El bloqueo de internet en Irán dificulta el flujo de información sobre lo que ocurre dentro de sus fronteras, pero grupos iraníes ubicados en el extranjero confirman que la matanza contra quien alza la voz en el país continúa y que lo hace tanto en la calle como en las aulas, donde miles de estudiantes aprovechan la ocasión para impugnar los símbolos que representan al actual régimen.
El bloqueo de internet en Irán dificulta el flujo de información sobre lo que ocurre dentro de sus fronteras, pero grupos iraníes ubicados en el extranjero confirman que la matanza contra quien alza la voz en el país continúa y que lo hace tanto en la calle como en las aulas, donde miles de estudiantes aprovechan la ocasión para impugnar los símbolos que representan al actual régimen.
En Siria, una investigación de la BBC demuestra que centenares de familias residentes en los campos de desplazados en el noroeste de Siria son víctimas de la explotación a cargo de TikTok, que se queda con el 70% de las donaciones que les mandan los espectadores desde alrededor del mundo. Un poco más al sur, los abogados del príncipe heredero Mohamed bin Salman anuncian orgullosos la supuesta inmunidad que su defendido habría conseguido en relación al asesinato del periodista crítico Jamal Kashogi, tras haber sido nombrado primer ministro del reino saudí.
Más de cuatro semanas después, las revueltas en Irán siguen de pie a pesar de la represión feroz del régimen. Los ayatolás que dominan el país siguen la misma estrategia que les terminó funcionando durante ciclos de protesta anteriores. Bloquean internet en todo el país, aprovechan que el mundo pierde acceso a lo que ocurre sobre el terreno y desatan la violencia contra ciudadanos desarmados. Tanto es así, que buena parte de la información sobre lo que ocurre en el interior del gigante persa se elabora desde el exterior. El grupo Iran Human Rights, con sede en Oslo, registraba ayer jueves 201 víctimas mortales a causa de la represión del estado. Al menos 23 de las fallecidas serían menores de edad.
Durante las últimas semanas, la reapertura de colegios y universidades ha dado un vuelco a las protestas. O, por lo menos, a su estado emocional. Miles de alumnas han aprovechado la ocasión para unirse en las aulas y sentirse fuertes. Se graban videos con su cabello volando al viento, o retirando de las paredes de las clases las fotografías del Líder Supremo, Alí Khamenei, antes de destrozarlas. Por una vez, son las mujeres del país quienes atacan o humillan las mismas autoridades que les hacen la vida imposible.
Iran Human Rights, con sede en Oslo, registraba ayer jueves 201 víctimas mortales a causa de la represión del estado. Al menos 23 de las fallecidas serían menores de edad
“Aquello despertó un trauma colectivo”, dice Saad desde Teherán. Se refiere al asesinato de la kurda Masha Amini, muerta el 16 de septiembre a manos de la policia de la moral por no llevar le hijab bien puesto. “El hijab obligatorio es el símbolo del poder del gobierno sobre nuestros cuerpos, así que estos días queremos que vean que somos nosotras quienes controlamos nuestros cuerpos”, reivindica Saad, que solo puedes contestar mensajes en los pocos momentos al día en los que logra esquivar el bloqueo de internet. Pero, ¿es el velo lo único que molesta a quienes protestan? Saad responde categórica que no, y que erradicar la obligatoriedad de su uso sería solo el comienzo: “exigimos los derechos humanos más básicos: exigimos vivir, exigimos autonomía de nuestros cuerpos, exigimos igualdad económica” proclama la joven
Saad cuenta que la legislación iraní discrimina a las mujeres en cada aspecto de sus vidas: “nos hace depender de nuestros maridos o de nuestros tutores masculinos; nos priva de nuestra dignidad humana”. Por suerte, añade, la violencia de las fuerzas de seguridad no está impidiendo un consenso social sin precedentes: “esta vez, protestamos de la mano de nuestras madres y de nuestras tías”, afirma Saad.
Sheyda es de una generación mayor que Saad, y confirma sus palabras. Su caso ejemplifica el viaje de todo un país. A los 17 años de edad, Sheyda participó en la revolución de 1979 que puso el actual régimen en el poder. Hoy, no volvería a hacerlo. Sheyda sueña desde el exilio con terminar con el gobierno de los ayatolás, del que huyó solo cuatro años más tarde de su formación. Reconoce que “no soportaba sus normas. La opresión de la mujer es una cuestión esencial de este régimen, pero quizá sea también su mayor debilidad”.
Mientras tanto, un tuit que hacía referencia a la lucha que protagonizan iraníes como Saad o Sheyda dejó perplejas a millones de mujeres palestinas. Lo escribía la misma autoridad que las somete a un régimen de apartheid mientras se vanagloria de ser una supuesta democracia avanzada. La cuenta oficial del estado de Israel publicó en las redes sociales el siguiente texto: “Mujeres. Vida. Libertad. Hoy, los israelíes se reúnen en Jerusalén para mostrar su apoyo a las valientes mujeres iraníes, que luchan por sus derechos humanos más básicos”. El tuit iba acompañado de un video de una mujer israelí que se cortaba un mechón de pelo. La chica tenía algunas personas concentradas a su alrededor mientras ondeaban banderas israelíes en un parque.
La cuenta oficial del estado de Israel publicó en las redes sociales el siguiente texto: “Mujeres. Vida. Libertad. Hoy, los israelíes se reúnen en Jerusalén para mostrar su apoyo a las valientes mujeres iraníes, que luchan por sus derechos humanos más básicos”
Como era de esperar, la publicación ha provocado la indignación de otras mujeres que también luchan por sus derechos, aunque ellas y los suyos sean considerados terroristas. “No defenderás los derechos de las mujeres iraníes cuando el régimen israelí incite a la guerra y amenace con desencadenar una guerra nuclear con Irán”, arremetía contra el estado de Israel la intelectual e investigadora palestina Yara Harari, de think tank palestino Al Shabaka. “Y mucho menos defenderás los derechos de las mujeres palestinas que tu régimen oprime y mata enfrente de tus propios ojos”, añadió.
Entre otras muchas violaciones de los derechos fundamentales contra las mujeres, hay que recordar que las enfermas de cáncer en la bloqueada franja de Gaza no luchan solo contra la enfermedad, sino también contra los obstáculos que la autoridad israelí les plantea a la hora de acceder al tratamiento médico. Lo cuenta el documental Condenadas en Gaza, dirigido por Ana Alba y Beatriz Lecumberri.
La BBC tuvo que lanzar su propia investigación tras meses de sospechas y negaciones, pero finalmente dio con la prueba de ello. TikTok, la conocida red social china para colgar vídeos, se enriquece a costa de las donaciones que ciudadanos alrededor del mundo envían a sirios desplazados en campos a causa de la guerra.
“Hemos lanzado una investigación sobre los niños que piden limosna a través de TikTok desde campos en Siria”, anunciaba la periodista Hannah Gelbart a través de su cuenta de Twitter: “Y hemos descubierto que TikTok se queda con el 70% de las donaciones que se les envían”, concluye la reportera en la misma publicación.
Todo empezó en junio, cuando Gelbart y el resto de periodistas que impulsaron la investigación notaron algo extraño. Se dieron cuenta de que decenas de niños y familias sirias se pasaban horas, de forma simultánea, emitiendo videos en directo, en los que pedían ayuda a los espectadores. Todos los videos eran emitidos desde campos de desplazados en el noroeste de Siria. El mensaje que repetían sin cesar quienes aparecían en los streamings, que ni tan siquiera hablaban inglés, era siempre el mismo: “please like, please share, please gift”.
Cuando la BBC se desplazó a los campos del noroeste de Siria, las familias que emiten videos les contaron que apenas estaban recibiendo dinero a cambio de su actividad. Algo incomprensible, porque había habido varios casos de espectadores que habían donado varios centenares de euros que, sin embargo, no habían llegado a los destinatarios.
Fue entonces cuando la cadena británica conoció la existencia de los intermediarios, los hombres —en ocasiones residentes de los mismos campos sirios— que ponen el teléfono y el equipamiento para que las familias puedan emitir en directo. Estos intermediarios, concluye la BBC, trabajan con agencias afiliadas a TikTok China o TikTok oriente medio, y se encargan de reclutar “streamers” y de animar a sus usuarios a pasar más tiempo en la aplicación.
Marwa Fatafta, investigadora de la organización Acces Now, considera que “TikTok crea un ecosistema que depende de la explotación y del sufrimiento de las personas, y que viola sus propias políticas de derechos humanos”
Cuando Gelbart y el resto de investigadores sospecharon que buena parte de las donaciones se las quedaban los intermediarios y la propia empresa TikTok, hicieron su propia donación para salir de dudas. Donaron 106 libras esterlinas a la cuenta de un reportero sirio que se hizo pasar por residente del campo y comprobaron que lo único que le llegaba a su cuenta fueron 33 libras. TikTok se quedó el 69% del valor de la donación.
Marwa Fatafta, investigadora de la organización Acces Now, considera que “TikTok crea un ecosistema que depende de la explotación y del sufrimiento de las personas, y que viola sus propias políticas de derechos humanos”. Las familias que explota la aplicación de streaming son como las de Mona, una mujer cuyo marido murió en un bombardeo que se encuentra encallada en un campo con su hija. la pequeña, de seis años de edad, está prácticamente ciega, y Mona hace todo lo que puede, incluso grabarse en TikTok, para intentar pagarle la operación. También está Dowkan, a quien no le permitían dejar de grabar en directo para comer o para tomar su medicación. Él trata de ahorrar para pagar una operación al corazón de su hija. Tras 8 días emitiendo en TikTok, solo le entregaron 14 dólares.
Mohamad bin Salman, el príncipe heredero del trono de Arabia Saudí y líder de facto del país desde hace dos décadas, no pagará nunca las consecuencias del asesinato del periodista Jamal Kashoggi. Esto es lo que vinieron a decir el pasado lunes los abogados del líder saudita, que aseguran que su defendido consiguió la inmunidad tras ser elegido la semana pasada primer ministro de Arabia Saudí.
Bin Salman se enfrenta a una demanda en Estados Unidos por el asesinato de Kashogi, reportero que escribía en Washington Post y a quien se consideraba crítico del régimen saudí. Kashogi fue descuartizado y literalmente descompuesto mediante productos químicos en el consulado saudí en Estambul. La Casa Blanca cree que bin Salman está detrás del asesinato y el propio príncipe ha llegado a admitir que el crimen se perpetró “con su supervisión”.
Mohamad bin Salman, el príncipe heredero del trono de Arabia Saudí y líder de facto del país desde hace dos décadas, no pagará nunca las consecuencias del asesinato del periodista Jamal Kashoggi
Se le reconozca la inmunidad legal o no, lo cierto es que todo parece indicar que bin Salman ya no la necesita. Durante su campaña en las últimas elecciones estadounidenses, el aún candidato demócrata Joe Biden consideró a Arabia Saudí un estado “paria”. Pero más tarde, presionado por la escasez de combustible consecuencia de la guerra en Ucrania, Biden se olvidó de ello y se acercó a bin Salman, incluso reuniéndose con él de modo amigable.
Ante el abandono de los líderes políticos, que defienden o desestiman derechos humanos en función de la dirección del viento, grupos de periodistas como Reporteros sin Fronteras tratan de proteger los derechos del fallecido periodista saudí. El colectivo asegura que “Estados Unidos acusó el heredero saudí, pero no llegó a sancionarle”, y lamenta que “cuatro años después del brutal asesinato del columnista saudí Jamal Kashoggi, ninguno de los 26 hombres implicados en su muerte ha enfrentado castigo alguno”.
La sensación de impunidad recorre los dirigentes saudíes, que no moderan su comportamiento por mucho que se encuentren bajo el foco internacional. Un tribunal en la dictadura saudí ha emitido una sentencia de muerte contra tres individuos de la tribu Al-Huwaitat, detenidos hace dos años por oponerse al desplazamiento de su comunidad. Las autoridades saudíes proyectan la creación de una mega-ciudad tecnológica y turística en los territorios del noroeste del país de donde la tribu de los Al-Huwaitat reside a día de hoy, después de haber habitado durante 500 años tierras entre el Sinaí y Bahrain.
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