, pues nació de la imaginación de jóvenes populares que asumieron como opción política enraizarse en los barrios San Martin de Loba (primero y segundo sector), Guacamayas (primero y segundo sector), El Rodeo, San Miguel, La Colmena y Malvinas.
Las y los jóvenes populares se articularon con un sacerdote jesuita llamado Felipe Eenens, quien venía de Bélgica y llegó al sur oriente en medio del auge de la teología de la liberación. Esta articulación fue un pilar fundamental para lograr la conexión en los barrios.
La organización del GPA se daba a partir de comisiones, la primera que nació fue la de recreación, allí se encontraban con niñas y niños de los barrios para jugar y estar con ellos y ellas mientras sus familias estaban trabajando. Después se creó la comisión de alfabetización en la que se hacían ejercicios de educación básica para que los adultos y jóvenes aprendieran a leer y escribir. La comisión de comunicación nació después y con ella “El Vecino”, un periódico que logró publicar 25 ejemplares informando siempre lo que ocurría en los barrios. Finalmente estaba la comisión de salud comunitaria.
Para esta columna quisiera enfatizar un poco en el accionar del GPA, pues sin duda hace grandes aportes a los ejercicios de la construcción del poder y la autonomía territorial, algo que hoy se ve tan complejo y difuso de materializar en lo urbano.
Caminando los barrios, tejiendo comunidad
Todo el ejercicio que se logró fue a partir de la apropiación del territorio por parte de los miembros del GPA, quienes decidieron caminar los barrios y visitar a las familias casa a casa. Así mismo, conocieron y se hermanaron con otras organizaciones de la zona, procesos comunitarios, jardines infantiles, procesos de mujeres, juntas de acción comunal, entre otros.
El caminar los barrios les dio el conocimiento local. La conversación cotidiana les hizo entender las necesidades de los habitantes del sur oriente para así ir tejiendo lazos y sueños transformadores. En ningún momento se inició con una escuela de formación marxista-leninista o algo por el estilo. Toda la politización partía de los lenguajes más sencillos y comunes que hablaba la gente, no de palabras vacías o rebuscadas intelectualmente.
Entendieron que las y los vecinos tenían una forma de tocar los problemas de la ciudad y el país en un lenguaje espontáneo, de su diario vivir, y a partir de esa sencillez se complejizaban las problemáticas. De esa manera las comunidades fueron viendo y entendiendo que había otros barrios con sus mismas carencias y sueños.
Hay que decir, que este fue un ejercicio que se hizo sin la financiación de ninguna ONG, partido político, empresa, o cosa similar. Lo logrado fue producto de la autogestión y alguna que otra ayuda que lograba traer el padre Felipe, recursos que no implicaban condicionamiento alguno para el quehacer del GPA.
En pocas palabras Antonio Martínez, quien fue uno de los fundadores del grupo nos dice: “El trabajo comunitario y popular tiene que realizarse en los barrios con las y los vecinos directamente, persona a persona, con sus familias. Tiene que ser integral niñxs, jóvenes, adultxs, viejxs. No tienen que llegar salvadores de las comunidades, tienen que ser estas con sus hijas e hijos, las señoras y señores quienes se organicen en torno a sus necesidades y de ahí surjan las y los líderes que dinamicen sus procesos. Las políticas públicas que segmentaron la población nos fragmentaron el tejido social, nos rompieron como comunidad”.
Comunicación de la mano de la comunidad
Dos años después de la fundación del GPA se creó la comisión de comunicación (1984), pero fue hasta 1985 que se publicó el primer periódico llamado “El Popular”, nombre que sería cambiado en el siguiente número por “El Vecino”.
Este medio sería la base fundamental para lograr consolidar al GPA, pues “El Vecino” contaba las noticias de los barrios donde se distribuía y de la zona, allí se narraban las problemáticas y dificultades que vivían las y los habitantes de estos sectores. Así mismo, era la llave de entrada a las casas de las y los vecinos, pues cuando se distribuía, siempre se hacía un ejercicio de lectura con las personas que recibían el periódico, además se conversaba de la vida diaria, de las angustias, dificultades y alegrías. Entonces “El Vecino” se convertía en la excusa para poder abrir las puertas y corazones de la comunidad.
