Al abrir una puerta se crea la posibilidad de un encuentro. Te expones al «exterior» o a un interior familiar o «extraño». Al abrir una puerta, no sólo practicas la libertad de entrar (o salir), sino que, sobre todo, estableces temporalmente una relación entre el interior y el exterior. Entre tú y los que te encuentras.
La libertad, por tanto, no se experimenta como la oportunidad abstracta de moverse sin obstáculos (o de recibir lo que está «ahí fuera» sin intervenciones que puedan prohibir tal o cual forma de recibir). La libertad se realiza como el poder de establecer relaciones. Y la libertad se ve efectivamente limitada, amenazada u obstaculizada cuando se restringen o bloquean dichas relaciones.
¿Es la apertura la condición de la libertad? Parece casi evidente que en los espacios abiertos prospera la libertad de movimiento. El cierre dirige, controla y prohíbe: todo el mundo parece estar de acuerdo en esto. Las fronteras abiertas (por muy selectivamente reguladas que estén en la práctica) permiten que los flujos de personas y bienes se desarrollen libremente. Y una visión abierta de un paisaje da a la mirada la oportunidad de moverse libremente mientras inspecciona lo que hay que ver. Sin embargo, este elogio a la apertura parece ocultar lo que crea las oportunidades de la libertad. La libertad no es una condición; es una práctica. La apertura no ofrece garantías de libertad a menos que se realice la apertura. La posibilidad de libertad surge en el acto de abrir.
Al abrir una puerta se crea la posibilidad de un encuentro. Te expones al «exterior» o a un interior familiar o «extraño». Al abrir una puerta, no sólo practicas la libertad de entrar (o salir), sino que, sobre todo, estableces temporalmente una relación entre el interior y el exterior. Entre tú y los que te encuentras.
La libertad, por tanto, no se experimenta como la oportunidad abstracta de moverse sin obstáculos (o de recibir lo que está «ahí fuera» sin intervenciones que puedan prohibir tal o cual forma de recibir). La libertad se realiza como el poder de establecer relaciones. Y la libertad se ve efectivamente limitada, amenazada u obstaculizada cuando se restringen o bloquean dichas relaciones.
Además, la libertad se realiza como posibilidad de cambiar lo que existe. El acto más elemental de apertura, el de abrir una puerta, ya recoge la quintaesencia de la libertad considerada como posibilidad. La puerta puede estar cerrada. La posibilidad de abrirla ya está inscrita en su cierre. Abrir una puerta puede considerarse un acto de libertad, ya que actualiza una apertura posible. Sin embargo, en ciertos casos, cerrar una puerta también puede ser un acto de libertad, como por ejemplo cuando se intenta con este acto proteger y cuidar a alguien que es vulnerable al estar expuesto al poder de «los de fuera». El acto de abrir y cerrar, por tanto, conserva el poder de ilustrar la libertad como poder de establecer relaciones. La libertad como el poder de realizar pasajes hacia el otro, pasajes que posibilitan encuentros felices.
La libertad, sin embargo, sigue siendo una posibilidad ambigua si se centra en la imagen de un acto individual. Se necesita más de uno para ser libre. El acto de apertura necesita dirigirse a alguien y la condición que se crea al abrirse necesita incluir a otros. La apertura es una invitación, la creación de un azar, de una oportunidad que se desarrolla no simplemente por un acto individual sino porque los sujetos reales existentes expresan en su presencia un campo de encuentros posibles. El acto de apertura, por tanto, no es el acto de quien abre sino la activación de toda una red de relaciones posibles que producen la posibilidad misma de abrir.
¿Podría describirse como una escenografía que espera cobrar vida con la entrada del actor principal? En realidad no. La apertura (no la «escena de apertura» de una obra de teatro) no es simplemente la actualización de posibilidades ya inscritas en un escenario compuesto por personas y cosas. La apertura crea posibilidades mientras las ejecuta. Este es el significado más profundo de la libertad cuando se aplica a la praxis humana: crear oportunidades a partir de las limitaciones existentes, así como trascender los límites que imponen dichas limitaciones. Y esto significa esencialmente abrir puertas al futuro.
¿Significa esto también que la libertad es el acto de inventar el futuro desde cero? En realidad, no. Si abrir implica actos de producción de relaciones, si abrir significa crear posibilidades dentro de un determinado campo al que pertenece la «puerta» específica, entonces la libertad de crear el futuro tiene al menos dos limitaciones. La primera es que la libertad expresada y producida en el acto de apertura ya presupone (invita, incluye, etc.) a los demás y está conformada por sus respuestas. Y la otra limitación es que, aunque las limitaciones pueden considerarse arbitrarias y temporales, precisamente porque las puertas siempre pertenecen a disposiciones existentes del espacio (edificios, recintos, fronteras materiales, etc.), las aperturas son aperturas a una determinada estructura existente de límites y obstáculos.
Se necesita más de uno para realizar aperturas al orden social actual que nos atrapa. Pero, además, hay que insistir en que la apertura es sólo el resultado concreto de un acto de apertura realizado contra los recintos dominantes. La apertura como vaga promesa de libertad es sólo una mutación más del engaño neoliberal de las oportunidades ilimitadas, en un mundo que sólo se abre realmente para el capital.