Era un ejercicio de comunicación popular que no pensaba en hacer comunicación para la comunidad, sino que era comunicación desde las comunidades. Por esta razón gran parte de la financiación del periódico se daba de la misma gente, por ejemplo, se hacían fiestas para recoger fondos, también se preparaban tamales para vender en los barrios, los dueños de tiendas pagaban para tener publicidad de su negocio en el periódico, así mismo había un aporte voluntario de quienes lo recibían, o un valor simbólico que quien podía pagar lo hacía sin ningún problema. Igualmente, las organizaciones amigas al GPA hacían aportes económicos para quedarse con varios ejemplares que distribuían en sus procesos y barrios.
Salud comunitaria
Las enfermedades “comunes” que se presentaban en estos barrios, eran las enfermedades que sufren y padecen los pobres, por tanto, no era extraño ver personas con diarreas constantes, enfermedades respiratorias y desnutrición.
Ante esta situación se comenzaron a unir al GPA estudiantes de medicina de la Universidad Nacional, ellos se encargaban de formar a las personas de la comunidad. Amanda Cabrejo, es una mujer que siendo muy joven decidió participar en la comisión de salud y en su memoria están estos recuerdos: “nos reuníamos los sábados en la tarde para aprender de los jóvenes estudiantes de medicina que nos enseñaban varios temas de salud, por ejemplo, aprendíamos a tomar los signos vitales, preparar suero oral casero, detectar desnutrición infantil, aplicar inyecciones y algunas otras cosas. A medida que nos capacitábamos hacíamos jornadas de salud en el barrio dónde las y los vecinos llevaban a sus niños y niñas para que les tomáramos la tensión arterial, peso y talla”.
De esta manera el GPA logró abrir un consultorio de salud en el barrio San Martín de Loba, el cual sería trasladado al barrio Guacamayas. Allí llegaba la comunidad para recibir alguna atención ante sus dolencias. La capacidad no era suficiente para realizar procedimientos médicos de carácter quirúrgico, pero sí para hacer algunos procedimientos básicos ante heridas, o recetar medicamentos ante enfermedades.
El ocaso del GPA
En 1990 ya se comenzaba a sofocar el GPA, pues la vida de los activistas cambiaba y muchos y muchas debían asumir responsabilidades laborales para mantener a sus familias, criar a sus hijos pequeños, entre otras actividades que implicaban no volver a participar de las dinámicas semanales.
Pero sin duda el golpe definitivo para la organización fue el asesinato de dos compañeros cercanos al GPA: Fernando Guzmán Meléndez, un amigo de los integrantes del GPA e impresor del periódico “El Vecino” y Alberto Rodríguez Rivas, uno de los fundadores del grupo. Un crimen que quedó en la completa impunidad y que lo que se sospecha es que fue obra del terrorismo de Estado que perfilaba a los jóvenes que hacían trabajos comunitarios o que estaban ligados a la izquierda como era el caso de Alberto.
Esta situación generó temores en muchas personas, pues se empezaron a estimular rumores de que el GPA era una organización vinculada con las guerrillas del país.
Mirada de presente
Aunque faltó describir muchas otras dinámicas del GPA, como su invitación a la “mano prestada” que funcionaba como una Minga indígena, o los apoyos que se dieron en tomas de tierras que finalmente conformaron barrios populares, así como la realización de fiestas y bazares, celebración de novenas navideñas, entre otros eventos que ayudaron a recomponer lazos comunitarios y solidarios. Quisiera terminar con lo siguiente:
Escuchar la historia de esta organización ha sido un ejercicio importante, pues allí hemos visto cómo fue posible germinar brotes de escenarios de poder y autonomía territorial urbana, que, como todo, tiene sus bemoles que implicaron no lograr tener la capacidad para consolidar un relevo generacional, todo esto producto en gran medida de la falta de capacidad económica para mantener la vida de las y los activistas que realizaban los trabajos en los barrios sin recibir ningún salario.
Me sorprende que, pese a sus abismales diferencias, este ejercicio tenga tanta conexión de alguna manera con lo que hoy vemos que están haciendo los ejercicios organizativos de los pueblos zapatistas o kurdos. Esto permite pensar que sin duda no son necesarias las vanguardias o caudillos para consolidar una organización desde el sentir popular. Los pueblos saben cuáles son los caminos que se deben recorrer, simplemente hay que estar acompañando y potenciando escenarios para que florezca la imaginación.
Y cómo ha sido en las últimas dos columnas, esta también termina invitando a escuchar la siguiente canción: